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Sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias.
Filipenses 4:6


Quiero, pues, que los hombres oren en todo lugar, levantando manos santas, sin ira ni contienda.
1 Timoteo 2:8


La oración eficaz del justo puede mucho.
Santiago 5:16

Muerto de rodillas

David Livingstone, el gran explorador y misionero del siglo XIX (19), terminó su vida de una manera extraordinaria. En su último viaje de exploración en África del Sur, una mañana se quedó en su tienda mientras sus acompañantes se apresuraban a recoger sus pertenencias y preparar para la salida del campamento. Ellos no querían molestarlo mientras oraba, pues «hablaba con su Dios», como solían decir. Pero como la espera se alargaba mucho más del tiempo acostumbrado, el jefe de la caravana decidió ir a ver qué sucedía. Cuando entró vio a Livingstone todavía de rodillas y con las manos en el suelo. Su corazón había dejado de latir.
A través de las pruebas, peligros y fatigas de su vida como explorador, había conocido el poder de la oración. Mediante ella había hallado el socorro, la protección y las fuerzas renovadas. Y en ese momento supremo de la muerte también se había dirigido a Dios.
Dios permitió que dejase la tierra de forma serena, sin temor ni luchas, y esto impresionó a sus compañeros, pues comprobaron que “el justo en su muerte tiene esperanza” (Proverbios 14:32).
No es necesario vivir una vida tan llena de peligros para experimentar los recursos de la oración. No descuidemos esos momentos, a solas con Dios, pues son necesarios para renovar nuestras fuerzas y la vida de nuestra alma.