
Era el día señalado, la oportunidad histórica y ni un flojo rendimiento futbolístico podía arruinarlo. San Lorenzo se sentía predestinado a salir campeón de la Copa Libertadores. En la noche de la consagración, lo guió más ese convencimiento que una buena producción. A veces es más importante creer que saber. Y San Lorenzo nunca dejó de confiar en sí mismo, más allá de virtudes y defectos.
Los mayores méritos de esta gesta histórica hay que buscarlos en partidos más inspirados y disputados con más inteligencia. Anoche, a falta de técnica y táctica, San Lorenzo no tenía más que su alma y corazón para ofrecer. Las finales también piden actitudes cuando parece que no alcanzan las virtudes. El Ciclón hizo pie para afirmarse y levantar una copa internacional, la más importante en sus 106 años de existencia. La que marcará un punto de inflexión en su historia. Un antes y un después. La que le da ingreso a la selecta galería que comparten Independiente, Boca, River, Racing, Estudiantes, Vélez y Argentinos. San Lorenzo vive su hora más gloriosa, paga una vieja deuda y saca crédito para otros emprendimientos.
Pareció que a San Lorenzo le duraba la perturbación del empate en el descuento que había sufrido una semana antes en Asunción. Durante el primer tiempo se olvidó de todo lo bueno hizo en el Defensores del Chaco. Justo en la final que tanto esperaba, el Ciclón mostraba una de las imágenes más pálidas que se le vieron en la Copa. Atado por los nervios, desordenado, con serios problemas con la pelota: los defensores la revoleaban, los del medio -salvo Mercier- no la encontraban y a los dos de arriba no les llegaba.
Casi como coincidencia del destino al otro lado del mundo otro "cuervo" también hacía historia. Al momento en que el Papa Francisco se transformaba en el primer Sumo Pontífice en pisar Corea del Sur, San Lorenzo hacía lo propio bajando su primera corona del máximo torneo continental. Un camino unido. Así, en esa espera que parecieron siglos, los trasandinos silencias al mundo y cumplen con su deuda pendiente de transformarse en el último equipo de los cinco grandes de su país en decir: "Somos campeones de América". Cuestión de fe.


