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pesar de la perfección matemática de los Principia, los científicos contemporáneos de Newton apostaban a que su obra no era correcta. Me refiero al Philosophiae Naturalis Principia Mathematica, publicado en 1.687. El mecanicismo era la filosofía natural ilustrada predominante en la época. Los mecanicistas, filósofos y científicos, pensaban que todo fenómeno era explicable mediante materia en movimiento. Y eso de que para explicar la gravedad no diera Newton ni una sola explicación mecanicista era una auténtica barbaridad, fallo garrafal asegurado. Las apuestas estaban casi todas en contra de Newton. Decía alguien por ahí que una vedad primero era despreciada, luego combatida y finalmente asumida.

La explicación que daba Newton sobre la gravedad, les hacía recordar a los mecanicistas antiguas fuerzas ocultas de las que llevábamos siglos intentando huir con la razón y la ciencia.





Otros modelos de éter para la refracción de la luz recurrían a un éter estático y elástico dotado de un gradiente de densidad. Este gradiente hacía que el éter fuera más denso en los grandes espacios vacíos del Universo que entre los planetas. Este era el tipo de conversaciones que Newton mantenía con Boyle en las cartas que se intercambiaban.

“Dios creó cierta naturaleza incorpórea que tiende a repeler a los cuerpos y a hacerlos menos concentrados”. Esta frase en concreto, fue una de las primeras manifestaciones del abandono de Newton de la teoría mecanicista. Newton empezó a pensar, en lugar de materia y movimiento, en agentes inmateriales, carentes de inercia y capaces de actuar a través de los espacios vacíos





Estas fuerzas inmateriales son ya los elementos importantes en el gobierno del Universo, según palabras de Newton, “en el mundo encontramos muy poco movimiento que no se debe a estos principios activos o al dominio de la voluntad”, y “de no ser por dichos principios, los cuerpos de la Tierra, de los planetas, de los cometas, del Sol y de todas las cosas que ellos se encuentran, se enfríarían y congelarían, tornándose en masas inactivas. Toda putrefacción, generación, vegetación y vida habrían de cesar y los planetas y cometas no permanencerían en sus órbitas”. La gravitación, por supuesto, sería uno de esos principios activos inmateriales mediante los que se ejerce el dominio de la voluntad divina sobre la naturaleza.





Newton le comentó a Bentley, en la primera carta que intercambiaron, que al escribir los Principia buscaba promover la fe en la divinidad, y en la última de sus cartas señalaba que la materia no puede actuar sobre la materia si no es por contacto, de modo que la interaccción entre los cuerpos espacialmente separados, como los astros, se debe a la “mediación de otra cosa que no es material“.

En 1693 Newton le escribía a su amado Leibniz que estaría dispuesto a aceptar un éter siempre que su densidad no superase el límite de precisión de unos experimentos que había realizado con péndulos, en los que en su momento creía haber demostrado la inexistencia del éter. En cualquier caso, despues de 1706, año en el que se publica la Óptica en su edición latina, Newton empezó de nuevo a valorar la idea de explicar las diversas interacciones entre los cuerpos mediante éteres fluidos e imponderables (sin masa ni inercia medibles), lo que dio lugar durante el siglo XVIII a una gran proliferación de hipótesis de esta índole.





En la segunda edición de los Principia, después de despacharse a gusto con sus ideas sobre la divinidad, decía que “hasta ahora he explicado los fenómenos celestes y de nuestro mar por la fuerza de la gravedad, aunque aún no le he asignado una causa… Hasta ahora no he podido descubrir la causa de las propiedades de la gravedad a partir de los fenómenos, y yo no invento hipótesis…“; pero a pesar de todo insinuaba a continuación que “tal vez podamos añadir algo acerca de un espíritu sutílisimo que impregna y se esconde en todos los cuerpos, mediante cuya fuerza y acción se atraen mutuamente las partículas de los cuerpos… y los cuerpos eléctricos operan a grandes distancias… y la luz se emite, refleja, refracta y calienta los cuerpos, y se excitan las sensaciones… y los miembros se mueven por la voluntad“.





De manera que los que leyeron la segunda edición inglesa de la Óptica (1717) se encontraron con que los vacíos de cuerpos y llenos de Dios se habían llenado ahora de un espíritu etéreo intermediario, retornando a la vieja idea del De Gravitatione (1664-68), según la cual servirse de mediadores “lejos de disminuir el poder divino, lo realza, pues la potencia que puede producir criaturas, no sólo directamente, sino también por mediación de otras criaturas, es extraordinariamente, por no decir infinitamente mayor. Por eso algunos quizás prefieran suponer que Dios impone al alma del mundo creada por él la tarea de… antes de creer que tal tarea es ejecutada directamente por Dios“.

Jesucristo, el éter, el propio Newton eran ejemplos de dichas criaturas intermedias entre el Pantocrátor y la Creación. Con este éter intentó Newton al final de sus días la unificación de todas las interacciones, pues los experimentos de Francis Hauksbee sobre triboelectricidad le hacían percibir casi directamente los movimientos y el viento de un espíritu eléctrico. Con todo los experimentos no eran suficientes y los modelos de éter incapaces de abordar todo tipo de fenómenos sin caer en contradicciones.







on 75 años, Newton se encontraba finalmente demasiado viejo para llevar a cabo una unificación de todas las fuerzas que aún se nos resiste después de tres siglos.

“Mis ojos se apagan -confesaba a los colegas de la Royal Society-, mi espíritu está cansado de trabajar, a vosotros corresponde realizar los mayores esfuerzos para no dejar escapar un hilo que pueda guiaros“