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Así bautizó Horacio Serpa a Hernán Echavarría Olózaga, hace 20 años



Así bautizó Horacio Serpa a Hernán Echavarría Olózaga, hace 20 años, cuando el industrial antioqueño pidió la renuncia del entonces presidente Ernesto Samper, una vez se comprobó el ingreso de US$7 millones del narcotráfico a la campaña samperista.

Serpa era ministro del Interior y se convirtió en el más fiel escudero, para unos, y en el más cercano cómplice, para otros, del Presidente.

Por esas calendas, Echavarría Olózaga debía tener más o menos la misma edad que tiene Serpa hoy, cuando aspira a convertirse en el adalid de la renovación liberal y en la cabeza de lista de su partido para el Senado.

El problema de Serpa no es solo de edad. También es de autoridad moral. El veterano dirigente debería darse por bien servido de haber salido airoso del proceso 8.000 y pasar a un discreto retiro, en lugar de insistir en rencaucharse en cada elección. Y ahora, en una edad en la que la mayoría de los colombianos está jubilado y cuidando a los nietos, pretende llegar al Senado.

Pero más se demoró en anunciar su aspiración a que aparecieran los fantasmas de su tortuoso pasado. Y no cualquier fantasma. Ni más ni menos que William Rodríguez, hijo del exjefe del Cartel de Cali Miguel Rodríguez Orejuela, salió a decir que se reunió en tres oportunidades con el dirigente liberal para darle apoyo electoral. Eso, doctor Horacio, se llama dar papaya.

Ahora, Serpa no es el único ‘viejito gagá’ de nuestra política. El actual presidente del Partido Conservador es Omar Yepes, dirigente caldense, quien frisa la tierna edad de 76 años. El problema de Yepes tampoco es solo el almanaque. Por años este gamonal caldense, junto con el finado Víctor Renán Barco, manejó el roscograma que casi acaba con ese departamento.

Y si en los partidos tradicionales llueve, en el de la U no escampa. Aurelio Iragorri Hormaza a sus 77 añitos está al frente de esta colectividad hoy. Iragorri ha sido uno de los mandamases en el Cauca durante los últimos 30 años y si nos atenemos a la crisis permanente en la que vive ese departamento, se puede concluir que es poco lo que ha hecho este senador vitalicio por su región.

Ni la izquierda se salva de esta política gerontológica. A sus sesenta y pucho de años, doña Clara López se alista para enarbolar la candidatura del Polo Democrático a la Presidencia. Claro que al lado de Serpa, Yepes e Iragorri, Clarita es casi una niña.

Lo cierto es que la presencia de tan veteranos como desgastados dirigentes en la dirección de los partidos más importantes de este país es el mejor reflejo de la decadencia de nuestra política. Se trata de unos movimientos que han perdido todo norte ideológico y se convirtieron en unas máquinas ‘aspiradoras’ de votos y de puestos.

Una democracia sana no puede estar integrada por partidos enfermos como los nuestros, que tienen que recurrir a ‘viejitos gagás’ para revitalizarse. Tampoco podemos pretender que las nuevas generaciones se involucren en la política y participen de la democracia cuando al frente de los partidos están semejantes dinosaurios.

Nuestra democracia precisa una urgente renovación.

Y el primer paso debe ser poner al frente de los partidos a unos dirigentes que en lugar de estar enclavados en el pasado, se sintonicen con el futuro.