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El término “revolución” se usa poco hoy por hoy. Si es poco utilizado, conviene aclarar algunos de sus caracteres.



Social, política y culturalmente se habla de ‘revolución’ cuando uno o varios actores políticos, que expresan fuerzas sociales, consiguen transferencias de poder que lesionan la capacidad del bloque dominante para reproducir su dominio económico-político y cultural. Las revoluciones poseen por ello fases: acumulación de fuerzas, asalto al poder y, si éste tiene éxito, ejercicio de consolidación e institucionalización del nuevo bloque político-cultural, alternativo del carácter y ejercicio del antiguo régimen. Contrariamente a lo que es común celebrar, los momentos decisivos de los procesos revolucionarios son el de acumulación de fuerzas y el de conformación del nuevo bloque político-cultural porque es en ellos que se destilan los sectores hegemónicos y el carácter del ejercicio de su hegemonía. Pero en los relatos suele preferirse la emoción heroica del video o la foto que muestra a los revolucionarios alzándose triunfantes en los espacios que antes les eran vedados. No se contempla aquí si el proceso revolucionario siguió una línea parlamentaria o su conducción estratégica fue político-militar.

Obviamente los procesos revolucionarios requieren de elementos objetivos (pueden ser gestados por los sectores revolucionarios o por otros factores) y subjetivos (creación de identidades) para materializarse. Sin los elementos objetivos, la probabilidad de derrotas y un eventual aplastamiento de los empeños revolucionarios son altas. Sin los factores subjetivos (pasión de lucha) no se logrará transferir a otros sectores la legitimidad del proceso y de los cambios revolucionarios. Los procesos revolucionarios no cifran su suerte en decretos: triunfan si con constancia, ardor y sabiduría se logra acumular fuerzas, se enfrenta a los enemigos en espacios favorables a los revolucionarios y se logra que una mayoría de la población desee una nueva manera de estar-ser el mundo. Hasta aquí esta sumaria presentación.

¿Revolución de las mujeres o de la sexualidad humana? Suele darse una confusión frecuente (de inspiración periodística) entre una “revolución femenina” o feminista, y una eventual “revolución de la sexualidad humana”. Se trata de procesos diversos, el segundo más amplio y radical que el primero. Una revolución femenina, en cambio deriva parte de su energía, no toda, de una materialización de la revolución en la sexualidad humana. Reclamos de mujeres contra la discriminación acompañada de sometimiento del género femenino en las sociedades modernas, y de siempre, tienen hitos en la ejecución sumaria de Olympe de Gouges (1793), una intelectual que luchó contra el racismo y la discriminación contra las mujeres en una de las fases más duras de la Revolución Francesa, o sea hace más de dos siglos, y en el trabajo, editado como libro, de Simone de Beauvoir, El segundo sexo (1949), que logró ubicarse en el sitio número 11 entre los textos más destacados del siglo XX. Los reclamos contienen asimismo una lucha extendida y generalizada por el sufragio femenino que se inició en el siglo XIX y que todavía no tiene éxito planetario porque Estados como Arabia Saudita y El Vaticano, entre otros pocos, no lo aceptan. La discriminación en los mercados laborales sigue lesionando a las mujeres, en especial a las jóvenes. Considerados cada uno por sí mismo ninguno de estos procesos (ciudadanía plena, sufragio, acceso a los mercados, en particular el laboral) tiene significado revolucionario. Sí lo tiene la autonomía socio-cultural presentada como reclamo y programa por El segundo sexo. Otras demandas y luchas, occidentales y no-occidentales, mostrarían su alcance revolucionario insertas, con las peculiaridades pertinentes, en la propuesta de ese libro.

La lucha igualitarista de mujeres tiene también logros culturales significativos. Consiguió probar que el cara a cara familiar contiene/expresa relaciones de dominación que discriminan a mujeres, niños, jóvenes y ancianos. Gracias a este aporte, los vínculos en el seno de las familias, hasta este momento incluso valorados por muchos como ‘naturales’, fueron exhibidos en su carácter político-cultural de imperio. El aspecto principal de esta constatación es que no existirá liberación femenina sin transformación radical de las lógicas autoritarias que ‘animan’ a las diversas formas de institución familiar. De hecho, las familias son el primer espacio en que niñas y niños beben el patriarcado como una sensibilidad (e ideología) natural. El punto avanza hasta cuestionar el carácter “sagrado” de instituciones e imaginarios ligados con la maternidad, la heterosexualidad vinculante u obligatoria y el amor “romántico”. Cultural y políticamente no es menor este logro.
Sin embargo, el principal aporte material (objetivo) a las luchas de mujeres durante el siglo XX lo dio la invención, a finales de la década de los cincuenta del siglo pasado, de los anticonceptivos con efectividad de casi el 100%. La “píldora” entrega, por primera vez en la historia de los seres humanos, la posibilidad cierta de separar la sexualidad reproductiva de una sexualidad orientada a la integración personal. Por primera vez las personas y parejas pueden optar o entre sostener relaciones sexuales genitales continuas para tener hijos y criarlos o tenerlas para solo existir como pareja (o parejas) y para estimular tanto la autoestima personal como la capacidad de comunicarse con los entornos humanos y naturales. La elección de este tipo de anticonceptivos no anula la capacidad de la mujer para quedar embarazada si se deja de tomar la pastilla, ampliando su margen de libertad y la de la pareja. Con lentitud avanza una píldora equivalente para los varones (bloquea el transporte de espermatozoides) que podría quizás ser comercializada en esta segunda década del siglo XXI. ¡Más de medio siglo después que la femenina!
Las píldoras anticonceptivas, sin embargo, no pueden ser consumidas por todas las mujeres. Con independencia de su precio, requieren de control médico y poseen efectos secundarios no deseados. Por lo tanto se trata de un proceso material con alcance revolucionario todavía inconcluso. Pero la idea-valor de la separación sexo/procreación y sexo/integración personal ya ha sido sembrada. Su alcance universal tropieza sin duda con prejuicios machistas y sensibilidades culturales (patriarcales y religiosas, principalmente).

Los anticonceptivos de altísima efectividad, que no impiden las infecciones posibles en el tráfico genital, se vieron complementados en la última parte del siglo XX por la aparición del Sida. El síndrome de inmunodeficiencia adquirida reanimó la utilización de preservativos (condón) masculinos y generó la aparición de un dispositivo, todavía menos utilizado, semejante para las mujeres. Así, en el campo de una revolución sexual para la especie los avances materiales son significativos.

Pero una revolución posible en la sexualidad humana no es lo mismo que una revolución de inspiración feminista. Conceptualmente podría darse revolución de la sexualidad y mantenimiento de la dominación patriarcal e, incluso, dotada de nuevo brío. La posibilidad de violentar sexualmente hembras, por ejemplo, puede aumentar por el auge de los anticonceptivos. Por sí mismos ellos no aminoran la violencia cultural y la discriminación generalizada contra las mujeres. Los anticonceptivos abren posibilidades, pero también, en ausencia de un cambio cultural, pueden reforzar o ampliar las violencias. La imaginación humano-patriarcal probablemente no tiene límites. Y si se habla de revolución, ella contiene, como se ha dicho, transferencias de poder. Estas transferencias siempre encuentran sólidas resistencias. Ahora, de materializarse una revolución sexual que, insistimos, es factible, las primeras beneficiadas con ella serían las mujeres (que hoy son las principales víctimas) y, después, todos. Incluye la Naturaleza.

Revolución (factible) en la sexualidad y penuria de una revolución feminista. Conceptualmente una revolución en la sexualidad humana ya está aquí y su horizonte más vistoso es la posibilidad de una sociedad mundial erótica, es decir pacificada. Por el contrario, la posibilidad de una revolución feminista ha perdido energía en la transición entre siglos. Para ello se articulan factores sistémicos y situacionales. De los primeros, el central es la mundialización efectiva de la forma mercancía y con ella de la cultura del “cómprelo, úselo y bótelo”. La idea de la hembra como mercancía (botín de guerra) es tan antigua como las primeras sociedades de la especie y por lo tanto encaja a la perfección en una planeta en la que todo (machos y hembras) se entiende como factor para conseguir ganancias y prosperar en los negocios. En un mundo a la vez excitado y sobrerreprimido la sexualidad explícita vende y esto sostiene el auge de la pornografía y su penetración en todos los espacios de la existencia social. Como es obvio, “cómprelo, úselo y bótelo” es un lema cultural. Vale incluso para el planeta Tierra.

Los factores situacionales son más complejos. El primer escollo es que existen feminismos en plural (no todos ellos expresados en movimientos sociales), lo que por sí mismo, no es algo negativo pero se transforma en obstáculo si estos feminismos se ignoran unos a otros, no dialogan entre ellos y consecuentemente no articulan ni sus luchas ni su bagaje conceptual, que lo tienen. Francesca Gargallo, una de sus principales activistas y pensadoras actuales, italiana radicada en México, suele hablar del feminismo como un movimiento de movimientos, a veces en diálogo, a veces enfrentados, pero que con frecuencia se desconocen mutuamente. Es decir se trataría de movilizaciones distanciadas que no alcanzan el carácter de un movimiento social con diversas opciones (que se discuten en la lucha). Para efectos de acumulación de fuerzas, como ya hemos explicado, esta dinámica resulta ruinosa. Feministas liberales por un lado, feministas socialistas por otro, feministas de la diferencia natural-cultural por allá, de la diferencia legítima por acá… no solo no dialogan sino que resultan débiles para convocar a otros sectores para sus luchas. En el extremo, se condenan a ser minorías.

El asunto se agrava si una de esas minorías hace de los machos empíricos, y no de la dominación patriarcal, su enemigo central. El asunto suele desembocar en durísimas tesis lesbianas, opción sexual legítima pero a la vez de minoría. Resulta cómodo así para los interesados descalificar a todos los feminismos con la etiqueta homosexual. La opción homosexual sin duda es legítima en la especie, pero también de minoría (hay que diferenciarla de la homosexualidad ocasional que seguramente alcanza números mucho más altos). Añádase que la mayoría de mujeres del planeta asumen sus identificaciones tal como se las provee/inyecta el patriarcado y se tendrá una imagen de la debilidad que supone una movilización de movilizaciones que no se hablan, o se hablan poco, y no se escuchan entre sí. Para el caso latinoamericano, agréguese que la principal iglesia (por número de fieles) considera la homosexualidad una aberración y sostiene que la verdadera ‘naturaleza’ femenina se manifiesta en la maternidad y la crianza (o sea es un ser-para adentro-del-hogar) y se podrá asumir las dificultades, en especial si se cometen errores, de acumular fuerzas en espacios político-culturales de género.

Se requiere no ignorar, no trazar rutas enteramente paralelas, no descalificar las luchas de otros sectores de mujeres (y hombres) y conversar, dialogar, llegar a acuerdos y a acciones conjuntas. Que las líderes no se despeguen de sus bases. Al mismo tiempo, desplegar teoría de mujeres en lucha. En ésta deben tener papel destacado las mujeres de sectores populares. Pelean firme, no se arrugan, pero también usualmente no se entienden a sí mismas y a sus familias como señales del sistema.

La situación se complica porque el establishment también husmea la ‘amenaza feminista’ y genera sus propias políticas de fragmentación para diluirla. Ha ampliado, por ejemplo, el ingreso de mujeres a los mercados de educación y negocios e incluso a la política. Solo las excluye de los altos mandos de los Ejércitos. Hoy existen mujeres ejecutivas (a veces disfrazadas de varones), pero también el mercado las divide entre bellas-fascinantes y feas que pueden transformarse en bellas. Auge de la cosmética, de las modelos top (que si no son estúpidas (solo las iguala un modelo masculino) lo fingen con talento y constancia). El matrimonio con sujeción patriarcal sigue vendiendo en diarios, revistas y películas. Se le puede entrar a esta neo-sensibilidad y manejo patriarcal, pero el asunto requiere fuerza para denunciar desde sitios estratégicos y políticamente articulados. El sistema también ha tenido éxito en aislar a las mujeres líderes de bases amplias, y en hacer del feminismo algo de exclusiva competencia de las mujeres. El asunto se agrava si el feminismo se concentra-reduce en algunas pocas mujeres que el sistema promociona como ‘excepcionales’. Seguramente lo son, pero su capacidad se mide por su capacidad para constituir fuerza social alternativa, no por los auditorios que la escuchan.

No resulta factible ir más allá en el espacio de este artículo. Lo que centralmente se quiere comunicar es lo siguiente: las luchas feministas de distinto tipo se inscriben en las posibilidades abiertas por una revolución factible en la sexualidad humana. Esto quiere decir que las diferentes secciones de movilización de mujeres deberían buscar articularse (sin perder identidad propia) y, al mismo tiempo, incorporar a sus luchas, desde su propia perspectiva, a los varones no machistas o que deseen superar su machismo, en el marco de una común revolución erótica propia de una humanidad que no discrimina ni somete. Hoy avanzar pasos en este sentido es factible. Vale la pena intentarlo.

Nota de opinión por Helio Gallardo.

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