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El avión de Aerolíneas Argentinas que hizo un viaje de seis horas en un día y medio

Tenía que salir de Colombia, tierra del realismo mágico, y llegar a Buenos Aires. Pero en el camino se tomó algunas licencias. Crónica de un pasajero con paciencia.

He vivido para contar la extraña historia del vuelo 1361 de Aerolíneas Argentinas, que tardó 37 horas en hacer un vuelo de seis.

El primer desamor se dio el miércoles a las 13.25, en el aeropuerto de Bogotá. Todos estábamos arriba del vuelo 1361. La pista delante de nosotros. Buenos Aires esperándonos. Y el capitán avisó: “Vamos a ir al hangar a hacer un chequeo”. Sí, chapa y pintura antes de subir. En realidad, algo más complejo: no funcionaban los flaps, las “aletitas” que tienen las alas que ayudan al avión a frenar, virar y, claro, a aterrizar. Tema menor, lo íbamos a revisar antes de salir. Me quedé dormido y desperté con el avión ya en una pista auxiliar, técnicos caminando por las alas y los pasajeros divididos entre quienes esperaban ansiosos y quienes querían boxear los aeromozos.

El capitán anunció de nuevo: “Abróchense los cinturores, nos disponemos a partir”. Pero los técnicos jamás se bajaban del avión por lo que partimos… hacia el aeropuerto nuevamente. Vuelo cancelado después de esperar cinco horas arriba de un avión.

Y ahí se dio la unión de los pasajeros: todos querían pegarle a los empleados de Aerolíneas Argentinas. Una pasajera aconsejó hacer una selfie grupal y mandársela por Twitter a Mariano Recalde, presidente de la empresa. Pero su idea no prosperó. Algunos pasajeros fueron a los mostradores a intentar buscar conexiones posibles y, los demás, fuimos a un hotel pagado por la empresa con nuestras valijas a cuestas. A todo esto, salvo algunos, los demás no habíamos almorzado ni merendado. Ya eran las 20 h. y el vuelo 1361 de Aerolíneas Argentinas llevaba a ocho horas de retraso.

En el hotel, tras cenar, todos los pasajeros nos fuimos a dormir esperando que la empresa llamara a la conserjería, que nos avisaría novedades. A las seis de la mañana, ya caminaba el lobby de punta a punta aguardando por una respuesta. Y sonó. Y nos dijeron que nos darían información a las ocho de la mañana. A las ocho, finalmente, nos llamaron y nos explicaron que habría un aviso oficial a las nueve. Paciencia.

En la puerta del hotel, tres micros estacionaron. “Venimos por los pasajeros de Aerolíneas”, me dijo un chofer. Alegría. Si bien no nos habían comunicado nada, ya habían mandado el transporte. A todo esto, un policía militar, fuerza de seguridad muy vista en las calles de Bogotá, le pidió al chofer que moviera su bus de la puerta, porque entorpecía el paso. El chofer le dijo que no y lo empujó. El oficial, vestido con traje camuflado, casco y ametralladora no cambió su expresión seria y se descolgó el arma, se la dio a un compañero, y se dispuso a pelearse con el chofer. Es decir que nuestro chofer estaba a punto de llevarse la paliza de su vida por un policía con el carácter de Teófilo Gutiérrez, delantero colombiano con fuerte temperamento. Rápido, todos comenzaron a separar. Nadie le pegó a nadie.

Y ahí se dio la unión de los pasajeros: todos querían pegarle a los empleados de Aerolíneas Argentinas.

De la conserjería llamaron a una sola habitación con un mensaje hermoso para los oídos de los pasajeros: “Los de Aerolíneas se van a las 10 al aeropuerto”. Pero no todos sabían que tenían que bajar, así que los pocos que sabíamos caminábamos por los pasillos del piso cuarto gritando: “¡Los de Aerolíneas a las 10 abajo, nos vamos a las 10!”. Una especie de barquilleros pero aeronáuticos.

Llegamos al aeropuerto y, media hora después, recibimos con aplausos al personal del Aerolíneas, que comenzó a atender a las dos filas. Sí, dos filas: una para pedir un nuevo vuelo, la otra para insultarlos (había más gente en la segunda).

No había vuelo directo a Buenos Aires, así que ofrecían las siguientes opciones: volar a Lima con la aerolínea Avianca y de ahí al destino final. O pasar por Santiago, o por San Pablo o esperar al día siguiente, a las 13 h., el vuelo de Aerolíneas Argentinas. Eran las 12 del mediodía. Ya íbamos 23 horas de retraso. Para ese momento, se sentían como la mamá de Kevin McCallister, protagonista de la película Mi Pobre Angelito, cuando viajar a su hogar con una banda de polka debido a la falta de vuelos.

Los lugares en los vuelos se agotaban así que una gran mayoría eligió ir a Lima y de ahí volar esa misma noche a Buenos Aires con Avianca o con Aerolíneas Argentinas. Una señora y su esposo hacían malabares para conseguir lugares para ellos y sus hijos menores de seis años. La fila de los insultos se alargaba más y más. Aerolíneas no presentaba alianzas para volar con otra empresa que no fuera Avianca. Ingenuamente consultamos en el mostrador de LAN, pero parece que el entrecruce que la empresa chilena tuvo con el kirchnerismo en el pasado no dejó los mejores vínculos.

Finalmente, volamos a Lima en un vuelo de Avianca operado por Taca. Ya en Perú, intenté que Avianca me cambiara el pasaje, debido a mi vuelo salía a las 10 de la mañana del viernes. Es decir, tenía que dormir en el aeropuerto. Y muchas ganas no tenía. No lo logré. Me dieron mil excusas y no me aceptaron como pasajero en lista de espera. Otros compañeros del vuelo 1361 ya embarcaban para el vuelo de esa noche por Avianca. Caminé solo para hacer tiempo y me crucé con el otro grupo, que esperaba por abordar el vuelo de las 23 horas de Aerolíneas Argentinas. Eran las 22 horas. Ya íbamos 33 horas de demora. A todo esto, una novedad hiriente sobresalió en la charla: los pasajeros que decidieron esperar en Bogotá el vuelo de las 13 horas del viernes, tuvieron un pequeño cambio de horario y su avión iba a salir a las 21 horas.

Me acerqué al mostrador y le pedí a la empleada que me pusiera en lista de espera. Me anotaron. Subieron todos los pasajeros. Por los altoparlantes llamaban a los pasajeros demorados. No llegaban. Quedaba un lugar en el avión. “Señor, puede abordar”. Corrí por la manga y un empleado me advirtió: “Tranquilo”. Me senté en el único asiento vacío. Si el pasajero demorado entraba, me tenía que bajar. Pero la puerta se cerró. “Personal de cabina, tome posición de despegue”. Carreteamos. Treinta y siete. Sí, 37 horas después, aterrizamos en Ezeiza. “En nombre de Aerolíneas Argentinas, miembro de SkyTeam, y de toda la tripulación, le agradecemos que nos hayan elegido”.