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En este artículo repasamos la historia que lleva a una pequeña república soviética empobrecida y aislada a convertirse, en apenas 23 años, en una de las naciones con mayor desarrollo económico de Europa.



Cuando el 20 de agosto de 1991 Estonia consiguió su independencia de la Unión Soviética, la economía estaba devastada. Antes de la Segunda Guerra Mundial, cuando Estonia era un país independiente, su PIB per cápita era similar al de la vecina Finlandia. Cincuenta años después, mientras el PIB per cápita de Finlandia era de 14.370 dólares, el de Estonia era de tan solo 2.000. Este importante retraso económico, unido a una tasa de inflación desbocada del 1.076 por ciento, había provocado que el experimento comunista dejara al pequeño país báltico, de apenas 1.200.000 habitantes, al borde del colapso.


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Para asegurar la viabilidad del nuevo estado independiente, el Primer Ministro de Estonia, Mart Laar, decidió implementar un agresivo programa destinado a liberalizar la economía de Estonia como medio para superar tan dramática crisis. Durante los dos años que duró el primer mandato de Mart Laar, Estonia fue el primer país europeo en establecer un tipo único de tributación tanto para el impuesto sobre la renta de las personas físicas como para el impuesto de sociedades. Además, el ritmo de privatización de las anquilosadas instituciones de la era soviética se aceleró hasta convertir a Estonia en uno de los países del mundo con la menor intervención del estado en la economía. Las antiguas propiedades estatales se vendieron primero a los propios ciudadanos estonios y luego a inversores extranjeros, que con su entrada en el país convirtieron unos recursos infrautilizados en valiosos recursos que contribuyeron a la recuperación económica del país. A la reforma fiscal y a las privatizaciones le siguió la apertura comercial. Estonia liberalizó su comerció y pasó de depender de Rusia a principios de los 90, a desarrollar una economía orientada a Occidente. Si en 1991 las transacciones con Rusia suponían el 83 por ciento del comercio exterior de Estonia, al año que siguió a la liberalización del comercio exterior este porcentaje descendió hasta el 35 por ciento, situándose en la actualidad en torno al 10 por ciento.




Estonia se abrió a Occidente y dirigió su mirada hacia el Mar Báltico. Buena prueba de ello es que sus principales socios comerciales en la actualidad son Finlandia y Suecia. Estonia culminó este giro a Occidente ingresando en la Unión Europea en 2004 y siendo la primera de las repúblicas bálticas en adoptar el euro en enero de 2011.


UN EXPERIMENTO CON ÉXITO



El pequeño tamaño del país y de su economía convierte a Estonia en un campo de pruebas ideal para políticas económicas. Estonia es, en cierto modo, un laboratorio económico por el que casi todos los economistas del mundo han mostrado interés.

Este pequeño tamaño y su alta exposición al comercio internacional provocaron que la crisis financiera de 2008 golpeara a Estonia con especial dureza. En 2009, el PIB sufrió un hundimiento de casi el 10 por ciento.

Muchos pusieron en tela de juicio las políticas económicas liberales aplicadas en Estonia, incluido el Premio Nobel de Economía e influyente economista neokeynesiano Paul Krugman.

Sin embargo, la economía de Estonia se recuperó del mazazo y en 2011 el crecimiento anual del PIB alcanzó de nuevo el 4 por ciento anual, un ritmo de crecimiento anterior a la crisis de 2008.



A una cifra de crecimiento robusta hay que añadir que Estonia goza de las finanzas públicas más equilibradas de toda la Unión Europea. Es el país europeo con menor deuda pública en relación a su PIB, apenas un 6 por ciento.



Esta cifra contrasta con la de España, donde se espera que la deuda pública alcance este año por primera vez la cota del 100 por cien del Producto Interior Bruto, y con la de otros países como Grecia, Portugal o Italia, donde la deuda pública supera holgadamente el umbral del 100 por cien del PIB. Otro aspecto en el que Estonia nos gana por goleada es el desempleo.

Mientras que en España la tasa de paro ronda el 25 por ciento de la población activa, en Estonia el paro es del 8,5 por ciento. Resulta palpable que el modelo económico de Estonia funciona. Pero hay una pregunta que ronda la cabeza de todos los economistas: ¿cómo ha podido un país sin recursos naturales, sin turismo y escasamente poblado haberse convertido en una de las economías más vibrantes de la Unión Europea? En Estonia, fundar una empresa, votar o declarar impuestos se puede hacer por internet en cuestión de minutos.

Estonia es uno de los países donde los ciudadanos más usan internet (un 77 por ciento de los estonios lo utilizan habitualmente) y donde la innovación tecnológica encuentra menos barreras burocráticas. Estonia exporta talento, y buena prueba de ello es Skype, la compañía fundada en 2003 por cinco jóvenes informáticos, tres de ellos estonios.

Apenas diez años después de su fundación, Skype está valorado en más de 6.000 millones de euros. Una economía de mercado, unida a un gasto público discreto, unos bajos impuestos, una burocracia mínima y una educación universitaria, tanto pública como privada, de calidad y orientada a la innovación han creado el caldo de cultivo para que una pequeña república exsoviética de poco más de un millón de habitantes se haya convertido en un caso de éxito económico histórico.