Crisis venezolana hace metástasis en salud, economía y seguridad
Desesperados y empobrecidos, los hijos de Venezuela -como la llaman cariñosamente- hacen todo cuanto pueden para salvarla, aguantan interminables colas para buscar medicinas, pañales, comida, gasolina y hasta boletos al exterior, pero nada parece funcionar

Afuera las sirenas aúllan incesantemente, adentro la tensión y el silencio se entremezclan en un pesar que estalla en escalofríos, cada vez que la puerta del recinto vomita andanadas de gente que trajinan frustrados en busca de insumos.
La emergencia está abarrotada. Pacientes y familiares colman las sillas, el piso, las camillas y hasta la paciencia de quienes tratan de ayudar sin más que un puñado de consignas y hasta buenas intenciones.
En este hospital de paredes rojas hay muchos enfermos, pero uno en especial (la señora Patria Querida) tiene a sus 30 millones de hijos sumamente preocupados. Aunque es relativamente joven y muy acaudalada, su salud viene decayendo desde hace mucho. Su deterioro se ha incrementado en los últimos 15 años, de los cuales el peor ha sido el último.
Desesperados y empobrecidos, los hijos de Venezuela -como la llaman cariñosamente- hacen todo cuanto pueden para salvarla, aguantan interminables colas para buscar medicinas, pañales, comida, gasolina y hasta boletos al exterior, pero nada parece funcionar.
Mientras el descontento y la incertidumbre crecen, la junta médica sonríe entre afilados dientes y da golpes de mesa, afirmando con autoinoculada convicción que “todo está mejorando, pero hay hijos desnaturalizados que quieren matar a la señora Querida”.
El parte médico por enérgico que sea, no resulta convincente ni se coteja con los síntomas que van empeorando. La inseguridad hace metástasis, la fiebre inflacionaria aumenta a niveles delirantes causando una hemorragia de cerebros nunca antes vista, dejando a Patria sin su cualidad más preciada… el futuro.
Muchos se han ido. No aguantaron el dolor de verla agonizando y partieron entre lágrimas, antes de que la enfermedad que consume a su madre acabara también con ellos y con sus hijos.
Aquí en la sala de espera (de interminable espera) permanecen la mayoría, unos por convicción y otros por imposibilidad de partir se aferran a la esperanza de un nuevo tratamiento, tal vez doloroso y amargo, pero que salve la vida de la que nos dio todo.