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Ojalá trascienda al rock.
por José Pablo Feinmann.

Los recitales de rock siempre han sido incómodos para los gobernantes y la policía. Implican la reunión de muchos jóvenes con sus entusiasmos, sus expresiones vitales y ávidas de libertad.
Siempre me pregunté qué hacían los jóvenes después del recital. Siempre me pregunté si esa unión, ese fervor, esa pasión por la música y por la expresión de libertad se prolongaban más allá del espacio del recital. Mi respuesta siempre fué errática, nunca definitiva, pero giró con dolorosa frecuencia, alrededor del pesimismo.

Todo sucedía en el recital, más allá nada o muy poco. El espacio del recital controlaba, mágicamente, a los jóvenes, confinaba su expresividad, su compromiso con los valores de libertad y el desdén por la condición castradora del poder, a una geografía ritual que nunca era trascendida.

Tal vez ahora, a partir de Olavarría, empiece a ocurrir algo distinto. tal vez los chicos entiendan que los oscuros monstruos que les prohíben un recital están fuera del espacio místico en el que ellos se convocan. Tal vez decidan reunirse, entregarse sus números de teléfono, advertir que hay algo más que el rock, que esto que hoy les pasa surge del rock pero que se prolonga en una actitud conjunta que debe encontrar su cauce en la sociedad, en la política, en la autoconciencia.

Porque la represión que hoy sufren no es casual y no la sufren solamente ellos. Si la prohibición de Olavarría llevara a los jóvenes a buscar su unión y su amor por la libertad y el compromiso de luchar por ella más allá del espacio del recital, estaríamos en presencia de un suceso verdaderamente trascendente. Si no, sería solamente una prohibición más en un país proclive a las prohibiciones.