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El deseo loco



Por Carlos Ares




Como suele suceder con los grandes observadores de la vida cotidiana –en la tradición de Quino, Crist, Fontanarrosa o Caloi–, el dibujante Diego Parés mira a través y de revés lo que se ve para hacernos reír y pensar ante el espejo de lo que somos. El cuadrito que publica a diario es en realidad un rectángulo, más alto que ancho. Recuerdo uno en el que el personaje aparece de espaldas a la fuente donde acuden los turistas y, con cara de “¡qué hice!” se dice a sí mismo: “¡Uy, tiré el deseo y me quedé con la moneda!”.

Al pie de esta columna va otro de Parés, pero me detengo ahora en éste porque en su día me iluminó como una de esas reflexiones que marcan y perduran. ¿No es, acaso, una síntesis de lo que todo padre quisiera poder transmitirles a sus hijos y a los jóvenes en general? Hacé la tuya, no te dejes atraer por la fantasía de la moneda inmediata como sucedánea de la auténtica felicidad que se siente luego de cada paso hacia lo que de verdad querés ser y hacer. No habrá billete que compre esa íntima, intensa alegría de ser libre de mandatos y discursos ajenos.

Cada día, como Parés, o Tute o tantos dibujantes y artistas, cientos, miles de actores, músicos, escritores, poetas y emprendedores en disciplinas y trabajos diversos, de edades, orígenes y caminos diferentes, parten hacia la búsqueda de la vida que desean vivir. Pensando en ellos, en su voluntad, su esfuerzo, sus esperanzas, es inevitable imaginar la comunidad, la sociedad, el país que podría construirse con el deseo de algo mejor que se comparte.

Es ahí, afuera, donde hay que defender la cara que uno quiere poder mirar en el espejo. El poder y su fortuna invertida en medios, en mercenarios, en publicidad y en propaganda te quieren de cliente y vienen a sobornarte con sus ofertas de planes, discursos, relatos, modelos. Es casi como la promoción constante de una droga pagada con fondos públicos que promete sacarte de la realidad: entrás, tenés remera, consignas, pogo, cantitos, banderas, contactos que están en la misma, algún laburito y, por si fuera poco, pasás a pertenecer a LA patria. ¿Qué más?

Dejás de pensar por vos, de preocuparte por lo que pasa, por lo que ves, por lo que hacen, por las consecuencias. Y una mañana, de la nada, en el lavabo del baño, después de echarte agua en la cara, levantás la mirada y en el espejo te mira, con una mueca cómplice, Aníbal Fernández, o se te acerca, como en una pesadilla, Débora Giorgi a recordarte de qué copa hay que beber para olvidar. ¿Sos ése, ésa, te convertiste en ellos? Estaban en los 90, están ahora. Si elegiste la moneda, ésos son tus millonarios líderes. ¿Un gordo sindicalista colaborador de la dictadura como Gerardo Martínez? ¿Un Boudou? ¿Un Lázaro? ¿Un Szpolski? Podés optar entre decenas de distintos tipos de miserables, canallas, ladrones o alcahuetes.

Atrás de tus ojos, en tu cuerpo envuelto en piel, siempre estará la persona que sos. La que seguramente criaron y trataron de educar tus viejos y tus maestros para impulsarte a realizar de forma digna y honesta tus deseos. Pero ahora creciste y la vida espera ahí, afuera. Hay que salir y bancarse la elección. No te demores, no te detengas. El tiempo apura y se está volviendo algo bipolar. Lluvias arrasadoras suceden a soles abrasadores. Euforias desmedidas a crisis dramáticas.

En un dibujo reciente de Parés se ve a dos viejitos, dos jubilados, caminando por el sendero de una plaza. Sopla el viento en los árboles, caen las hojas como si fuera otoño, uno le dice al otro: “¡Qué tiempo loco!”. Y el otro contesta: “¡Loco y malo! ¡Mire lo que nos hizo a nosotros!”.

La cabeza del país no ayuda. Sus mensajes contribuyen a la esquizofrenia. De pronto te dice que la quieren matar los fanáticos del islam y enseguida te pide que no mires a Oriente, sino al Norte. ¿Al Norte? ¿Al Noroeste o al Noreste? ¿A quién? ¿A Insfrán, a Closs, a Alperovich? ¿La van a matar de desnutrición, de eterno abandono?

Loco y malo el tiempo que te toca. Pero ahí está tu deseo, resistiendo.

Periodista.

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