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El "Chacho" Peñaloza



Ángel Vicente Peñaloza o Peñalosa, apodado El Chacho, (Guaja, provincia de La Rioja, 1796– Olta, 12 de noviembre de 1863) fue un caudillo y militar federal argentino, uno de los últimos líderes de esa corriente alzados en armas contra el centralismo de Buenos Aires.


Batalla de Oncativo

Este caudillo riojano asumió la comandancia del ejército de Facundo Quiroga a su muerte. Junto a éste luchó en El Tala, Rincón, La Tablada y Oncativo. A su regreso a La Rioja derrocó y mandó a fusilar al gobernador unitario. En 1840 “El Chacho” se levantó en armas contra Juan Manuel de Rosas porque lo creía responsable del asesinato de Quiroga en Barranca Yaco.


Facundo Quiroga


Juan Manuel de Rosas

Y su lucha continuó contra los rosistas hasta 1845. A partir de ese año permanecerá en San Juan bajo la protección del gobernador de esa provincia y caudillo federal, el General Nazario Benavídez, que lo había derrotado en varios encuentros (en particular, la batalla de El Manantial, el 18 de julio de 1842).

De regreso en La Rioja, influye en la elección de Manuel Vicente Bustos como gobernador de la provincia. Este la representará en el Acuerdo de San Nicolás, del que surgirá la constitución argentina de 1853. A partir de diciembre de 1854 el Chacho es el comandante de la Guardia Nacional de la capital provincial y de los departamentos de Los Llanos, y el 7 de julio de 1855 recibe del Presidente Urquiza los despachos de Coronel Mayor (grado equivalente al generalato).


Justo José Urquiza

Parte de su tiempo lo dedicó a controlar la política en su propia provincia, así como la de otras provincias vecinas, como San Juan, Tucumán, San Luis y Córdoba. En 1852 ofreció su apoyo a Urquiza para derribar a Rosas y en 1862 encabezó una rebelión contra el gobierno central de Buenos Aires, persistiendo el tradicional, provincial y federal rechazo al unitarismo porteño.



Bajo su liderazgo toda la región cuyana se halló sumida en una rebelión popular contra los abusos del gobierno nacional. Buenos Aires envió fuerzas contra él bajo el mando del General Wenceslao Paunero. Este trató de hacer las paces y llegar a un acuerdo, Peñaloza suscribe un tratado en 1862, pero fracasó por los incumplimientos del gobierno nacional y nuevamente estalló la guerra civil en la nación.



La derrota

Los gobernadores de las provincias vecinas no querían más guerras y se unieron al gobierno nacional para hacer frente en las puertas de la ciudad de Córdoba. Peñaloza es derrotado por Paunero y perseguido por el Coronel Irrazábal que contaba con todo el apoyo del gobernador de San Juan Domingo F. Sarmiento, designado Director de la Guerra contra Peñaloza por el Ministro de Guerra Gelly y Obes. El 20 de mayo de 1863 las tropas del Chacho se enfrentarán en Lomas Blancas (en Los Llanos, La Rioja) con un contingente de 600 hombres de infantería y caballería de las fuerzas de Paunero, mandadas por Ambrosio Sandes, Pablo Irrazábal, Ignacio Segovia y Julio Campos. En condiciones inferiores, Peñaloza se retira hacia el sudeste y alcanza el Valle de Punilla.

El 10 de junio se produce en Córdoba una revolución encabezada por el partido federal ("ruso") y los liberales moderados que depone al gobernador Justiniano Posse impuesto el año anterior por la fuerza de las armas del ejército nacional mandado por Paunero. Convocado por los revolucionarios, el Chacho entra a la ciudad de Córdoba el 14 de junio. Mientras tanto, Paunero reúne un ejército de 3.000 hombres y se dirige a la ciudad; ante la proximidad de éste, Peñaloza sale del casco urbano y espera en Las Playas. El 28 de junio se produce ua sangrienta batalla en la que los montoneros son derrotados sufriendo 300 muertos, un número no precisado de heridos y 720 prisioneros. El Chacho huye hacia el norte y regresa a su provincia.



El 11 de octubre Peñaloza hace proposiciones de paz a Paunero, quien las rechaza. Permanece en el pueblo de Olta, esperando el resultado de una nueva negociación propuesta a Paunero. Allí es sorprendido el 12 de noviembre por la vanguardia de la división de Irrazábal. Peñaloza se rinde al comandante Vera, entregándole su puñal; pero una hora después llega Irrazábal, quien lo asesina de un lanzazo y ordena rematarlo a tiros. El teniente Junt, del 6° de línea, hace cortar una oreja del cadáver; después, la cabeza del Chacho es cortada y enarbolada en lo alto de un poste en la plaza de Olta.

Así terminó uno de los últimos caudillos argentinos. En su facón, que se exhibe en el Museo de Historia de La Rioja, puede leerse la inscripción que definía su carácter: "Naides, más que naides, y menos que naides". A poco de su asesinato, Olegario Víctor Andrade escribe en su homenaje uno de sus poemas más bellos.

FUENTE



Al General Ángel Vicente Peñaloza
de Olegario Víctor Andrade


¡Mártir del pueblo! tu gigante talla
Más grande y majestuosa se levanta
Que entre el solemne horror de la batalla,
Cuando de fierro la sangrienta valla
Servía de pedestal para tu planta.

¡Mártir del pueblo! víctima expiatoria
Inmolada en el ara de una idea,
te has dormido en ls brazos de la historia
Con la inmortal diadema de la gloria
Que del genio un relámpago clarea.

¡Mártir del pueblo! apóstol del derecho,
Tu sangre es lluvia de fecundo riego,
y el postrimer aliento de tu pecho,
que era a la fe de tu creencia estrecho,
será más tarde un vendaval de fuego.

¡Mártir del pueblo! tu cadáver yerto,
Como el ombú que el huracán desgaja,
Tiene su tumba digna en el desierto,
Sus grandes armonías por concierto
Y el cielo de la patria por mortaja.

¿Qué importa que en las sombras de occidente,
Del desencanto el doloros emblema,
Como una virgen, que morir se siente,
Incline el sol la enardecida frente,
De los mundos magnífica didadema?

¿Qué importa que se melle en las gargantas
El cuchillo del déspota porteño,
Y ponga de escabel, bajo sus plantas,
Del patriotismo las enseñas santas
Con que iba un héroe a perturbar su sueño?

¿Qué importa que sucumban los campeones
Y caigan los aceros de sus manos,
Si no muere la fe en sus corazones,
Y del pendón del libre, los jirones
Sirven para amarrar a los tiranos?

¿Qué importa, si esa sangre que gotea
En principio de vida se convierte,
Y el humo funeral de la pelea
Lleva sobre sus alas una idea
Que triunfa de la saña de la muerte?

¿Qué importa que la tierra dolorida
Solloce con las fuentes y las brisas,
Si no ha de ser eterna la partida,
Si con nuevo vigor, con nueva vida,
Más grande ha de brotar de sus cenizas?

¡Mártir! Al borde de la tumba helada
La gloria velará tu polvo inerte,
Y, al resplandor rojizo de tu espada,
Caerá de hinojos esa turba airada
Que disputa sus presas a la muerte.

Y cuando tiña el horizonte oscuro,
Del porvenir la llamarada inmensa
Y se desplome el carcomido muro,
Que tiembla como el álamo inseguro
Ante las nubes que el dolor condensa,

Entonces los proscriptos, los hermanos,
Irán ante tu fosa, reverentes,
A orar a Dios, con suplicantes manos,
Para saber domar a los tiranos,
O morir como mueren los valientes.