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71 años de peronismo y cada dia mas pobres



70 años de peronismo: Apogeo y decadencia de un país rico gobernado por un sistema corrupto, que genera inflación, atraso y pobreza.

Había una vez un país llamado Argentina, en donde el Creador había depositado todos sus dones, como si fuera una versión sudamericana del paraíso terrenal. Ubicado en el lejano sur, cerca del fin del mundo, se destacaba en el hemisferio tanto por sus riquezas naturales como por la inteligencia y laboriosidad de su pueblo.

En sus fértiles praderas se cosechaban alimentos en abundancia, las entrañas de sus cordilleras atesoraban toda clase de minerales preciosos. Y bajo su suelo, yacían gigantes yacimientos inexplotados de gas y petróleo. Su territorio estaba entre los ocho más dilatados del planeta, con cielos despejados y sol abundante.

Poseía todos los climas y gran parte de su territorio estaba bañado por el mar del atlántico sur, donde era incalculable la riqueza ictícola de peces y mariscos. En sus abundantes ríos y lagos se encontraban gigantescas reservas de hielo y agua potable.

Una vegetación exuberante inundaba los bosques, y los valles, entre maravillosos paisajes. Millones de cabezas de ganado pastaban en sus pampas, donde no sufrían las calamidades de otros reinos, azotados por inundaciones, sequías, huracanes y terremotos.

Para colmo de bienes, en sus casi tres millones de kilómetros cuadrados de superficie habitaban solo cuarenta millones de personas, una de las densidades más bajas de nuestro planeta.



Pero a sus enormes riquezas naturales añadía, como su tesoro más preciado, un capital humano del que emergieron varios premios Nobel, un genio de la literatura, los dos mejores futbolistas del mundo, una reina europea y hasta un Papa aclamado como líder mundial. Ante tanta fortuna concentrada en un solo territorio, eran muchos los que pensaban que “Dios era argentino”.

Al cumplirse el primer centenario de la independencia, su futuro era Comparable a los Estados Unidos, la mayor potencia mundial y fue un imán que atrajo a centenares de miles de europeos, que llegaron a nuestras costas en busca de la fortuna que les negaba una Europa empobrecida por las dos guerras mundiales.

Esta tierra se llamaba Argentina y era un país democrático cuando tres cuartas partes de Europa no lo eran, una nación de las más prósperas del planeta, cuando América Latina era un continente de hambrientos y rezagados. El primer país del mundo que acabó con el analfabetismo no fue Estados Unidos, no fue Francia, fue la Argentina, con un sistema de educación que era un ejemplo para todo el mundo. Ese país que era una sociedad de vanguardia, de pronto detuvo su progreso y atraso en más de medio siglo el reloj de su historia.



El himno de la decadencia argentina

¿Cómo puede ser que sea el país dividido, caótico, violento e inseguro que es en el presente, con más de una tercera parte de su población sumergida en la pobreza?

La respuesta la da el celebrado tango “Cambalache”, de Enrique Santos Discépolo, considerado un himno de la decadencia nacional, donde se nos describe como una sociedad holgazana y corrupta, donde “ todo es igual, nada es mejor; lo mismo un burro que un gran profesor”. Un país en donde “el que no llora no mama, y el que no afana es un gil”.

Por un lado, hay que reconocer que la riqueza nos jugó en contra, ya que tanta fortuna tan rápidamente adquirida, hizo que nuestra clase dirigente se durmiera en los laureles heredados, y perdiera el empuje y laboriosidad de los pioneros. Y por el otro, fue un imán para los ladrones, que con más codicia que escrúpulos, hicieron de la política su mejor negocio. El exceso se transformó en nuestro defecto, demostrando que, cuando nos sobran y no sabemos administrarlos, los bienes se transforman en males.

Nuestra decadencia tuvo su comienzo en la revolución de 1930,cuando Hipólito Irigoyen fue derrocado y comenzó una seguidilla de golpes militares que pusieron en el “freezer” el ejercicio de nuestra incipiente democracia. Los uniformados descubrieron la adicción al poder y los jueces hicieron de sus togas alfombras de los desfiles militares. La democracia, como el músculo; si no se ejercita, se atrofia. Y no funciona cuando, por desinterés, falta de compromiso o ignorancia, quienes deciden a quien se entrega el poder en una democracia, no son ciudadanos, apenas son habitantes.



¿Regalar el pescado o enseñar a pescar?

Pero el origen del fracaso nacional tuvo su apogeo hace casi setenta años cuando, en 1945, ascendió al poder un coronel pícaro y ambicioso que se llamó Juan Domingo Perón. El fue el “ogro filantrópico” que transformo a la Argentina en “Peronlandia”, en donde se implanto un sistema que puso palos en la rueda de nuestro progreso.

Perón ocupó el espacio vacío que le dejó una dirigencia inepta que no quiso, no supo o no pudo satisfacer los reclamos de un proletariado que se sentía explotado, en un país rico que vivía tiempos de “vacas gordas y peones flacos.”

Haciendo de la justicia social su valor central, la doctrina de “Peronlandia”, el justicialismo, fue superadora de la miopía reinante en la dirigencia conservadora, reivindicando para los trabajadores derechos por los que lucharon sin éxito precursores como Alfredo Palacios o Juan B. Justo.

Pero el secreto de la decadencia argentina se esconde tras el olvido de una ley fundamental para la educación de los pueblos: “ Si le entregas un pescado a un hombre, saciarás su hambre por un día; si le enseñas a pescar, saciarás su hambre de por vida” A diferencia del estadista, que sabe que para crear un progreso sustentable es necesario, fomentar la inversión productiva y la cultura del trabajo, el demagogo usa el poder para esquilmar a los que producen, para luego repartir sin control a su clientela electoral, acostumbrada a vivir sin trabajar a costa del esfuerzo ajeno. Es una política cortoplacista que sólo favorece a vagos y a corruptos. Un capitalismo a la criolla, que desalienta al emprendedor y favorece la concentración de riqueza entre los empresarios amigos y socios. La obra pública y las empresas estatales ineficientes son la “cajita feliz” para distribuir favores y recompensar aplaudidores.

A diferencia de los estadistas, que gobiernan pensando en las futuras generaciones, las demagogos solo piensan en perpetuarse en el poder y gobernar con la mira en las próximas elecciones. Son hábiles para atraer con el dinero ajeno a los votos cautivos, pero, aunque logren legitimidad de origen para acceder al gobierno, no consiguen, con este sistema perverso, legitimar el ejercicio del poder recibido en las urnas.



La inflación, una máquina para fabricar pobres

En vez de fortalecer la división de poderes que exige una república, se ocupan de colonizar la justicia, para asegurar la impunidad con la que protegen la corrupción que caracteriza su gestión. Son eficientes solo para recaudar, pero no devuelven a los ciudadanos en bienes y servicios, lo recaudado en impuestos. Los contribuyentes pagamos más impuestos que los ciudadanos de los EEUU y nos retribuyen con servicios públicos como si viviéramos en Uganda. Como gastan sin control a pesar de lo que recaudan, recurren a la emisión monetaria, activando la inflación, que es la máquina más eficiente para fabricar pobres.

¿Cómo revertir esta condena? Asumiendo que el ingrediente fundamental de la democracia es el factor humano, debemos poner el foco en dos prioridades:

La dirigencia y el ciudadano. A la primera, promoviendo que una nueva generación de dirigentes profesionales, honestos y capaces, que se comprometan con la política sin renunciar a sus valores. No es posible que nos pasemos la vida maldiciendo la oscuridad y no acreditemos la capacidad de ofrecer una luz al final de túnel.



No basta con criticar; hay que saber proponer y desarrollar la capacidad de gestión.

Reafirmar las instituciones, velar por que se cumplan las leyes, garantizar la seguridad jurídica y proveer seguridad, salud y educación pública de calidad. Según afirmó Francis Fukuyama cuando visitó nuestro país, pensando en el largo plazo, hoy es tan importante un buen ministro de educación como el funcionario que administra los recursos del Estado.

Nos preocupamos por recuperar las Malvinas, y no nos damos cuenta que si tuviéramos el bienestar que ofrecen Canadá y Australia, los malvinenses harían cola en nuestras embajadas para solicitar la ciudadanía argentina.



Para abandonar, de una vez y para siempre, la ruta del país cangrejo, no existe fórmula más eficaz que la propuesta por ese genio argentino del siglo XIX que fue Domingo Faustino Sarmiento: Educar al soberano. Los pueblos tienen los gobiernos que se merecen la mayoría que los vota.

Sólo a través de una buena educación, que rescate los mejores valores de nuestra cultura, se podrá erradicar el cáncer del despotismo y la corrupción. Y así podremos asistir a la sustitución de “Peronlandia”, por la Argentina con la que soñamos.