El origen de éste se debe a la propuesta del por entonces estudiante y luego destacado arqueólogo Salvador Debenedetti en 1902, cuando era presidente del centro de estudiantes de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires.
Se festejó por primera vez en 1911. La Federación Universitaria impulsó un paseo de confraternidad de jóvenes argentinos, bolivianos, chilenos y paraguayos. El gobierno del presidente Roque Sáenz Peña les facilitó un buque de guerra, la cañonera Maipú. La delegación era numerosa -700 jóvenes- que tuvieron que usar también el vapor privado Eolo. Viajaron más de 5 horas hasta alcanzar la costa uruguaya. Desde el poder político y económico de la época, la celebración se vio con buenos ojos, porque se pensaba que la juventud era garantía de progreso. Desde entonces los secundarios se tomaron el día. No hay registro de cuándo se decretó el primer asueto. Pero ya en 1919, por iniciativa del ministro de Educación del presidente Hipólito Yrigoyen, se conmemoraba la fecha.
En coincidencia con el inicio de la primavera, cada 21 de septiembre los estudiantes duplican sus motivos para celebrar y renovar su tan noble y necesaria actividad.
El Día del Estudiante en coincidencia con el Día de la Primavera no es un mero capricho del destino ni del azar, sino una justificada unificación de dos fechas con un mismo marco: la celebración por la renovación y la creatividad, de la naturaleza y del espíritu humano.