
Cuando la normalidad comenzaba a llegar a Nepal tras el terremoto que hace dos semanas dejó más de 8.000 muertos, la tierra ha vuelto a temblar. El nuevo seísmo es de magnitud 7,3 en la escala Richter, con epicentro a 68 kilómetros al oeste de la ciudad de Namche Bazar (noreste de Katmandú), cerca del campamento base del Everest, y a 15 kilómetros de profundidad, según ha informado el Servicio Geológico de Estados Unidos (USGS). El seísmo, que sucedió a las 12.35 hora local (cuatro horas menos en España), ha vuelto a golpear la zona más afectada por el terremoto del pasado 25 de abril, de magnitud 7,9. Al menos 57 personas han muerto en Nepal, según ha comunicado el Ministerio del Interior nepalí, y más de un millar han resultado heridas, además de 17 fallecidos en India y uno en Tíbet. Hasta el momento, se han registrado seis nuevas réplicas, una de ellas de magnitud 6,3, durante la primera hora tras el terremoto.
La mayoría de las muertes confirmadas se han producido en localidades al este de Katmandú. En Chautara, trabajadores de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), una agencia de la ONU, han asegurado que se están recuperando cuerpos entre las ruinas. Un responsable del distrito de Sindhupalchowk, del que Chautara es capital, ha informado de tres grandes corrimientos de tierra en el distrito. En esta zona murieron más de la tercera parte de los más de 8.000 fallecidos que causó el anterior seísmo.

En Katmandú, donde ha sido cerrado el aeropuerto internacional durante dos horas, el pánico es generalizado, las calles están llenas de gente ante el temor de más réplicas y los comercios han cerrado las puertas. Algunos edificios se han derrumbado pero el gran miedo es que los inmuebles dañados por el anterior terremoto colapsen. Por eso, nadie quiere volver a su casa, por lo que se han improvisado lugares para pasar la noche al aire libre. “Morimos de miedo. No sabemos lo que va a pasar, no sabemos cómo seguir viviendo, la tierra no deja de moverse”, dice Bimla Sest, una mujer mayor sentada en una esterilla tendida fuera de su casa. Dos de sus nietos la abrazan fuerte. “Salimos corriendo en cuánto pudimos. No queremos entrar ni por la comida que estábamos haciendo cuando comenzó a temblar”, dice la madre de los niños.