A los Jovenes - Pedro Kropotkin
Presentación
Presentación

Escrito durante el año de 1880, este corto ensayo del teórico libertario del anarcocomunalismo, Pedro Kropotkin, A los jóvenes, fue publicado en el periódico Le Révolté, teniendo, desde ese momento, una enorme aceptación entre los lectores, aceptación que se vió reflejada en las numerosas reediciones del ensayo, el cual fue traducido a varios idiomas, siendo también incluido en la conocida recopilación de escritos de Kropotkin, Palabras de un rebelde, editada a fines del siglo XIX.
Con toda certeza podemos afirmar que A los jóvenes es el escrito de Kropotkin que más se difundió en el mundo entero, llegando a constituirse en un verdadero baluarte de la propaganda socialista en general y socialista libertaria en particular, de finales del siglo XIX y principios del siglo XX.
Recordamos que cuando, en 1972, editamos este escrito en la serie de folletos que titulamos Diario de Combate, su contenido nos cautivó.
El lenguaje utilizado por Kropotkin, es de una peculiar frescura y representa a las mil maravillas el entorno en el que de seguro fue ideado y escrito, esto es, el denominado movimiento populista ruso con su inseparable ida al pueblo.
En efecto, Kropotkin no para mientes buscando convencer al estudiantado para que dedicase el aprovechamiento de sus estudios yendo a bregar por causas justas en unión del pueblo. Intentar inyectar una buena dosis de altruismo a los jóvenes recién egresados de alguna carrera; hacerles comprender la enorme responsabilidad social que han adquirido para con el pueblo, a quien a fin de cuentas deben la totalidad de sus estudios, es, sin duda, el principal objetivo perseguido por el príncipe anarquista.
Como comentario no podemos pasar por alto el asombroso parecido en el estilo utilizado por Kropotkin en este ensayo, con muchos de los artículos de Ricardo Flores Magón. Parece no haber la menor duda de que uno de los escritos, de este gran teórico libertario ruso, que en mucho influyó a Ricardo Flores Magón, fue, precisamente, A los jóvenes.
Chantal López y Omar Cortés
Juventud[
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Es a los jóvenes a los que quiero dirigirme. Que los viejos, me refiero, claro, a los viejos de corazón y pensamiento, dejen esto y no cansen sus ojos leyendo lo que nada les dirá.
Te supongo de dieciocho o veinte años, has acabado tu aprendizaje o tus estudios, te incorporas en este momento a la vida. Supongo tu pensamiento libre de las supersticiones que han intentado imponerte tus maestros; supongo que no temes al demonio, que no vas a oír perorar a curas y ministros. Y también que no eres un petimetre, uno de esos tristes productos de una sociedad en decadencia que despliegan sus pantalones bien cortados y sus gestos simiescos en los parques, que incluso a su temprana edad sólo desean insaciable placer a cualquier precio ... supóngote, por el contrario, un buen corazón; y por esta razón a ti me dirijo.
Sé que se te planteará una primera pregunta. Te has dicho muchas veces: ¿Qué voy a ser? De hecho, cuando un hombre es joven comprende que después de haber estudiado un oficio o una ciencia varios años (a costa de la sociedad, no lo olvides) no lo ha hecho para utilizar lo adquirido como instrumento de pillaje en beneficio propio, y ha de ser realmente un depravado, estar del todo corrompido por el vicio, si no ha soñado aplicar un día su inteligencia, su capacidad, sus conocimientos a ayudar a la liberación de los que se arrastran hoy en la miseria y la ignorancia.
Eres uno de los que han tenido esa visión, ¿verdad? Pues bien, veamos lo que has de hacer para convertir en realidad tus sueños.
No sé en qué clase social naciste. Quizás te favoreció la fortuna, y pudiste centrar tu atención en el estudio de la ciencia; quizás seas médico, abogado, hombre de letras o científico. Ante ti se abre ancho campo. Entras en la vida con amplios conocimientos, con una inteligencia adiestrada. O quizás seas sólo un artesano y tus conocimientos científicos se limiten a lo poco que aprendiste en la escuela. Has tenido sin embargo la ventaja de aprender directamente que la suerte del trabajador de nuestro tiempo es una vida agotadora de trabajo.
A los médicos

Me detengo en el primer supuesto, ya volveré al segundo; supongo pues, que has recibido educación científica. Supongamos que piensas ser médico.
Mañana un hombre vestido pobremente vendrá a buscarte para ir a ver a una mujer enferma. Te conducirá a una de esas callejuelas donde los vecinos de enfrente casi pueden darse la mano sobre las cabezas de los transeúntes. Subes en una atmósfera hedionda a la temblorosa luz de una lamparica mal ajustada. Subes dos, tres, cuatro, cinco tramos de sucias escaleras; y en una habitación oscura y fría encuentras a una mujer enferma tendida en un jergón cubierta de sucios andrajos. Lívidos y pálidos niños tiritan bajo escasas ropas, y te miran con grandes ojos muy abiertos. El marido ha trabajado toda su vida doce o trece horas diarias en no importa qué. Ahora lleva parado tres meses. Estar parado no es raro en su oficio; pasa todos los años, periódicamente. Pero antes, cuando estaba parado, su mujer salía a trabajar como asistenta ... quizás a lavar tus camisas; ahora lleva en la cama dos meses, y la miseria atenarza a la familia con todo su sórdido horror.
¿Qué recetarás a esa mujer enferma, doctor? Has visto inmediatamente que la causa de su enfermedad es anemia general, falta de buenos alimentos, falta de aire fresco. ¿Le recetarás un buen filete cada día? ¿Un poco de ejercicio en el campo? ¿Un dormitorio seco y ventilado? ¡Qué ironía! Eso ya lo habría hecho, de poder, sin esperar tu ayuda.
Si tienes buen corazón, trato franco y pareces honrado, la familia te contará algunas cosas. Te dirán que la mujer que está al otro lado del tabique, cuyas toses te destrozan el corazón, es una pobre planchadora; que un tramo de escaleras más abajo todos los niños tienen fiebre; que la lavandera que ocupa la planta baja no llegará a la primavera; y que en la casa de al lado aún están peor.
¿Qué dirás tú a esos enfermos? Les recomendarás dieta abundante, cambio de aires, menos trabajo agotador ... te gustaría poder hacerlo, pero no te atreverás y saldrás de allí con el corazón destrozado y una maldición en los labios.
Al día siguiente, cuando cavilas aún sobre el destino de los habitantes de aquella casa miserable, tu colega te dice que el día anterior vino un mensajero a avisarle, esta vez en un carruaje. Era para que fuese a ver a la propietaria de una casa rica, a una dama agotada por noches de insomnio, que dedica toda su vida a engalanarse, a hacer visitas, asistir a bailes y reñir con un marido estúpido. Tu amigo le ha recetado una forma de vida menos absurda, dieta más suave, paseos al aire libre, humor equilibrado y, para compensar un poco la falta de trabajo útil, algo de gimnasia en su cuarto.
La una está muriendo por no haber tenido comida suficiente ni descanso bastante en toda su vida. La otra se consume porque nunca ha sabido lo que es el trabajo.
Si eres una de esas personas sin carácter que se adaptan a todo, que a la vista de los espectáculos más viles se consuelan con un suave suspiro, acabarás acostumbrándote gradualmente a esos contrastes y, al favorecer tu lado animal tales tendencias, sólo pensarás en seguir en las filas de los buscadores de placer, y en no rozarte nunca con los desvalidos. Pero si eres un hombre, si traduces tu sentimiento en acción voluntaria, si en ti la bestia no ha aplastado al ser inteligente, volverás un día a casa diciéndote: No, es injusto: esto no ha de seguir. No basta curar enfermedades; debemos prevenirlas. Una vida algo mejor y un desarrollo intelectual eliminarían de nuestras listas la mitad de los pacientes y la mitad de las enfermedades ... ¡Al diablo la medicina! Aire, buenos alimentos, menos trabajo agotador ... es por aquí por dónde hay que empezar. Sin todo esto, la profesión de médico no es más que farsa e hipocresía.
Ese mismo día entenderás el socialismo. Desearás conocerlo totalmente, y si altruismo no es para ti una palabra vacía de significado, si aplicas al estudio de lo social la inducción rígida del filósofo de la Naturaleza, acabarás en nuestras filas, y trabajarás, como nosotros, por traer la revolución social.
A los cientificos
Pero puede que digas: ¡Los simples asuntos prácticos pueden irse al diablo! Como astrónomo, como fisiólogo, como químico, me dedicaré a la ciencia. Es un trabajo que siempre rinde frutos, aunque sólo sea para las generaciones futuras.
Intentemos comprender primero lo que buscas al consagrarte a la ciencia. ¿Es sólo el placer (inmenso sin duda) que obtenemos estudiando la naturaleza y ejercitando nuestras facultades mentales? En ese caso te pregunto: ¿En qué se diferencia el filósofo, que persigue la ciencia para poder llevar una vida más grata, del borracho que sólo busca la gratificación momentánea que le proporciona la ginebra? El filósofo ha elegido, sin duda, mucho más sabiamente su placer, pues le permite una satisfacción mucho más honda y perdurable que la del ebrio. ¡Pero eso es todo! Ambos persiguen el mismo fin egoísta: gratificación personal.
Pero no, tú no deseas llevar esa existencia egoísta. Trabajando para la ciencia deseas trabajar para la humanidad toda; esa idea te guiará en tus investigaciones. ¡Una maravillosa ilusión! ¿Quién no la abrazó por un momento al entregarse por primera vez a la ciencia?
Pero, si piensas realmente en la humanidad, si es el bien de la especie humana lo que buscas, se te plantea un interrogante formidable; porque, a poco espíritu crítico que tengas, advertirás inmediatamente que en nuestra sociedad actual la ciencia no es más que un artículo de lujo, destinado a hacer más placentera la vida a unos cuantos, y que es absolutamente inaccesible a la gran mayoría del género humano. Hace ya más de un siglo que estableció la ciencia proposiciones sólidas sobre el origen del universo, pero ¿cuántos las conocen y cuántos poseen espíritu crítico realmente científico? Unos miles aislados, perdidos entre centenas de miles a quienes aún agobian prejuicios y supersticiones dignos de salvajes, y que, en consecuencia, aún están en condíciones de servir como marionetas a los impostores religiosos.
O, yendo un paso más allá, consideremos lo que ha hecho la ciencia para establecer las bases racionales de la salud física y moral. La ciencia nos dice cómo hemos de vivir para preservar la salud de nuestros propios cuerpos, cómo mantener en buenas condiciones a las hacinadas masas de nuestra población. Pero, ¿no ha sido acaso todo el abundante trabajo hecho en estos dos campos letra muerta en los libros? Sabemos que así ha sido. ¿Por qué? Porque la ciencia sólo existe hoy para un puñado de individuos privilegiados, porque la desigualdad social, que divide la sociedad en dos clases (esclavos del salario y acaparadores del capital) convierte todas sus enseñanzas en cuanto a las condiciones para una existencia racional en la más amarga ironía para el noventa por ciento de la especie.
En la actualidad, no necesitamos ya acumular verdades y descubrimientos científicos. Lo que importa es propagar las verdades ya adquiridas, practicarlas en la vida diaria, convertirlas en herencia común. Tenemos que ordenar las cosas de modo que toda la especie pueda conseguir asimilarlas y aplicarlas, de modo tal que la ciencia deje de ser un lujo y se transforme en base de vida cotidiana. Lo exige la justicia. Y los propios intereses de la ciencia.
La ciencia sólo realiza auténticos progresos cuando sus verdades hallan un medio dispuesto y preparado para su recepción. La teoría del origen mecánico del calor permaneció ochenta años enterrada en archivos académicos hasta que este conocimiento de la ciencia física se propagó lo bastante para crear público capaz de aceptarlo. Tres generaciones hubieron de pasar para que las ideas de Erasmo Darwin sobre la variación de las especies pudiese recibirlas favorablemente su nieto y admitirlas los filósofos académicos, e, incluso entonces, hizo falta la presión de la opinión pública. El filósofo es siempre, como el poeta y el artista, producto de la sociedad en que enseña y se mueve.
Si estás imbuído de estas ideas, comprenderás que lo más importante es impulsar un cambio radical en este estado de cosas que condena hoy al filósofo a verse aplastado con verdades científicas, mientras casi todo el resto de los seres humanos siguen igual que hace cinco o diez siglos: como esclavos y máquinas que ignoran las verdades establecidas. Y el día en que estés imbuído de esta verdad amplia, profunda, humana y sólidamente científica, ese día perderás tu gusto por la ciencia pura. Empezarás a buscar medios de lograr esta transformación, y, si aportas a tus investigaciones la imparcialidad que te ha guiado en tus investigaciones científicas, adoptarás inevitablemente la causa socialista; dejarás los sofismas y te unirás a nosotros. Cansado de trabajar para proporcionar placeres a ese pequeño grupo, que tiene ya muchos, pondrás tus conocimientos y tu abnegación al servicio de los oprimidos.
Y estate seguro de que el sentimiento del deber cumplido, de haber establecido una correspondencia real entre sentimientos y acciones, te hará descubrir en ti mismo capacidades cuya existencia jamás soñaste. Cuando, además, un día, no está muy lejano en realidad, pese a lo que digan nuestros profesores, cuando un día, repito, llegue ese cambio por el que has trabajado, entonces, obteniendo nuevas fuerzas del trabajo científico colectivo, y de la poderosa ayuda de ejércitos de trabajadores que pondrán sus energías a su servicio, la ciencia dará un nuevo salto adelante, infinitamente mayor que el lento progreso de hoy, que parecerá simple trabajo de aprendices. Entonces gozarás de la ciencia; ese placer será un placer de todos.
]A los abogados

Si has acabado de estudiar derecho y estás a punto de entrar en el foro, quizás tengas también algunas ilusiones en cuanto a tu actividad futura: doy por supuesto que eres un individuo de espíritu noble, que sabes lo que significa el altruismo. Quizás pienses: Dedicaré mi vida a una lucha incesante y vigorosa contra toda injusticia; consagraré todas mis facultades al triunfo de la ley, expresión pública de suprema justicia ... ¡puede haber carrera más noble!. Inicias la tarea real de la vida confiando en ti mismo y en la profesión que has elegido.
Muy bien; acudamos a cualquier página del código y veamos lo que te dirá la vida real.
Tenemos un rico propietario. Exige el desahucio de un campesino, un arrendatario, que no ha pagado su renta. Desde el punto de vista legal, el caso no ofrece dudas. Si el campesino pobre no puede pagar, debe irse. Pero si analizamos los hechos veremos lo siguiente:
El terrateniente ha derrochado sus rentas en juergas y placeres; el arrendatario ha trabajo duramente día a día. El terrateniente no ha hecho nada por mejorar su finca. Sin embargo, su valor se ha triplicado en cincuenta años debido al aumento del precio de la tierra por la construcción de un ferrocarril, por la apertura de nuevas carreteras, por el drenaje de una marisma, por el cercado y el cultivo de tierras sin cultivar. Pero el arrendatario, que ha contribuido notablemente a este aumento de precio, se ha arruinado.
Cae en manos de usureros, y agobiado de deudas no puede ya pagar al terrateniente. La ley, siempre del lado del propietario, es muy clara; el terrateniente está en su derecho. Pero tú, a quien las ficciones legales aún no han ahogado el sentimiento de justicia, ¿qué harás? ¿Aceptarás que debe arrojarse a los caminos al labriego, tal como la ley ordena, o pedirás que el terrateniente le devuelva todo el aumento de valor de la propiedad debido a su trabajo, según decreta la equidad? ¿Qué partido tomarás? ¿El de la ley contra la justicia, o el de la justicia contra la ley?
¿O qué partido tomarás cuando los trabajadores se declaren en huelga contra un patrón sin notificárselo? ¿El de la ley, es decir el del patrón, que aprovechándose de un período de crisis ha obtenido vergonzosos beneficios, o contra la ley pero del lado de los trabajadores que recibieron sólo durante ese tiempo míseros salarios, y vieron languidecer ante sus ojos a sus mujeres e hijos? ¿Defenderás esa burda farsa que llaman libertad de contratación? ¿O defenderás la equidad, que dice que un contrato establecido entre un hombre que ha comido bien y otro que vende su trabajo para poder subsistir escasamente, entre el fuerte y el débil, no es en absoluto un contrato?
Consideremos otro caso. Aquí, en Londres, un hombre entra en una carnicería, roba un filete y sale corriendo. Detenido e interrogado resulta ser un artesano sin trabajo, y que llevan, él y su familia, cuatro días sin comer. ¡Se pide al carnicero que le deje libre, pero el carnicero exige que la ley se cumpla! Presenta denuncia y el delincuente es condenado a seis meses de cárcel. ¿No se rebela tu conciencia contra la sociedad cuando sabes que se pronuncian sentencias similares a diario?
¿Pedirás el cumplimiento de la ley contra el hombre que deficientemente educado y mal acostumbrado desde su niñez, ha llegado a la vida adulta sin haber oído una palabra comprensiva y que completa su carrera asesinando a su vecino para robarle? ¿Exigirás su ejecución, o, peor aún, que le encarcelen veinte años, sabiendo como sabes muy bien que es más un loco que un criminal, y que, en cualquier caso, su crimen es culpa de la sociedad toda?
¿Exigirás que esos tejedores que en un momento de desesperación prendieron fuego a un taller sean arrojados a la cárcel; que este hombre que disparó contra un asesino coronado pase en prisión el resto de sus días; que se fusile a los insurrectos que plantan la bandera del futuro en las barricadas? ¡No y mil veces no!
Si razonas en vez de repetir lo que se te enseñó; si analizas la ley y desnudas las nebulosas ficciones con que la han envuelto para ocultar su auténtico origen, que es el derecho del más fuerte, y su substancia, que ha sido siempre la consagración de todas las tiranías transmitidas a la especie humana a lo largo de su larga y sangrienta historia; cuando hayas comprendido esto, sentirás realmente un profundo desprecio por la ley. Comprenderás que dedicarse a servir la ley escrita es colocarse de continuo en oposición a la ley de la conciencia, y sumarse al bando de la iniquidad y la injusticia; y como esta lucha no puede continuar eternamente, o acabarás silenciando tu conciencia y convirtiéndote en un miserable, o rompes con la tradición y trabajas con nosotros para la destrucción absoluta de toda la injusticia social, política y económica. ¡Y entonces serás un socialista, un revolucionarlo
A los ingenieros

Y tú, joven ingeniero, que sueñas mejorar la condición de los trabajadores aplicando a la industria las invenciones de la ciencia, qué triste desencanto, qué decepciones te esperan. Dedicarás la energía juvenil de tu inteligencia a proyectar el trazado de un ferrocarril que, bordeando precipicios y atravesando el corazón de montañas inmensas, unirá dos países que la naturaleza separó. Pero una vez el trabajo se inicie, verás regimientos completos de trabajadores diezmados por las privaciones y la enfermedad en el lóbrego túnel, verás que otros vuelven a casa llevando consigo sólo unas monedas y las semillas de la enfermedad, verás cada metro de la línea férrea marcado por cadáveres de seres humanos, por la rapaz codicia, y finalmente, cuando la línea se abra al fin, verás que la utilizan para transportar la artillería de un ejército invasor.
Has dedicado tu juventud a hacer un descubrimiento que simplificará la producción, y tras muchos trabajos y muchas noches en vela, tienes al fin el valioso invento. Lo pones en práctica. El resultado supera tus esperanzas. ¡Diez, veinte mil seres humanos se quedan sin trabajo y los que quedan, niños la mayoría, reducidos a la condición de simples máquinas! Tres, cuatro o quizás diez capitalistas harán una fortuna y beberán champán a raudales. ¿Era éste tu sueño?
Por último, estudias los recientes avances industriales y ves que las costureras no han ganado nada, absolutamente nada, con el invento de la máquina de coser; que el trabajador del túnel del San Gotardo muere de anquilostomiasis, pese a las perforadoras de punta de diamante; que el albañil y el jornalero están tan sin trabajo como antes. Si analizas los problemas sociales con la misma independencia de espíritu que te ha guiado en tus investigaciones mecánicas, llegarás inevitablemente a la conclusión de que bajo el dominio de la propiedad privada y la esclavitud salarial, todo nuevo invento, lejos de aumentar el bienestar del trabajador, sólo hace más pesada su esclavitud, más degradante su trabajo, más frecuentes los períodos de paro, más aguda la crisis, y sólo se aprovechan de él quienes disponen ya de todos los placeres imaginables.
¿Qué harás tú cuando llegues a esta conclusión? O empezarás a silenciar tu conciencia con sofismas, hasta que un buen día digas adiós a los honrados sueños de tu juventud e intentes obtener, para ti mismo, lo que proporcione placer y gozo y te unas a las filas de los explotadores; o, si tienes corazón, te dirás: No, no es tiempo para inventos. Transformemos primero la producción. Cuando desaparezca la propiedad privada, entonces, todo nuevo avance de la industria será en beneficio de la especie, y toda esta masa de trabajadores, hoy meras máquinas, serán entonces seres pensantes que aplicarán a la industria su inteligencia, fortalecida por el estudio y adiestrada por el trabajo manual, y el progreso mecánico dará así un salto adelante que traerá en cincuenta años lo que hoy ni siquiera podemos soñar.
A los maestros

Y qué le diré yo al maestro, no al hombre que considera su profesión una tarea tediosa, sino a aquél que, rodeado de un alegre grupo de jóvenes, se siente exaltado por sus graciosas miradas y sus risas felices; al que intenta plantar en sus cabecitas aquellas ideas de humanidad que él mismo acarició cuando era joven.
Te veo a menudo triste, y conozco el motivo. El otro día tu alumno favorito, que no está muy bien en latín, es cierto, pero que no por eso deja de tener un excelente corazón, recitó la historia de Guillermo Tell con tanto vigor ... chispeaban sus ojos; parecía querer apuñalar a todos los tiranos allí mismo; recitaba con un ardor tal los versos apasionados de Schiller:
Adelante el esclavo que rompe su cadena,
Adelante los hombres libres que no tiemblan.
Pero cuando volvió a casa, su madre, su padre, su tío, le reprendieron con aspereza por faltar al respeto al cura o al policía rural. Le discursearon luego sobre la prudencia, el respeto a la autoridad, la sumisión a sus superiores, hasta que dejó a un lado a Schiller para leer cosas prácticas.
Y después, ayer mismo, te dijeron que tus mejores alumnos se habían descarriado. Uno sólo sueña en convertirse en un oficial; otro, de acuerdo con su patrono, roba a los trabajadores de sus parcos salarios; y tú, que tantas esperanzas habías puesto en estos jóvenes, cavilas ahora sobre el triste contraste entre tu ideal y la realidad de la vida.
Sigues cavilando sobre ello. Y preveo que en dos años de trabajo, después de sufrir un desengaño tras otro, dejarás en la estantería a tus autores favoritos y acabarás diciendo que Guillermo Tell era sin duda un hombre muy honrado, pero que estaba un poco loco; que la poesía está muy bien para leer junto al fuego, sobre todo cuando un hombre ha estado enseñando todo el día la regla de tres, pero que los poetas están siempre en las nubes y sus ideas nada tienen que ver con la vida de hoy, ni con la próxima visita del inspector de segunda enseñanza ...
O, por el contrario, los sueños de tu juventud se convierten en las firmes convicciones de tu edad madura. Desearás entonces educación amplia y humana para todos, en la escuela y fuera de ella. Y al verlo imposible en las condiciones actuales, atacarás los fundamentos mismos de la sociedad burguesa. Serás entonces expulsado por la delegación de enseñanza, abandonarás tu escuela y te unirás a nosotros, serás de los nuestros. Explicarás a hombres de más años pero de menos ciencia que tú, lo atractivo que es el conocimiento, lo que debería ser el género humano, sí, lo que podríamos ser. Vendrás a trabajar con los socialistas por la completa transformación del sistema presente y lucharás hombro con hombro para lograr igualdad verdadera, verdadera fraternidad, libertad infinita para el mundo.
A los artistas

Por último tú, joven artista, escultor, pintor, poeta, músico, ¿no has advertido que el sagrado fuego que inspiró a tus predecesores está ausente en los hombres de hoy, que el arte es vulgaridad, que impera lo mediocre?
¿Podría ser de otro modo? El gozo de redescubrir el mundo antiguo, de bañarse de nuevo en los arroyos de la naturaleza que crearon las obras maestras del Renacimiento no existe ya en el arte de nuestra época. El ideal revolucionario le ha abandonado hasta ahora, y, sin un ideal, sueña nuestro arte hallado en el realismo, y fotografía laboriosamente en colores la gota de rocío sobre la hoja de una planta, remeda los músculos de la pata de una vaca, o describe minuciosamente en prosa y en verso la sofocante basura de una alcantarilla o el tocador de una puta de alto rango.
Pero si esto es así, ¿qué hacer? dices. Si el fuego sagrado que dices poseer, contesto yo, sólo es pávilo humeante y sin llama, seguirás haciendo lo que has hecho, tu arte degenerará muy pronto en el oficio de decorar tiendas de comerciantes, de proveer de libreto operetas mediocres y de escribir cuentos para libros de Navidad ... la mayoría de vosotros descendéis ya a toda prisa por esa pendiente ...
Pero si tu corazón late de veras al unísono con el de la humanidad toda, si como auténtico poeta eres capaz de oír la vida, entonces, contemplando este mar de aflicción cuya marea te cerca, mirando cara a cara a esas gentes que se mueren de hambre, a los cadáveres que se apilan en las minas, a los cuerpos mutilados que se amontonan en las barricadas, si ves de verdad la batalla desesperada que se está librando, entre gritos de aflicción de los conquistados y orgías de los triunfadores, heroísmo frente a cobardía, noble decisión frente a pérfida astucia, si ves todo esto, no puedes ser neutral. ¡Vendrás y te unirás a los oprimidos porque sabes que lo bello, lo sublime, el espíritu mismo de la vida están del lado de los que luchan por la luz, la humanidad y la justicia!
Espero que les haya gustado mucho camaradas[/align]