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Viaje a Hebrón, compendio del drama palestino

La mayor ciudad de Cisjordania permanece bajo la ocupación de 800 colonos, protegidos por 4.000 soldados



Esta ciudad esconde un cúmulo de historia indeleble que se expresa en sus callejones de piedra y con mayor vigor en la Tumba de Abraham, altar alternativo de las tres religiones monoteístas. Tiene así una identidad multicolor, tan rica como tóxica, que le otorga el título de "santa" y la convierte es un compendio del conflicto palestino-israelí. Sólo Jerusalén, donde la mezquita de Al Aqsa asoma a metros del Muro de los Lamentos, resto del Primer Templo judío, la supera, pero con una diferencia abismal: allí la tensión es disimulada por el arribo masivo de turistas; Hebrón, en cambio, muestra sus trincheras sin pudor.

"Peligro, esto fue tomado por Israel, esto es el apartheid", se lee en un cartel escrito en inglés en el primer piso de una vivienda palestina de la ciudad vieja, apenas un ejemplo de una extensa galería de provocaciones mutuas. "Estos edificios fueron construidos en los terrenos adquiridos por la comunidad judía de Hebrón en 1807. Esta tierra fue robada por los árabes tras el asesinato de 67 judíos de Hebrón en 1929. ¡Exigimos justicia, devuelvan nuestras propiedades!", responde un letrero instalado en una vivienda de judíos ultraortodoxos.

Al Jalil, tal su nombre en árabe, es la ciudad de Cisjordania más populosa y presenta, en lo que hace a los asentamientos judíos, un carácter peculiar respecto de las otras de la Autoridad Palestina (AP). Está dividida en dos sectores, H1, hogar de 140.000 palestinos, y H2, habitado por 800 colonos y 35.000 palestinos, y que comprende la periferia de los sitios sacros, todo ello bajo el control de 4.000 soldados israelíes. Además, "posee al menos veinte de los más de cien check points israelíes permanentes en Cisjordania y otro centenar de barreras al movimiento" instaladas para garantizar el tránsito de los colonos, explicó a Ámbito Financiero el activista palestino Isa Amro.

No hay servicios de transporte directos de Jerusalén a Hebrón para los árabes, quienes deben cubrir el tramo en escalas: un primer bus hacia Belén -controles mediante- y luego otro vehículo hasta la zona H1. Un recorrido de 37 kilómetros que requiere una hora y media de paciencia. Es que Cisjordania funciona como un complejo de islas desconectadas entre sí, en el que ciudades como Ramala, Belén, Hebrón y Nablus flotan sobre un mar de rutas controladas por Israel que sirven a la vez de frontera para los palestinos.

Desde junio último, con el secuestro y el posterior asesinato por parte de Hamás de tres jóvenes ortodoxos del asentamiento de Gush Etzion, Hebrón volvió a la agenda diplomática, aunque el debate por un cambio de su statu quo permanece estéril.

El brutal triple crimen no sólo se sumó al problema del lanzamiento de cohetes desde Gaza para derivar en la última operación en la Franja, sino que además supuso un endurecimiento de las normas de convivencia por parte del ejército israelí, con toques de queda por tiempo indeterminado, cierre de caminos, detenciones denunciadas como "arbitrarias" por organizaciones de derechos humanos y la intensificación de manifestaciones en contra de sus vecinos.

"Llamamos al pueblo palestino a mostrar el rostro de la furia contra la ocupación israelí, grita un joven a bordo de la camioneta que lideraba la marcha y el funeral de Marwan al Qawasmi y Amer Abu Aisha, acusados por el Gobierno de Benjamín Netanyahu de ser los autores materiales del asesinato de los menores, ante la mirada de esta periodista. Ambos militantes de Hamás, habían sido ultimados a tiros en su vivienda esa misma madrugada, el 23 de septiembre pasado, luego de pasar tres meses prófugos. "Al Qawasmi y Abu Aisha son nuestros héroes", prosigue frente al mar de banderas verdes con inscripciones blancas de la organización terrorista enarboladas a la salida de la mezquita Husein bin Alí, las mismas insignias que cubren las camillas que transportan a los cadáveres. Los asistentes responden con los puños en alto a cada proclama.




La congregación es retratada por los celulares de los transeúntes y, más adelante, en el corazón comercial de la ciudad (H1), el vitoreo se escucha a todo volumen en las radios de los autos y las tiendas, hasta que finalmente los sonidos se solapan con el avance de la multitud. Hasta ese momento, Hebrón, el polo económico palestino más importante, disimulaba la tensión en plena hora pico con todas las notas de una típica ciudad árabe de magnitud: nudos de tránsito, peatones imprudentes, una actividad comercial agitada, puestos de frutas y verduras en plena calle y restoranes típicos llenos de comensales.

La "normalidad" se diluye con la primera piedra. Unos cincuenta hombres jóvenes desafían con cascotes a los por lo menos diez soldados israelíes que custodian el principal retén de la ciudad. Los militares responden con balas de goma (según los palestinos, también con fuego vivo) y gases lacrimógenos. Un alero de chapa de un local, ya prudentemente cerrado, protege a esta enviada, que queda en medio de un escenario inesperado.

Abdul Zahida, de 22 años, observa los disturbios. "Estamos acostumbrados a esto", le dice a Ámbito Financiero. Celebra, como otros que lo rodean, cada vez que una piedra da en el blanco, y el festejo es mayor cuando uno de los cartuchos de gas lacrimógeno es devuelto hacia el sector de los soldados. Él es uno de los 35.000 palestinos que habitan en la zona H2, y su vivienda está ubicada a tan sólo 700 metros de donde se producen estos choques. Con el check point cerrado, para regresar a su casa debería desviarse por lo menos dos kilómetros hacia otro de los retenes, pero opta por un "camino alternativo" que lo lleva por un laberinto de patios traseros, un terreno abandonado y hasta una escalera de madera, un recorrido reservado sólo para ágiles. Ésa es también la forma de escapar de la violencia para esta periodista.

Abre el último portal y el escenario cambia radicalmente. La agitación desaparece y el silencio es apenas interrumpido por el ruido de los disparos del otro lado del c heck point. Es la calle Shuhada, antiguo mercado hoy convertido en parte de la colonia de Abraham Abinu, y cuyas tiendas cerradas sirven como muestra de sus años de esplendor. Allí, otros militares armados y carros de combate se alistan para el caso de ser necesario redoblar la defensa del retén.

Abdul camina por la galería abandonada, también militarizada y se frena de repente. "Hasta acá, señala con la mano. No hay barrera ni marca aparente: un muro invisible lo separa de sus próximos pasos. "Yo tengo prohibido seguir", dice en inglés básico. Una pregunta queda en el aire: ¿Qué sucedería si no acatara esa regla tácita?

Como él, la mayoría de los palestinos que habitan en el sector H1 debe movilizarse a pie a través de precarios caminos paralelos plagados de alambres de púas, rutas que obligan a atravesar cementerios y basurales. Las calles palestinas que sí permanecen abiertas están cercadas por redes metálicas para evitar que caigan los objetos contundentes lanzados por colonos, un hostigamiento que, sumado a la vigilancia militar, derivó en el cierre del 76,6% de los negocios y en la huida del 41,9% de la población palestina local, de acuerdo con la ONU.

Tras los choques, Hebrón muestra la misma cara en uno u otro lado del "check point", locales cerrados y calles vacías de gente. Es sólo el fantasma de una ciudad.