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Creí, por lo cual hablé.
2 Corintios 4:13

Estas cosas os he escrito a vosotros que creéis en el nombre del Hijo de Dios, para que sepáis que tenéis vida eterna.
1 Juan 5:13

Creer y saber


¡Todo parecía perdido! La tempestad se llevaba el barco y toda esperanza de salvación había desaparecido. Pero de repente se oyó una voz, la del apóstol Pablo, prisionero por su fe: El “Dios de quien soy y a quien sirvo” me dijo: “Pablo, no temas… Por lo tanto, oh varones, tened buen ánimo; porque yo confío en Dios que será así como se me ha dicho” (Hechos 27:23-25). Pablo creía a Dios y sabía que haría lo que había dicho. El apóstol Pedro también dijo un día a Jesús: “Y nosotros hemos creído y conocemos que tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente” (Juan 6:69).
Para comprender las verdades divinas, o para captarlas con nuestra inteligencia, debemos recibirlas, creerlas. Todo el contenido moral y espiritual de la Palabra de Dios se capta primeramente mediante la fe; y la fe viene por el oír la Palabra de Dios. Así es como Dios se revela. Jesús se gozaba de que esta revelación permaneciese oculta para los sabios o inteligentes, pero que fuese revelada a los niños (Lucas 10:21). “Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve” (Hebreos 11:1).
¿Quién puede explicar cómo el Señor, cuando vuelva, resucitará los cuerpos de los que salvó, sin cometer ningún error, y los llevará a la gloria? Si usted quiere comprender esto antes de creer, está perdiendo el tiempo y quizá su alma. Dios nos pide creer, y mediante la fe nos da la seguridad que necesitamos. “Si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo” (Romanos 10:9).