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España, entre el pánico de enfermeras por el ébola y un neto repudio a Rajoy



¡Fuera, Fuera!”, “¡Cobardes, sinvergüenzas!”, gritaban ayer grupos de personal sanitario contra el presidente del gobierno español, Mariano Rajoy, y el presidente de la Comunidad de Madrid. Además de abucheos, los trabajadores tenían preparados unos buenos “guantazos” contra ambos funcionarios, a los que arrojaron guantes de látex celestes para recordar la infección de ébola y las deficiencias del material y el entrenamiento.

Algunos se tocaban los rostros con guantes de látex para evocar las malas condiciones de seguridad que permitieron que la enfermera Teresa Romero se infectara luego de estar atendiendo a un sacerdote que finalmente falleció.

Después de varios días, Rajoy se tomó el problema más en serio y formó una comisión que gestionará la crisis, que estará a cargo de la vicepresidenta, Soraya Saénz de Santamaría. El jefe de gobierno acudió ayer por sorpresa para interesarse por los tratamientos y prevenciones en el Hospital Carlos III, donde está aislada, en estado crítico, la enfermera afectada por el virus letal. Cuando advirtieron la salida del presidente, sanitarios uniformados (enfermeras y personal de limpieza, los más expuestos a la infección) acudieron corriendo, con todos los guantes que podían para escenificar su repudio.

El temor al contagio de ébola en Madrid se extiende. Ocho personas fueron internadas ayer en el Hospital Carlos III, con lo cual suman 14 los pacientes en el sector donde está internada Teresa Romero.
Las últimas informaciones indicaban ayer que Romero continuaba en estado muy grave pero estable. Todas las esperanzas están puestas en un suero, muy difícil de encontrar, que ya ha llegado al hospital y con el cual se iniciará de inmediato un nuevo tratamiento.

Más de 90 personas están controladas diariamente porque han estado expuestas al contagio. Una rebelión de enfermeras y personal de limpieza se ha producido en el Hospital Carlos III, donde todos los días, a diversas horas, hay demostraciones de protesta. Los sanitarios se niegan a entrar en las zonas aisladas donde se encuentra Teresa porque “no existen condiciones de seguridad para poder trabajar”.

Ante la ola de protestas y críticas, el gobierno ha decidido cambiar los protocolos que ha invocado continuamente. Por ejemplo, se decidió rebajar el umbral de fiebre requerido para aislar a una persona sospechosa de ébola desde 38,6 grados a 37,7 grados. Pero esto no parece impresionar a los trabajadores.
Una de las enfermeras que trabaja en el equipo, manteniendo el anonimato, habló con un canal de TV. “Es muy duro ver morir a una compañera. La controlan mejor en Africa que aquí, porque la sintomatología es tan vaga que no se puede poner un marcador común; hay que individualizar. Yo, por ejemplo, con 37,5 estoy que me muero”, especifica.



Arremete contra las autoridades que han dicho que Teresa mentía. “¡Es una profesional que hacía su trabajo; no se la puede crucificar por ello!”, reclama.”¡Que manden a los militares o a quienes estén de verdad especializados para atender una crisis así!”, exige.

Varias enfermeras aluden al “clima de histeria” que han despertado los últimos casos. “Yo creo que mis vecinos tiran desinfectante en el portal cuando salgo. Mis hijos me dicen que en el colegio los niños no quieren acercarse a ellos porque su madre trabaja en el Carlos III”, lamenta una de ellas.



Tienen terror al contagio. “Yo sé cómo trabajo, sé cómo me pongo y me quito el traje, sé que mis compañeros me controlan. Sigo el protocolo, pero, ¿quién me asegura que si ella lo cogió no puedo cogerlo yo?”, dice Juan José Cano, del sindicato de enfermería Satse en el Carlos III.

“Me he apartado mis cubiertos, mi toalla, todo. Y no voy a besar a mis hijos en los próximos 20 días”, confiesa una auxiliar de limpieza.

En el edificio donde viven Teresa y su marido, Javier, la gente abre las puertas con pañuelos de papel, muchos llevan mascarillas y guantes de latex.