El orgullo de ser chileno
Eso es lo que nos falta, entre otras cosas, para ser un país desarrollado. El sentido de pertenencia y el orgullo por lo que somos y hemos construido nos genera una actitud distinta frente a nuestro trabajo, nuestra vida familiar y también social. Lo que nos falta no es hacer más, sino que hacer distinto y eso supone pararse en supuestos diferentes a los que tenemos hoy.
Esto que parece ser tan etéreo se traduce en cosas bien simples: denostar el vandalismo, el rayado de muros, iglesias o paraderos, conocer nuestra historia, nuestro patrimonio cultural, valorar nuestros pueblos originarios y defender la institucionalidad que hemos creado, independiente del bando político en que uno se encuentre.
Tenemos que dejar de darnos explicaciones y excusas de lo que podemos o no podemos hacer, de lo que somos y lo que no somos. Tenemos que mirar al futuro y aspirar a construir grandes cosas y creer (con convicción) de que podemos lograrlas.
Uno podría ejemplificarlo en el fútbol, pero hoy les quiero hablar de cómo impacta esto en el desarrollo del turismo en Chile.
El potencial turístico de nuestro país es enorme: tenemos el desierto más árido del mundo; más de 6 mil kilómetros de costa; 15.790 lagos y lagunas; más de 24 mil glaciares; 139 volcanes activos; más de 3 mil islas e islotes y más de 1.500 cumbres sobre las 4 mil metros. Sorprendente ¿o no? Pero no sólo tenemos una riqueza natural privilegiada que nos permite competir con Nueva Zelanda y Australia, sino que también un enorme patrimonio cultural.
link: https://www.youtube.com/watch?v=vFrDmE-MTcI
¿Sabía usted que Chile cuenta con cinco Sitios que son Patrimonio de la Humanidad? ¿Sabe cuál es ese valor excepcional que se reconoce en ellos? Pese a lo que usted y la mayoría de los chilenos pueden creer, lo que la UNESCO ha reconocido no son los paisajes o parques nacionales con los que salimos a promocionarnos al exterior, sino que son aspectos culturales, mini-civilizaciones o sociedades particulares que se han desarrollado en nuestro país.

El problema, es que cuando visitamos Humberstone o Sewell, vamos a conocer pueblos fantasmas y no las sociedades que se gestaron al interior de esa infraestructura, hoy semi abandonada. Debo reconocer que si uno no se introduce en este mundo de la cultura, el patrimonio y el turismo, no es mucho lo que se sabe de esto y eso es lo que a mí me parece una tragedia que me lleva a reflexionar sobre la incapacidad que hemos tenido de poner en valor lo que somos, nuestra historia y tradiciones.
Desde la perspectiva del turismo, esto tiene un impacto y un efecto sistémico. Por una parte, no nos hace muy buenos anfitriones. Si recibimos un turista, no sabemos muy bien qué lugares o actividades de Santiago recomendarle y el taxista que lo transporta no siempre tiene mucho que contar en su recorrido.
Por otro lado, no hemos invertido lo suficiente en potenciar nuestros atractivos y desarrollar productos turísticos variados e interesantes. Así, los turistas que visitan nuestro país se concentran en sólo 3 o 4 destinos, los mismos de siempre. Santiago todavía es un lugar de paso y no hemos sido capaces de transmitir, por ejemplo, que San Pedro de Atacama es más que desierto y lagunas altiplánicas, con una oferta cultural y étnica relevante capaz de retener a los turistas, para que no vayan a “buscar cultura” a Bolivia.
En los últimos años se ha avanzado y eso hay que reconocerlo. Se han desarrollado importantes proyectos de restauración y recuperación patrimonial, se ha invertido mucho en las regiones para que éstas potencien sus principales atractivos turísticos y hoy se cuenta con una Estrategia Nacional de Turismo que permite tener una carta de navegación de aquí al 2020.
Mi problema es otro, es la falta de convicción. Es no creerse el cuento de que tenemos un país digno de ser conocido y querido por cualquiera. Que los chilenos también tenemos algo especial, que no es la alegría del brasilero o la cordialidad del colombiano. Los chilenos somos personas de esfuerzo y trabajadoras, muchos de nosotros descendientes de inmigrantes que arrancando de algo llegaron al fin del mundo con lo puesto y con una vida que construirse. Muchos han conocido la severidad de la vida en torno a la pesca o la minería, del oro, el salitre, carbón o cobre. La mayoría de nuestras familias ha perdido a alguien en un terremoto.
Lo que somos como país, nuestros edificios, fiestas, platos típicos, artesanía son un reflejo de lo que nos ha tocado vivir y de la historia que nos hemos construido. Ese es nuestro mayor atractivo y es lo que tenemos que saber mostrar. De lo contrario seguiremos siendo el “secreto mejor guardado del mundo”.