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FUENTE: http://www.lanacion.com.ar/1743056-una-buenos-aires-para-el-siglo-xxi
La masacre de Once ha dejado marcada indeleblemente una conclusión en la sociedad nacional: la corrupción mata. Acaso las últimas semanas hayan logrado agregar al sentido común argentino una nueva comprobación: los distritos gobernados por el populismo se inundan; las ciudades gobernadas en forma republicana parece que ya no. Aceptado que el entubamiento del Maldonado y aledaños, la peatonalización del centro, las bicisendas y el Metrobus muestran una administración porteña capaz de iniciativa y en decidido contraste con un gobierno nacional que después de once años de soja por las nubes sigue sin poder mostrar una sola obra pública de valor, es preciso señalar también que Buenos Aires carece aún de un plan de largo aliento que le permita proyectarse a un futuro de gran metrópoli global.

Si en el siglo XX la frontera de desarrollo de Buenos Aires era su límite interior, e implicaba su conectividad infraestructural con el resto de las provincias y su desarrollo urbano hacia el Oeste, el Norte y el Sur, en el siglo XXI el gran desafío para la Capital es el de recuperar y desarrollar su conectividad global, y su nueva frontera de desarrollo urbano es el Este. Es decir, la larga franja que va de Núñez al puente La Noria bordeando el Río de la Plata y el Riachuelo, y en la que se concentran los mayores problemas (y las mejores oportunidades) para el desarrollo de la ciudad.

Enumeremos: un Riachuelo de tránsito lento que nunca termina de alcanzar un estándar ambiental aceptable; innumerables tierras de altísimo valor potencial abandonadas a usos degradantes: terrenos baldíos, playas de estacionamiento de camiones, depósitos industriales, galpones corroídos y villas miseria, de las cuales la villa 31 y la Rodrigo Bueno constituyen sólo los íconos; un puerto comercial en medio de la ciudad cuyo impacto en términos de tránsito de cargas incorporado al tráfico ciudadano debe ser el más alto del mundo; un aeropuerto del que ya cayó un avión sobre una avenida y del que se derivan niveles de polución acústica y ambiental inaceptables; un aeropuerto, además, que para los extranjeros llegados a Ezeiza acarrea la necesidad de efectuar costosos trasbordos para abordar sus conexiones aéreas hacia el interior. Y todo eso sucede en una franja de varios kilómetros de ancho y muchos más de largo que bordea todos y cada uno de los puntos económicos y políticos vitales de la ciudad.

Los despojos económicos y urbanos de Buenos Aires rodean y asfixian hoy a la ciudad, desvalorizando económica y urbanísticamente tierras en gran parte fiscales cuyas plusvalías inmobiliarias, una vez reestructuradas, posibilitarían la financiación de un vasto plan de reorganización capaz de darle, finalmente, vista al río y una perspectiva abierta al siglo XXI. Imaginemos: traslado de las operaciones aeronáuticas a Ezeiza, nueva terminal de transporte terrestre en parte de los terrenos que fueron de Aeroparque y construcción de un tren de alta velocidad que permita embarcar desde allí con la misma facilidad con que hoy se embarca en tren en Bruselas o Estrasburgo para tomar un vuelo intercontinental en París. Desarrollo de una línea de subte que corra cercana a un Riachuelo descontaminado, una línea conectada al resto de la red de subtes que valorice el sur de la ciudad y abra enormes espacios para la construcción de vivienda residencial y popular a treinta minutos del centro. Relocalización de los habitantes de las villas existentes -como la 31 y la Rodrigo Bueno- en esos barrios, ahora cercanos a los centros de producción y consumo, con un plan de financiación ajustado a los salarios familiares que permita conciliar el acceso a una vivienda digna pagada con el propio trabajo. Trasformación del puerto comercial en puerto turístico limitado a la llegada de grandes cruceros, a la navegación deportiva y recreativa y al desarrollo de conectividad por agua de alta frecuencia y velocidad con los barrios residenciales del conurbano norte y sur de la ciudad, con la consiguiente disminución del tráfico en las autopistas de acceso y expulsión de los grandes camiones del perímetro ciudadano. Conexión de las avenidas costaneras y creación de una rambla rodeada de espacios verdes que vaya desde Lugano hasta Núñez. Vasto programa de planeamiento urbano para la construcción de residencias y oficinas a lo largo y ancho de toda la franja costera, con generación de enormes oportunidades de negocios y miles de puestos de trabajo por un período de al menos una década. Reempleo y capacitación de la mano de obra hoy residente en barrios marginales bajo la propuesta de trabajo en blanco garantizado por cinco años y acceso a un crédito para financiar la propia vivienda descontado directamente de ese salario, con un sistema que incluya la colaboración del propio trabajador y su familia en el esfuerzo de construcción.

¿Neoliberalismo? ¿Especulación? Si haciendo uso de sus atribuciones constitucionales el gobierno porteño expropiase preventivamente todo lo existente en esos terrenos a su valor actual, recompensando justamente a sus propietarios y apropiándose de las plusvalías generadas por su futura intervención, la mayor parte de este programa sería económicamente autosustentable. El resto podría ser financiado por un mix de anticipos por las concesiones de servicios en la zona y financiamiento a tasas bajas provisto por el BID, el Banco Mundial y el sector privado. ¿Derecha? Derecha es que la última gran intervención urbana en Buenos Aires la haya efectuado Menem en Puerto Madero. Derecha es que habite allí la mitad más uno de los funcionarios de un gobierno que se dice nacional y popular. Derecha es creer que es progresista urbanizar villas, condenando a otros y a los hijos de otros a habitar para siempre en cubículos en los que ningún progre de clase media aceptaría vivir una semana.

He visto bastante cine. Cine italiano, en especial. Y dos de mis películas favoritas son Milagro en Milán y Feos, sucios y malos. Están llenas de villas y muestran varias cosas: uno, que Italia tenía villas aun en pleno milagro económico; dos, que la vida en una villa es brutal, infausta y breve, como sostuvo el compañero Hobbes; tres, que nadie quiere vivir en una villa si tiene la oportunidad de escapar; y cuatro, que ninguna campaña antidiscriminatoria de Paka-Paka puede cambiar esta realidad. ¿Adónde han ido a parar las villas de Milán y de Roma? ¿Habrán sido "urbanizadas", como proponen hoy nuestras nuevas damas de caridad? ¿O fueron erradicadas, no con la topadora sino con un plan de progreso socioeconómico que conmovió los cimientos de la vieja Italia y con un programa de viviendas populares dignas? No lo digo por hablar. He vivido en una de ellas. En Potenza, y no en Roma ni Milán. Por tres años. Y les aseguro que, progreso tecnológico descontado, no le faltaba nada de lo que tengo en mi departamento actual.

Un plan urbano para la Buenos Aires del siglo XXI, en el que el Estado desempeñe el rol organizador y las empresas, el de constructoras de infraestructura dedicada al progreso económico y el bienestar social. Un programa que combine vivienda digna para los más vulnerables, oportunidades de negocios para quienes estén dispuestos a competir y a arriesgar y una mejor ciudad para todos. La fracasada Argentina del siglo XX necesita abandonar las concepciones nacionalistas e industrialistas que la han llevado a esta decadencia. El apoyo a los sectores más avanzados de la producción, en vez de su descalificación y castigo fiscal, y un vasto plan de obras públicas reales que ponga a los trabajadores argentinos a construir las carreteras, las vías férreas, los puertos, las viviendas, las redes de cloacas y de gas y los desagües pluviales y canales aliviadores que el país y sus ciudadanos necesitan, en vez de sobrevivir miserablemente fabricando pitutos en el conurbano con el subsidio del resto de la sociedad, constituyen dos vigas maestras en las que una Argentina republicana, exitosa, pluralista y cosmopolita puede asentarse. Un país otra vez abierto al mundo y orientado al futuro, integrado en la sociedad global del conocimiento y la información. Su capital, Buenos Aires, puede dar el ejemplo. La ciudad de todos los argentinos posee todas las posibilidades para hacerlo, y tiene la obligación moral de dar el puntapié inicial.