"La escuela aguantadero"
Carta de Lectores publicada en un diario nacional.
Los tenemos en el aula pero no son nuestros alumnos: son los chicos que deciden, en marzo, "no hacer nada". Algunas veces charlan y se divierten en un rincón, la mayoría de las veces se pelean, se insultan y generan conflictos entre ellos y, sobre todo, con aquellos chicos que quieren trabajar. Les gusta que les teman.
Los teóricos, desde sus escritorios con aire acondicionado, sostienen que nosotros, los que estamos en el aula, tenemos que "encontrar las estrategias". Mientras tanto ellos, los niños, simplemente "no hacen nada". Llegan a la secundaria sin el mínimo hábito de estudio o trabajo. Escriben sólo en letra de imprenta y no separan las palabras. No conocen las tablas y no pueden realizar las operaciones matemáticas básicas. Fueron abandonados desde niños por un sistema que los desconoce. No importa, el derecho a la educación se considera cumplido con el solo hecho de que estén dentro del aula. Dentro de la escuela aguantadero.
Inmunes a cuanta propuesta les hagamos siguen su existencia de jóvenes. Algunos dejan después de repetir varias veces 1º año (la repetición es un galardón en la vida de estos niños); otros, un poquito más tarde tras varios "fracasos"; muchas serán madres precoces… No sufren la exclusión, eligen no estar incluidos en una sociedad que no los representa. Conocen de memoria todos los discursos sobre sus derechos y los aplican como bofetadas contra la misma sociedad que los genera. No existen deberes ni obligaciones para con el otro. Se perciben poderosos en su burbuja intocable.
Año tras año los docentes esperamos que algún ministro nacional o provincial mire la realidad y no se quede en la ficción que le construyen sus funcionarios. Antifaz que les impide pensar que todos merecemos otra cosa, que esta escuela trabada por teorías extranjeras no satisface, no transmite ningún conocimiento válido para amplios sectores de la sociedad, no sirve a nadie.
Los chicos merecen otra cosa. Aquellos que, por la razón que sea, no quieren estudiar deberían poder contar con otras opciones tan válidas como las que existen para los que no tienen inconvenientes en resolver interminables listas de ejercicios, leer cuentos y novelas.
Por qué condenar a tantos al fracaso cuándo podrían tener éxito en otro tipo de escuela más acorde a sus necesidades e intereses. Dentro del discurso de la inclusión y el respeto a la diversidad se esconde la más perversa homogeneización: todos adentro del aula y, si alguien no quiere, está condenado y condenando a todos.
Pensar que somos los docentes los responsables del fracaso escolar es una simplificación creada por los que tienen en sus manos a "la educación" y no saben qué hacer con ella. Pensar que con una ley, una netbook o un proyecto interdisciplinar se soluciona el problema es desconocer la raíz del mismo.
Los jóvenes no son iguales, no quieren las mismas cosas, no tienen la misma historia y no ven al mundo de la misma forma, ¿Por qué no probar otra cosa? Por qué no refundar escuelas de artes y oficios actualizados para que tengan acceso aquellos que no quieren pasar 5 o 6 años entre mapas y fórmulas, aquellos que seguramente tienen otras habilidades legítimas y válidas cuyo desarrollo es necesario para el funcionamiento de la comunidad.
Esta escuela secundaria sigue con la lógica del siglo XIX, donde la única inclusión posible pasaba por el desarrollo lecto-escritural. "Escombros" de lo que fue, el demagógico, burocrático e hiperintelectualizado sistema educativo argentino no entiende las necesidades de cada vez más numerosos sectores sociales y, simplemente, los deja afuera.

