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Iluminados por la música




Hace 50 años, dos jóvenes estudiantes de arquitectura convocaron a un amigo para integrarse a su banda. Fue el inicio de Pink Floyd. Ellos no lo sabían entonces, pero iban a cambiar la historia.



Por: Víctor Hugo Escalante Razo




En 1963, dos jóvenes estudiantes de arquitectura en el Politécnico de Regent Street, Londres, se dedicaban a actuar como guitarrista y baterista del conjunto Sigma 6. Se llamaban Roger Waters y Nick Mason. En la misma facultad conocieron a Richard Wright, quien tardó sólo un año en percatarse de que el diseño de edificios no era lo suyo y optó por ampliar sus estudios hacia la música. El líder de la banda, además de manager y compositor, era un tal Ken Chapman.

Esta banda pasó por varios cambios de nombre, hasta que se hizo llamar Tea Set. Waters ya se había convertido en bajista, y Wright tenía menos problemas para encontrar un teclado que tocar.

El 5 de julio de 1964, a causa de la salida de dos músicos, Waters sugirió que se uniera a Tea Set un amigo de la infancia en Cambridge, a quien había oído tocar la guitarra en casa de su madre. Syd Barrett (cuyo nombre real era Roger Keith) estudiaba pintura en la Escuela de Artes de Camberwell, Londres, aunque ya había tocado antes el bajo y la guitarra en un par de grupos de blues de poca monta. Fue hace 50 años. Fue el inicio de todo.


A principios de 1965, tras un nuevo cambio de músicos, Barrett poco a poco se fue convirtiendo en el líder del grupo. Con un repertorio de blues y R&B, Tea Set debía cubrir tres sets de 90 minutos cada noche en un club nocturno de Londres, por lo que optaron por alargar las canciones lo más posible con secciones musicales y solos prolongados, lo cual se convertiría en el sello de la banda. A finales de ese mismo año, poco antes de iniciar uno de sus shows, Barrett se enteró de que compartirían el escenario con otro grupo que también se hacía llamar Tea Set. En ese mismo instante, se le ocurrió cambiar el nombre de la banda y pidió que los anunciaran como Pink Floyd Sound, usando los nombres de dos guitarristas negros de blues (Pink Anderson y Floyd Council) cuya música él admiraba. Al año siguiente, a instancias de su nuevo manager y patrocinador Peter Jenner, ya serían simplemente Pink Floyd.

El genio también era un loco

Para 1966, la banda ya giraba por entero alrededor de Syd Barrett. Con las composiciones originales de Barrett, llenas de prolongadas improvisaciones y secciones instrumentales, Pink Floyd se fue abriendo paso en la naciente escena psicodélica londinense.

La primera grabación de Pink Floyd fue una canción llamada Arnold Layne, sobre un travesti a quien le gustaba robar las prendas que las mujeres colgaban para secar. Y el álbum debut, en 1967, fue The Piper at the Gates of Dawn: rock psicodélico sin mayores pretensiones que la de crear una especie de muro de sonido entre los teclados de Wright, la guitarra de Barrett y la batería de Mason, sobre el cual se podía colgar la voz de Syd como un adorno más.

Desgraciadamente, el genio detrás de este sonido era también un loco. Un tanto por su abuso del LSD y otro tanto por una predisposición innata, el cerebro de Barrett pronto empezó a desconectarse de la realidad. Había ocasiones en que, antes de un concierto, estaba en tal grado de inconsciencia que los demás tenían que arrastrarlo literalmente al escenario. Años más tarde, le diagnosticarían algún padecimiento mental que resultó incurable, tal vez esquizofrenia (aunque no hay un documento oficial que lo confirme). Su locura lo habría llevado al extremo de mantener a su novia encerrada por tres días sin comida ni agua, o golpearla en la cabeza con una mandolina. Asimismo, su actitud en el escenario era cada vez más errática, por la que los demás miembros del grupo decidieron buscar a un segundo guitarrista.

Resultó ser David Gilmour, un viejo conocido tanto de Barrett como de Waters, quien había tocado varias veces con el primero en su adolescencia. En un principio, el papel de Gilmour sería cubrir musicalmente las excentricidades de Barrett en el escenario, aunque casi de inmediato se optó por usar a David como guitarrista estable y a Syd únicamente como compositor.

Pero el destino de Barrett estaba jugado. Poco después, cuando iban en camino a un concierto en Southampton, uno de los miembros de la banda preguntó si debían pasar a buscar a Syd. Según Gilmour, alguien respondió: “No, no nos molestemos”. Y así, con esa frase, acabó el Pink Floyd de Barrett... ¿O no?

Sonidos y parafernalia visual


Tras la salida de Barrett, Pink Floyd había perdido no solo a su líder, sino también a su principal compositor. Pero antes de que se consumara el hecho, el grupo entró al estudio para grabar su segundo álbum, A Saucerful of Secrets. Syd tocó en tres de las canciones del disco, pero las labores de composición recayeron en Waters y Wright. Aunque todavía se puede oír una marcada influencia del sonido de Barrett en las canciones de ambos, por lo menos See-Saw, de Wright, ya perfila la voz que luego él desarrollaría.

Sin embargo, Saucerful cuenta con una pequeña joya nacida de la pluma de Waters: Set the Controls for the Heart of the Sun no solo es la única canción donde se puede oír a los cinco músicos juntos, sino que en gran medida marcó el estilo de composición que la banda (léase Waters) usaría y abusaría en años siguientes.

El siguiente disco fue la banda sonora de una película inglesa titulada More (1969). Relata la adicción a la heroína de un joven alemán que, en una escapada a París y luego a Ibiza, quiere liberarse de su pasado conservador. Las canciones van de lo excelente a lo mediocre, aunque empieza a notarse un intento de separarse del sonido de Barrett.

Al año siguiente, Pink Floyd grabaría Ummagumma, un álbum que debe su fama a que en esencia es dos álbumes. El segundo disco es un experimento en el que a cada músico se le permitió componer la mitad de un lado sin aportes de los otros tres. Y para una banda cuyo sonido dependía casi por completo de la colaboración de sus músicos, el resultado fue, en palabras de Waters, “un desastre”.

Afortunadamente para el público (y desgraciadamente para el segundo disco), el primer álbum son dos grabaciones en vivo de material previo, cuyas versiones incluso superan a las originales. De esta manera, al público le quedó claro que existían dos Pink Floyd: el de estudio y el de concierto. Y cualquier persona que tuvo la suerte de asistir a un concierto de ellos sabe que no es fácil optar por uno o por otro, sobre todo tomando en cuenta la parafernalia visual que solían utilizar: el muro que se construyó en la gira de The Wall, el avión que se estrellaba contra el escenario durante Learning to Fly y las animaciones de los relojes en Time hacen que uno difícilmente pueda desligar esas imágenes de la música cuando vuelve a oír los discos.

Un antes y después para la música


Después de grabar algunas piezas para la película Zabriskie Point, Pink Floyd regresaría a los estudios para crear uno de sus mejores discos (y uno de los más odiados por Waters y Gilmour), Atom Heart Mother. La portada presenta una vaca que mira a cámara en aparente disgusto por la interrupción al momento de pastar; el nombre del grupo y el título del disco no aparecen por ninguna parte. Al parecer, esta imagen es la reacción del grupo a un público que pretendía encasillarlo en la psicodelia y el space rock que les había dado fama.

Un año después, en 1971, el grupo regresaría al estudio para grabar lo que se convertiría en su sexto álbum, Meddle. Al igual que sucedió con Atom, Pink Floyd no tenía idea de lo que se quería hacer en el estudio, así que cada uno de los músicos experimentó durante varios meses con diferentes sonidos, riffs y melodías por separado, con resultados que, obviamente, eran demasiado dispares en cuanto a tempo y tono. Sin embargo, la posibilidad de regrabar las pistas básicas les permitió depurar sus ideas durante seis meses. El resultado fue una nueva suite de más de 20 minutos, que se volvió una de las piezas más emblemáticas de Pink Floyd, al punto que dio nombre a una de sus mejores recopilaciones: Echoes. Una obra maestra.

Obscured by Clouds (1972), al igual que More, es una compilación de piezas escritas para una película, La Vallée. La portada, una de las peores en un disco de Pink Floyd —una foto fuera de foco de un hombre trepado en un árbol—, es digna de uno de los discos más intrascendentes del grupo. Si Echoes fue grandiosa porque nació de la falta de estructura, Obscured carece de grandeza porque nació de un exceso de estructura.

El siguiente plato, en cambio, se transformaría en leyenda. El segundo disco más vendido en la historia, con 50 millones de copias y 14 años seguidos en las listas, no es de The Beatles o de Elvis Presley: es la gran joya que engalana la corona de Pink Floyd. Durante la gira que siguió al lanzamiento de Meddle, Waters tuvo la idea de crear un álbum en el que todas las piezas estuvieran relacionadas por una misma temática: cosas que lo enloquecen a uno. Como una manera de poner a prueba el nuevo material, el grupo pasó el resto de la gira tocando el álbum en su totalidad, pudiendo notar qué partes agradaban o no al público. Así, Pink Floyd tuvo todo un año para depurar el sonido del álbum, y otro tanto para grabarlo. Se llamó The Dark Side of the Moon.

Como venía siendo el patrón, la tapa parece no tener mayor coherencia con la temática del disco, pero es ingeniosa. Un rayo de luz que, tras pasar por una pirámide, se divide en seis de los colores que conforman el espectro (por error, se les olvidó incluir el índigo); el espectro se extiende por el interior del disco y termina en otro prisma en la contraportada, que lo reconvierte en el rayo de luz original.

Con temas que van desde la apatía de vivir un día más o los pretextos para hacer la guerra hasta el dinero como culpable de la neurosis moderna, el disco es tan sombrío como lo plantea su título (el lado oscuro de la luna alude al Hyde que se oculta dentro de todo Jekyll).

Aun cuando rara vez aparece entre los primeros 10 en las listas de los mejores discos de la historia, Dark Side es un disco que marcó un antes y un después no solo para la banda, sino para el rock y la música en general. Al disco no le sobra ni le falta canción alguna; comienza arriba, se mantiene arriba y termina arriba. Es el disco más imprescindible de su discografía. Como dijo Waters cuando recién terminó la obra, se lo puso a su esposa y ella rompió en llanto: “Guau, esto es una obra más que completa”.

“Suena un poco vieja”


Dos años después, la banda regresaría al estudio para dar vida a Wish You Were Here. Cuando el grupo daba los toques finales a Shine On You Crazy Diamond, una canción de 26 minutos dedicada a Syd Barrett, el ex integrante apareció en el estudio para visitar a sus antiguos colegas y avisarles que podían prescindir de sus servicios. Barrett había engordado y se había afeitado el cabello y el vello facial. No pudo tener una conversación coherente con nadie, y su presencia terminó por deprimir a una banda que no pasaba su mejor momento anímico. Curiosamente, a pesar de su falta de coherencia, Barrett dio el mejor juicio sobre lo que sucedería a partir de este disco: Pink Floyd reciclando a Pink Floyd. Cuando Waters le preguntó qué opinaba de Shine On, Syd le contestó: “Suena un poco vieja”. Y sí, el grupo prefirió reciclar viejas ideas musicales para hacer canciones “nuevas”.

Sin embargo, sería injusto despreciar a Wish sólo porque el grupo halló su zona de confort y nunca más la abandonaría: el grupo suena mejor que en sus discos anteriores (sí, incluso mejor que en Dark Side). Wright y Gilmour dirían que este es su disco favorito de Pink Floyd, lo cual no sorprende si tomamos en cuenta que fue el último antes de que Waters se apropiara por completo de la banda.

Cuando, en 1976, Waters mostró al resto del grupo el material para su nuevo disco, Animals, Pink Floyd empezó a dejar de ser una banda para convertirse en el acompañamiento de Roger. Con un concepto basado en la novela Rebelión en la granja, de George Orwell, Waters quería criticar tanto al sistema capitalista como al gobierno conservador de su país, Inglaterra. El álbum abría y cerraba con Pigs on the Wing, una baladita acústica que Roger dividió en dos canciones “diferentes” para recibir más regalías. Dogs, la única canción del disco coescrita por Waters y Gilmour, todavía conserva esa apariencia de larga improvisación, con el grupo intentando mostrar algo de cohesión.

En general, los ánimos al interior del grupo se agriaban a medida que transcurría la grabación y la posterior gira. Wright no compuso material nuevo, y su participación en los arreglos fue muy poca, al igual que la de Mason. Sólo Gilmour, gracias a su coautoría en Dogs, hacía frente a Waters y su afán de dominar todo el proceso creativo. Las peleas eran constantes, y Roger entonces enfocaba su ira hacia Wright. En el escenario, las cosas no mejoraban mucho. En una ocasión, Richard abandonó la gira y amenazó con salir del grupo. Gilmour sentía que habían llegado a la cima de su éxito, y no tenía muchas esperanzas con respecto a las posibilidades del grupo para sostener los logros obtenidos hasta ese momento, llegando incluso a negarse a tocar el blues con que solían cerrar los conciertos. Y en cuanto a Waters, cada vez se le dificultaba más el tocar en grandes estadios. No solo era la cantidad de gente lo que le abrumaba, sino su actitud. Durante el último concierto de la gira, en Montreal, Canadá, se enfureció con un pequeño grupo en la primera fila y hasta escupió a uno de los asistentes cuando un petardo estalló cerca de él.

Este incidente lo llevaría a pensar el concepto para el siguiente álbum de lo que todavía se podía llamar Pink Floyd.


La última reunión del cuarteto, en el Live 8 de 2005, en Londres. Gilmour, Waters, Mason y Wright, quien moriría en 2008.



Un muro entre la banda y el público


A causa de los problemas en vivo, Waters pensó más de una vez en poner un muro entre ellos y el público. “Vendió” esta idea a los demás miembros del grupo junto con una referente a los deseos sexuales de un hombre que recoge a una joven que hace dedo entre las 4:30 y 5:12 de la mañana (luego esta se convertiría en el primer disco “oficial” como solista de Waters). Mason y Gilmour prefirieron la primera idea, que se basaba más en los traumas de un músico devorado mentalmente por la industria musical: los problemas familiares provocados por las giras, los problemas con las audiencias que buscaban más desahogarse en un concierto que presenciarlo, los abusos de drogas, y demás.

Durante la grabación del disco, Waters no solo fue de nuevo el principal compositor —Gilmour tuvo coautorías en solo tres de las 26 canciones—, sino que se convirtió prácticamente en un tirano. Los músicos rara vez estaban juntos en el estudio, y la contribución de Wright se limitó a tocar e irse. Wright finalmente decidió renunciar. No se hace mención de él en el álbum, pero se lo contrató como músico de sesión para la gira subsiguiente.

En cuanto al contenido del disco, The Wall es un disco mucho más depresivo que todos los anteriores, y también mucho más lento. Si bien todavía hay esa especie de flujo continuo que permeó desde Dark Side —repitiendo incluso el loop de que la nota inicial del disco fuera la consecuencia directa de la nota final—, la música es mucho más pesada, lo cual se ve agravado por durar casi hora y media. Ni siquiera la duración de las canciones (ocho de ellas duran menos de dos minutos, de las cuales dos ni siquiera llegan a un minuto) ayuda a aligerar el peso. Aunque muchos lo consideran la obra maestra del grupo, difícilmente se lo podría usar como un primer acercamiento para alguien que desconozca a la banda.

La gira que siguió al disco requirió una inversión enorme, ya que se construía en el escenario un muro de 12 metros de altura. Mientras se erigía, el grupo representaba alguna de las escenas de la historia, junto con unas animaciones de Scarfe —el autor del video animado de Welcome to the Machine— proyectándose en las partes ya completadas del muro. Al final, se derribaba el muro, y el grupo de nuevo se reunía con el público. El costo fue tan alto que solo hubo 31 conciertos, y aumentó los problemas financieros de la banda desde la gira In the Flesh. Irónicamente, Wright fue el único que no tuvo pérdidas monetarias, al ser músico por contrato.

Aparte de los conciertos, The Wall fue convertido en una excelente película dirigida por Alan Parker. Para esta, algunas de las canciones del disco original fueron regrabadas, y también se le añadieron otras. A causa de esto, Waters quiso sacar un disco que sirviera como banda sonora de la película, conteniendo versiones diferentes y las canciones exclusivas de la película, junto con algunas más que continuaran la narrativa de The Wall. Sin embargo, el estallido de la Guerra de las Malvinas provocó que Roger optase mejor por continuar la línea política que había estrenado en Animals. The Final Cut se convirtió en un disco de Roger Waters (su primer disco “no oficial” como solista) con el resto de Pink Floyd como mero soporte del líder.

Al poco tiempo, Waters se cansaría de Pink Floyd y renunciaría al grupo. Siguió una amarga lucha legal por los derechos al uso del nombre: Waters quería impedir que Gilmour y Mason lo usaran para su beneficio; y Gilmour y Mason se negaban a dejar morir algo que les había costado tanto (aunque Waters alegó que el principal móvil de ellos era que no querían perder las regalías del contrato que tenían con EMI).

Y así, Pink Floyd perdió por segunda vez a su líder.

Una resurrección fallida


Después de la lucha legal por el uso del nombre, Gilmour convenció a Mason de grabar un nuevo disco como Pink Floyd. En 1987, David contrató a varios músicos —entre ellos, Richard Wright— para lo que se llamaría A Momentary Lapse of Reason, un excelente disco pop, pero un pésimo disco de Pink Floyd. Con excepción de algunos pasajes, como el comienzo de The Dogs of War, en los 50 minutos del álbum no hay dónde escuchar a Pink Floyd. Hay buenas canciones, buenas interpretaciones —exceptuando la voz de Gilmour, desprovista de color—, pero no hay una banda. Si The Final Cut era un disco solista de Roger bajo el nombre de Pink Floyd, lo mismo se puede decir de Momentary, pero, en este caso, con David.

Debieron pasar siete años para que Pink Floyd sacara un nuevo disco, The Division Bell. Aun cuando en esta ocasión Gilmour no fue el único compositor —Wright coescribió cuatro canciones y una él solo—, el sonido pop de la banda persistió. Para tratar de convencer de que se trataba de un disco de Pink Floyd y no de un segundo disco de Pop Floyd, Gilmour recicló varias ideas de discos anteriores. Por ejemplo, Cluster One como la nueva reinterpretación del principio de Echoes. Pero no superan a las originales. Y no hay un solo momento en el disco, de más de una hora, en que se oiga a una banda contenta por tocar juntos. Esa magia que hizo tan fabulosa a One of These Days no existía más. Los versos de Roger Waters en Brain Damage terminaron siendo proféticos: “Y si tu banda empieza a tocar tonadas diferentes... te veré en el lado oscuro de la Luna”. Y Pink Floyd nunca más grabó otro disco.

En años posteriores, esa maquinaria a la que Waters dedicó varios de sus ataques se dedicaría a exprimir el poco jugo que le quedaba al nombre Pink Floyd, con un par de álbumes recopilatorios, discos en vivo, diferentes documentales sobre la grabación de tal o cual álbum, ediciones especiales de los 14 discos de estudio, y la lista sigue. Incluso el mismo Waters accedió a tocar junto a Richard Wright en la reunión de Pink Floyd para el concierto Live 8, de julio de 2005, lo cual nunca más se repitió. Ni siquiera en el concierto en honor de Syd Barrett, quien murió un año y cinco días después del Live 8. Con la muerte de Richard Wright en 2008, también murió cualquier posibilidad de que Pink Floyd alguna vez volviera a ser Pink Floyd.

Aunque su música sigue sonando, medio siglo después.


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