El último fin de semana culminó la sexta edición del Festival del Bosque en la ciudad de La Plata. En realidad, se trata de la primera con este nombre. Antes se llamaba Festival Internacional de Folklore Buenos Aires (Fifba). Era el encuentro musical bonaerense, impulsado y producido por el estado provincial, dedicado a la música nativa. Incluso, en las primeras ediciones se hizo especial énfasis en la participación de artistas y músicas de la región. Con los años, el público lo identificó como "el festival del bosque" y tomó un perfil muy propio, según el criterio de sus organizadores y programadores, más ligado a la diversidad, con gran protagonismo de esa mixtura de límites difusos entre nuevas tendencias, esnobismo y rarezas que un oído atento puede descubrir en algún lugar del planeta (especialmente en América latina) y traer a uno de los tres escenarios que tiene el festival. En líneas generales, todo ese cambio gradual ha sido positivo, con grillas de muy buena calidad, que lo han ubicado en la agenda de festivales argentinos como uno de los más interesantes. Además es gratuito y actualmente convoca a más de 50.000 personas por día. Su última edición, con menos presupuesto, menos cantidad de artistas y sin shows en horarios superpuestos tuvo una programación variada y muy bien equilibrada.
Quizá lo que se pueda hacer, como lectura paralela, es pensar si algunas de las novedosas propuestas artísticas que actualmente pasan por sus escenarios se convertirán, el día de mañana, en parte de un folklore; así como hoy es considerado folklórico lo que hacen el Chaqueño Palavecino y Ramón Ayala (sólo por nombrar a dos de los que estuvieron en la última edición platense).
¿Lo que escuchamos hoy, en este festival o en cualquier otro escenario, el día de mañana será identificado como parte de un folklore?
Actualmente, la diversidad no es folklore sino tendencia. Lo vemos y escuchamos el fin de semana en La Plata o en la madrugada de hoy en Ciudad Cultural Konex, donde la Peña de los Copla convocaba (además del Dúo Coplanacu, por supuesto) a la Santadiabla y a la Babel Orkesta.
Por definición, el folklore es ese conjunto de creencias, costumbres y saberes tradicionales de un pueblo. Especialmente cuando están muy arraigados y son embajadoras de un lugar o son elementos que participan en la descripción de una región.
Las zambas y las chacareras, además de ser danzas folklóricas, están asociadas al noroeste argentino. Las cuecas a Cuyo. Los chamamés, al Litoral. Las milongas, a la región pampeana. Los gatos no reconocen territorio, pasean por todo el país.
Hace cinco décadas, esto escribía el musicólogo Carlos Vega (una eminencia en nuestro país) sobre la canción folklórica: "Es la canción antigua exclusiva de los grupos rurales más o menos aislados y conservadores que viven en los Estados modernos. Por lo común se trata de expresiones que durante su función en los altos centros superiores perdieron vigencia y consumidores. Estos centros superiores no son obligatoriamente los europeos. Los pueblos aborígenes de «alta cultura», en general, no pierden todos sus bienes espirituales bajo la ocupación europea; la canción primitiva puede pasar a la situación folklórica conservando su pureza o participando en mezclas".
Lo que pasa es que cuando el prestigioso académico escribió esto no existía el mundo globalizado ni las redes sociales. Hoy, las costumbres duran poco y no llegan a ser tradiciones. Según la lúcida reflexión de Suma Paz, la música popular incorpora elementos con gran rapidez y luego los expulsa. En cambio, el folklore tarda más en incorporarlos, pero una vez que lo hace, los asimila y se los queda. Interesante distinción la que hacía Suma, porque de eso se trata la construcción de tradición.
¿Lo vertiginoso del ritmo actual seguirá permitiendo la construcción de "folklores"? Semanas atrás, durante una charla con LA NACION, el compositor y guitarrista Juan Falú decía: "Siempre pensé, por ejemplo, que ante la globalización hay que saber dar un paso atrás para fortalecer las identidades".
¿Lo que entendemos por música folklórica ha quedado circunscrito a un período determinado? El tradicionalismo contribuyó a esto. Los encuentros tradicionalistas de música son (si dejamos de lado los fanatismos) necesarios por convertirse en custodios de la historia de un pueblo. Es una suerte que existan festivales chamameceros donde se evita la amplificación o encuentros payadoriles en la provincia de Buenos Aires.
Sin embargo, hace cuarenta o cincuenta años muchos comenzaron a tomar distancia y mirar de reojo a la pilcha gaucha como condición excluyente para subir a un escenario. Y eso también ha sido una suerte porque el folklore debe mirar al futuro para seguir incorporando elementos que acrecienten y actualicen su acervo.
Hasta mediados de la década del sesenta lo que se entendía por canción folklórica refería a la relación del hombre con el paisaje, en algunos casos a amores y desencuentros, y, en menor medida, a situaciones de la vida cotidiana.
A partir de ese momento, entre las obras conceptuales de Yupanqui (con El payador perseguido a la cabeza) y el Manifiesto del Nuevo Cancionero impulsado por un grupo de inquietos artistas, se incorporó el contenido social a la canción criolla. Porque nadie podrá decir que lo que José Larralde y Horacio Guarany cantaron en los setenta no era considerado folklórico.
Mercedes Sosa, que fue una de las impulsoras del Nuevo Cancionero, supo ver y asimilar estas expresiones en su repertorio. De hecho, su último disco, aunque no es un álbum estrictamente folklórico, recopila canciones de contenido social (se llama Ángel, fue lanzado esta última semana, a cinco años de su muerte, y reseñado en la página 4).
¿Hasta cuándo la canción folklórica incorporó elementos? ¿Hasta el Manifiesto del Nuevo Cancionero? ¿Hasta el ingreso de la batería en los escenarios festivaleros de verano, instrumento que al principio causó rechazo? ¿O continúa haciéndolo, discretamente sin que nos demos cuenta?
Porque folklore también es aquello que se convierte en tradición sin llamar demasiado la atención; o aquello que tímidamente llamamos "de raíz" porque suena folklórico pero no se ciñe a la cantidad de compases de una chacarera o una zamba. Ojalá que muchas más cosas de las que imaginamos sean parte del folklore; solo nos falta tiempo (un par de décadas) para reconocerlas.
Cualquier opinión o consejo pueden dejarlo en los comentarios. GRACIAS
A Vidalcordoba's copypaste. All rights reserved.

Quizá lo que se pueda hacer, como lectura paralela, es pensar si algunas de las novedosas propuestas artísticas que actualmente pasan por sus escenarios se convertirán, el día de mañana, en parte de un folklore; así como hoy es considerado folklórico lo que hacen el Chaqueño Palavecino y Ramón Ayala (sólo por nombrar a dos de los que estuvieron en la última edición platense).
¿Lo que escuchamos hoy, en este festival o en cualquier otro escenario, el día de mañana será identificado como parte de un folklore?
Actualmente, la diversidad no es folklore sino tendencia. Lo vemos y escuchamos el fin de semana en La Plata o en la madrugada de hoy en Ciudad Cultural Konex, donde la Peña de los Copla convocaba (además del Dúo Coplanacu, por supuesto) a la Santadiabla y a la Babel Orkesta.
Por definición, el folklore es ese conjunto de creencias, costumbres y saberes tradicionales de un pueblo. Especialmente cuando están muy arraigados y son embajadoras de un lugar o son elementos que participan en la descripción de una región.
Las zambas y las chacareras, además de ser danzas folklóricas, están asociadas al noroeste argentino. Las cuecas a Cuyo. Los chamamés, al Litoral. Las milongas, a la región pampeana. Los gatos no reconocen territorio, pasean por todo el país.

Hace cinco décadas, esto escribía el musicólogo Carlos Vega (una eminencia en nuestro país) sobre la canción folklórica: "Es la canción antigua exclusiva de los grupos rurales más o menos aislados y conservadores que viven en los Estados modernos. Por lo común se trata de expresiones que durante su función en los altos centros superiores perdieron vigencia y consumidores. Estos centros superiores no son obligatoriamente los europeos. Los pueblos aborígenes de «alta cultura», en general, no pierden todos sus bienes espirituales bajo la ocupación europea; la canción primitiva puede pasar a la situación folklórica conservando su pureza o participando en mezclas".

Lo que pasa es que cuando el prestigioso académico escribió esto no existía el mundo globalizado ni las redes sociales. Hoy, las costumbres duran poco y no llegan a ser tradiciones. Según la lúcida reflexión de Suma Paz, la música popular incorpora elementos con gran rapidez y luego los expulsa. En cambio, el folklore tarda más en incorporarlos, pero una vez que lo hace, los asimila y se los queda. Interesante distinción la que hacía Suma, porque de eso se trata la construcción de tradición.
¿Lo vertiginoso del ritmo actual seguirá permitiendo la construcción de "folklores"? Semanas atrás, durante una charla con LA NACION, el compositor y guitarrista Juan Falú decía: "Siempre pensé, por ejemplo, que ante la globalización hay que saber dar un paso atrás para fortalecer las identidades".
¿Lo que entendemos por música folklórica ha quedado circunscrito a un período determinado? El tradicionalismo contribuyó a esto. Los encuentros tradicionalistas de música son (si dejamos de lado los fanatismos) necesarios por convertirse en custodios de la historia de un pueblo. Es una suerte que existan festivales chamameceros donde se evita la amplificación o encuentros payadoriles en la provincia de Buenos Aires.
Sin embargo, hace cuarenta o cincuenta años muchos comenzaron a tomar distancia y mirar de reojo a la pilcha gaucha como condición excluyente para subir a un escenario. Y eso también ha sido una suerte porque el folklore debe mirar al futuro para seguir incorporando elementos que acrecienten y actualicen su acervo.
Hasta mediados de la década del sesenta lo que se entendía por canción folklórica refería a la relación del hombre con el paisaje, en algunos casos a amores y desencuentros, y, en menor medida, a situaciones de la vida cotidiana.
A partir de ese momento, entre las obras conceptuales de Yupanqui (con El payador perseguido a la cabeza) y el Manifiesto del Nuevo Cancionero impulsado por un grupo de inquietos artistas, se incorporó el contenido social a la canción criolla. Porque nadie podrá decir que lo que José Larralde y Horacio Guarany cantaron en los setenta no era considerado folklórico.
Mercedes Sosa, que fue una de las impulsoras del Nuevo Cancionero, supo ver y asimilar estas expresiones en su repertorio. De hecho, su último disco, aunque no es un álbum estrictamente folklórico, recopila canciones de contenido social (se llama Ángel, fue lanzado esta última semana, a cinco años de su muerte, y reseñado en la página 4).
¿Hasta cuándo la canción folklórica incorporó elementos? ¿Hasta el Manifiesto del Nuevo Cancionero? ¿Hasta el ingreso de la batería en los escenarios festivaleros de verano, instrumento que al principio causó rechazo? ¿O continúa haciéndolo, discretamente sin que nos demos cuenta?
Porque folklore también es aquello que se convierte en tradición sin llamar demasiado la atención; o aquello que tímidamente llamamos "de raíz" porque suena folklórico pero no se ciñe a la cantidad de compases de una chacarera o una zamba. Ojalá que muchas más cosas de las que imaginamos sean parte del folklore; solo nos falta tiempo (un par de décadas) para reconocerlas.

Cualquier opinión o consejo pueden dejarlo en los comentarios. GRACIAS


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