El futuro fue ayer
Poco antes de morir, Joseph Camp-bell, el gran estudioso de la mitología mundial, realizó el que, en muchos sentidos, es su testamento intelectual y espiritual: The Power of Myth, una serie de seis largas entrevistas con el prestigioso periodista y comunicador Bill Moyers. Moyers realiza el papel del alumno, del ingenuo, del asombrado, y Campbell, naturalmente, el de maestro. El tema central es el sentido profundo de los mitos y la forma en que éstos pueden ayudarnos en nuestra vida diaria. «Todas las religiones y todos los mitos son verdad en un cierto sentido», dice Campbell, «son verdad en tanto que metáforas del misterio humano y cósmico. Pero cuando uno se aferra a la metáfora, entonces es cuando comienzan los problemas. Por ejemplo, creer que Jesús ascendió literalmente a los cielos, o que su madre subió al cielo en cuerpo y alma y está todavía viva. Porque todo eso no son más que metáforas. Y uno no tiene por qué despreciar esas metáforas. Lo que hace falta es entender lo que significan.» Bill Moyers le pregunta entonces si es erróneo creer, por ejemplo, que Cristo resucitó literalmente a los tres días de su muerte. Y Campbell replica: «Eso es lo que yo llamo una lectura errónea del símbolo. Es leerlo en términos de prosa en vez de hacerlo en términos de poesía».
En la casa de George Lucas. En su obra, Campbell estudia los mitos de todas las épocas y culturas. En Las máscaras de Dios, por ejemplo, comienza en los cazadores del Paleolítico y termina en el Guernica de Picasso y en Thomas Mann, pero no habla, no llega a hablar de la ciencia-ficción, un obvio territorio del mito y del símbolo. Sin embargo, observemos algo curioso. El escenario elegido para la entrevista de Bill Moyers y Campbell no es otro que la biblioteca de la casa del célebre cineasta George Lucas en California. Lucas cedió su hogar para realizar la serie de entrevistas no sólo por su amistad con Campbell, sino también por lo mucho que las obras de Campbell le influyeron a la hora de construir el universo imaginario de lo que luego sería La guerra de las galaxias. En sus conversaciones con Moyers, Campbell hace varias referencias a la (hasta entonces) trilogía de Lucas. Y es que es evidente que Darth Vader, los caballeros Jedi, Yoda el guerrero, Luke Skywalker el aprendiz, son los personajes de un mito, y que sus aventuras son pura mitología. Mitología del siglo XX, mitos modernos, nuevos mitos. El propio Campbell pasó media vida intentando demostrar cómo las mismas historias reaparecen una y vez en todas las épocas y culturas, pero también él habla de una evolución del mito, de una transformación histórica de sus metáforas, y de la aparición de metáforas nuevas. Es Moyers el que sugiere que el centro del mito de la ciencia-ficción es, probablemente, la máquina. Y Campbell está de acuerdo. La ciencia-ficción propone una nueva metáfora, la metáfora de la máquina. Y la pregunta central de esa metáfora es: ¿ayudarán las máquinas a la humanidad o la destruirán?
Estatuas que hablan. Sé que hay aficionados a la ciencia-ficción, comenzando por Miquel Barceló, que es en España quien más sabe del tema, que son reacios a considerar la ciencia-ficción como una variedad de la literatura fantástica. Yo siempre la he considerado así: claro que para mí la literatura fantástica es la literatura en sí, el tronco central del que brotan subgéneros como la poesía lírica, la novela de detectives, el llamado «realismo» o, claro está, la ciencia-ficción (y también, diría Borges, la filosofía). La literatura es en su esencia «fantástica» porque, como decía Campbell, no es «prosa» (es decir, «historia» en el sentido aristotélico, denotación), sino «poesía» (en el sentido aristotélico: es decir, literatura, connotación). Los que denostan la ciencia-ficción por su carácter «fantástico» suelen aceptar, sin embargo, que Rilke charle de ángeles o Shelley de estatuas que hablan o Keats de urnas llenas de imágenes animadas. Criticar la ciencia-ficción por su improbabilidad es tomarla al pie de la letra, no entender su contenido simbólico y mítico, leerla, una vez más, como prosa y no como poesía. Del mismo modo se malinterpretan los mitos, comienzan a leerse al pie de la letra y acaban por convertirse en la religión de los fanáticos. El Cántico a San Leibowitz de Walter M. Miller, una novela clásica de ciencia-ficción, trata precisamente de este tema.
La guerra de las galaxias, 2001: Una odisea del espacio, La naranja mecánica, El planeta de los simios, Stalker, Solaris, Blade Runner, Matrix, Akira, son, como todos los mitos, historias mágicas cuya función es proporcionarnos armas para enfrentarnos con el mundo que nos rodea. Es moneda corriente entre los miembros de una cierta generación extasiarse, por ejemplo, ante el profundo mensaje de las novelas de Stevenson y de Salgari (o incluso de los tebeos del Capitán Trueno), y reírse de la «pseudo filosofía» de La guerra de las galaxias.
Vida artificial. Nos movemos aquí en el terreno más resbaladizo de cualquier hermenéutica: el de otorgar valor a las obras de arte, el de decidir qué es una «verdadera» obra de arte y qué es simple entretenimiento. Es evidente que tal decisión depende de nuestro concepto de «realidad», y que será obra de arte la que nos ayuda a comprender la realidad y a enfrentarnos con ella, y entretenimiento la que no tiene dicha función crítica. Pero nuestra propia noción de realidad está ya teñida con los nuevos mitos, con el mito de la máquina y todas sus derivaciones, el de la vida artificial, el de la red de información.
Algunas de las experiencias artísticas más intensas que he tenido nunca están relacionadas con varias de las películas citadas más arriba. 2001 fue mi película favorita durante muchos años hasta que fue sustituida por Stalker, que sigue siendo, hoy día, mi película favorita. La ciencia-ficción puede ser entretenimiento, pero puede ser también sublime, en el mismo sentido en que Bach o Miguel Ángel son sublimes. Es probable que la ciencia-ficción (y que me perdonen Arthur C. Clarke o los hermanos Strugatsky) haya encontrado su realización más perfecta y admirable en el cine más que en la literatura. Lo cual es lógico si nos paramos a pensar que el cine, al fin y al cabo, es arte hecho con máquinas.
info:
http://www.abc.es/abcd/noticia.asp?id=4835&dia=&sec=31
Poco antes de morir, Joseph Camp-bell, el gran estudioso de la mitología mundial, realizó el que, en muchos sentidos, es su testamento intelectual y espiritual: The Power of Myth, una serie de seis largas entrevistas con el prestigioso periodista y comunicador Bill Moyers. Moyers realiza el papel del alumno, del ingenuo, del asombrado, y Campbell, naturalmente, el de maestro. El tema central es el sentido profundo de los mitos y la forma en que éstos pueden ayudarnos en nuestra vida diaria. «Todas las religiones y todos los mitos son verdad en un cierto sentido», dice Campbell, «son verdad en tanto que metáforas del misterio humano y cósmico. Pero cuando uno se aferra a la metáfora, entonces es cuando comienzan los problemas. Por ejemplo, creer que Jesús ascendió literalmente a los cielos, o que su madre subió al cielo en cuerpo y alma y está todavía viva. Porque todo eso no son más que metáforas. Y uno no tiene por qué despreciar esas metáforas. Lo que hace falta es entender lo que significan.» Bill Moyers le pregunta entonces si es erróneo creer, por ejemplo, que Cristo resucitó literalmente a los tres días de su muerte. Y Campbell replica: «Eso es lo que yo llamo una lectura errónea del símbolo. Es leerlo en términos de prosa en vez de hacerlo en términos de poesía».
En la casa de George Lucas. En su obra, Campbell estudia los mitos de todas las épocas y culturas. En Las máscaras de Dios, por ejemplo, comienza en los cazadores del Paleolítico y termina en el Guernica de Picasso y en Thomas Mann, pero no habla, no llega a hablar de la ciencia-ficción, un obvio territorio del mito y del símbolo. Sin embargo, observemos algo curioso. El escenario elegido para la entrevista de Bill Moyers y Campbell no es otro que la biblioteca de la casa del célebre cineasta George Lucas en California. Lucas cedió su hogar para realizar la serie de entrevistas no sólo por su amistad con Campbell, sino también por lo mucho que las obras de Campbell le influyeron a la hora de construir el universo imaginario de lo que luego sería La guerra de las galaxias. En sus conversaciones con Moyers, Campbell hace varias referencias a la (hasta entonces) trilogía de Lucas. Y es que es evidente que Darth Vader, los caballeros Jedi, Yoda el guerrero, Luke Skywalker el aprendiz, son los personajes de un mito, y que sus aventuras son pura mitología. Mitología del siglo XX, mitos modernos, nuevos mitos. El propio Campbell pasó media vida intentando demostrar cómo las mismas historias reaparecen una y vez en todas las épocas y culturas, pero también él habla de una evolución del mito, de una transformación histórica de sus metáforas, y de la aparición de metáforas nuevas. Es Moyers el que sugiere que el centro del mito de la ciencia-ficción es, probablemente, la máquina. Y Campbell está de acuerdo. La ciencia-ficción propone una nueva metáfora, la metáfora de la máquina. Y la pregunta central de esa metáfora es: ¿ayudarán las máquinas a la humanidad o la destruirán?
Estatuas que hablan. Sé que hay aficionados a la ciencia-ficción, comenzando por Miquel Barceló, que es en España quien más sabe del tema, que son reacios a considerar la ciencia-ficción como una variedad de la literatura fantástica. Yo siempre la he considerado así: claro que para mí la literatura fantástica es la literatura en sí, el tronco central del que brotan subgéneros como la poesía lírica, la novela de detectives, el llamado «realismo» o, claro está, la ciencia-ficción (y también, diría Borges, la filosofía). La literatura es en su esencia «fantástica» porque, como decía Campbell, no es «prosa» (es decir, «historia» en el sentido aristotélico, denotación), sino «poesía» (en el sentido aristotélico: es decir, literatura, connotación). Los que denostan la ciencia-ficción por su carácter «fantástico» suelen aceptar, sin embargo, que Rilke charle de ángeles o Shelley de estatuas que hablan o Keats de urnas llenas de imágenes animadas. Criticar la ciencia-ficción por su improbabilidad es tomarla al pie de la letra, no entender su contenido simbólico y mítico, leerla, una vez más, como prosa y no como poesía. Del mismo modo se malinterpretan los mitos, comienzan a leerse al pie de la letra y acaban por convertirse en la religión de los fanáticos. El Cántico a San Leibowitz de Walter M. Miller, una novela clásica de ciencia-ficción, trata precisamente de este tema.
La guerra de las galaxias, 2001: Una odisea del espacio, La naranja mecánica, El planeta de los simios, Stalker, Solaris, Blade Runner, Matrix, Akira, son, como todos los mitos, historias mágicas cuya función es proporcionarnos armas para enfrentarnos con el mundo que nos rodea. Es moneda corriente entre los miembros de una cierta generación extasiarse, por ejemplo, ante el profundo mensaje de las novelas de Stevenson y de Salgari (o incluso de los tebeos del Capitán Trueno), y reírse de la «pseudo filosofía» de La guerra de las galaxias.
Vida artificial. Nos movemos aquí en el terreno más resbaladizo de cualquier hermenéutica: el de otorgar valor a las obras de arte, el de decidir qué es una «verdadera» obra de arte y qué es simple entretenimiento. Es evidente que tal decisión depende de nuestro concepto de «realidad», y que será obra de arte la que nos ayuda a comprender la realidad y a enfrentarnos con ella, y entretenimiento la que no tiene dicha función crítica. Pero nuestra propia noción de realidad está ya teñida con los nuevos mitos, con el mito de la máquina y todas sus derivaciones, el de la vida artificial, el de la red de información.
Algunas de las experiencias artísticas más intensas que he tenido nunca están relacionadas con varias de las películas citadas más arriba. 2001 fue mi película favorita durante muchos años hasta que fue sustituida por Stalker, que sigue siendo, hoy día, mi película favorita. La ciencia-ficción puede ser entretenimiento, pero puede ser también sublime, en el mismo sentido en que Bach o Miguel Ángel son sublimes. Es probable que la ciencia-ficción (y que me perdonen Arthur C. Clarke o los hermanos Strugatsky) haya encontrado su realización más perfecta y admirable en el cine más que en la literatura. Lo cual es lógico si nos paramos a pensar que el cine, al fin y al cabo, es arte hecho con máquinas.
info:
http://www.abc.es/abcd/noticia.asp?id=4835&dia=&sec=31