
Llegué a Wroclaw sin saber nada de la ciudad más que el nombre del aeropuerto, Nicolás Copérnico. ¿Alguno de ustedes había oído antes de esa ciudad? Yo tampoco… fue la elección debido a los pocos recursos y a que salía más barato salir en avión de Noruega que salir en autobús o en tren. Originalmente pensaba seguir en Escandinavia, pero el bolsillo no me ajustaría para finalmente poder regresar a mi base de operaciones en Portugal. Así que me decidí por Wroclaw, en Polonia. La curiosidad me acompañó durante la hora y media de vuelo, no sabía que esperar ni de la ciudad ni del país. Y por diversos motivos que iré narrando Polonia me sorpendió, me agradó y finalmente me desesperó.

Alguna vez un hombre inteligente y conocedor me dijo que Polonia era como una mujer herida. Y efectivamente, entre invasiones, anexiones, guerras y más guerras Polonia ha estado, ha desaparecido, ha regresado y la han invadido de nuevo, toda una historia turbulenta. La Polonia moderna, la Polonia de hoy no lleva demasiado de vida: En 1989 quitaron al regimen comunista para establecer la República de Polonia. Sin embargo Polonia ha existido desde tiempos medievales lo cual le ha dado un soporte histórico y cultural bastante fuerte. Y no se puede dejar de mencionar que en territorio polaco está el lugar del genocidio por excelencia, Auschwitz.
Lo primero en lo que mi mirada y mi atención se centraron fue en un enorme anuncio de un restaurante mexicano en el lobby del aeropuerto. Eso dio la pauta para ver como ven en Polonia a México, y como éste último goza de gran popularidad en lo que empieza a definirse como los paises de Europa del Este. El frío para nada era como en Oslo, aunque se mantuvo en promedio a -5°C durante toda mi estancia. En esta ocasión el transporte del aeropuerto al centro de la ciudad no duró ni 30 minutos y lo realicé en un autobús de servico ordinario, nada de autobús tipo ADO como en Londres u Oslo. El sistema de pago del transporte público es similar a Venecia o a Porto, en donde la validación del boleto previamente comprado es lo que cuenta. Debido a eso simplemente aproveché la circunstancia y en toda mi estancia en Polonia no pagué por las veces que hice uso del transporte público. No es algo de lo cual me sienta orgulloso o algo de que ufanarse, sin embargo lo menciono para demostrar mi honestidad e intentar justificar mis actos diciendo lo siguiente: Soy un vagabundo que tiene que guardar cada moneda en su bolsillo para poder seguir vagando.

Durante el trayecto en el autobús mi atención iba totalmente enfocada al entorno que podía ver a través de la ventanilla llena de agua-nieve, y la vista no dejó nada a la imaginación. Muros grises, construcciones derrumbadas, edificios en “obra negra”, chimeneas de fábricas silenciosas y humeantes como enormes cigarrillos tenebrosos dibujados contra la noche, las siluetas macabras de arcos y bóvedas huecas perfiladas en la oscuridad y realzadas con la débil luz de la calle, caminos llenos de nieve… no parecía precisamente un destino popular. El piso del autobús estaba ya completamente empapado, perdón, estaba ya mojado. Cada pasajero subía con su debida y respectiva cantidad de nieve en sus zapatos, por lo que al contacto con el piso antiderrapante y el contacto con la “calefacción” del autobús -aunque creo que era más por el factor humano pues no iba precisamente vacío- la nieve formaba pequeñitos charcos que no tenían tiempo para secarse. Así entonces el piso era un charco grande con el que tenía que lidiar para no mojar mis Converse, de por sí un poco húmedos ya.

Mientras peleaba con el charco el paisaje fue cambiando gradualmente hasta que las luces se hicieron más frecuentes y las contrucciones aparecían ordenadas y sin ese gris que antes mencioné. El tipo que daba información en el aeropuerto y al que le había pedido mi mapa me había señalado en el mismo un punto para bajar del autobús y tomar un tranvía hacia la calle de mi hospedaje (Kromera) pues según él la calle quedaba lejos, muy lejos y no era posible caminar. Patrañas. Blasfemias. El tipo me lo dijo con buena intención, pero jamás imaginó que tenía frente a sí a un caminador vagabundo profesional. Así que ignoré su recomendación cuando vi las señales que me había dado aparecer en la calle: Un edificio rojo grande y de ladrillo totalmente, la estación de policía… y de acuerdo a mis instrucciones sobre la ruta me bajé cerca de la calle Dworcowa.

El frío andaba en su punto máximo de acuerdo a la zona, -8°C pero era nada en comparación con mi anterior destino. Así que puse manos y pies a la obra, y emprendí el camino sorteando tremendas montañas de nieve arrumbadas a un lado de la carretera, dejando la banqueta sepultada e invisible. Algo muy curioso fue que con excepción del último día en Wroclaw nunca vi de verdad las banquetas como tales (ahora mencionaré mucho y de manera seguida la palabra nieve). Siempre estuvieron llenas de nieve, y la única forma de adivinar el camino para mí era el color: Por donde la nieve se veia de un tono más oscuro, un poco amarillenta ahí estaba la banqueta. No sé si no se preocupan por limpiar la nieve o si hace falta equipo, pero lo cierto es que solamente se limpia de la calle pavimentada, dejando toda la nieve removida en grandes cúmulos a un lado de la calle o en los camellones. No era nada raro ver pirámides blanquecinas en cada esquina, recordatorios de que la colina estaría ahí esperando por el sol. Así que en mis primeros pasos no sabía ni por donde caminar. Opté por el pavimento pero en pocos minutos me convencí que no era nada seguro pues los automovilistas polacos carecen por completo de educación vial y de una cultuta del volante; además de que en el pavimento había hielo y en no pocas ocasiones sentí mi alma salirse por mi garganta al resbalar peligrosamente, aunque no, nunca me caí y es verdad. Sigo sin caerme.

En pocos minutos llegué a lo que supuse era el centro de la ciudad. McDonalds y KFC me dieron la pista, maldito capitalismo… aunque en casos de emergencia pues si ayudan. Una avenida grande sólo para peatones se abría ancha y con tiendas, y supuse que de día ese sería el paseo favorito de los visitantes. Algunas esculturas pequeñas y la casa de Ópera en su sobria elegancia terminaron por confirmarme que efectivamente, me encontraba en la zona para turistas. Y aquí encontré al primer bastardo.

Al principio ni siquiera había reparado en que “eso” podía ser algo. Mi vista pasó por su ubicación en busca de lugares seguros para caminar, pero algo remotamente antropoide me hizo voltear a verlo con más detenimiento. Y sí, efectivamente, en el suelo y apenas con medio cuerpo fuera de la nieve estaba un duende de bronce. El maldito bastardo estaba sobre una plataforma de unos 10 centímetros y él mismo no mediría más de 20. Tenía una bufanda o una bola, no supe ni sé hasta le fecha exactamente que rayos tiene en sus manos, pero ahí estaba, como burlándose me mí y de mi frío y de mis pies mojados. “Detalle simpático”, pensé, y continué mi camino sin mayores preocupaciones. Poco después, mis ojos vieron un cuento de verdad.

Ratuzs, el edificio insignia de Wroclaw estaba frente a mí, alumbrado por faroles cubiertos de nieve sucia que daban esa luz amarillenta mortecina que tanto me gusta. Nunca había visto una construcción de este tipo en mi vida, debido a eso el impacto fue aún mayor. Sentí lo mismo que cuando ví al Louvre en su fachada o cuando estuve frente al Coliseo o dentro de Pere-Lachaise. Pero el añadido es que nunca había visto una foto de ese estilo, tan sólo en ilustraciones de cuentos había visto algo semejante. Por eso me quedé pasmado pues no imaginé nunca encontrar en Wroclaw algo así; Ratusz hasta tenía una picota incluída en el centro de la plaza. Lamentablemente el frío no me dejó tomar más fotos esa noche, pero claro, volvería al otro día. Seguí adelante después de tan buena impresión y debo confesar ahora otro punto importante de mi viaje: Polonia me hace confesar.

Primera confesión: Esa noche compré mi cena en McDonalds. Segunda confesión: Lo hice por el precio barato, y Tercera confesión: Con euros eres rico en Polonia. La moneda polaca, el zlote -zlotych en plural- vale poco, aunque más que un peso mexicano. Un euro son 3.80 PLN, y en casos llega hasta 4. Así que con 3 euros pude comprar un menú completo de McDonalds incluyendo pastelito de manzana y un café. Y ya lo verán cuando regrese algún día de estos, en Polonia fue en donde adquirí el mayor número de regalos. Ese hecho me reconfortaba un poco pues en Oslo y en Londres se había ida más de la mitad del presupuesto en las cosas más sencillas y básicas. Ahora podía por fin darme un pequeño paréntesis en mi situación financiera y disfrutar sin tantas preocupaciones. Después de mis confesiones -sigue la cuarta, la más difícil pero más adelante- continúo:

Pasé por el Museo nacional, una construcción más parecida a una mansión del terror que a un museo. Sencillamente Wroclaw me estaba enseñando que mi primera impresión era válida, pero que tenía mucho más que ofrecer. Llegué a los canales del río Óder (en cada ciudad siempre hay un río) y atravesé por uno de los puentes sin dejar de maravillarme ante el río, pues más la mitad estaba totalmente congelado, otro cuarto lleno de nieve y otro cuarto apenas visible. A lo “lejos” se veían otros puentes iluminados de manera agradable, pero no tenía tiempo de recorrer todos ellos pues lo primero era localizar mi nueva base, mi nuevo centro de operaciones; la maleta ya pesaba demasiado como para darse un tour en medio del frío, que parecía que aumentaba. Seguí durante otra media hora ocasionalmente deteniéndome para pellizcar mi postre de manzana y orinar.

No sé si ya el alcohol me haya destrozado mi próstata o si el frío lo provocaba, pero el caso es que desde que empecé a viajar mis ganas de orinar aumentaron en una proporción alarmante, conducta fisiológica propia de niño de 6 años. Las calles que ahora se abrían frente a mí eran oscuras y con poca vida. Edificios grandes pero sombríos, callejuelas con olor a desperdicio, autos veloces patinándose en el hielo… pero me encantaba. No supe por qué, había algo de mágico en todo eso, el contraste entre ambos sectores de la ciudad era tan marcado pero a la vez tan lleno de atracción… la nieve en las banquetas me hacía pensar en esas fotografías de principios dle siglo XX, cuando la gente caminaba por aterias sin división visible entre el carril de los peatones y el de los carruajes o de los caballos. En cualquier momento esperaba que apareciera frente a mí precisamente eso, un carruaje tirado por animales muertos de frío con un conductor taciturno envuelto en su capote negro y ocultando su rostro bajo el ala de su sombrero. Pero no, lo único que aparecía era más nieve y más calles, hasta que de nuevo encontré el río Óder.
Este río tiene como particular característica su forma de serpiente formando letras “S”. Debido a eso lo crucé en dos ocasiones, y creo que es posible caminar en línea recta como lo hice yo y volver a cruzarlo una tercera vez. Pero en este cruce la carretera ya tomaba fisonomía de autopista, y llegué incluso a pensar que el tipo del aeropuerto tenía algo de razón pues quizá había que seguir por terrenos difíciles (a mi memoria viene el camino entre el aeropuerto de Beauvais y la estación de trenes) hasta llegar de nuevo a lugares poblados. Pero no, justamente mi hospedaje se encontraba al final del puente y de manera afortunada quedaba frente a una gasolinera abierta las 24 horas, por lo que sin dudarlo me metí por otro café, al baño y listo.
Casa azul
Wroclaw fue uno de los dos lugares en donde hice previamente una reservación por internet para el hospedaje. Y falté a mis principios de trotamundos, pero lo hice por cuestiones que me exigían y demandaban ese tipo de previsiones so pena de quedarme sin conocer más que una o dos ciudades y quizá caer de frío. Pero la astucia no está ni estará peleada con la aventura, y preciamente astucia fue lo que me llevó a elegir en Wroclaw una oferta que en mis sueños había imaginado. Al momento de mi reserva, Europa atravesaba por una dura situación invernal que había hecho que muchos aeropuertos cancelaran vuelos. Por eso mismo la afluencia de turistas había descendido a niveles alarmantes, más allá del el clima era la situación de precaución lo que había llevado a la gente a no arriegarse a viajar en Invierno. Por eso y para recuperar algo de las pérdidas las aerolíneas ofrecían vuelos a precios de descuento, los hoteles lo mismo. Y siendo Polonia un país barato mi vuelo hacia allá fue relativamente de bajo costo. En cuanto al hospedaje… busqué lo más económico, como siempre. Después del surrealismo y la peste del Smart Camden Inn nada podía ser peor, así que no esperaba grandes problemas en ese aspecto. Por eso, cuando ví la oferta que Venere.com (la misma página que me dió la otra gran oferta de Venezia el año pasado) tenía no lo podía creer: 75€ por cinco noches en un hotel de 3 estrellas con piscina, sala de conferencias, calefacción, baño en el cuarto y con posibilidad de fumar en el mismo. Si tomamos en cuenta que por el Smart pagué exactamente lo mismo por un cuarto compartido para 6 personas, con las pestes incluídas, baño para pigmeos afuera del cuarto, una estricta prohibición para fumar y aguantar ruidos, tipos ebrios, chinos roncando y demás personajes salidos de la mente de Lovecraft… ni hablar. Era más que una ganga, y leí más de 20 veces las estipulaciones pues no quería sorpresitas desagradables, pero al final me convencí que la oferta era real. Cuando llegué al hotel, el Quality (dulces recuerdos de Quality Mechanical en California) no podía creer mi buena estrella, esa que acompaña siempre a los viajeros sinceros. El lugar era de lujo. 5 pisos de habitaciones, un lobby lleno de viejos adinerados y de parejitas fresas con suave música pues… de lobby. Un bar con trillones de botellas ordenadas impecablemente le daba su toque de “clase”, su comedor bastante amplio y propio de un restaurante de primera, y la tipa en la recepción muy guapa pero con algunos problemas serios de entendimiento. Ella fue la que me hizo el único chistecito, no encontraba mi reservación y empezaba a ponerme de malas cuando arregló todo y encontró mi nombre.
La vista desde mi habitación
El hotel contaba con la tecnología que cabe esperar de un lugar de esa categoría, “Quality” es una marca perteneciente a un consorcio hotelero que además de Quality poseé otras tres cadenas: Comfort, Sleep Inn y Clarion. Así que la puerta del cuarto se abre con una keycard, la misma tarjeta sirve para activar la energía eléctrica en la habitación y para el desayuno (no incluído y con un coste de 7€) nunca se pagaba en efectivo, se desliza la tarjeta y de manera automática se hace el cargo a la habitación (7€ por un desayuno si era algo exagerado, jamás desayuné ahí). Lo mismo para usar las instalaciones como el gimnasio o la piscina, la tarjeta abría las puertas de ambas. Por lo demás, el hotel sólo evidenciaba su falta de gusto, pues los adornos en las pasillos y en general la decoración eran simples y sin mayor interés. Mi cuarto a pesar de tener una tele-computadora (2 en 1) era pequeño, y los muebles eran todos de la línea de descuento de IKEA (la fábrica de muebles modernos europea por excelencia), lo cual hacía que todo el conjunto luciera pálido y a pesar de los intentos por tener un estilo moderno y minimalista francamente el resultado era un poco magro. Lo bueno es que tenía tetera Dynora incluída en el cuarto, y sólo me bastaba apretarle un botoncito y ordenarle: “Dynora, el té” para que de inmediato tuviera a mi disposición una taza humeante de té de Ceilán. El baño no podía ser peor que en el Smart Camden, y aunque era pequeño cubría las necesidades de manera puntual. Pero lo que más me impresionó y no fue precisamente del hotel fue que en la televisión, al otro día de mi llegada -y en lo que disfrutaba de la vista desde mi cuarto y de poder fumar en interiores- un par de imágenes extrañamente familiares llamaron mi atención, y palabras en mi idioma natal salían débiles del aparato, opacadas por una voz gruesa y sin tono, como de robot.
La embajadora de la cultura mexicana… pobre perdedora.
Miré atentamente y vi a Ninel Conde, una de las más brillantes mentes que México le ha dado al mundo, una belleza 100% natural que ha labrado su camino de éxitos internacionales a base de esfuerzo, trabajo y dedicación, un ícono de la cultura popular en el país adorado, una intelectual capaz de resolver los más complicados secretos de la física cuántica y la genética molecular… en fin, una de las personalidades mexicanas del sexenio, ¡Que va! Del milenio probablemente. La pobre diabla estaba en televisión polaca en una de sus apariciones en los bodrios televisivos en los que acostumbra aparecer, y estaba dando una actuación que le hubiera valido una condena a muerte por empalamiento. Con más risa que gusto por escuchar algo de español grabé unas escenas de la porquería esa, y reafirmé lo que se dice en los programas vomitivos de chismes en TV Azteca y Televisa: que las novelas mexicanas son mega famosas… pues no creo que el hecho de que semejante pedazo de basura sea un hit en Polonia, pero bueno…
Las casas de verdad.
Polonia empieza a definir al Este y comienza con el paisaje de la Europa que casi nadie quiere ver, esa Europa donde no hay monumentos impresionantes ni turistas pulgosos; el Este de Europa comienza a ser oscuro en partes y pujando por ver mejores tiempos. Con todo lo anterior no quiero que se malinterpreten mis palabras, Wroclaw parecía sacado de un cuento de Grimm pero no se pueden tampoco negar los hechos: Polonia aún no pertenece al Tratado Schengen y por lo tanto a pesar de ser miembro de la Unión Europea no usa el Euro como moneda. Tampoco Inglaterra ni Noruega, pero esos países han tenido menos problemas en su constitución como repúblicas en comparación con Polonia. Y justamente de Polonia hacia el Este los países muestran un descenso en ciertos aspectos aunque la cultura y el arte no conocen de eso, Wroclaw por ejemplo alberga conciertos de música clásica casi todos los días, y el Teatro Lalek es reconocido como uno de los mejores en todo el país, la casa de Ópera no tiene nada que envidiarle a la de París en cuanto a calidad escénica, y un importante número de bandas de metal dan tocadas regularmente.
Capitalismo, nunca mejor expresado
El descenso del que hablo se nota en la gente, en su falta de sentido común, en la tosquedad de sus modales y la brusquedad de su comportamiento, en las carreteras dañadas y en las periferias olvidadas. Wroclaw después supe, había sido territorio comunista durante muchos años, y las huellas se notaban aún pues muchos edificios de apartamentos tenían como característica la mimetización entre ellos mismos. La mano de hierro aún se dejaba sentir por algunos lugares alejados del centro, esos lugares que me fascinan, esos lugares que nadie más visita en sus viajes de turistas con tour y guías. Y si el comunismo estaba presente, las huellas de la guerra también, aunque en menor medida. Hitler mandó construir un estadio muy cerca de Wroclaw para los juegos Olímpicos, y al empezar la guerra fue defendida como bastión estratégico para los alemanes. Al termino de la guerra y estando casi en ruinas fueron expulsados de la ciudad los alemanes, no sólo los militares sino todos los alemanes en general fueron expulsados (usan la palabra “deportados”) y se determinó que la antigua Breslavia (su nombre alemán) fuera para Polonia. El comunismo polaco de aquél entonces se encargó de tartar de eliminar cualquier vestigio alemán de la ciudad y por lo que supe hasta trataron de re-escribir la historia asegurando que Breslavia, Breslau o Wroclaw había sido siempre de Polonia, un interesante ejemplo del Negacionismo que bajo otras circunstancias es tremendamente criticado… Y bueno, siempre he sido objetivo en mis comentarios y esta vez no será la excpeción; el pueblo polaco guarda aún un resentimiento palpable y quizá parte de su comportamiento sea debido a esa búsqueda de identidad que tras los alemanes y los rusos ha sido fragmentada una y otra vez. Pero tengo fe en el pueblo polaco, pues aparte de que los cuerpos femeninos más deseables -ahora entiendo a todas esas películas de clase B que muestran europeas con cuerpos de diosas- los ví en ese país, la gente joven está pujando por alcanzar una nueva y renovada imagen.
Calles de Wroclaw
El inglés sólo lo hablan los jóvenes, lo cual era a veces un poco decepcionante pues para pedirme unos cigarrillos o comprar entradas al teatro las cosas llegaban a tal extremo de ridiculez auspiciados por una mímica grotesca y una pantomima exagerada. Ni que decir de las compras de comida, pues a menos de que jóvenes estuvieran atendiendo no había forma de hacerse entender más que por señas. Aparte de todo lo anterior, ese primer día en Wroclaw me ofreció una vista magnífica de Ratusz y del río Óder y pude con alivio comprobar que no sufriría por falta de callejones y callejuelas, y que la ciudad tenía mucho pero mucho que dar, comenzando por esos bastardos duendes que de pronto me enteré eran toda una tradición en la ciudad. Los desgraciados habían surgido como un movimiento de protesta pacífica contra el régimen comunista, la “Alternativa Naranja”. No es mi intención dar lecciones de historia, así que ustedes investiguen, basta decir que prmero surgió uno, luego dos, luego cinco y luego diez… según algunas fuentes se dice que ya son más de 150 duendes repartidos en todo el casco viejo de la ciudad y cerca de la Universidad, en una de las islas del Óder.

