Antropólogo Eduardo Álvarez Pedrosian publicó un trabajo que recorre pasado y presente de la zona soñada como un barrio jardín
Casavalle fue parte de la gesta oriental. Su nombre se lo debe a Pedro Casavalle, un vecino ilustre de Montevideo, que peleó junto a José Artigas. Pero la gloria quedó atrás. Hoy, los ranchos se multiplican entre yuyeríos y basurales, y resulta imposible creer que fue planificado como un barrio jardín. “El abandono del Estado lo consolidó como depósito espacial. Lo generó ese no mirar a toda esta gente excluida que venía desde la época de la Banda Oriental”, dijo a El Observador Eduardo Álvarez Pedrosian, autor de Casavalle bajo el sol. Su investigación, presentada ayer, recorre el devenir del barrio desde las quintas hasta la proliferación de asentamientos y analiza las causas de la construcción del estigma que recae sobre sus habitantes que se ven asimismos como “enemigos”.
Luego de dos años de investigación, ¿cómo define a Casavalle?
Es la zona más paradigmática de nuestra periferia. Ahí no hay ninguna vía de comunicación con ninguna otra zona importante. Es un territorio que está en conflicto de interpretaciones. Es la cuña del campo en la ciudad.
¿Puede calificarse como un gueto?
No hay un nivel de homogeneización y de aislamiento tan grande como se puede ver en periferias de Estados Unidos marcadas por la población afroamericana, o los cinturones rojos en París, donde hay una fuerte presencia de la cultura obrera, como hay en La Teja o Nuevo París. Esto es otra cosa. Esto un depósito espacial.
¿Cómo se transformó en un depósito espacial si su creación responde al modelo de un barrio de quintas?
Hay tres grandes tipos de territorio. Los barrios tradicionales que arrancaron con (Francisco) Piria en 1908, armándose el lotamiento de terrenos que hoy es el barrio Plácido Ellauri. En la década de 1920 se armó el barrio Jardines del Borro dentro del modelo de la ciudad jardín. El típico Borro de los años 30 y 40 no tiene nada que ver con la imagen que se construyó después. Luego vinieron los complejos habitacionales de bajo costo, precarios y terribles. La Unidad Casavalle es de los años 1958-1959. Se quería plantear un complejo digno, para crear vecindad, para hacer vínculos sociales. Era una nueva zona de la ciudad con potencial.
¿Y cómo terminó siendo la expresión de la exclusión social?
En los años 60 se vino abajo todo el país en lo económico, social y político. El abandono del Estado lo consolidó como depósito espacial. Lo generó ese no mirar a toda esta gente excluida que llegaba desde la época de la Banda Oriental. En 1972 se armó la Unidad Misiones, los famosos Palomares. En los años 90 aparecieron los núcleos básicos evolutivos; esas cajitas que no tienen nada. Si se suman los asentamientos irregulares que comenzaron a pulular antes del golpe de Estado. Hoy hay complejos habitacionales que son considerados asentamientos. El Plácido Ellauri está todo agujereado. Casavalle es una resultante de muchos procesos. La crisis de 2002 fue la hecatombe.
Los testimonios recogidos dan cuenta de que existe un conflicto entre los vecinos que se agrega al estigma que se tiene sobre el barrio. ¿Cómo analiza eso?
Es la lógica de fragmentación que hace que la pobreza se reproduzca. Eso no permite que se sumen fuerzas y se pueda encontrar una salida más potente. Aquellos que están en la misma condición creen que son enemigos entre sí. Al hablar sobre la pasta base encontré el meollo de la maquinaria de exclusión. Pero lo que pasa en la periferia pasa en toda la sociedad. Los que tienen dinero ponen rejas y cámaras porque tienen la misma sensación. No es solamente que ellos (los habitantes de Casavalle) viven eso.
¿La implementación de políticas de los últimos años ha contribuido a que los vecinos dejen de verse como enemigos?
Casavalle parece que sigue siendo un agujero negro.
Lo es. Sigue siendo un depósito espacial. Con las intervenciones como la plaza, el (Complejo) Sacude y el liceo nuevo se empezó a mover la cosa después de toda esa apatía. Pero son cambios que llevan décadas. Cambiar las estructuras lleva generaciones. Es una especie de muerto al que hay que darle electroshock para que se reanime. La zona es enorme. Hay 30 mil habitantes. Falta seguir esto sostenidamente en el tiempo.
¿Cree que el futuro es positivo?
En el contexto del Plan Integral Cuenca Casavalle se está empezando a diseñar una batería de propuestas de intervención urbanística muy interesante. Pero eso hay que acompañarlo con otras baterías de políticas: que aquellos que quieran vivir en otras zonas de la ciudad lo puedan hacer para descongestionar todas las zonas hacinadas y el que quiera vivir ahí que lo haga de forma digna. No puede haber esos complejos precarios. En Los Palomares hay 540 viviendas en dos manzanas. Uno ve esa zona como otro planeta pero es Montevideo. Tiene una cualidad paisajística increíble. Tiene toda esa cosa que todavía uno puede encontrar en zonas del barrio Borro y del barrio Bonomi de quintillas y de espacios naturales que son hermosos. Si se pudiera potencializar esas cualidades positivas se tendría una zona muy atractiva para el resto de los uruguayos. Ése es el camino. La integración en los dos sentidos: los que viven allá al resto y el resto hacia allá. Se soñó con eso en algún momento.


Casavalle fue parte de la gesta oriental. Su nombre se lo debe a Pedro Casavalle, un vecino ilustre de Montevideo, que peleó junto a José Artigas. Pero la gloria quedó atrás. Hoy, los ranchos se multiplican entre yuyeríos y basurales, y resulta imposible creer que fue planificado como un barrio jardín. “El abandono del Estado lo consolidó como depósito espacial. Lo generó ese no mirar a toda esta gente excluida que venía desde la época de la Banda Oriental”, dijo a El Observador Eduardo Álvarez Pedrosian, autor de Casavalle bajo el sol. Su investigación, presentada ayer, recorre el devenir del barrio desde las quintas hasta la proliferación de asentamientos y analiza las causas de la construcción del estigma que recae sobre sus habitantes que se ven asimismos como “enemigos”.

Luego de dos años de investigación, ¿cómo define a Casavalle?
Es la zona más paradigmática de nuestra periferia. Ahí no hay ninguna vía de comunicación con ninguna otra zona importante. Es un territorio que está en conflicto de interpretaciones. Es la cuña del campo en la ciudad.

¿Puede calificarse como un gueto?
No hay un nivel de homogeneización y de aislamiento tan grande como se puede ver en periferias de Estados Unidos marcadas por la población afroamericana, o los cinturones rojos en París, donde hay una fuerte presencia de la cultura obrera, como hay en La Teja o Nuevo París. Esto es otra cosa. Esto un depósito espacial.

¿Cómo se transformó en un depósito espacial si su creación responde al modelo de un barrio de quintas?
Hay tres grandes tipos de territorio. Los barrios tradicionales que arrancaron con (Francisco) Piria en 1908, armándose el lotamiento de terrenos que hoy es el barrio Plácido Ellauri. En la década de 1920 se armó el barrio Jardines del Borro dentro del modelo de la ciudad jardín. El típico Borro de los años 30 y 40 no tiene nada que ver con la imagen que se construyó después. Luego vinieron los complejos habitacionales de bajo costo, precarios y terribles. La Unidad Casavalle es de los años 1958-1959. Se quería plantear un complejo digno, para crear vecindad, para hacer vínculos sociales. Era una nueva zona de la ciudad con potencial.
¿Y cómo terminó siendo la expresión de la exclusión social?
En los años 60 se vino abajo todo el país en lo económico, social y político. El abandono del Estado lo consolidó como depósito espacial. Lo generó ese no mirar a toda esta gente excluida que llegaba desde la época de la Banda Oriental. En 1972 se armó la Unidad Misiones, los famosos Palomares. En los años 90 aparecieron los núcleos básicos evolutivos; esas cajitas que no tienen nada. Si se suman los asentamientos irregulares que comenzaron a pulular antes del golpe de Estado. Hoy hay complejos habitacionales que son considerados asentamientos. El Plácido Ellauri está todo agujereado. Casavalle es una resultante de muchos procesos. La crisis de 2002 fue la hecatombe.

Los testimonios recogidos dan cuenta de que existe un conflicto entre los vecinos que se agrega al estigma que se tiene sobre el barrio. ¿Cómo analiza eso?
Es la lógica de fragmentación que hace que la pobreza se reproduzca. Eso no permite que se sumen fuerzas y se pueda encontrar una salida más potente. Aquellos que están en la misma condición creen que son enemigos entre sí. Al hablar sobre la pasta base encontré el meollo de la maquinaria de exclusión. Pero lo que pasa en la periferia pasa en toda la sociedad. Los que tienen dinero ponen rejas y cámaras porque tienen la misma sensación. No es solamente que ellos (los habitantes de Casavalle) viven eso.

¿La implementación de políticas de los últimos años ha contribuido a que los vecinos dejen de verse como enemigos?
Casavalle parece que sigue siendo un agujero negro.
Lo es. Sigue siendo un depósito espacial. Con las intervenciones como la plaza, el (Complejo) Sacude y el liceo nuevo se empezó a mover la cosa después de toda esa apatía. Pero son cambios que llevan décadas. Cambiar las estructuras lleva generaciones. Es una especie de muerto al que hay que darle electroshock para que se reanime. La zona es enorme. Hay 30 mil habitantes. Falta seguir esto sostenidamente en el tiempo.



¿Cree que el futuro es positivo?
En el contexto del Plan Integral Cuenca Casavalle se está empezando a diseñar una batería de propuestas de intervención urbanística muy interesante. Pero eso hay que acompañarlo con otras baterías de políticas: que aquellos que quieran vivir en otras zonas de la ciudad lo puedan hacer para descongestionar todas las zonas hacinadas y el que quiera vivir ahí que lo haga de forma digna. No puede haber esos complejos precarios. En Los Palomares hay 540 viviendas en dos manzanas. Uno ve esa zona como otro planeta pero es Montevideo. Tiene una cualidad paisajística increíble. Tiene toda esa cosa que todavía uno puede encontrar en zonas del barrio Borro y del barrio Bonomi de quintillas y de espacios naturales que son hermosos. Si se pudiera potencializar esas cualidades positivas se tendría una zona muy atractiva para el resto de los uruguayos. Ése es el camino. La integración en los dos sentidos: los que viven allá al resto y el resto hacia allá. Se soñó con eso en algún momento.
