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Pequeña Introducción


Hoy voy a utilizar el tiempo para poder posicionaros en 1348, un año donde una enfermedad terrible y desconocida se propagó por Europa, y en pocos años sembró la muerte y la destrucción en todo el continente.

Fue la pandemia más demoledora en la historia de Europa entre los años 1348 y 1361, tomando el nombre de “muerte negra”. Pero la conocemos mas comúnmente como peste bubónica, a mi me da escalofríos solo oírla, porque se que detrás de este nombre se esconden miles de muertes, y es bubónica porque se refiere al “bubón” o agrandamiento de los ganglios linfáticos. Esta plaga es propia de los roedores, pasando de rata en rata a través de las pulgas.

En esta época las epidemias eran bastantes comunes, al fin y al cabo no existía la medicina tal y como la entendemos hoy. La falta de higiene, poblaciones atestadas de gente, animales en la calle (propensos a tener pulgas) y aguas contaminadas ayudaban a que las enfermedades se trasmitieran con más facilidad. En esta época también existían otras enfermedades comunes como la gripe y el tifus.

Sus Inicios

En el año 1346 llegaron a Europa rumores de una terrible epidemia, supuestamente surgida en China, que a través del Asia Central se había extendido a la India, Persia, Mesopotamia, Siria, Egipto y Asia Menor. Se habla de regiones enteras que habían quedado despobladas, de forma que hasta el Papa Clemente VI en Avignon se muestra interesado por el tema, y reuniendo los informes que van llegando, calcula que el número de victimas de be ascender a casi veinticuatro millones de personas. Sin embargo, como en aquel entonces se desconocía el concepto de contagio, no hubo ninguna alarma en Europa hasta que la peste fue introducida en Italia por los barcos genoveses y venecianos que venían del mar Negro; La peste aparece en Italia en octubre de 1347, Y para enero del año siguiente ya ha penetrado en Francia, vía Marsella, y ha llegado hasta el Norte de Africa. La rata negra, buena pasajera de los barcos, la va extendiendo a lo largo de las costas y ríos navegables. Al mismo tiempo que penetra en España, en Italia alcanza Roma y Florencia, y llega a Paris en junio de 1348, pasando poco más tarde a Inglaterra a través del Canal de la Mancha. Ese mismo verano llega a Suiza y por el Este se extiende hasta Hungría.

En 1349 la peste reaparece en Paris, se extiende por Picardia, Flandes y los Países Bajos; de Inglaterra pisa a Escocia e Irlanda, asi como Noruega donde, procedente de Inglaterra, llega un barco fantasma con un cargamento de lana y toda la tripulación muerta, que embarranca cerca de Bergen. Desde Noruega se extiende la epidemia a Suecia, Dinamarca, Prusia e Islandia, llegando incluso hasta Groenlandia. Deja una extraña bolsa de inmunidad en Bohemia y alcanza Rusia en 1351, aunque el primer brote ya había remitido en casi toda Europa a mediados de 1350.



La gran mortandad

Aunque el número de víctimas varió desde un quinto de la población en algunos lugares hasta la casi total exterminación en otros, los investigadores modernos han llegado a aceptar como estimación más aproximada la cifra que nos da Froissart en su crónica, es decir, un tercio de la población, aproximadamente, desde la India hasta Islandia. En realidad Froissart tomó esta cifra del Apocalipsis de San Juan, la lectura preferida en aquellos duros tiempos.

Un tercio de la población de Europa en aquella época equivaldría a unos veinte millones de personas. En realidad es imposible saber el número de víctimas con exactitud, porque en este tema los cronistas de la época no son de fiar y hay que recurrir a otras fuentes, como recaudaciones de impuestos, censos o los escasos documentos que se conservan de las iglesias en los que se recogen nacimientos y defunciones. Tomemos como ejemplo Avignon, sede de la corte papal; se calcula que morían diariamente unas cuatrocientas personas y que unas síete mil casas quedaron deshabitadas. Los cronistas, impresionados sin duda por la acumulación de cadáveres, dan cifras exorbitantes al elevar el número total de muertos a sesenta y dos mil o incluso a ciento veinte mil, cuando la población total de la ciudad no pasaba seguramente de cincuenta mil habitantes.

Conviene recordar que las mayores ciudades de Europa, con una población de unos cien mil habitantes, eran París, Florencia, Venecia y Génova. Después venían Gante, Brujas, Milán, Palermo, Bolonia, Roma. Nápoles y Colonia, con más de cincuenta mil. Londres se acercaba a esta cifra junto con Burdeos, Tolousse, Montpellier, Lyon, Barcelona, Sevilla, Toledo, Siena y Pisa. Por todas estas ciudades la peste pasó matando de un tercio a dos tercios de los habitantes.

Italia, con una población de diez u once millones de personas, fue la que padeció más duramente sus efectos. En Florencia podemos decir que «llovía sobre mojado»; como consecuencia del inicio de lo que sería la Guerra de los Cien Años, las principales casas bancarias florentinas, los Bardi y Peruzzi, fueron a la bancarrota cuando Eduardo III de Inglaterra no pudo devolver los empréstitos que le habían concedido para la primera campaña (años 1343-44). Siguieron años de malas cosechas y con ellos apareció el hambre y se produjeron revueltas de campesinos y trabajadores; después la peste mató de tres a cuatro quintos de la población de esta ciudad, una de las más importantes de Italia. Venecia perdió dos tercios de sus habitantes y en Pisa morían quinientas personas al día.

Además, la primera aparición de la peste coincidió con un terrible terremoto que asoló Italia desde Nápoles a Venecia, dejando un rastro de destrucción que colaboró a aumentar la psicosis de fin del mundo.

En general la mortandad fue enorme en toda Europa; las ciudades estaban más expuestas a la epidemia, por ser centros de comunicación y dado el hacinamiento en que se vivía, sobre todo en los barrios pobres. París, por ejemplo, perdió a la mitad de sus habitantes. De todas maneras, se ha comprobado que el índice de mortandad en las aldeas, una vez que aparecía en ellas la peste, era igualmente alto.



En los sitios cerrados, tales como los monasterios o las prisiones, la infección de una persona normalmente significaba la de todos, como ocurrió en los conventos franciscanos de Carcasona y Marsella, en los cuales toda la comunidad murió. De los 140 frailes dominicos que había en Montpellier sólo sobrevivieron siete. El hermano de Petrarca, Gerardo, miembro de un monasterio de cartujos, enterró a su prior y a treinta y cuatro compañeros, uno por uno, hasta que se quedó solo con su perro y huyó a buscar refugio en otra parte. En Kilkenny, Irlanda, el hermano John Clyn de los frailes Menores también se encontró solo, rodeado de compañeros muertos, pero escribió una crónica de lo que había sucedido para que no ocurriera que «...las cosas que deben ser recordadas parezcan con el tiempo y sean borradas del recuerdo de quienes vendrán tras nosotros». Creía que el mundo entero estaba en poder del demonio y, esperando morir a su vez, escribió: «Dejo pergamino para continuar este trabajo, por si alguien sobrevive y cualquiera de la raza de Adán escapa a la peste y continúa la labor que yo he comenzado». El hermano John, tal como escribió otra mano, murió de la peste, pero escapó al olvido.

Intentos de explicación de la peste

Se desconoce qué fue lo que causó esta epidemia, la más terrible de la historia, pero ahora se cree que su origen geográfico no estuvo en China, sino en algún lugar de Asia Central y que desde allí se extendió por la ruta de las caravanas hasta llegar al mar Negro y luego a Europa. El origen chino fue una noción equivocada del siglo XIV, basada en informes verdaderos pero retrasados que se referían a las grandes calamidades ocurridas en China -peste, hambre e inundaciones- a principios de la década de 1330, demasiado pronto por tanto para estar relacionadas con la peste que aparece en la India en 1346. El enemigo fantasma no tenía nombre y sólo empezó a conocérsele como la peste negra en citas posteriores. Durante la primera eclosión de la epidemia se le nombra como la gran mortandad o la peste a secas. Para empeorar las cosas llegaban a los oídos de los atemorizados europeos relatos desde Oriente en los que se hablaba de furiosas tempestades de fuego que arrasaban todo lo que encontraban a su paso, y se decía que los vientos provocados por estas lluvias de fuego eran los que habían traído la peste a Europa. También se culpó al terremoto antes mencionado de liberar gases pestilentes y sulfurosos del interior de la tierra; o bien se decía que la epidemia era la evidencia de una lucha titánica entre los planetas y los océanos, cuyo resultado había sido la evaporación de grandes masas de agua, lo que había hecho morir millones de peces que con su olor putrefacto habían corrompido el aire. Como se ve, todas estas explicaciones tenían en común el factor del aire envenenado, de las espesas nieblas y de las malignas influencias de los planetas.

El misterio del contagio era el más temible de los terrores. La gente se dio cuenta rápidamente de que la enfermedad se propagaba por el contacto con los enfermos, con sus ropas o sus cadáveres y también con sus casas. ¿Cómo? y ¿por qué? eran las preguntas claves que nadie acertaba a responder.

Gentile da Foligno, doctor en Medicina por la Universidades de Bolonia y Padua, se aproximó al concepto de infección respiratoria cuando afirmó que mediante la respiración se introducía materia venenosa en la persona. Pero al desconocer la existencia de los microbios, dedujo que el aire estaba envenenado por influencias planetarias. La desesperada búsqueda de explicaciones dio lugar a teorías tan peregrinas como la del contagio por la vista; pero tampoco debemos reír demasiado si pensamos solamente en los intentos que recientemente se han llevado a cabo para explicar el envenamiento del aceite de colza. Los médicos medievales, luchando con la evidencia, no podían desdeñar los términos y límites de la astrología, a la que creían estaba sujeto todo ser humano. La medicina era quizás el único aspecto de la vida medieval que escapaba al dominio de la doctrina cristiana, en parte debido a la gran influencia a que sobre ella tenía el mundo árabe. Guy de Chauliac, que fue médico de tres papas, practicaba de acuerdo con el Zodíaco.

En octubre de 1348, Felipe VI pidió a la Facultad de Medicina de París que se definiese sobre las causas que habían provocado la temible epidemia de la peste, que parecía amenazar con el exterminio de la Humanidad. Con cuidadosas tesis, antítesis y pruebas, los doctores dictaminaron que su origen se debía a una triple conjunción de Saturno, Júpiter y Marte en el grado cuarenta de Acuario, ocurrida el veinte de marzo de 1345. Este veredicto se convirtió en la versión oficial y fue reproducido y traducido a diversos idiomas, llegando a ser aceptado incluso por los médicos árabes de Córdoba y Granada.

Naturalmente se intentaron llevar a cabo algunas medidas destinadas a la curación de los enfermos, pero casi todas ellas iban muy mal encaminadas. Los médicos efectuaban tratamientos destinados a sacar veneno e infección del cuerpo, sangrando, purgando con lavativas, cortando o cauterizando los bubones o aplicando compresas calientes. Se recetaban también pócimas que contenían especias raras y polvo de esmeraldas o perlas, siguiendo la teoría, no desconocida en la medicina moderna, de que la sensación de curación de un paciente es directamente proporcional al coste del tratamiento. El único caso de medicina preventiva lo tenemos en la manera en que Guy de Chauliac, médico de Clemente VI, aisló al supremo pontifice en sus apartamentos del palacio papal de Avignon, prohibiéndole terminantemente que recibiera visitas y haciéndole sentar en medio de dos grandes fuegos durante' todo el caluroso verano provenzal. El aislamiento y el calor infernal que reinaba en las habitaciones papales contribuyeron sin duda a espantar las pulgas.

A nivel popular se aconsejaba a diestro y siniestro, desde lavarse la boca y nariz con vinagre y agua de rosas, hasta frecuentar las letrinas, siguiendo la teoría de que los malos olores eran eficaces contra la peste. En una aldea se podia ver a sus habitantes danzando y cantando continuamente al son de flautas y tambores. Si se les preguntaba que por qué lo hacían, respondían que confiaban en mantenerse inmunes a la peste mediante la alegría que demostraban con el baile. No sabemos si realmente lo consiguieron.




Cantidad de Muertos


El balance demográfico fue sorprendente, se estima que casi la mitad de la población de Europa perdió la vida a consecuencia de la enfermedad, aproximadamente 25 millones de personas, a esta cantidad debemos sumar los 30 millones de personas que murieron en Asia y África, en muchas poblaciones murieron todos sus habitantes, convirtiéndose en pueblos fantasma, los pocos que quedaban huían infectados hacía otras poblaciones, facilitando como anteriormente decíamos la propagación de la muerte negra.

Podéis imaginaros las consecuencias de este drástico cambio en la demografía mundial. La rápida perdida de población produjo importantes cambios económicos causados por la escasa mano de obra. La agricultura quedó abandonada totalmente, los campos desiertos y desatendidos, debido a ello la población medieval se centró más en el consumo de carnes. El poder de la iglesia y todo lo que lo rodeaba quedó mermado, los habitantes les acusaba de no haber sido capaces de parar la pandemia que se desató.

¿Veis algo positivo?, en principio no lo hay, pero en estas situaciones o ves algo bueno o te hundes en la miseria. Al escasear trabajadores se innovó en técnicas de trabajo de épocas anteriores, lo que se relaciona con la aparición del Renacimiento años después en zonas como Italia, donde surgió antes que en zonas de Europa.

La prevención y el tratamiento de la plaga son relativamente éxitos en la actualidad. El organismo que la causa fue descubierto, casi al mismo tiempo, por el japonés Sharamiro Kitasato y el suizo Alexander Yersin, y la prevención fue posible gracias a la inoculación de una vacuna preparada con organismos muertos o por la inyección de una cepa activa pero no virulenta llamada Yersinia.

Para mi personalmente y aunque suene fuerte, la peste negra fue el ataúd de Europa en la Edad Media.