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"…y como soy tan inteligente que ya no sirvo para nada, y como he soñado tanto que ya no soy de este mundo, aquí estoy, entre las inocentes almas de la sala 18, persuadiéndome día a día de que la sala, las almas puras y yo tenemos sentido, tenemos destino."


"¡Cuánto más deseable resulta la vida de moscas y pajarillos, que la viven a su antojo y guiándose sólo por su instinto natural, si las asechanzas de los hombres se lo consienten! Hay veces en que los pájaros, encerrados en una jaula, aprenden a imitar la voz humana, y resulta inimaginable de qué modo se degrada entonces aquel encanto que le es connatural: ¡hasta ese punto es más grato, bajo cualquier punto de vista, lo que ha creado la Naturaleza que el arte remeda! Es por ello que nunca sabría yo encontrar alabanzas suficientes para aquel gallo que, encarnado en la persona del filósofo Pitágoras, se metamorfoseó sucesivamente en varón, en mujer, en rey, en ciudadano particular, en pez, en caballo, en rana –incluso en esponja, creo- y, sin embargo, opinó que ningún ser viviente había más infortunado que el hombre, por entender que todos los demás animales se mantienen dentro de los límites de la Naturaleza y el hombre, en cambio, es el único que intenta salirse de los márgenes que ella le ha asignado."


"Padre, no me juzgues. Juzga a Dios. Es él quien creó el universo e hizo que la justicia se obtenga con la injusticia, que la felicidad de un pueblo se adquiera al precio de las lágrimas, que la libertad de una nación, como la de los hombres, sea una estatua levantada sobre los cuerpos de los condenados a muerte."


"Era lo último que iba quedando de un pasado cuyo aniquilamiento no se consumaba, porque seguía aniquilándose indefinidamente, consumiéndose dentro de sí mismo, acabándose a cada minuto pero sin acabar de acabarse jamás."


"Dóciles al prejuicio inveterado de que hablando nos entendemos, decimos y escuchamos tan de buena fe que acabamos muchas veces por malentendernos mucho más que si, mudos, procurásemos adivinarnos."


"La idea equivocada y funesta de que el hombre sea una unidad permanente, le es a usted conocida. También sabe que el hombre consta de diversas almas, de muchísimos ‘yos’. Descomponer en estas numerosas figuras la aparente unidad de la persona se tiene por locura, la ciencia ha inventado para ello el nombre de esquizofrenia. La ciencia tiene en esto razón en cuanto es natural que ninguna multiplicidad puede dominarse sin dirección, sin un cierto orden y agrupamiento. En cambio, no tiene razón en creer que sólo es posible un orden único, férreo y para toda la vida, de los muchos ‘sub yos’.

Este error de la ciencia trae no pocas consecuencias desagradables; su valor está exclusivamente en que los maestros y educadores puestos por el Estado ven su trabajo simplificado y se evitan el pensar y la experimentación. Como consecuencia de aquel error pasan muchos hombres por ‘normales’, y hasta por representar un valor social, que están irremisiblemente locos, y a la inversa, tienen a muchos por locos, que son genios.

Nosotros completamos por eso la psicología defectuosa de la ciencia con el concepto de lo que llamamos arte reconstructivo. Al que ha experimentado la descomposición de su ‘yo’, le enseñamos que los trozos pueden acoplarse siempre en el orden que se quiera, y que con ellos se logra una ilimitada diversidad del juego de la vida. Lo mismo que los poetas crean un drama con un puñado de figuras, así construimos nosotros con las figuras de nuestros ‘yos’ separados constantemente grupos nuevos, de distintos juegos y perspectivas, con situaciones eternamente renovadas."


"Sí, el hombre lo tiene todo en sus manos y deja que las cosas pasen por delante de sus narices únicamente por cobardía…, eso es axiomático…Me gustaría saber qué es lo que asusta más a las personas; yo creo que lo que especialmente las intimida es aquello que se aparta de sus costumbres…Pero divago demasiado. Y como divago, no hago nada. Verdad es que también podría decir: divago porque no hago nada. Hace más de un mes que he tomado la costumbre de divagar tumbado días enteros en un rincón, llena la cabeza de tonterías. Veamos. ¿Con qué objeto doy ahora este paseo? ¿Acaso soy capaz de “aquello”? ¿Acaso es serio “aquello”? No es completamente serio. Son pamplinas que distraen mi imaginación, ¡puras quimeras!"


"Cada hora del hombre es un lugar vivo de nuestra existencia que ocurre una sola vez, irreemplazable para siempre. Aquí reside la tensión de la vida, su grandeza, la posibilidad de que la inasible fugacidad del tiempo se colme de instantes absolutos, de modo que, al mirar hacia atrás, el largo trayecto se nos aparece como el desgranarse de días sagrados, inscritos en tiempos o en épocas diferentes."


"Por eso es tan importante dejar que ciertas cosas se vayan. Soltar. Desprenderse. La gente tiene que entender que nadie está jugando con cartas marcadas, a veces ganamos y a veces perdemos. No esperes que te devuelvan algo, no esperes que reconozcan tu esfuerzo, que descubran tu genio, que entiendan tu amor. Cerrando ciclos. No por orgullo, por incapacidad o por soberbia, sino porque simplemente aquello ya no encaja en tu vida. Cierra la puerta, cambia el disco, limpia la casa, sacude el polvo. Deja de ser quien eras y transfórmate en quien eres."


"Me quedaba aún bastante de mi antigua manera de ser para sentirme agraviado por la evidente antipatía de un animal que alguna vez me había querido tanto. Pero ese sentimiento no tardó en ceder paso a la irritación. Y entonces, para mi caída final e irrevocable, se presentó el espíritu de la perversidad. La filosofía no tiene en cuenta a este espíritu; y, sin embargo, tan seguro estoy de que mi alma existe como de que la perversidad es uno de los impulsos primordiales del corazón humano, una de las facultades primarias indivisibles, uno de esos sentimientos que dirigen el carácter del hombre."


"Sucedió que en curso de las diversiones que tuvieron lugar un invierno en Londres, apareció en varias fiestas de la sociedad que marcaba el tono, un noble que destacaba más por sus peculiaridades que por su rango. Observaba la alegría a su alrededor como si no pudiese participar de ella. Al parecer sólo atraía su interés la risa ligera de las bellas, que él podía sofocar con una mirada, e infundir el temor en los pechos donde reinaba el aturdimiento. Las que experimentaban esta sensación de pavor no se explicaban de donde procedía: unos la atribuían a su mirada apagada y gris que, al clavarse en el rostro de las personas, no parecía traspasarlo y penetrar hasta los íntimos movimientos del corazón, sino posarse en las mejillas como un rayo plomizo y oprimir la piel sin poder atravesarla: todo el mundo quería verle."