
La Puglia compensa su sencillez monumental encarnando la esencia de puro Mediterráneo. El extranjero es mera anécdota en esta región del sudeste de Italia que tiene como seña identificativa la península de Salento, el popular «tacón de la bota». Se diría por su autenticidad que los italianos guardan en secreto este territorio, que oscila entre lo rural y el mar, entre el puchero casero y el pescado fresco servido sin aderezo, entre las playas de arena del mar Jónico y la costa abrupta del Adriático.
El mejor acceso a la región es Bari, su capital, por la que pasaba el último tramo de la Vía Apia que venía de Roma y concluía en la actual Brindisi. Su monumento principal es la basílica de San Nicolás, edificada para albergar las reliquias de este peregrino del siglo IV, arrabatadas a los turcos en 1087; siglos más tarde, los nórdicos se apropiaron de su leyenda para fundar el mito de Papá Noel.
Bari ejerce de base para visitar atractivos enclaves. Por la costa del Adriático hacia el norte destaca el pueblo fortificado de Giovinazzo, mientras que hacia el sur sorprende Polignano a Mare, que se encarama en un farallón poblado de grutas y cafés agazapados. Si se opta por ir hacia el interior veremos que la bella Gravina in Puglia también trepa sobre un roquedo, en un territorio rural con olivares y huertos donde abren sus puertas docenas de masserie, antiguas casonas de terratenientes de los siglos XVII y XVIII, hoy convertidas en acogedores alojamientos.








