El siguiente Post, y sus sucesores, comprenderan una serie de secciones que fueron extraidos de la colección Gran cronica de la Segunda Guerra Mundial. Estas, seran publicadas tal cual lo fueron en su momento, difieriendo, talves, en las imágenes.
La hora de ejército alemán
Para realizar las ambiciones que acaricia desde hace mucho tiempo, Hitler tiene que forjar el instrumento de su política: un ejército moderno, poderoso y que le obedezca ciegamente. Animado por una implacable obstinación vencerá todos los obstáculos que se oponen a este propósito, bien se trate de dificultades diplomáticas, de la oposición interior o de dificultades financieras. Nadie mejor que Benoist-Méchin, el célebre especialista de la historia militar alemana, para describir esta colosal aventura.
«El año 1938 —proclama Hitler en el mensaje de año nuevo que dirige al pueblo alemán el 1 de enero de 1939— ha sido el más rico en acontecimientos en la historia de nuestro país».
Estos acontecimientos han convergido hacia un fin único: la reunión, en el centro de Europa, de setenta y seis millones y medio de alemanes formando un bloque étnico y una comunidad política. En el espacio de unos meses la población del Reich se ha incrementado con 10.400.000 habitantes. Su territorio ha aumentado en 112.935 kilómetros cuadrados. Checoslovaquia, «esa fortaleza franco-rusa» situada en el flanco del Reich, en el mismísimo centro del espacio vital alemán, ha sido arrasada. Como consecuencia de ello, la fisonomía de la Europa central y oriental está cambiada. El Reich domina ya todo el territorio que se extiende desde el Rhin a la frontera soviética. «Tiene acceso directo a los Balcanes —escribe Paul Stehlin en «Testimonio para la historia»—. Tiene abiertas las puertas hacia Oriente. La construcción de una zona fortificada en su frontera occidental le garantiza una mayor libertad para dirigir la mirada hacia el este y poner definitivamente al abrigo de cualquier ataque la obra de unificación nacional realizada por Hitler.»
La unión de Austria al Reich, y después la de la región de los Sudetes, ha representado el triunfo de una idea, la del «Volkstum», que se presenta como una variante nacionalsocialista del derecho de los pueblos a disponer de sí mismos. Este era el principio que Francia, Inglaterra y los Estados Unidos habían establecido en 1918 como uno de los objetivos de la guerra; pero que en las gestiones de paz había sido arrumbado definitivamente. Veinte años más tarde, Adolfo Hitler lo hace suyo, explotándolo a fondo, y esto le va a permitir conseguir ventajas inmensas, sin recurrir a las armas. «Se nos había relegado a segundo término—declarará von Neurath el 20 de abril de 1939—, y nos hemos convertido en la potencia de la que depende el destino de Europa.»
Las reivindicaciones alemanas triunfaron por diversos factores; ante todo, la utilización de la fuerza. (Alemania jamás habría podido conseguirlas estando desarmada.)

Al resplandor de las antorchas, los nazis celebran uno de sus aniversarios preferidos: el de la marcha que hicieron en Munich el 9 de noviembre de 1923. De la derecha a la izquierda: Frick, Kriebel, Graf, Hitler, Goering y Weber.
Añádase el hecho de que Hitler hablase en nombre de 80 millones de alemanes, cuya unidad moral había realizado mucho antes de que fuesen derribados los postes fronterizos. Y finalmente, el rápido desarrollo de su aviación, la más poderosa de la época, con una gran ventaja sobre todas las demás, que representó un papel decisivo como elemento intimidador que obligó a Francia e Inglaterra a hacerle concesiones que jamás habrían hecho si el equilibrio de fuerzas no les hubiera sido tan desfavorable.
«Sin la amenaza militar —prosigue Paul Stehlin—, sin la tenacidad del canciller alemán, Alemania habría seguido con las fronteras que le habían sido impuestas por la victoria aliada de 1918. En el extranjero, y especialmente en nuestro país, los métodos empleados por él habían sido calificados de chantaje, utilizando la amenaza de guerra y el «bluff». En realidad eran Francia e Inglaterra las que habían utilizado el «bluff» haciendo creer que la política conjunta, las alianzas y la influencia franco-británica en Europa harían retroceder al canciller alemán.»
No sin razón pudo escribir la «Gaceta de Colonia»: «La transformación de las fronteras de la Europa central sin disparar un solo tiro ha sido el mayor prodigio de 1938, al mismo tiempo que la revelación de los recursos que puede ofrecer la paz.»
Durante este tiempo las fábricas trabajan a pleno rendimiento. El nivel de vida de las poblaciones sube. Desaparece el paro. Se prolongan las autopistas y el país goza de una prosperidad desconocida desde 1914. Las ciudades obreras se multiplican. Hitler ha dado a una pléyade de arquitectos la orden de proceder a un gigantesco programa de construcciones: en Nuremberg, una sala de congresos con cabida para 60.000 delegados; un estadio de dimensiones babilónicas en cuyas gradas podrán sentarse 500.000 espectadores; los propileos del campo de Marte y del Zeppelinfeld, en donde las reuniones del partido podrán celebrarse con un millón de asistentes. En Múnich, un completo conjunto arquitectónico alrededor de la Kónigsplatz. En el Chiemsee, una escuela superior del Partido. En Berlín, en donde se acaban de quitar los andamios del Ministerio del Aire y de la Nueva Cancillería, una casa del Alto Mando y un palacio de la Nación, cuya cúpula, de 150 metros de altura, se alzará al extremo de la gran avenida este-oeste de 5 kilómetros de largo, con una anchura de 300 metros, a cuyos lados se alzará una sucesión de arcos de triunfo, museos y palacios. En fin, el próximo congreso de Nuremberg, que debe celebrarse a mediados de septiembre de 1939, se llamará —tranquilizadora perspectiva— el «congreso de la paz». Después de tantos años de miseria, cuyo recuerdo no se ha borrado aún de las mentes, el pueblo alemán asiste, con feliz estupefacción, a la transformación del país y espera poder gozar al fin de una tranquilidad bien ganada.
Pero para Hitler todos los éxitos conseguidos y todos los trabajos en vías de realización no son más que un preludio, ya que no ha renunciado a sus proyectos de expansión hacia el este. El deseo manifestado por el pueblo alemán de saborear, por fin, los beneficios de la paz y no meterse en nuevas aventuras le irrita de una manera terrible. ¿Se habrán olvidado los alemanes de que la vida no es más que un combate? ¿Estará empezando a aflojarse su voluntad? ¿No ven acaso que aún queda lo más duro por hacer? Algunos síntomas de carácter sicológico Inquietan al Führer y le hacen reflexionar.
En la noche del 27 de septiembre de 1938, es decir, treinta y seis horas antes de la conferencia de Múnich, en el momento en que parece consumada la ruptura con Londres y París y en que la guerra parece inevitable, ordena que se organice un «desfile de propaganda» por barrios residenciales de Berlín. La división motorizada de Pomerania pasa rugiendo a lo largo de la Wilhelmstrasse, donde se encuentran la embajada de Gran Bretaña y la Cancillería del Reich.

En la imposiblidad de reequiparse, el ejército alemán utiliza en las grandes maniobras de 1931 el material de la ultima guerra y tanques improvisados para aquella ocasión con automoviles particulares. Pero debajo ed las cenizas arden las brasas de la revancha, y Hitler no tardara en hacer trizas el tratado de Versalles.
«El motivo de este despliegue de fuerzas —escribe Fritz Wiedemann, ayudante de campo del Führer— era estimular el ardor bélico de los berlineses. Pero el resultado fue exactamente el opuesto. Tropecé con la columna en marcha al salir del hotel Adlon para ir a la Cancillería. Las calles estaban llenas de gente, pero el entusiasmo brillaba por su ausencia. El temor de que esta demostración pudiese ser una prefiguración de la realidad pesaba sobre la multitud. No se vitoreaba a los soldados. Era un desfile mudo. Lo comparé, sin querer, a la marcha de mí regimiento en 1914...
Cuando entré en el gran vestíbulo de la Cancillería, ya invadido por las sombras del crepúsculo, exclamé sin poderlo evitar:
— ¡Chicos!, este desfile parece un cortejo fúnebre.
— ¡Cierra el pico —me dijo mi colega Schaub, corriendo hacia mí—; «él» está asomado a la ventana!»
En efecto, Hitler presencia el desfile desde el balcón. Destocado, con las manos hundidas en los bolsillos de su guerrera, se inclina sobre la balaustrada. Le rodean algunos generales, a respetuosa distancia. Se entrevén, en la penumbra, los bordados de oro del almirante Raeder. Los rostros de los espectadores que se agolpan en las aceras están helados. Sólo se ven frentes ceñudas y bocas cerradas. ¿Por qué no lanzan sus habituales «Sieg Heil»? Los tanques pasan. La gente se calla. Despechado, Hitter se retira sin que nadie le aclame...
En cambio, dos días más tarde, cuando regresa a Berlín, después de la firma del pacto de Múnich, más de un millón de almas le aclaman con delirio. Pero Hitler no se deja engañar: sabe que la multitud aclama al hombre que ha salvado la paz, al que ha solucionado la cuestión de los Sudetes sin disparar un tiro. Hitler frunce el entrecejo. Es la primera vez que unas aclamaciones le dejan un regusto de amargura. Tiene que rendirse a la evidencia: el pueblo alemán no quiere la guerra. Acepta con gratitud las ventajas materiales que él le ha proporcionado. Pero no comprende — ¿o acaso se niega a comprender?— sus proyectos para el porvenir, la visión que le obsesiona de un imperio alemán del Este. ¿Acaso no comprende que todo lo realizado hasta ahora no es más que un desescombro preliminar, una manera de abrir el camino que conduce al gran enfrentamiento que será el término y la coronación de toda su historia? ¿Habrá perdido el pueblo alemán el sentido del heroísmo? ¿Acaso no quiere más que conquistas fáciles, victorias sin esfuerzo?

«¡Mi Führer!
(habla el niño)
Te conozco bien y te amo como a mi padre y a mi madre.
Siempre te escucharé como si fueras mi padre y mi madre.
Y cuando sea mayor, te ayudaré como a mi padre y a mi madre.
Y estaras satisfecho de mí, como mi padre y mi madre.»
Cuando Hitler subió al poder en 1933, las elecciones sólo le habían dado el 44,7 por ciento de los votos. Únicamente declarando ilegal al Partido comunista e impidiendo que sus representantes asistiesen al Reichstag logró reunir el 52 por ciento de los puestos, es decir, la mayoría absoluta que le permitió gobernar sin el apoyo de los demás partidos. Esta base popular se ha ensanchado muchísimo desde entonces. ¿Se ha ensanchado únicamente porque tenía el poder, la radio, la prensa y la policía, es decir, todos los medios de persuasión y de coacción? No. Aunque no pertenecieran al partido nazi, millones de alemanes votaron por él porque aprobaban su política social, porque le estaban agradecidos por haber roto las cadenas del tratado de Versalles y porque veían en él la barrera más eficaz contra el comunismo. Pero ahora que el problema se plantea en términos de paz o guerra, la mayoría vacilan y se muestran esquivos. «Dos guerras en una sola vida es demasiado», se dicen a sí mismos.
¿Será insuficiente la influencia del partido? ¿La propaganda no ha conseguido que la voluntad de todos los alemanes se pliegue a la suya? El quiso hacer de Alemania una comunidad armada, que maniobrase en el corazón de Europa como una gigantesca falange macedónica. Pero aún no ha conseguido este resultado. Las medidas que Hitler dispondrá en el transcurso de las semanas venideras tendrán por objeto galvanizar las masas, tensar sus energías...
A partir del mes de enero se ponen en estado de alerta todas las organizaciones del Partido. Se militariza a las S. A. El jefe de las milicias pardas de la región berlinesa reúne a sus cuadros y les dice: «El año 1939 será un gran año para Alemania. Nadie se figura todavía la importancia de los acontecimientos que se preparan, ni de los éxitos que logrará el pueblo alemán. El mundo va a quedarse atónito.» HImmIer, el jefe del Estado Mayor de las S. S. prepara el agrupamiento de las milicias negras en divisiones idénticas a las del ejército en armamento y organización. Se constituyen rápidamente formaciones de paracaidistas en el centro de experiencias tácticas de Barth. A fines del mes de marzo, Goering procede a la reorganización del ejército del aire. Se crea una cuarta flota aérea en Viena.
Tampoco permanece inactivo el Almirantazgo alemán. Pone la quilla de nuevos barcos de acuerdo con un programa aprobado por Hitler el 1º de enero de 1939. El gran al mirante Doenitz detalla en sus memorias que este programa prevé la construcción de seis acorazados de 50.000 toneladas (además del «Bismarck» y del «Tirpitz», de ocho cruceros ligeros de 20.000 toneladas, y de cuatro portaaviones de 20.000 toneladas, de gran cantidad de cruceros ligeros y de 233 submarinos. En Kummersdorf y en Peenemünde, en donde se trabaja, dentro del mayor secreto, en poner a punto armas «especiales», el coronel Dornberger, Wernher von Braun, Klaus Riedel, Helmut Groettrup y los equipos de técnicos que les ayudan, reciben la orden de acelerar sus trabajos. Finalmente, el plan de cuatro años, que orienta y coordina todas las actividades de la industria alemana, recibe un nuevo impulso. Todos los ciudadanos alemanes, sin distinción de edad ni de sexo, que no estén ya empleados en jornadas completas, deben consagrar varías horas al día a las empresas de interés nacional. Se multiplican las manufacturas de guerra, el almacenaje de materias primas y la requisa de material móvil. Poco a poco toda Alemania se transforma en un campo atrincherado.
El 20 de abril de 1939 cumple el Führer cincuenta años. Hitler decide celebrarlo con el mayor desfile militar que Alemania haya visto jamás. Para esta demostración se hacen preparativos de una gran amplitud que debe provocar al mismo tiempo la admiración y el temor.

5 de septiembre de 1934. El partido nacionalsocialista celebra en Nuremberg su congreso anual, que empieza a los acordes de la obertura de Egmont en las arenas de Luitpold: 30.000 personas abarrotan el auditórium. Este es el decorado que se alza en la explanada.
Después de recibir las felicitaciones del cuerpo diplomático, Hitler sale de la Cancillería y pasa, en su gran Mercedes negro, ante las formaciones agrupadas a lo largo de la gran avenida Este-Oeste, entre el Lustgarten y la estación del Tiergarten. Luego, desde la tribuna oficial alzada en la plaza de la escuela superior técnica de Charlottenburgo, saluda a las tropas que desfilan ante él desde las 11 de la mañana hasta las 3 de la tarde como un torrente ininterrumpido de carne y de acero.
«Durante cuatro años seguidos —nos cuenta el general Stehlin, agregado francés del Aire en Berlín— he ocupado el mismo lugar en esta tribuna, muy cerca del estrado destinado a Hitler. He podido observarle, seguir sus ademanes, adivinar su satisfacción, descubrir la exaltación que le va invadiendo. ¿Durante cuánto tiempo seguirá contentándose con exhibir la fuerza que ha creado para realizar sus ambiciones? La tentación de utilizarla para transformar esta revista en un gran desfile de la victoria tiene forzosamente que incitar su imaginación en medio de este continuo huracán de aclamaciones, de marchas militares, de botas marcando el paso y haciendo retemblar el suelo de ruidos de motores, de retumbar de tanques. Tiene cincuenta años y ha llegado el momento de acelerar el ritmo de sus conquistas.
Gregorio Gafenco, ministro de Asuntos Exteriores de Rumania, que asiste también a este desfile, lo ha descrito en estos términos:
«Durante seis horas, las tropas motorizadas del Reich estuvieron desfilando sin interrupción en una grandiosa exhibición de tanques, de morteros, obuses y cañones gigantes..., espectáculo grandioso que se inicia jovialmente a los acordes alegres de las bandas militares bajo un cielo azul y primaveral; que se prolonga luego horas y horas entre un ruido obsesionante de metal y que luego, ante un público abrumado de cansancio, con los nervios deshechos, parece eternizarse como una visión dantesca, como una interminable pesadilla de la que no se logra despertar.
Una pesadilla de seis horas, preludio angustioso del drama de seis años que iba a seguirla... Hitler, de pie, inmóvil, no apartaba la vista del inmenso ejército en marcha. Era como si le hubiese cedido la palabra para que éste impusiese su argumento supremo e irrefutable al mundo entero.»
El 2 de junio se efectúa un nuevo desfile de cuatro horas en honor del príncipe Pablo de Yugoslavia. El día 6 se invita a los berlineses a festejar el regreso de la legión Cóndor. Esta vez el desfile no dura tanto, ya que la legión sólo consta de 10.000 hombres. Pero la ceremonia no tiene por ello menos importancia, pues los regimientos que tomaron parte en los grandes desfiles del 20 de abril y del 2 de junio eran bisoños, mientras que la oficialidad y los soldados de la legión Cóndor han tomado parte en la guerra de España donde recibieron el bautismo de fuego. Se trata, pues, de veteranos de los cuales muchos exhiben con orgullo sus medallas y sus cicatrices.

La ideología nacionalsocialista crea en torno al Fürer una especie de misticismo pomposo y fanatico. en la foto de arriba, un desfile de las Juventudes Hitlerianas en el Congreso de Nuremberg. El enrolamiento empieza desde la infancia. en la foto de abajo vemos un desfile de jóvenes del S.P.O (Servicio de Trabajo Obligatorio)

A causa de la importancia del papel que han jugado las formaciones de la Luftwaffe, Goering las recibe en primer lugar en la explanada del Lustgarten. Enumera las batallas en que tomaron parte; Madrid, Bilbao, Santander, Brúñete, Teruel, las batallas del Ebro, de Cataluña, de Barcelona y de Valencia. Después de rendir homenaje a sus muertos, termina su alocución con estas palabras:
«Poseemos hoy día un Ejército poderoso dentro de una Alemania poderosa, porque la Providencia nos ha dado un jefe de energía indomable. En esta hora solemne queremos afirmar al Führer que el Ejército entero cumpliré siempre sus órdenes con tanto valor como audacia. Habéis partido con la orden de luchar y habéis vuelto vencedores.»
A continuación Hitler dirige a los legionarios un discurso en que destaca sobre todo la experiencia militar que han adquirido y el significado político de su combate:
«Camaradas —les dice—, me siento feliz de saludaros personalmente y de teneros ante mí, porque estoy orgulloso de vosotros... Partisteis para ayudar a España en una hora de peligro y volvéis convertidos en aguerridos soldados. Vuestra mirada no sólo se ha dado cuenta de las proezas realizadas por los soldados alemanes en la Primera Guerra mundial; os habéis calificado para servir de ejemplo y convertiros en los instructores de los jóvenes soldados de nuestro nuevo Ejército. De esta forma contribuiréis a reforzar la confianza que tenemos en nuestro Ejército y en el valor de nuestras armas... Habéis visto con vuestros propios ojos el terrible destino de España y las espantosas destrucciones que ha sufrido. Y habéis combatido, finalmente, al lado de vuestros camaradas italianos, bajo las órdenes de un prestigioso jefe militar que jamás dudó de la victoria y bajo cuya dirección deseamos un nuevo renacimiento al noble pueblo español.
¡Viva el pueblo español y su jefe Franco!
¡Viva el pueblo italiano y su Duce Mussolini!
¡Viva nuestro pueblo y el Gran Reich alemán!
Después Hitler hace entrega de una insignia especial a los legionarios de la 53’ escuadrilla aérea, al 9° regimiento de la D. C. A. y al 3er regimiento de enlaces aéreos que se han distinguido de manera relevante en los combates.

En Berlín, el canciller Hitler pasa revista a una seccion de asalto nazi. En la bruma grisásea de una tarde invernal, este espectaculo sin importancia toma un carácter opresivo. La S.A, fuerza de choque del partido nacionalsocialista, habia sido dirigida por Röhm, que fue liquidado en la tristemente célebre «Noche de los cuchillos largos.»
En julio de 1939 el ejército alemán ha alcanzado el grado máximo de desarrollo a que pudo llegar en tiempo de paz. ¡Qué enorme camino se ha recorrido desde el 5 de julio de 1919, fecha en la que el general Von Seeckt echó los cimientos del ejército profesional! En aquella época no le estaba permitido al ejército alemán poseer ningún órgano de mando superior al de cuerpo de ejército. Los grados más altos de la jerarquía militar eran los dos Gruppenkommandos de Berlín y Kassel. El Alto Estado Mayor había sido disuelto; se había cerrado la Academia Militar; el ejército, cuyos efectivos había limitado el tratado de Versalles a 100.000 hombres, no poseía ni artillería pesada, ni tanques, ni aviones.

El domingo 17 de marzo de 1935 tiene lugar en Berlín una grandiosa ceremonia para honrar a los héroes de la patria. Esta ceremonia celebra en realidad la abrogación del tratado de Versalles, que Hitler ha hecho pedazos la víspera, y el resurgimiento del militarismo alemán. Antes de entrar en las arenas de Luitpold, donde va a celebrarse el nuevo congreso nazi, el 13 de septiembre de 1937, algunas personalidades del régimen conversan en la calle; de izquierda a derecha: el capitán Pfeffer (de espaldas), Rudolf Hess, Hermann Goering, Julius Streicher -apóstol del antisemitismo- y el doctor Goebbels.

Veinte años más tarde la estructura del ejército alemán es la siguiente:
En la cúspide, Adolfo Hitler, Führer y Canciller del Reich, tiene el mando supremo de las fuerzas armadas de Tierra, Mar y Aire. Le secunda en esta tarea un estado mayor, el Oberkommando de la Wehrmacht (O. K. W.), encargado de coordinar la acción de los tres ejércitos. Lo componen: el general Keitel, el general JodI, el teniente coronel von Lossberg (que ha reemplazado desde hace poco al coronel Zeitzier) y el coronel Warlimont.
Inmediatamente debajo están:
- I. El mando superior de las fuerzas terrestres (Oberkommando des Heeres, u O. K. H.): general von Brauchitsch; jefe de estado mayor: general Halder.
- II. El mando superior de las fuerzas navales (Oberkommando der Kriegsmarine, u O. K.M.): gran almirante Raeder; jefe de estado mayor: almirante Schniewind.
- III. El mando superior de las fuerzas aéreas (Oberkommando der Luftwaffe, u O. K. L.): mariscal Goering; jefe de estado mayor: general Jeschonnek.
Las fuerzas terrestres están divididas en seis Heeresgruppenkommandos, o mandos de grupos de ejércitos, repartidos como sigue:
- BERLIN: general von Bock.
- FRANKFURT AM MAIN: general von Witzleben.
- DRESDE: general von Blaskowitz.
- LEIPZIG: general von Reichenau.
- VIENA: general List.
- HANNOVER: general von Kluge.
Estos comandantes de grupos de ejércitos —que se convertirán en mariscales en el transcurso de la Segunda Guerra Mundial, con excepción del general Blaskowitz— tienen bajo sus órdenes a dieciocho mandos de cuerpos de ejército (Generalkommandos), de los que cada uno es susceptible de dar origen a un ejército el día de la movilización general.
Los cuerpos de ejército están compuestos generalmente de tres divisiones en activo. Al total de efectivos hay que añadir tres divisiones de infantería de montaña (la primera en Garmisch-Partenkirchen, la segunda en Innsbruck y la tercera en Groz, compuesta principalmente por soldados nacidos en Austria), una brigada de caballería (en Insterburg, en Prusia Oriental) y cinco divisiones Panzer creadas por el general Guderian, cuyas bases están situadas en Weimar, Viena, Berlín, Würzburg y Oppeln.
Hay otras cinco divisiones acorazadas organizándose, de suerte que la Wehrmacht dispondrá de seis divisiones acorazadas a finales de agosto de 1939, y de diez en junio de 1940.

En el Palacio de Deportes de Berlín, Hitler arenga a 5.000 oficiales. «Cualquier actividad humana y social -escribía en 1935 la «Deutsche Wahr»-, está justificada si contribuye a preparar para la guerra.»
Las fuerzas aéreas se componen de tres Luftwaffengruppen, que corresponden a los mandos de los grupos de ejércitos:
- I. GRUPO ESTE, en Berlín: general Kesselring.
- II. GRUPO OESTE, en Brunswick: general Felmy.
- III. GRUPO SUR, en Múnich: general Sperrie, que había mandado en España la aviación de la legión Cóndor.
A estos tres grupos están incorporados tres Luftwaffenkommandos (en Königsberg, Kiel y Viena), que se subdividen a su vez en diez regiones aéreas (Luftgaukommandos) en Königsberg, Berlín, Dresde, Munster, Múnich, Breslau, Hannover, Wiesbaden, Nuremberg y Viena.
Diez inspecciones, encargadas cada una de un sector determinado (aviones de reconocimiento, de caza, de bombardeo, defensa aérea, seguridad aérea, conservación de material, enlaces aéreos, conservación de bases e instrucción de personal), están puestas bajo la autoridad del general Milch, inspector general de la Luftwaffe.

Al recibir a su vez al canciller Hitler en 1938, Mussolini no quiso quedar a la zaga en espectacularidad: ejercicios navales, revistas aéreas, desfiles, fiestas folklóricas, inmensas concentraciones de multitudes entusiastas; no se escatimó nada para dar a este encuentro el máximo esplendor.
Indudablemente, las cosas sólo son perfectas sobre el papel. Subsisten muchos puntos débiles que preocupan al alto mando alemán. Su maquinaría es tan compleja que impide una perfecta delimitación de competencias. La inserción de unidades de las Waffen S. S. en el ejército de tierra, la adaptación de la industria del plan cuatrienal, las rivalidades entre las instituciones del Partido y las instituciones del Estado plantean muchos problemas en los cuales el prestigio personal juega un gran papel. El material es ultramoderno, pero los neumáticos de los vehículos y las juntas de los motores de aviación son de caucho sintético. En vez de ser de seda natural, la tela de los paracaídas es de seda artificial. Los tanques y los aviones consumen carburante sintético. Como el general Halder hará observar más adelante a Peter Bor:
«Nuestro verdadero rearme sólo empezó después de la ruptura de las hostilidades. Entramos en la guerra con 75 divisiones y el 60 por ciento de la población en edad de tomar las armas aún no había recibido instrucción militar.»
Y el general Kurt von Tippelskirch añade:
«Es indudable que nuestro ejército de 1939 no estaba exento de imperfecciones. Ciertamente, no estaba «listo» en el sentido absoluto y superlativo en que utilizan esta los estados mayores. Pero tampoco carecía de ciertas cualidades que solo habían de revelarse plenamente en el campo de batalla. En conjunto, el ejército alemán estaba mejor equipado, mejor organizado y mejor instruido que todos los ejércitos adversarios. La superioridad de su organización y de su armamento provenía, en primer lugar, del hecho de que era un ejército de nueva planta; luego, de que el Gobierno había destinado presupuestos extraordinarios a su reconstrucción. Ya en tiempos de paz, los efectivos de las divisiones en activo alcanzaban casi el nivel de los efectivos en tiempos de guerra. Su equipo era más nuevo y más diversificado que el de las naciones vecinas. Al crear divisiones acorazadas y divisiones ligeras motorizadas se había lanzado osadamente por un camino nuevo que los demás países renunciaron a seguir o siguieron con vacilación. En suma, nuestro ejército se hallaba a la altura de las misiones que le correspondieron en las primeras fases de la guerra y las iba a cumplir de una manera que a el mismo le sorprendería.»
Hacia primeros de agosto la Wehrmacht empieza a desbordar la estructura que había tenido en tiempo de paz. La movilización secreta se prosigue insensiblemente. No hay toques de clarín, ni carteles multicolores. Todo se realiza en silencio, lejos de las miradas indiscretas. Solo se adquiere conciencia de la situación cuando se observa el vacio insólito de las ciudades y las aldeas. Tan pronto se recoge la cosecha, los campos se despueblan. En las calles se eleva el promedio de edad de los viandantes, ya que la juventud ha desaparecido misteriosamente. Los trenes se hacen más raros y las carreteras están casi desiertas. Todo cuanto hay de vivo y de fuerte en la nación va siendo absorbido por el ejército. Así, aun antes de que estalle la guerra, se diría que la paz muere en un suspiro…
Mientras tanto, los cuarteles, los almacenes y los campos de entrenamiento se llenan. Y cada vez un número mayor de unidades aprovechan la noche para dirigirse hacia el Este…, en dirección a Polonia.
