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El protagonista de esta historia es Jeremiah Heaton, un anónimo policía estatal de Virginia padre de tres hijos. En una de esas charlas típicas de padres e hijos, le dijo a su hija, entonces de seis años, que si quería podría llegar a ser lo que quisiera. Y la niña le respondió “¿Puedo ser una princesa?”. Jeremiah asintió y le dijo que por supuesto, pero en vez de olvidarse inmediatamente de la intrascendente conversación, o decirle a la niña que ella siempre sería su princesa y tal o cualquiera de las otras dos mil opciones sencillas e inocuas que tenía a mano, el tío se lo tomó en serio. Pero se lo tomó en serio desde el punto de vista geopolítico. Se puso manos a la obra y trató de hallar la manera de hacer realidad el deseo de su hija. ¿De dónde podría ser princesa una pequeña cría de Virginia? Pues de algún lugar que no pertenezca a nadie. Imagino que como cualquier otro habitante de un país industrializado, buscó en Google tierras sin reclamar y encontró las dos que hay, la de Marie Byrd en la Antártida y Bir Tawil. Una vez más, en vez de celebrar una ceremonia simbólica, como el que le pone el nombre de su nene a una estrella o cursiladas así, el señor Heaton, padre y friki, decidió llegar hasta el final.




Así que le dijo a Emily y sus otros dos hijos que diseñaran una bandera para la familia (que resultó ser sospechosamente parecida a la de su estado natal, Virginia), al cabo de unos meses reservó vuelo a Egipto (imagino que viajó hasta Abu Simbel, el aeropuerto más cercano), se unió a una caravana y el 16 de junio, día del séptimo cumpleaños de Emily, y tras catorce horas de viaje en caravana por el desierto, procedió a tomar posesión del desértico enclave clavando el estandarte familiar en el disputado territorio (y anunciándolo en Facebook, como debe ser), y se autoproclamó rey del lugar, convirtiendo así a Emily en princesa del lugar, y cumpliendo de más improbable de las maneras la promesa que le había hecho a su hija meses antes. “Como padre, uno nunca sabe qué caminos va a tener que recorrer por sus hijos”, declaró a Heaton a la prensa al regreso de su viaje.



Jeremiah no es el primero que reivindica el territorio (en Internet ha habido varias webs donde uno podía inscribirse como ciudadano de un estado imaginario situado allí), pero que se sepa sí que es el primero que viaja hasta el lugar para tomar posesión efectiva de él. Como el lector imaginará, la fuerza internacional de la reivindicación tiende a cero y nadie reconocerá nunca el estado desértico de Sudán del Norte regido por una niña de siete años de Virginia, pero queda la anécdota del tipo que se cruzó medio planeta y un desierto para cumplir la palabra dada. Ya son ganas. Honor y gloria a las mentes geográficamente disfuncionales de este mundo.