Dos peruanos, un alemán, un suizo y dos israelíes participaron de la guerra de Malvinas junto a las fuerzas argentinas, cumpliendo funciones que incluyeron el asesoramiento en la puesta a punto de sistemas de defensa, la reparación de baterías antiaéreas, la instalación de equipos de comunicación y el entrenamiento de oficiales en el uso de misiles soviéticos.
Lo que hace este evento más trascendente es que los germanos, junto a sus pares de la Comunidad Económica Europea (CEE), se habían plegado, el 5 de abril de 1982, al bloqueo de armas que había establecido Inglaterra contra el gobierno de Leopoldo Fortunato Galtieri, al igual que las naciones miembros del Commonwealth y los Estados Unidos.
En tanto, los suizos se habían declarado neutrales pero habían congelado el envío de los equipamientos bélicos adquiridos por el país antes de la guerra y que estaban pendientes de entrega.
Los israelíes, por su parte, se mantuvieron al margen del conflicto públicamente pero, por detrás, abrieron un canal de aprovisionamiento de armamentos que se mantuvo a lo largo de todo el conflicto.
En cambio, los peruanos primero mediaron entre británicos y argentinos y, luego del hundimiento del crucero General Belgrano, el 2 de mayo, se volcaron abiertamente a ayudar al gobierno de Galtieri mediante el envío de equipamientos bélicos propios y la triangulación de los provenientes de Jerusalén.
La ayuda germana. La presencia de un alemán en Malvinas es la más increíble ya que su país se había plegado al bloqueo de armas contra la Argentina. Sin embargo, esto no impidió que el ingeniero Manfred Jentges, de la firma franco-germana Euromissile, viajara a las Malvinas en medio de los bombardeos británicos.
En ese momento, se encontraba de vacaciones en el país cuando el Ejército lo invitó a visitar las estaciones de misiles Roland que estaban en las islas para que ayudara a los militares en lo que pudiera. Así, Jentges viajó el 14 de mayo, por propia voluntad, en medio de los combates, sin que la compañía ni su gobierno lo supieran.
“La empresa no lo mandó, sino que dejó a su criterio si quería ir y él por su cuenta y riesgo viajó voluntariamente, cuando sus dos compañeros franceses se quedaron en Mar del Plata. Su gesto fue muy bueno porque no tenía ninguna obligación de ir”, resalta el por entonces teniente primero (retirado como teniente coronel) Carlos Regalini, quien se desempeñaba en aquel tiempo como jefe de la batería del GADA Mixto 602.
Al día siguiente, miembros del Grupo de Artillería de Defensa Aérea 601 intentaron todo el día trasladar la batería Roland hasta Puerto Argentino para que le reparara una de las placas que le impedían que el grupo electrógeno funcionara correctamente. Finalmente, lograron su cometido a las 18.30.
“Teníamos un problema con el grupo electrógeno del sistema de misiles: se había roto una tarjeta y él vino a repararla. Esto no era un impedimento para que la batería funcionara, porque también trabajábamos con energía común, pero era importante. Su ayuda fue más que importante”, detalla Regalini.
Durante las siguientes dos jornadas, Jentges se dedicó a arreglar los desperfectos técnicos que tenía el equipo, por lo que recién pudo estar operativo nuevamente el 18 de mayo, según consta en el Diario de guerra de la batería Roland, redactado por el subteniente Diego Noguer.
El ingeniero no sólo se dedicó a reparar el grupo electrógeno sino que, también, aprovechó para brindarles información técnica sobre los equipamientos británicos a los oficiales argentinos.
“Nos pasaba unos datos interesantes de sus aviones, misiles antirradar y los armamentos que tenían los británicos. Estaba más con nosotros que con los ingleses”, explica el teniente coronel.
Luego de que concluyó su tarea en Puerto Argentino, Jentges retornó a Comodoro Rivadavia y, después, reanudó sus vacaciones que había abandonado para ayudar a los tropas argentinas.
El armamento soviético. La ayuda peruana se materializó tanto a través de la provisión de armamentos como mediante el envío de oficiales especialistas en artillería de su Fuerza Aérea (FAP) para entrenar a sus pares argentinos.
Así, el 6 de mayo aterrizó en la base aérea de El Palomar un C-130 proveniente de Lima cargado con munición, cohetes, misiles y bombas, entre ellos 120 lanzadores portátiles tierra aire SA-7 Strela 2, de origen soviético.
Junto con esto, arribaron dos oficiales peruanos para entrenar a sus pares en las Malvinas y a un tercero para hacer lo propio con los militares que estaban en Comodoro Rivadavia.
La primera capacitación la dio el teniente Ramírez a un grupo de oficiales y suboficiales en la IX Brigada Aérea de la ciudad chubutense, donde les explicó cómo se utilizaban los misiles.
“Me llevaron adentro de un hangar para la instrucción, todo medio misterioso. Sólo salimos cuando nos explicó de qué manera se encendía el misil y la cabeza buscadora del blanco. Nos dio un manual, una clase teórica y una práctica”, afirma el comodoro (R) Walter Garay quien participó del curso.
Sin embargo, Ramírez no se conformó con eso pidió cruzar a las Malvinas para combatir contra los ingleses, pero la comandancia de la Fuerza Aérea Sur le prohibió que lo hiciera.
“Era muy gaucho y consustanciado con el tema, quería cruzar. Hasta lo tenían que controlar para que no se subiera a un Hércules”, recuerda el brigadier (R) Jaime Ugarte, quien también participó de la capacitación y el 7 de mayo voló rumbo a Puerto Argentino junto a Garay y un grupo de suboficiales.
Sin embargo, otros dos oficiales peruanos tuvieron mejor suerte y cruzaron el 9 de mayo, en forma secreta, a Puerto Argentino y, enseguida, fueron enviados en un helicóptero Bell 212 junto con dos lanzadores y ocho misiles SA-7 a Pradera del Ganso.
“Llegaron los misiles con los técnicos peruanos, casi en forma simultánea, a darnos las clases sobre cómo operar esos misiles que nosotros no teníamos”, afirma el brigadier (R) Wilson Pedrozo, quien estaba a cargo de la Base Aérea Cóndor.
Allí, quedaron a las órdenes del jefe de Operaciones, el vice comodoro (retirado como comodoro) Oscar Vera Mantarás, quien les asignó a los pilotos más jóvenes de Pucará, entre ellos el teniente Hernán Calderón, para que los entrenara y así pudieran operarlos cuando no volaran.
“Los oficiales de la Fuerza Aérea Peruana estuvieron un par de días y le dieron instrucción a un grupo de nuestros aviadores y ellos, después, se lo transmitieron a otros de nuestra base. Tenían unas ganas bárbaras de quedarse y no los dejamos porque no podíamos tenerlos ahí”, resalta.
Finalmente, luego de realizar los cursos con los pilotos regresaron en helicóptero a Puerto Argentino y, desde allí, fueron trasladados en un Hércules hacia Comodoro Rivadavia.
Dos ofertas desechadas
El apoyo de los peruanos e israelíes no sólo se limitó a los hombres que enviaron a las Malvinas sino que, además, sus pilotos se ofrecieron a volar los cazabombarderos y participar de los ataques contra la flota inglesa.
El israelí Shlomo Erez, quien se encontraba en la localidad bonaerense de Tandil entrenando a los oficiales de la Fuerza Aérea, fue uno de los que pidió ir a la guerra, pero no lo dejaron.
“Quería ir a combatir, porque les tenía bronca a los ingleses. Me decía: ‘Mi familia murió en manos de ellos, cómo no voy a querer combatir’. Ellos querían venir y yo no lo podía aceptar, porque sino agrandábamos la guerra”, afirma el brigadier general (R) Teodoro Waldner, quien era el jefe de la Base Aérea de la ciudad.
Una oferta similar hicieron los pilotos peruanos Ernesto Lanao, César Gallo, Augusto Mengoni, Pedro Ávila, Gonzalo Tueros, Pedro Seabra, Mario Núñez del Arco, Marco Carranza, Augusto Barrantes y Rubén Mimbela, de los escuadrones 611 y 612 de las FAP, quienes habían llevado en vuelo desde Arequipa los Mirage V, que su país le había vendido a la Argentina.
Pero no se conformaron con eso y le pidieron al brigadier general Basilio Lami Dozo, comandante en jefe de la Fuerza Aérea, continuar viaje para pelear en la guerra. “Los peruanos querían seguir y presentarse de voluntarios en la guerra de Malvinas. Les dije que no”, concluye el ex miembro de la última Junta Militar


Lo que hace este evento más trascendente es que los germanos, junto a sus pares de la Comunidad Económica Europea (CEE), se habían plegado, el 5 de abril de 1982, al bloqueo de armas que había establecido Inglaterra contra el gobierno de Leopoldo Fortunato Galtieri, al igual que las naciones miembros del Commonwealth y los Estados Unidos.
En tanto, los suizos se habían declarado neutrales pero habían congelado el envío de los equipamientos bélicos adquiridos por el país antes de la guerra y que estaban pendientes de entrega.
Los israelíes, por su parte, se mantuvieron al margen del conflicto públicamente pero, por detrás, abrieron un canal de aprovisionamiento de armamentos que se mantuvo a lo largo de todo el conflicto.
En cambio, los peruanos primero mediaron entre británicos y argentinos y, luego del hundimiento del crucero General Belgrano, el 2 de mayo, se volcaron abiertamente a ayudar al gobierno de Galtieri mediante el envío de equipamientos bélicos propios y la triangulación de los provenientes de Jerusalén.
La ayuda germana. La presencia de un alemán en Malvinas es la más increíble ya que su país se había plegado al bloqueo de armas contra la Argentina. Sin embargo, esto no impidió que el ingeniero Manfred Jentges, de la firma franco-germana Euromissile, viajara a las Malvinas en medio de los bombardeos británicos.
En ese momento, se encontraba de vacaciones en el país cuando el Ejército lo invitó a visitar las estaciones de misiles Roland que estaban en las islas para que ayudara a los militares en lo que pudiera. Así, Jentges viajó el 14 de mayo, por propia voluntad, en medio de los combates, sin que la compañía ni su gobierno lo supieran.
“La empresa no lo mandó, sino que dejó a su criterio si quería ir y él por su cuenta y riesgo viajó voluntariamente, cuando sus dos compañeros franceses se quedaron en Mar del Plata. Su gesto fue muy bueno porque no tenía ninguna obligación de ir”, resalta el por entonces teniente primero (retirado como teniente coronel) Carlos Regalini, quien se desempeñaba en aquel tiempo como jefe de la batería del GADA Mixto 602.
Al día siguiente, miembros del Grupo de Artillería de Defensa Aérea 601 intentaron todo el día trasladar la batería Roland hasta Puerto Argentino para que le reparara una de las placas que le impedían que el grupo electrógeno funcionara correctamente. Finalmente, lograron su cometido a las 18.30.
“Teníamos un problema con el grupo electrógeno del sistema de misiles: se había roto una tarjeta y él vino a repararla. Esto no era un impedimento para que la batería funcionara, porque también trabajábamos con energía común, pero era importante. Su ayuda fue más que importante”, detalla Regalini.
Durante las siguientes dos jornadas, Jentges se dedicó a arreglar los desperfectos técnicos que tenía el equipo, por lo que recién pudo estar operativo nuevamente el 18 de mayo, según consta en el Diario de guerra de la batería Roland, redactado por el subteniente Diego Noguer.
El ingeniero no sólo se dedicó a reparar el grupo electrógeno sino que, también, aprovechó para brindarles información técnica sobre los equipamientos británicos a los oficiales argentinos.
“Nos pasaba unos datos interesantes de sus aviones, misiles antirradar y los armamentos que tenían los británicos. Estaba más con nosotros que con los ingleses”, explica el teniente coronel.
Luego de que concluyó su tarea en Puerto Argentino, Jentges retornó a Comodoro Rivadavia y, después, reanudó sus vacaciones que había abandonado para ayudar a los tropas argentinas.
El armamento soviético. La ayuda peruana se materializó tanto a través de la provisión de armamentos como mediante el envío de oficiales especialistas en artillería de su Fuerza Aérea (FAP) para entrenar a sus pares argentinos.
Así, el 6 de mayo aterrizó en la base aérea de El Palomar un C-130 proveniente de Lima cargado con munición, cohetes, misiles y bombas, entre ellos 120 lanzadores portátiles tierra aire SA-7 Strela 2, de origen soviético.
Junto con esto, arribaron dos oficiales peruanos para entrenar a sus pares en las Malvinas y a un tercero para hacer lo propio con los militares que estaban en Comodoro Rivadavia.
La primera capacitación la dio el teniente Ramírez a un grupo de oficiales y suboficiales en la IX Brigada Aérea de la ciudad chubutense, donde les explicó cómo se utilizaban los misiles.
“Me llevaron adentro de un hangar para la instrucción, todo medio misterioso. Sólo salimos cuando nos explicó de qué manera se encendía el misil y la cabeza buscadora del blanco. Nos dio un manual, una clase teórica y una práctica”, afirma el comodoro (R) Walter Garay quien participó del curso.
Sin embargo, Ramírez no se conformó con eso pidió cruzar a las Malvinas para combatir contra los ingleses, pero la comandancia de la Fuerza Aérea Sur le prohibió que lo hiciera.
“Era muy gaucho y consustanciado con el tema, quería cruzar. Hasta lo tenían que controlar para que no se subiera a un Hércules”, recuerda el brigadier (R) Jaime Ugarte, quien también participó de la capacitación y el 7 de mayo voló rumbo a Puerto Argentino junto a Garay y un grupo de suboficiales.
Sin embargo, otros dos oficiales peruanos tuvieron mejor suerte y cruzaron el 9 de mayo, en forma secreta, a Puerto Argentino y, enseguida, fueron enviados en un helicóptero Bell 212 junto con dos lanzadores y ocho misiles SA-7 a Pradera del Ganso.
“Llegaron los misiles con los técnicos peruanos, casi en forma simultánea, a darnos las clases sobre cómo operar esos misiles que nosotros no teníamos”, afirma el brigadier (R) Wilson Pedrozo, quien estaba a cargo de la Base Aérea Cóndor.
Allí, quedaron a las órdenes del jefe de Operaciones, el vice comodoro (retirado como comodoro) Oscar Vera Mantarás, quien les asignó a los pilotos más jóvenes de Pucará, entre ellos el teniente Hernán Calderón, para que los entrenara y así pudieran operarlos cuando no volaran.
“Los oficiales de la Fuerza Aérea Peruana estuvieron un par de días y le dieron instrucción a un grupo de nuestros aviadores y ellos, después, se lo transmitieron a otros de nuestra base. Tenían unas ganas bárbaras de quedarse y no los dejamos porque no podíamos tenerlos ahí”, resalta.
Finalmente, luego de realizar los cursos con los pilotos regresaron en helicóptero a Puerto Argentino y, desde allí, fueron trasladados en un Hércules hacia Comodoro Rivadavia.
Dos ofertas desechadas
El apoyo de los peruanos e israelíes no sólo se limitó a los hombres que enviaron a las Malvinas sino que, además, sus pilotos se ofrecieron a volar los cazabombarderos y participar de los ataques contra la flota inglesa.
El israelí Shlomo Erez, quien se encontraba en la localidad bonaerense de Tandil entrenando a los oficiales de la Fuerza Aérea, fue uno de los que pidió ir a la guerra, pero no lo dejaron.
“Quería ir a combatir, porque les tenía bronca a los ingleses. Me decía: ‘Mi familia murió en manos de ellos, cómo no voy a querer combatir’. Ellos querían venir y yo no lo podía aceptar, porque sino agrandábamos la guerra”, afirma el brigadier general (R) Teodoro Waldner, quien era el jefe de la Base Aérea de la ciudad.
Una oferta similar hicieron los pilotos peruanos Ernesto Lanao, César Gallo, Augusto Mengoni, Pedro Ávila, Gonzalo Tueros, Pedro Seabra, Mario Núñez del Arco, Marco Carranza, Augusto Barrantes y Rubén Mimbela, de los escuadrones 611 y 612 de las FAP, quienes habían llevado en vuelo desde Arequipa los Mirage V, que su país le había vendido a la Argentina.
Pero no se conformaron con eso y le pidieron al brigadier general Basilio Lami Dozo, comandante en jefe de la Fuerza Aérea, continuar viaje para pelear en la guerra. “Los peruanos querían seguir y presentarse de voluntarios en la guerra de Malvinas. Les dije que no”, concluye el ex miembro de la última Junta Militar
