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La palabra «Talmud» significa «estudio» y «enseñan­za». Su sentido literario designa una gran obra colectiva, elabo­rada en el curso de casi un milenio.

El Talmud no es un sólo libro, sino un compendio. No es obra de un sólo autor, sino de decenas de generaciones de autores, cuyo número sobrepasa los dos millares. Estos maestros y rabinos vivieron en diversos períodos y procedían de diversas regiones geográficas de Palestina y de Babilonia, oriun­dos de heterogéneas esferas culturales. Cubrieron un lapso de más de mil años (desde el siglo V a.C. hasta el siglo V d.C.).







Después de la destrucción del segundo Templo creció enormemente y se divulgó la Ley Oral, lo que trajo consigo que se tornó necesaria su recolección y, su codificación (siglo I-lll d.C). Así se formó la «Mishná», como un código de leyes basado en la legislación bíblica, ajustada a las nuevas cir­cunstancias de la época. La Mishná está dividida en seis partes:

- Leyes referidas a la agricultura.

- Fiestas y su liturgia.

- Legislación familiar.

- Derecho civil y penal.

- Culto en el Templo ( sacrificios)

- Leyes de la pureza corporal.

Esta es también la división del Talmud, subdividido en 63 Tratados.






Sin embargo, todos coinciden en la metodología de la interpretación de los textos bíblicos. La meta de la interpretación pudo ser legislativa (Halajá), moralizante y/o didáctica (Hagadá), mística, filosófica y lingüística. En la didáctica se puede distinguir entre la hermenéutica y la exégesis.

Si bien la Biblia regía la vida de cada judío y de todas las comunidades, a medida que transcurrió el tiempo, se hizo vi­sible la necesidad de introducir nuevas leyes, pero sin que éstas se alejaran de las enseñanzas básicas de la Tora. Así se inició la interpretación y reinterpretación de los preceptos fundamentales de la Tora, a fin de adaptarlos a las nuevas exigencias socio­económicas y culturales de la vida del judío y de la comunidad judía de su época. Este trabajo correspondía a los rabinos y maestros, quienes durante mucho tiempo transmitieron sus ense­ñanzas en forma oral, de generación en generación - formando la tradición oral - hasta que creció tanto este material, que fue necesario conservarlo en forma escrita. Así surgió el Talmud, compuesto de una parte legislativa (Mishná) y una narrativa (Quemará).






Es único en su forma y en su contenido, y no existe ninguna obra semejante. Casi treinta generaciones trabajaron hasta que se recogió todo el material. Los autores jamás pensa­ron, que habían compuesto tan grandiosa obra. Su intención era ocuparse y preocuparse de los problemas jurídicos y litúrgicos cotidianos del individuo y del pueblo judío, reunidos en comunidades por doquier.

Hay muchos, entre los judíos y también entre los no judíos, que piensan, que el Talmud contiene sólo temas religiosos y legales teóricos, pero no es así.

Describe la vida cotidiana del pueblo judío y la de casi todos los pueblos del Cercano Oriente, conocidos en aquella época. A veces da una mejor información de estos pueblos que los mismos escritores e historiadores de las crónicas, porque las crónicas servían siempre ciertos objetivos, mientras las descripciones del Talmud muestran siempre la verdadera vida, Es posible que los hechos estén escritos con más exactitud en las crónicas, pero podemos conocer mejor los matices de la vida de los pueblos por el Talmud.






Casi es más importante la descripción de la vida de los otros pueblos que la de los propios judíos; presenta su nivel cultural en el espejo de sus leyes y sus costumbres, analiza las formas y relaciones de convivencia entre los judíos y los otros pueblos, y da a conocer y ayuda a comprender su religión y moral. Un gran aporte del judaísmo a la cultura universal es que permite la posibilidad a los científicos y a todos los interesados para que tengan una imagen de la vida, de la legislación, de las costum­bres, de la cultura y de la tradición de los pueblos que vivían, durante la formación del Talmud, en el Cercano Oriente. Por sus traducciones es gran ayuda para los investigadores de diferentes ramas de la civilización.

El Talmud ayudó a desarrollar, divulgar y llevar a la práctica las ideas proféticas bíblicas. Es imposible enumerar todas sus enseñanzas, así que mencionaremos sólo algunas, las más importantes, que contribuyen al desarrollo de la cultura mundial.

El Talmud es un libro único y de carácter verdadera­mente excepcional; su real comprensión resulta casi inaccesible a las inteligencias que operan con las concepciones corrientes acerca de los libros.



link: https://www.youtube.com/watch?v=xRUf9ELaFK4





Las connotaciones que acompañan habitualmente la palabra «literatura» le son ajenas. Para los que se dedican al estudio del Talmud, éste constituye un acto de adoración; la prin­cipal calidad del libro es la santidad, o con otras palabras, la santificación de la vida, de toda la vida, y no sólo de algunos momentos especiales de la vida. De esta calidad procede la au­toridad que ha ejercido en todas las esferas de la vida judía. Siendo primordialmente un código para orientar las relaciones del hombre con Dios, y aún más, con sus semejantes, el Talmud satisface al mismo tiempo las necesidades tanto intelectuales como emocionales de los que lo estudian. Su dialéctica ha pro­ducido mentes agudas; sus exuberantes vuelos de saber y fanta­sía constituyen un festín para la imaginación. Los judíos podían refugiarse en él ante los dolores y peligros que los rodearon, como un medio ideal y encantador.

El Talmud es la creación de un pueblo a través de sus representantes más dotados. Estos portavoces se hallaban profundamente enraizados en la historia y en la tradición de su pueblo. No fueron hombres del mundo en el sentido convencional de la palabra, si bien estaban lejos de hallarse apartados de la vida común. No eran dirigentes políticos o formadores de impe­rios, no se ajustaron a ningún molde heroico, a los que el mundo occidental hubiera conferido generalmente al liderazgo.

Eran maestros - así se titularon a sí mismos-, y como tales realizaron funciones de carácter judicial, administrativo y po­lítico. El tema de su instrucción era una tradición ético-cultural-religiosa. De ahí que se preocuparon por la preservación y trans­misión de un conjunto de enseñanzas, que centrara su interés en el sentido de la vida, la dignidad del hombre, la determinación del bien y del mal, las relaciones éticas entre lo seres humanos, el bienestar social y la vida interior del individuo.

El Talmud es un gran depósito de sabiduría y sensi­bilidad, y se preocupa por la siempre urgente necesidad de tras­ladar sus conocimientos a las fuerzas activas de la vida social e individual del hombre. Su síntesis en lo legal y ético, lo moral y social, lo universal y particular, es sumamente rica en sugerencias e inspiraciones, aún para una cultura y una época tan alejadas a la del Talmud, como la nuestra.






El judaísmo talmúdico enseñó a los hombres que Dios es eterno. Por medio de Sus proyectos y Sus designios, el hombre crece, se desarrolla y se realiza. El quiere y puede ayudar, y si no ha ayudado conforme a nuestras esperanzas, va a ayu­dar. Según el Talmud, lo que Dios hace con nosotros, está hecho para nuestro bien; tal vez no lo reconozcamos en el momento. Hay que esperar y no perder la esperanza. Hay que sentir, que ningún hombre es olvidado por Dios; eso hace renacer la fe en el Eterno. El hombre que cree en Dios, conoce y reconoce su tarea e intenta realizarla; puede guardar la tranquilidad de su es­píritu y elevarse encima de su situación actual, pues posee la posibilidad de la elección entre el bien y el mal. Tiene la libertad moral y puede alcanzar aquella altura ética, con la que realizará buenas acciones, no por una recompensa esperada, sino por la virtud misma.

Entretanto aprende que la vida contiene no sólo pre­ocupaciones, satisfacciones y alegrías; aprende que no se puede realizar todo en la vida, pero se puede y se precisa alegrarse con todo lo que se recibe de la vida, y sentir que es útil para la sociedad.

El Talmud tiene una sensibilidad especial por la dig­nidad humana, especialmente la de los humildes, los oprimidos y los desamparados. Considera la caridad como una virtud cardinal, siempre que sea anónima y discreta. La ayuda mutua es un im­perativo categórico.

«No desprecies a ningún hombre, ni rechaces nada, porque no hay ningún hombre que no tenga su hora, ni cosa que no tenga su lugar».

El Talmud exalta todo trabajo: la agricultura, la ganadería, la artesanía, y las actividades espirituales y profesionales. El que no enseña un oficio a su hijo, lo convierte en un holgazán.

El ideal propuesto es una vida patriarcal, dividida en­tre la vida familiar, el trabajo y el estudio. Está impregnado de modestia y frugalidad. No renuncia de la alegría, que es una obligación religiosa, especialmente en Shabat y en las fiestas. La felicidad terrenal es deseable. Un rabino a quién fue preguntaron qué elegiría, la dicha terrenal o la beatitud celestial, respondió: ¿Qué tiene de malo comer en dos mesas?

Elogia las virtudes de los gentiles piadosos, para quie­nes está abierto el mundo del porvenir.

El Talmud enseñó al hombre simple a rezar. En las otras religiones, eran los sacerdotes o sus auxiliares quienes re­zaron. Los hombres simples sólo escucharon las oraciones, o encargaron a los sacerdotes para que rezaran por ellos. En las sinagogas antiguas no había separación entre el Arca Santa y los lugares que ocupó el pueblo y el oficiante era siempre un miembro de la comunidad, pero no tenía la tarea de rezar por ellos, recitó la oración y los otros lo siguieron, repitiendo sus pa­labras. En aquella época por supuesto no existían libros de oración para el uso de todos. Según la fe judía, el devoto no necesita intermediario cuando quiere rezar, sino él mismo puede y debe presentarse ante Dios. La persona fiel considera como una gracia divina, que él mismo pueda rezar al Eterno, pueda suplicar, agradecer Sus bondades, o confesarle sus pecados. La conver­sación con el Eterno lo llena de fuerza y tranquilidad. Intencionalmente utilizamos la palabra «conversación» o «diálogo», para expresar la oración, pues el hombre devoto siente que el Eterno le contesta. El vigor y la tranquilidad que siente después de haber rezado, son la respuesta del Eterno. No hay mejor respuesta para el hombre en sus preocupaciones y su infelicidad, que sentir que Dios le contesta y lo estimula.






El judaísmo profetice y talmúdico enseñó a los seres humanos al concepto de la penitencia, y acentuó que no existe ningún ser humano quien no hubiese pecado jamás. Sin embargo, si lo confiesa y se arrepiente, remedia y compensa el daño cau­sado, el camino le queda abierto para el retorno. La verdadera penitencia posibilita el regreso, posibilita reiniciar la vida llevada por un camino errado. No se necesita ningún intermediario. Todos los hombres pueden ser penitentes, y también pueden regresar al camino correcto de la vida.

El Talmud, y así el judaísmo, dio al mundo las formas del servicio religioso moderno, compuesto de oraciones y lecturas de la Biblia y de homilías. Creó esta forma del servicio religioso, en lugar del sacrificio. Casi todas las religiones monoteistas aceptaron conscientemente estas formas del culto religioso, las celebraciones diarias, festivas y circunstanciales.

Mencionamos el concepto del amor universal. Según el Talmud, el hombre tiene que amar no sólo a sus padres, parientes y amigos sino a todos sus prójimos. El amor universal 9 extiende a los animales y a los objetos sin vida, como lo en­ana la Etica de los Padres (Parte del Talmud): «No desdeñes a ninguno, ni desprecies nada, pues no hay nadie que no tenga su ara, ni las cosas que no tengan su lugar». De esta enseñanza sale el concepto de la prohibición de destruir la naturaleza, y como consecuencia, el odio a la guerra. Hay derecho de amar más a s que le pertenecen a uno, como también a sí mismo, enseñan s sabios. Quien no se ama a sí mismo, no puede amar a los demás.

El judaísmo talmúdico creó la unidad de la vida y de la religión. Los rabinos eran reformadores, pues no querían conocer la diferencia entre la política y la moral, entre la vida pública y la privada, entre la vida religiosa y la vida moral, y negaron la posibilidad de vivir en una manera en la sinagoga o en el templo, y en otro modo diferente en la vida cotidiana, o en las actividades sociales. La enseñanza jasídica más importante, lo esencial del jasidismo, - de acuerdo a las enseñanzas de los profetas y de los grandes maestros - es la exigencia de santificar y consagrar la vida, todas las circunstancias de la vida y, por supuesto también en el trabajo cotidiano. Se acentúa que la vida humana entera pertenece al Eterno. El comerciante que ejerce sus actividades en forma honesta, el trabajador, el artesano al actuar bien, el agricultor y el pastor que trabajan con abnegación, el escritor, el científico, el artista, todos con sus actividades y sus compromisos, sirven al Eterno, porque dedican sus vidas al servicio de la humanidad con atención y honestidad. El rabinismo proclama, que Dios nos quiere a todos y siempre. Quiere nuestro corazón, nuestra alma, toda nuestra fuerza y nuestra voluntad. Enseña que la benevolencia y el amor, la justicia y el derecho, no son tan sólo frases solemnes, frases que se escuchan en la sinagoga o en los templos, sino deben ser la base de la vida cotidiana. La misma naturaleza debe ser considerada como un santuario.

Un maestro del Talmud cita al profeta Amos: «Te­méis al Eterno para que viváis». Y después dice: «Amáis el bien y no el mal». Y más adelante: «Odiad el mal y amad el bien». De eso se deduce, que amar al Eterno es igual a amar el bien. La verdadera fuerza motriz de las buenas acciones no puede ser otra sino el amor al Eterno y a sus criaturas. Debe ser un amor altruista, que ni espera y ni pide recompensa.

El gran filósofo judío de la Edad Moderna, Baruj Spinoza, transmitió este concepto, cuando dijo: «Beatitudo non est virtutis praemium sed ipse virtus» -»La beatitud no es una recompensa por la virtud, sino la virtud misma». Por eso debemos ser buenos. Por nuestra propia beatitud precisamos practicar las virtudes, por la virtud misma, y no por una recompensa. La filo­sofía jasídica alcanzó esta altura después de un largo proceso de desarrollo, y enriqueció a la cultura mundial con el concepto de la convicción de que la vida del hombre honesto no se terminará en la tierra; la muerte termina tan sólo con la vida terrenal. El alma y el espíritu volverán al Eterno y vivirán eternamente. Para un creyente, esta promesa es una realidad. Los mártires asumieron los sufrimientos y también la muerte, porque creyeron en la vida eterna del alma.

Además en el Talmud se puede encontrar determina­ciones importantes también de matemática, como por ejemplo, la aproximación del número de Ludolf, los números irracionales, el teorema de Pitágoras. Hay muchos conocimientos de la astrono­mía, especialmente en relación al calendario, como también preceptos de la medicina contemporánea, popular y tradicional.

Hay que destacar como de la mayor importancia del Talmud, que prescribió y realizó la enseñanza pública obligatoria.







Ya en el primer siglo a.C., el maestro Simón ben Setaj ordenó la organización de la educación elemental y la obligación, que los niños frecuentasen la escuela. Todas las ciudades, aldeas fueron obligadas a establecer escuelas y tener maestros profesionales para la enseñanza. No pasó mucho tiempo para que se instituyera la enseñanza obligatoria. Mientras las escuelas greco-romanas fueron urbanas y discriminatorias, las judías eran obligatorias para todos.

El establecimiento y la mantención de las escuelas e la tarea de las comunidades. Los padres contribuían a los gastos, pero quienes no tenían los medios económicos, podían debían mandar a sus hijos a la escuela; por falta de recursos económicos nadie quedó excluido. Los maestros recibían su sueldo de la comunidad.

Es interesante notar, que si una comunidad no tenía sinagoga ni escuela, primero tenía que construir la escuela, y si empobreció y no tenía medios suficientes, se podía vender la sinagoga para construir la escuela, pero no al revés.

Es notable, que los rabinos y maestros se preocupa-n no sólo por la educación espiritual de los niños, sino exigieron le los padres tuviesen que enseñar a sus hijos también una profesión, y acentuaron con mucho énfasis la necesidad de la educación física. Es conocido que la pedagogía moderna trata de sintetizar la educación científica, corporal y estética. Hoy día hay muchas escuelas donde enseñan también una profesión. Los maestros del Talmud, ya hace casi 1800 años atrás, inculcaron introducción de la educación pública obligatoria en una época, cuando la mayor parte de los pueblos europeos no sabían leer y escribir, excepto algunos de los pudientes.


Los adultos participaron en el estudio de la Tora y del Talmud por su propia voluntad, pues los ignorantes fueron menospreciados en la vida comunitaria y social. Se sobreentendió que debían saber leer y escribir.

La religión judía reconoció ya en aquella época la importancia de las ciencias y no temió el problema de la falta de concordancia entre ciencia y religión. El judaísmo contradice al concepto expresado por un escritor árabe de la época, quien seguramente no expresó su propia opinión, sino la de su tiempo: Hay dos tipos de hombres: hay quienes piensan pero no creen, hay quienes creen pero no piensan. La verdadera ciencia conduce a la fe, y una fe consciente no puede existir sin ciencia.

Se dice que el hombre no puede adquirir y alcanzar conocimientos ciertos y sin duda, su saber alcanza sólo un grado de posibilidades. El saber humano tiene sus límites. Entre estos límites domina la ciencia, fuera de los límites, la fe. Se necesita conocer el mundo y el Universo, para poder admirar más la grandeza del Eterno. Adquirir conocimientos científicos es un de­ber religioso. Cuando surgió la pregunta para todos los pueblos: ¿fe o ciencia?, el judaísmo decía: fe y ciencia.

Según los maestros, no sólo es posible sino es ne­cesario, practicar conjuntamente la fe y la ciencia. Insisten en la ciencia, a fin de conocer al Eterno por intermedio de Sus obras. El postulado de la religión es la bondad pura. El postulado de la ciencia es la verdad pura. La búsqueda de la verdad exige el saber y su práctica. Es este nuestro deber, como también lo es la práctica de la bondad. La bondad y la verdad significan la doble tarea del ser humano.

Antes de terminar este capítulo mencionamos algunos aspectos de la vida cotidiana:

Servicio desinteresado de Dios: no seáis como los siervos, que sirven a su amo por intereses económicos.

Amor al trabajo: ama el trabajo y demuéstralo.

Solidaridad: no te separes de la comunidad, ten confianza en ella hasta el día de tu muerte.

Iniciativa: donde no haya un hombre, esfuérzate tú por ser un hombre.

Frugalidad: ésta es la senda de la Tora; come pan y sal y duerme al sol.

Generosidad: dale a Dios y a sus criaturas lo que es de El, porque tú y lo que es tuyo, es de El.

Amor a los hombres: el que es amado por los hombres, es amado por Dios.

Sentido de la responsabilidad: todo se da a crédito, una malla recubre a los vivientes, la tienda está abierta, el cua­derno está abierto, la mano anota y el que quiere tomar prestado está abierto, pero de buena gana o de mala gana, el hombre tiene que rembolsar.

Habría que citar centenares de esas máximas, espe­cialmente el Tratado de Principios (Pirké Avot) que abordan los grandes problemas del hombre y de la humanidad. Como corolario mencionamos la enseñanza de Hilel (siglo I a. C.) quien, al re­querimiento de un pagano para que lo convirtiese al judaísmo mientras él pudiera estar parado en un solo pie, le contestó: «No hagas a otro lo que no quieres que te hagan a ti; esto es lo esencial, lo demás es comentario; vete a estudiar».

La perdurable importancia del Talmud no está ade­cuadamente descrita. Visto desde una perspectiva más amplia y universal, el Talmud representa uno de los intentos más inspiradores en la historia para regir que ha sido denominado «la Buena Sociedad», «la Ciudad de Dios», el mundo es perfeccionable por el autoperfeccionamiento del individuo, por «la vida ética».

Los rabinos no descuidaron las realidades económi­cas y sociales, ni estuvieron abrumados por ellas, y no hicieron caso omiso de las necesidades de sus tiempos, ni de las flaquezas que el hombre ha heredado. Persiguieron con desacostumbrada perseverancia el objetivo de una vida colectiva, gobernada por propósitos y normas morales.

Reconocieron que para lograr este objetivo, es nece­sario tanto educar como elevar el nivel ético-social de los indivi­duos que forman la sociedad, así como crear las condiciones so­ciales y establecer las instituciones que sostienen tal objetivo. No se permitía estar cercados por los ideales del individualismo o del colectivismo, se buscaba amalgamar las bondades de ambas. Aunque su ideología estaba centrada en Dios, y su vocabulario era teológico, su propósito real era social y práctico, si bien su criterio y sus principios fueran esencialmente éticos y morales. Aceptaron lo que dijo el profeta: «La santidad Fundamental de la vida se encuentra en la rectitud y la justicia» (Isaías 5.16.).

Mientras gran parte de los filósofos, científicos y es­critores había considerado que las razones de las imperfeccio­nes de las sociedades se deben a lo material y a lo político, y estaban buscando la solución en el mejoramiento del sistema económico, el Talmud propuso, y hasta cierto punto elaboró, un sistema ético y legal. Insistió en el concepto de que la crisis en que el hombre esté envuelto, no es consecuencia de problemas políticos o dificultades económicas, pues éstos no podrán ser modificados esencialmente. El hombre debe dejar de buscar sólo sus propios intereses, sino tiene que preocuparse también por los demás, y para eso es necesario elevar su nivel ético. Debe responder al sentido del bien y del mal, que incluye a todos los seres humanos, en la esfera del interés de todos.

La Biblia, como ha sido señalado con frecuencia, es un libro muy reverenciado pero poco leído, y sus ideales no se ven cumplidos en la civilización occidental. Pero el Talmud no está ni considerado, ni estudiado en nuestros días. De todas las obras clásicas, producidas por el espíritu humano, es uno de los menos conocidos, por lo tanto ejerce muy/poca influencia sobre el pensamiento del hombre erudito y educado, aunque está tra­ducido a todos los idiomas occidentales. Los recursos éticos que lo colman, y el registro de un sinnúmero de experiencias que encierra, podrían arrojar significativos rayos de luz sobre los problemas que enfrenta la humanidad actual.

Es imposible, dar más que una idea poco delineada del Talmud; los centenares de temas que trata, a menudo exten­samente y a veces mezclados con otros temas, no permite nin­gún esquematismo.

Es un código civil y penal, un tratado de metafísica; de moral, de derecho canónico; un gran comentario de la Biblia; libro de historia e historietas; recopilación de homilías; tratado de medicina y anatomía; superstición rodeada por la ciencia, y viceversa. Es un monumento espiritual y literario, único en la cultura de la humanidad, que le dio el judaísmo. Su influencia directa e indirecta a la civilización occidental es imponderable.

El Talmud es la obra de largas filas de generaciones de rabinos, o como algunos lo consideran: es la obra del rabinismo. Ha sido concluido en el siglo VI. d.C., sin embargo siguió creciendo por una enorme cantidad de comentarios e interpretaciones. Fueron los rabinos posteriores que llevaron las enseñanzas del Talmud a la práctica de su propia época. A base le sus actividades, se agregaron nuevas enseñanzas, ajustadas a los nuevos tiempos. Aunque éstas no fuesen agregadas al Talmud original, están considerados como literatura rabínica.