
Después de 70 años de un silencio total sobre todo lo que aconteció durante la Segunda Guerra Mundial, una reciente exposición en el campus de la universidad de Kyushu ha puesto al descubierto una importante parte de ese oscuro periodo, al incluir en uno de los paneles la explicación de los atroces experimentos llevados a cabo por el personal médico: las disecciones de prisioneros de guerra vivos.
Les inyectaban agua de mar en las venas y les extirparon los pulmones, a otros les arrancaron una parte del cerebro con el objeto de determinar si la epilepsia era controlable, mientras aún estaban vivos. En otras ocasiones, pedazos de hígado fueron deliberadamente arrancados para observar hasta cuándo podían sobrevivir. Todos los experimentos se llevaron a cabo en la entonces Universidad Imperial de Kioto, a pesar de que el tribunal aliado que juzgó los crímenes de la guerra negó la participación de la institución en esas crueles prácticas médicas.

Los estadounidenses, que ocuparon Japón a finales de agosto tras la explosión de las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki que forzaron la rendición del Imperio del Japón, tenían numerosos informes entre los que estaba el caso de nueve supervivientes de un B-29 que cayó en Fukukoa, el 5 de mayo de 1945. Ocho de ellos sufrieron la inhumana tortura disfrazada de investigación médica, mientras el capitán Marvin Watkins fue trasladado a Tokio para ser interrogado.
A pesar de que la universidad negó las acusaciones, 23 miembros de su personal fueron declarados culpables. Uno de los médicos se suicidó en prisión durante el juicio, el resto fueron condenados por crímenes de guerra: cinco a pena de muerte, cuatro a cadena perpetua y el resto a diferentes penas de cárcel. Sin embargo, el general Douglas MacArthur, que se hizo cargo de la ocupación de Japón, conmutó en 1950 todas las penas de muerte y redujo las condenas de cárcel, dentro de su política de conciliación con el nuevo país surgido tras la guerra. Hacia 1958 todos los condenados salieron en libertad.

Tampoco hay que olvidar que el Ejército Imperial japonés desarrolló su propio equipo de “investigación médica”, conocido como Unidad o Escuadrón 731. Formada por médicos y científicos de distintas especialidades, sometió a horribles torturas a unas 10.000 personas cada año, la mayor parte de ellas soldados chinos, rusos o estadounidenses cuyas aeronaves habían sido derribadas en el frente del Pacífico.
En la web del Dailly Mail hay más información sobre el tema con entrevistas a familiares de las victimas de estos brutales experimentos.

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