
Leer las obras de Jorge Luis Borges por primera vez es como descubrir una nueva letra en el alfabeto, o una nueva nota en la escala musical.
Su amigo y colaborador Adolfo Bioy Casares llamó en algún momento a sus escritos "una parada intermedia entre un ensayo y una historia".
Son ficciones llenas de chistes privados y esoterismo, historiografía y notas sarcásticas. Son breves, a menudo con inicios bruscos.
Borges hace uso de laberintos, espejos, juegos de ajedrez e historias de detectives, creando un complejo panorama intelectual, aunque su lenguaje es claro, con matices irónicos. Presenta la más fantástica de las escenas en términos simples, seduciéndonos a ingresar en la bifurcada vía de su aparentemente infinita imaginación.
Hace medio siglo, cuando Ficciones, la innovadora colección de Borges, fue publicada por primera vez traducida al inglés, él era prácticamente desconocido en los círculos literarios fuera de Buenos Aires, donde nació en 1899, y de París, donde su trabajo fue traducido en la década de 1950.
En 1961, irrumpió en el escenario mundial cuando editores internacionales le concedieron el primer Premio Formentor en reconocimiento a sus excelentes logros literarios. Compartió el premio con Samuel Beckett (los otros autores en la lista eran Alejo Carpentier, Max Frisch y Henry Miller).
El premio impulsó la traducción al inglés de Ficciones y Laberintos, junto con un gran reconocimiento y fama para Borges.