Si un niño quisiera escapar de la escuela, tal vez se preguntaría: ¿Qué tan larga debe ser la escalera que necesito apoyar en ese muro de tres metros que me separa del exterior? Esa interrogante se la hacen todos los finlandeses en algún momento. Y no es porque planeen dejar el lugar donde comparten con sus amigos desde los 7 años de edad, donde pasan apenas unas cinco horas al día, donde no les dejan tareas para la casa y donde no les cobran por estudiar ni por comer.
No. Ellos se harán esa pregunta –jugando con triángulos y cuadrados de papel de colores– porque un profesor les pedirá imaginar lo inimaginable y, de paso, llegar por ellos mismos a lo que Pitágoras declaró 22 siglos atrás. Calcular la hipotenusa de un triángulo rectángulo es algo que los niños finlandeses, beneficiarios del mejor sistema de educación del mundo, saben hacer y no recitar. Es algo que tuvieron que descubrir y no memorizar.
El mundo entero se ha empeñado en entender el sentido que se le da al aprendizaje en Finlandia desde que la primera prueba Pisa, aplicada en el 2000 por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (Ocde), demostró que ese país nórdico, de apenas cinco millones de habitantes, tenía el mejor sistema educativo.
Pisa, el Programa para la Evaluación Internacional de Alumnos (sigla en inglés), se aplica actualmente en 65 países para evaluar las competencias de las personas de 15 años en las áreas de lenguaje, matemática y ciencias. El sentido del examen no es medir conocimientos específicos, sino qué tan preparados para la vida adulta están los jóvenes; en otras palabras, cómo aplican lo que han aprendido en las escuelas hasta esa edad.
“Todo el mundo cree que tiene el mejor sistema hasta que decide comparar. Y lo que sucedió con Finlandia fue una sorpresa para ellos también. No sabemos exactamente cuál es la variable que lleva al éxito de un sistema educacional, porque no hay una fórmula mágica, pero el caso finlandés es perfecto para ver que la conjunción de muchas variables únicas puede llevar a algo asombroso”, comenta desde París el analista Pablo Zoido, de Pisa.
El experto de la Ocde, organización que agrupa a las economías más desarrolladas del mundo, destaca en primer lugar que el modelo finlandés es muy inclusivo, pues no existe la selección de estudiantes. Más del 90 por ciento de las escuelas son públicas y dependen de los municipios, de manera que los niños se matriculan –por ley– en la que tienen más cerca de su casa, reflejando también la escasa segregación social del país. Que el hijo de un doctor estudia junto al hijo de un albañil es un leitmotiv educacional.
La República de Finlandia, al noreste de Europa, es uno de los paises con mejores índices de calidad de vida y crecimiento económico.
Otro factor muy propio de Finlandia es que se retrasa el inicio de la escolaridad básica hasta los 7 años. Según los estudios cognitivos realizados a los niños, solo en ese momento del desarrollo de los niños es adecuado comenzar a leer.
“La tendencia mundial es que la escolarización comience cada vez más temprano –dice el especialista de la Ocde–, pero Finlandia ya es un caso real de estudio solo por retrasarla”.
En la educación preescolar, que dura obligatoriamente un año y que se imparte en jardines infantiles o en la casa de educadores certificados, solo se realiza estimulación temprana de la socialización. En Finlandia nadie busca tener niños genios para presumir ante los amigos o para postularlos a un colegio de élite, porque no hay.
“Se respeta mucho el ritmo de cada niño. Para nosotros es muy importante la atención especial de los niños que requieren más ayuda. También tenemos niños hiperquinéticos (hiperactivos) o con déficit de atención, pero no los obligamos a tomar clases separadas", asegura Emilia Ahenjarvi, académica finlandesa.
Tenemos un equipo de apoyo que trabaja con ellos dentro de la misma clase, desde muy temprana edad. Por eso, nunca un niño repetirá el curso, lo que afectaría su autoestima. A lo sumo cursará un último año de escolaridad básica -un décimo año, pues el ciclo dura hasta el noveno- antes de ir a la secundaria”, apunta Emilia Ahvenjärvi, académica finlandesa que visitó Chile a petición de la Embajada de su país.
Necesidad = oportunidad
El modelo finlandés fue reformado a comienzos de los 70, luego de casi una década de debate parlamentario sobre qué tipo de educación se necesitaba. En los años 50, Finlandia estaba diezmada por las consecuencias de la Segunda Guerra Mundial, y su economía básicamente agraria tenía como eje la explotación forestal. Se requerían nuevas competencias y el acuerdo fue dárselas a toda la población, no a los más ricos ni a los mejores.
Hoy, el país no solo figura como uno de los mejor educados, sino que también acumula envidiables índices en felicidad, competitividad e innovación.
Tony Wagner, doctor en educación y profesor residente del Laboratorio de Innovación de Harvard, se sintió atraído hace un par de años por el exitoso sistema y viajó a realizar el premiado documental El fenómeno finlandés. Durante dos semanas visitó escuelas, participó en clases, se entrevistó con autoridades, niños, profesores y padres, y vio sobre el terreno otra de las claves del milagro local: la importancia que se le da al profesor.
Ser maestro en Finlandia es más difícil que convertirse en ingeniero o doctor. Solo uno de cada diez aspirantes a estudiar pedagogía logran ingresar, y quienes quieren ejercer la profesión necesitan como mínimo tener un grado de magíster en educación. Nadie se hace rico siendo profesor, pero las brechas salariales son mínimas en ese país, donde la mitad de los egresados opta por una educación técnica y no profesional.
“Finlandia cambió su educación no a partir de una crisis por los bajos resultados en pruebas internacionales, sino por una necesidad real –destaca Wagner–. Y cuando un país acuerda poner la educación en primer lugar hay que tomar medidas, como cerrar el 80 por ciento de las escuelas de pedagogía y dejarlas solo en las universidades de élite. Así te aseguras de que solo los mejores lleguen a ser profesores y de que, dada su formación intelectual, no requieran de un proceso externo de evaluación”.
En Finlandia, destacan todos, no existe un sistema estatal de evaluación docente. Cada profesor está constantemente investigando y auditando su propio desempeño, sin necesidad de que lo controle una autoridad más allá de su propia comunidad escolar. Además, el currículo nacional de materias es –en palabras del experto de Harvard– “absurdamente” pequeño, y cada escuela tiene libertad para adoptar uno complementario, con énfasis en las artes, la tecnología o las lenguas. La metodología también está abierta a la innovación.
Marleen Westermeyer, chilena de 21 años y estudiante de Pedagogía en la Universidad de la Frontera, tuvo la oportunidad de pasar un semestre allá gracias a una beca del Ministerio de Educación finlandés. “Lo primero que llama la atención es que todos los niños y el profesor se quitan los zapatos. En otras palabras, el aula es un espacio donde no hay ni siquiera la represión simbólica de usar calzado. Tampoco se usa uniforme, el pelo puede ser largo en los hombres o de colores en las niñas, y las uñas pintadas dan igual”, comenta ella.
Ser maestro en Finlandia es más difícil que convertirse en ingeniero o doctor. Solo uno de cada diez aspirantes a estudiar pedagogía logran ingresar.
“Recuerdo una clase de literatura, de sexto, donde hablaban de Aleksis Kivi, autor de Los siete hermanos, el libro más importante del país. La lección consistió en pasar el video de una representación teatral de esa obra, ¡protagonizada por el profesor cuando era estudiante! Ese es el tipo de cosas que un alumno no olvida jamás”, sentencia Westermeyer.
Finlandia es uno de los países con los salones más bulliciosos del mundo y donde la palabra está menos tiempo a cargo del profesor. La estudiante chilena, que pudo ver eso, destaca además que los contenidos se trabajan como “proyectos” más que como clases lectivas, dejando tiempo al profesor para que trabaje con los rezagados, y que en el desarrollo de esos proyectos se valora la integración de diversos recursos, la cooperación y la originalidad. Por ejemplo, después de la exhibición del video donde el profesor se exponía sin pudor ante sus alumnos vino el encargo de hacer una pequeña película sobre otro libro que debían leer.
Westermeyer también recuerda que cuando se trataba de materias técnicas, como artes manuales, el nivel de los niños de 12 años era revelador. “Manejaban máquinas Bosch para trabajar la madera sin problemas, sin miedo y con total responsabilidad. Tienen la madurez para responder a la confianza que se les da”, cuenta.
“Quizás nuestro secreto es la confianza –concede la académica Emilia Ahvenjärvi–. Confiamos en que la escuela más próxima a nuestra casa será buena, en que el profesor sabrá enseñar y en que el niño aprenderá. Es una particularidad de nuestra sociedad que recién descubrimos hace un par de años, después de tratar de responder tantas veces a las preguntas sobre el secreto de nuestra educación. Yo he visto que en otros países eso no se da. Siempre hay desconfianza, necesidad de hacer rankings, de segregar, de hacer más pruebas para saber qué alumno es mejor, qué profesor es mejor, qué escuela es mejor. Las pruebas segregan y no son la solución”.
El sistema de evaluación es otra de las particularidades del esquema finlandés. Los objetivos de aprendizaje no se miden por las materias aprendidas, sino por la constante interacción de esos contenidos con otros aspectos, como la socialización o la resolución de problemas. De hecho, las pruebas formales de materias específicas suelen iniciarse recién en el quinto año de educación básica.
“Allá todo es peculiar: los niños empiezan la escuela un año más tarde, tienen jornadas más cortas, el año escolar es más breve y dejan apenas el 10 por ciento de las tareas para el hogar. Aún así, sus marcadores son los más altos . Y, además, tienen más tiempo para jugar y hacer actividades extraescolares, algo que, como muestran las investigaciones, es casi tan importante para el desarrollo como la educación formal”, destaca Wagner, coautor de El fenómeno finlandés.
Este experto se ha transformado en uno de los mayores críticos del sistema estadounidense, basado en tratar de obtener buenos resultados en las mismas pruebas donde Finlandia se destacó sin proponérselo. “Seguimos creyendo que incrementar los puntajes en las pruebas mejorará el desempeño de un país. Y el problema es que esos resultados no nos dicen absolutamente nada sobre el mundo del trabajo o la capacidad de los ciudadanos para adaptarse al siglo XXI –afirma–. En segundo lugar, como profesores hacemos apuestas tan altas por esas pruebas que estamos pervirtiendo los incentivos de nuestro sistema educativo. ¿Por qué? Porque realmente hay un solo currículo en nuestra escuela: la preparación de las pruebas. En Estados Unidos estamos muy equivocados, y lo peor es que casi todo el mundo nos está siguiendo”.
La Ocde, creadora de las pruebas Pisa, también tiene claro que la evaluación debe cambiar. De hecho, el test que se aplica cada tres años viene aplicando categorías nuevas, como una enfocada a medir el grado de felicidad y otra sobre la resolución de problemas en forma creativa.
En el caso de Colombia, los estudiantes de colegios del país obtuvieron el último lugar en nuevos resultados de pruebas Pisa. Los resultados muestran una relación directa con el entorno socio-económico de los jóvenes. (Vea la noticia aquí)
La inmigración, un desafío
Mientras tanto, los profesores finlandeses siguen liderando un constante proceso de autocuestionamiento e innovación. “Tenemos nuevos desafíos, como integrar a la inmigración –dice Emilia Ahvenjärvi–. Debemos capacitar al profesorado para esa realidad, y por eso es importante estrechar lazos con el resto del mundo. Hoy, el intercambio en educación es para nosotros un sector económico más”.
En Finlandia no se preguntan demasiado sobre los índices internacionales que los revelaron al mundo en el 2000, pero que en el 2012 los sacaron de los primeros puestos del ranking Pisa, cediendo espacio a naciones asiáticas. En el país escandinavo están ocupados planteándose objetivos que todavía no tienen medición.
ntonces, se pregunta uno, oyendo la letanía de los que saben, ¿a qué se debe que la educación colombiana sea mala?
–A varios factores –me contesta el profesor Ramírez Vallejo–. En primer lugar, la baja calidad de los profesores. Parte de ello obedece a que no se puede medir su desempeño porque pertenecen al antiguo estatuto de contratación de maestros estatales, que impide su evaluación.
Salí a averiguar qué diablos es eso. Resulta que en Colombia la carrera de docente oficial, para colegios y universidades, se rige por dos normas distintas: un decreto de 1979, que ya tiene 35 años de viejo, conocido como “el estatuto antiguo”, y la Ley 715 del 2001, “el nuevo estatuto”. Esa ley creó un sistema por el cual al maestro se le paga según su calidad y su desempeño en el trabajo, medidos por evaluaciones periódicas.
–Lo malo –añade Ramírez– es que la gran mayoría de profesores pertenece al estatuto antiguo, anterior al 2001, lo cual impide la evaluación y obliga a que el salario de un maestro no se determine por su capacidad sino por su antigüedad. Es que los viejos profesores no aceptaron que la reforma fuera retroactiva y, en consecuencia, a ellos no se los puede evaluar. Lo más grave es que, según el Consejo Privado de Competitividad, tendremos que esperar 25 años más para que se retire el último de los profesores del estatuto antiguo.
–También es cierto –añade el profesor Pedro Bossio de la Espriella– que las universidades privadas, por su parte, están contratando profesores externos, sin raíces en la institución ni vínculos con ella, para poder pagarles unos sueldos miserables.
A su turno, el presidente de la Federación Colombiana de Educadores, Luis Alberto Gruber, le echa a la politiquería el muerto de la mala calidad de la docencia. “Ser profesor es el escampadero de más de un desempleado”, dice el señor Gruber. Aquí nombran maestro a cualquiera que tenga un padrino político.
Qué dice el Gobierno. La pertinencia
–No hay nada más lejano de la realidad –replica Patricia Martínez Barrios, viceministra de Educación Superior–. Precisamente porque, desde hace trece años, la Ley 715 nos obliga a llenar las vacantes de profesores oficiales con concursos de méritos.
El viceministro de Educación Básica, Julio Alandete, me informa que de aquí al año 2018 tendrán que retirarse 32 mil maestros oficiales por llegar a los 65 años, edad de retiro forzoso. “Vamos a cubrir esos cargos con gente de altísima calidad y verdaderos profesionales”, dice Alandete.
Regreso con el profesor Ramírez Vallejo, quien prosigue diciendo que otro factor de mala calidad en la educación colombiana es la falta de pertinencia. Para decirlo en palabras cristianas, la pertinencia consiste en que te enseñen lo que necesitas saber para ganarte la vida. Que lo aprendido corresponda a los empleos que están ofreciendo. “Si estudias en la escuela de gastronomía”, dice Ramírez, a manera de ejemplo, “¿qué ganas con aprender a preparar la mejor arepa de huevo del mundo, si el restaurante de tu familia queda en Pasto?”.
Ya entendí. Que si piensas trabajar en Armenia, no te metas a estudiar biología marina. Pensando en la pertinencia, uno se pregunta si Colombia está produciendo los profesionales que necesita.
–Infortunadamente –me responde Ramírez– la respuesta es un sólido no. En los ejercicios que hemos hecho en Barranquilla, Bucaramanga, Bogotá, y en tantas otras regiones, es frecuente encontrar que no hay relación entre lo que necesitan las empresas y lo que ofrecen los profesionales. Esto genera sobrecostos y pérdida de competitividad empresarial, pues hay que reentrenar a los egresados.
Garajes y presupuestos
Sin embargo, en los últimos años se ha visto un incremento masivo de la oferta universitaria. Como dice la gente, el país se llenó de universidades de garaje. La viceministra Martínez Barrios revela que en Colombia hay 286 entidades de educación superior. De ellas, 80 son universidades y el resto son instituciones de diversa naturaleza.
Como si fuera poco, existen otros 3.000 organismos llamados con elegancia “centros de formación para el trabajo y desarrollo humano”, que incluyen diplomas de criminalística, belleza, peluquería, ciencias forenses o ambientales, contabilidad, sistemas. Aunque usted no lo crea, entre todos suman 13.000 programas educativos con más de un millón de alumnos. Reina el caos. Las secretarías regionales de Educación no vigilan ni controlan a nadie.
No. Ellos se harán esa pregunta –jugando con triángulos y cuadrados de papel de colores– porque un profesor les pedirá imaginar lo inimaginable y, de paso, llegar por ellos mismos a lo que Pitágoras declaró 22 siglos atrás. Calcular la hipotenusa de un triángulo rectángulo es algo que los niños finlandeses, beneficiarios del mejor sistema de educación del mundo, saben hacer y no recitar. Es algo que tuvieron que descubrir y no memorizar.
El mundo entero se ha empeñado en entender el sentido que se le da al aprendizaje en Finlandia desde que la primera prueba Pisa, aplicada en el 2000 por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (Ocde), demostró que ese país nórdico, de apenas cinco millones de habitantes, tenía el mejor sistema educativo.
Pisa, el Programa para la Evaluación Internacional de Alumnos (sigla en inglés), se aplica actualmente en 65 países para evaluar las competencias de las personas de 15 años en las áreas de lenguaje, matemática y ciencias. El sentido del examen no es medir conocimientos específicos, sino qué tan preparados para la vida adulta están los jóvenes; en otras palabras, cómo aplican lo que han aprendido en las escuelas hasta esa edad.
“Todo el mundo cree que tiene el mejor sistema hasta que decide comparar. Y lo que sucedió con Finlandia fue una sorpresa para ellos también. No sabemos exactamente cuál es la variable que lleva al éxito de un sistema educacional, porque no hay una fórmula mágica, pero el caso finlandés es perfecto para ver que la conjunción de muchas variables únicas puede llevar a algo asombroso”, comenta desde París el analista Pablo Zoido, de Pisa.
El experto de la Ocde, organización que agrupa a las economías más desarrolladas del mundo, destaca en primer lugar que el modelo finlandés es muy inclusivo, pues no existe la selección de estudiantes. Más del 90 por ciento de las escuelas son públicas y dependen de los municipios, de manera que los niños se matriculan –por ley– en la que tienen más cerca de su casa, reflejando también la escasa segregación social del país. Que el hijo de un doctor estudia junto al hijo de un albañil es un leitmotiv educacional.
La República de Finlandia, al noreste de Europa, es uno de los paises con mejores índices de calidad de vida y crecimiento económico.
Otro factor muy propio de Finlandia es que se retrasa el inicio de la escolaridad básica hasta los 7 años. Según los estudios cognitivos realizados a los niños, solo en ese momento del desarrollo de los niños es adecuado comenzar a leer.
“La tendencia mundial es que la escolarización comience cada vez más temprano –dice el especialista de la Ocde–, pero Finlandia ya es un caso real de estudio solo por retrasarla”.
En la educación preescolar, que dura obligatoriamente un año y que se imparte en jardines infantiles o en la casa de educadores certificados, solo se realiza estimulación temprana de la socialización. En Finlandia nadie busca tener niños genios para presumir ante los amigos o para postularlos a un colegio de élite, porque no hay.
“Se respeta mucho el ritmo de cada niño. Para nosotros es muy importante la atención especial de los niños que requieren más ayuda. También tenemos niños hiperquinéticos (hiperactivos) o con déficit de atención, pero no los obligamos a tomar clases separadas", asegura Emilia Ahenjarvi, académica finlandesa.
Tenemos un equipo de apoyo que trabaja con ellos dentro de la misma clase, desde muy temprana edad. Por eso, nunca un niño repetirá el curso, lo que afectaría su autoestima. A lo sumo cursará un último año de escolaridad básica -un décimo año, pues el ciclo dura hasta el noveno- antes de ir a la secundaria”, apunta Emilia Ahvenjärvi, académica finlandesa que visitó Chile a petición de la Embajada de su país.
Necesidad = oportunidad
El modelo finlandés fue reformado a comienzos de los 70, luego de casi una década de debate parlamentario sobre qué tipo de educación se necesitaba. En los años 50, Finlandia estaba diezmada por las consecuencias de la Segunda Guerra Mundial, y su economía básicamente agraria tenía como eje la explotación forestal. Se requerían nuevas competencias y el acuerdo fue dárselas a toda la población, no a los más ricos ni a los mejores.
Hoy, el país no solo figura como uno de los mejor educados, sino que también acumula envidiables índices en felicidad, competitividad e innovación.
Tony Wagner, doctor en educación y profesor residente del Laboratorio de Innovación de Harvard, se sintió atraído hace un par de años por el exitoso sistema y viajó a realizar el premiado documental El fenómeno finlandés. Durante dos semanas visitó escuelas, participó en clases, se entrevistó con autoridades, niños, profesores y padres, y vio sobre el terreno otra de las claves del milagro local: la importancia que se le da al profesor.
Ser maestro en Finlandia es más difícil que convertirse en ingeniero o doctor. Solo uno de cada diez aspirantes a estudiar pedagogía logran ingresar, y quienes quieren ejercer la profesión necesitan como mínimo tener un grado de magíster en educación. Nadie se hace rico siendo profesor, pero las brechas salariales son mínimas en ese país, donde la mitad de los egresados opta por una educación técnica y no profesional.
“Finlandia cambió su educación no a partir de una crisis por los bajos resultados en pruebas internacionales, sino por una necesidad real –destaca Wagner–. Y cuando un país acuerda poner la educación en primer lugar hay que tomar medidas, como cerrar el 80 por ciento de las escuelas de pedagogía y dejarlas solo en las universidades de élite. Así te aseguras de que solo los mejores lleguen a ser profesores y de que, dada su formación intelectual, no requieran de un proceso externo de evaluación”.
En Finlandia, destacan todos, no existe un sistema estatal de evaluación docente. Cada profesor está constantemente investigando y auditando su propio desempeño, sin necesidad de que lo controle una autoridad más allá de su propia comunidad escolar. Además, el currículo nacional de materias es –en palabras del experto de Harvard– “absurdamente” pequeño, y cada escuela tiene libertad para adoptar uno complementario, con énfasis en las artes, la tecnología o las lenguas. La metodología también está abierta a la innovación.
Marleen Westermeyer, chilena de 21 años y estudiante de Pedagogía en la Universidad de la Frontera, tuvo la oportunidad de pasar un semestre allá gracias a una beca del Ministerio de Educación finlandés. “Lo primero que llama la atención es que todos los niños y el profesor se quitan los zapatos. En otras palabras, el aula es un espacio donde no hay ni siquiera la represión simbólica de usar calzado. Tampoco se usa uniforme, el pelo puede ser largo en los hombres o de colores en las niñas, y las uñas pintadas dan igual”, comenta ella.
Ser maestro en Finlandia es más difícil que convertirse en ingeniero o doctor. Solo uno de cada diez aspirantes a estudiar pedagogía logran ingresar.
“Recuerdo una clase de literatura, de sexto, donde hablaban de Aleksis Kivi, autor de Los siete hermanos, el libro más importante del país. La lección consistió en pasar el video de una representación teatral de esa obra, ¡protagonizada por el profesor cuando era estudiante! Ese es el tipo de cosas que un alumno no olvida jamás”, sentencia Westermeyer.
Finlandia es uno de los países con los salones más bulliciosos del mundo y donde la palabra está menos tiempo a cargo del profesor. La estudiante chilena, que pudo ver eso, destaca además que los contenidos se trabajan como “proyectos” más que como clases lectivas, dejando tiempo al profesor para que trabaje con los rezagados, y que en el desarrollo de esos proyectos se valora la integración de diversos recursos, la cooperación y la originalidad. Por ejemplo, después de la exhibición del video donde el profesor se exponía sin pudor ante sus alumnos vino el encargo de hacer una pequeña película sobre otro libro que debían leer.
Westermeyer también recuerda que cuando se trataba de materias técnicas, como artes manuales, el nivel de los niños de 12 años era revelador. “Manejaban máquinas Bosch para trabajar la madera sin problemas, sin miedo y con total responsabilidad. Tienen la madurez para responder a la confianza que se les da”, cuenta.
“Quizás nuestro secreto es la confianza –concede la académica Emilia Ahvenjärvi–. Confiamos en que la escuela más próxima a nuestra casa será buena, en que el profesor sabrá enseñar y en que el niño aprenderá. Es una particularidad de nuestra sociedad que recién descubrimos hace un par de años, después de tratar de responder tantas veces a las preguntas sobre el secreto de nuestra educación. Yo he visto que en otros países eso no se da. Siempre hay desconfianza, necesidad de hacer rankings, de segregar, de hacer más pruebas para saber qué alumno es mejor, qué profesor es mejor, qué escuela es mejor. Las pruebas segregan y no son la solución”.
El sistema de evaluación es otra de las particularidades del esquema finlandés. Los objetivos de aprendizaje no se miden por las materias aprendidas, sino por la constante interacción de esos contenidos con otros aspectos, como la socialización o la resolución de problemas. De hecho, las pruebas formales de materias específicas suelen iniciarse recién en el quinto año de educación básica.
“Allá todo es peculiar: los niños empiezan la escuela un año más tarde, tienen jornadas más cortas, el año escolar es más breve y dejan apenas el 10 por ciento de las tareas para el hogar. Aún así, sus marcadores son los más altos . Y, además, tienen más tiempo para jugar y hacer actividades extraescolares, algo que, como muestran las investigaciones, es casi tan importante para el desarrollo como la educación formal”, destaca Wagner, coautor de El fenómeno finlandés.
Este experto se ha transformado en uno de los mayores críticos del sistema estadounidense, basado en tratar de obtener buenos resultados en las mismas pruebas donde Finlandia se destacó sin proponérselo. “Seguimos creyendo que incrementar los puntajes en las pruebas mejorará el desempeño de un país. Y el problema es que esos resultados no nos dicen absolutamente nada sobre el mundo del trabajo o la capacidad de los ciudadanos para adaptarse al siglo XXI –afirma–. En segundo lugar, como profesores hacemos apuestas tan altas por esas pruebas que estamos pervirtiendo los incentivos de nuestro sistema educativo. ¿Por qué? Porque realmente hay un solo currículo en nuestra escuela: la preparación de las pruebas. En Estados Unidos estamos muy equivocados, y lo peor es que casi todo el mundo nos está siguiendo”.
La Ocde, creadora de las pruebas Pisa, también tiene claro que la evaluación debe cambiar. De hecho, el test que se aplica cada tres años viene aplicando categorías nuevas, como una enfocada a medir el grado de felicidad y otra sobre la resolución de problemas en forma creativa.
En el caso de Colombia, los estudiantes de colegios del país obtuvieron el último lugar en nuevos resultados de pruebas Pisa. Los resultados muestran una relación directa con el entorno socio-económico de los jóvenes. (Vea la noticia aquí)
La inmigración, un desafío
Mientras tanto, los profesores finlandeses siguen liderando un constante proceso de autocuestionamiento e innovación. “Tenemos nuevos desafíos, como integrar a la inmigración –dice Emilia Ahvenjärvi–. Debemos capacitar al profesorado para esa realidad, y por eso es importante estrechar lazos con el resto del mundo. Hoy, el intercambio en educación es para nosotros un sector económico más”.
En Finlandia no se preguntan demasiado sobre los índices internacionales que los revelaron al mundo en el 2000, pero que en el 2012 los sacaron de los primeros puestos del ranking Pisa, cediendo espacio a naciones asiáticas. En el país escandinavo están ocupados planteándose objetivos que todavía no tienen medición.
ntonces, se pregunta uno, oyendo la letanía de los que saben, ¿a qué se debe que la educación colombiana sea mala?
–A varios factores –me contesta el profesor Ramírez Vallejo–. En primer lugar, la baja calidad de los profesores. Parte de ello obedece a que no se puede medir su desempeño porque pertenecen al antiguo estatuto de contratación de maestros estatales, que impide su evaluación.
Salí a averiguar qué diablos es eso. Resulta que en Colombia la carrera de docente oficial, para colegios y universidades, se rige por dos normas distintas: un decreto de 1979, que ya tiene 35 años de viejo, conocido como “el estatuto antiguo”, y la Ley 715 del 2001, “el nuevo estatuto”. Esa ley creó un sistema por el cual al maestro se le paga según su calidad y su desempeño en el trabajo, medidos por evaluaciones periódicas.
–Lo malo –añade Ramírez– es que la gran mayoría de profesores pertenece al estatuto antiguo, anterior al 2001, lo cual impide la evaluación y obliga a que el salario de un maestro no se determine por su capacidad sino por su antigüedad. Es que los viejos profesores no aceptaron que la reforma fuera retroactiva y, en consecuencia, a ellos no se los puede evaluar. Lo más grave es que, según el Consejo Privado de Competitividad, tendremos que esperar 25 años más para que se retire el último de los profesores del estatuto antiguo.
–También es cierto –añade el profesor Pedro Bossio de la Espriella– que las universidades privadas, por su parte, están contratando profesores externos, sin raíces en la institución ni vínculos con ella, para poder pagarles unos sueldos miserables.
A su turno, el presidente de la Federación Colombiana de Educadores, Luis Alberto Gruber, le echa a la politiquería el muerto de la mala calidad de la docencia. “Ser profesor es el escampadero de más de un desempleado”, dice el señor Gruber. Aquí nombran maestro a cualquiera que tenga un padrino político.
Qué dice el Gobierno. La pertinencia
–No hay nada más lejano de la realidad –replica Patricia Martínez Barrios, viceministra de Educación Superior–. Precisamente porque, desde hace trece años, la Ley 715 nos obliga a llenar las vacantes de profesores oficiales con concursos de méritos.
El viceministro de Educación Básica, Julio Alandete, me informa que de aquí al año 2018 tendrán que retirarse 32 mil maestros oficiales por llegar a los 65 años, edad de retiro forzoso. “Vamos a cubrir esos cargos con gente de altísima calidad y verdaderos profesionales”, dice Alandete.
Regreso con el profesor Ramírez Vallejo, quien prosigue diciendo que otro factor de mala calidad en la educación colombiana es la falta de pertinencia. Para decirlo en palabras cristianas, la pertinencia consiste en que te enseñen lo que necesitas saber para ganarte la vida. Que lo aprendido corresponda a los empleos que están ofreciendo. “Si estudias en la escuela de gastronomía”, dice Ramírez, a manera de ejemplo, “¿qué ganas con aprender a preparar la mejor arepa de huevo del mundo, si el restaurante de tu familia queda en Pasto?”.
Ya entendí. Que si piensas trabajar en Armenia, no te metas a estudiar biología marina. Pensando en la pertinencia, uno se pregunta si Colombia está produciendo los profesionales que necesita.
–Infortunadamente –me responde Ramírez– la respuesta es un sólido no. En los ejercicios que hemos hecho en Barranquilla, Bucaramanga, Bogotá, y en tantas otras regiones, es frecuente encontrar que no hay relación entre lo que necesitan las empresas y lo que ofrecen los profesionales. Esto genera sobrecostos y pérdida de competitividad empresarial, pues hay que reentrenar a los egresados.
Garajes y presupuestos
Sin embargo, en los últimos años se ha visto un incremento masivo de la oferta universitaria. Como dice la gente, el país se llenó de universidades de garaje. La viceministra Martínez Barrios revela que en Colombia hay 286 entidades de educación superior. De ellas, 80 son universidades y el resto son instituciones de diversa naturaleza.
Como si fuera poco, existen otros 3.000 organismos llamados con elegancia “centros de formación para el trabajo y desarrollo humano”, que incluyen diplomas de criminalística, belleza, peluquería, ciencias forenses o ambientales, contabilidad, sistemas. Aunque usted no lo crea, entre todos suman 13.000 programas educativos con más de un millón de alumnos. Reina el caos. Las secretarías regionales de Educación no vigilan ni controlan a nadie.