Se hizo famoso como el galán vampírico de “Crepúsculo”. Luego de su turbulento romance con Kristen Stewart, es más sabio y abandona su imagen de carilindo. Hoy estrena “El cazador”.
En El cazador, el western futurista de David Michod, que transcurre en la zona rural de Australia, hay un momento en que el personaje de Robert Pattinson se sienta por la noche en la cabina de un camión y escucha por radio el éxito de Keri Hilson Pretty Girl Rock. Es una noche oscura, la radio es mala, y Pattinson empieza a acompañar el tema. “No me odies por mi belleza”, canta con voz aguda y quejumbrosa, con palabras envueltas en labios que cubren dientes sucios.
Es un momento clave para Rey, el joven confundido, torpe y necesitado que interpreta Pattinson, pero también suena como un punto de referencia en la carrera del actor, un recordatorio para el público de cuánto ha avanzado en relación con sus días como el chico lindo de Hollywood.
El Pattinson que llega a nuestra entrevista esta mañana parece apelar a un truco similar, ya que en cuanto entra señala la alfombra del hotel. El comentario que hace Pattinson desvía la atención de sí, como si estuviera cansado de ser el centro, el rostro que todos miran.
Pattinson tenía 22 años cuando se lo eligió para el papel del vampiro Edward Cullen en la saga Crepúsculo. De la noche a la mañana se convirtió en una de las estrellas jóvenes más adoradas de Hollywood. Donde fuera, lo perseguía una nube de fotógrafos y fans.
Vanity Fair lo proclamó “el hombre más atractivo del mundo”, y Time lo incluyó entre las cien personas más influyentes. En medio, se embarcó en una tortuosa relación con la coprotagonista, Kristen Stewart, lo que significó que rara vez desaparecía de las páginas de chismes.
Ahora tiene 28 años, Crepúsculo llegó a su fin, al igual que el romance con Stewart, y Pattinson se desarrolla como actor serio. Pronto se lo verá en Maps to the Stars, de David Cronenberg, así como en Queen of the Desert, la película biográfica de Gertrude Bell, junto a Nicole Kidman.
Pero por ahora está dedicado a El cazador, de Michod, una brillante historia negra sobre un solitario (Guy Pearce) que persigue a una banda que le robó el auto. En el proceso conoce a Rey (Pattinson), el hermano de uno de los ladrones, al que habían abandonado por creerlo muerto en un robo frustrado, y juntos recorren el desierto australiano, que diez años después de un derrumbe económico global es una tierra amenazante y sin ley.
“David tiene una forma muy específica de escribir diálogo. Es muy funcional. La escritura es muy rigurosa, es salvaje, pero no parecía sólo una escritura con estilo, sino que también era muy emotiva. Parecía muy natural en comparación con algo como Sin lugar para los débiles.” Pattinson tiene una forma muy particular de hablar: habla con suavidad y de manera reflexiva sobre temas que todo indica que significan mucho para él -la escritura de Michod, por ejemplo, o la actuación-, pero luego derrapa hacia un “¡Qué locura!” o estalla en carcajadas. Da la impresión de alguien que todavía está en formación.
Pattinson nació y creció en Londres, pero muchos de sus papeles en cines le han exigido un acento estadounidense. En El cazador, Rey es del sur de los Estados Unidos y, como muchos, se ha trasladado a Australia en busca de trabajo en las minas. Fue la voz, dice, lo que lo llevó al personaje.
Recuerda la pesadilla de su primer día en el set. “Nada salía bien”, cuenta. “Y tenía un problemita con el maquillaje dental. Se corría permanentemente. Era todo un problema, debía repetir las escenas una y otra vez. Fue por eso que empecé a tratar de esconder los dientes tras los labios. Eso cambia un poco la voz, pero me gustó. Empecé a hablar haciendo cosas como ‘ouhhggghhh…’” Imita el estilo y se ríe. “¡Es tan tonto, tan estúpido!” Para Pattinson, sin embargo, tener la oportunidad de interpretar a un farfullador de dientes sucios de un rincón no identificado del sur estadounidense resultó liberador, como el hecho de que su personaje es secundario respecto del de Pearce. “Rey tiene algo especial, y lo mismo pasa con el hecho de no tener que ser el motor de la historia”, explica. “Se puede ser el condimento. Es liberador ser el compinche raro.” En ocasiones trata de escribir. “El otro día trataba de escribir una obra de teatro. Se la mostré a mi asistente y no me daba cuenta de lo mala que era.” Se ríe con ganas. “La escribía en medio de la noche y pensaba: ‘¡Así se hace! ¡Uno se queda toda la noche despierto y escribe!” Cuando llegó mi asistente a la mañana siguiente, le dije: “¡Tenés que leer esto! ¡Es asombroso!” Advirtió que tal vez no lo fuera por la expresión de la mujer mientras leía. “Luego me dijo: ‘Esto no es inglés (...) y la mitad del tiempo ni siquiera pusiste los nombres de los personajes, de modo que es algo así como el flujo de la conciencia.” Pero le gustaría hacer teatro, dice. “Algo en un teatro chico. No creo que pudiera hacer algo en Broadway. Pero me gustaría mucho hacer algo que generara conmoción.” Le gusta escandalizar, asegura, y su próximo papel lo satisface en ese sentido. Protagoniza junto con Robert De Niro Idol’s Eye, de Oliver Assayas. Interpreta a un delincuente menor que queda atrapado en la mafia de Chicago. “Mi personaje es un chico descarriado que se autoengaña”, dice. “Todos siempre cubren a los delincuentes de glamour. Parece inevitable en las películas, pero no es lo que pasa en ésta. Es muy densa, muy seria, muy política.” Pienso en algo que dijo antes, sobre la forma en que cree que Crepúsculo ejerció influencia en su carrera y cómo considera que la mayor parte del público ya lo ha juzgado antes de que haya dicho la primera frase en la pantalla. Imaginé su frustración, el esfuerzo por tratar de sacudirse ese famoso papel.
“Es divertido -dice-, porque la gente tiene preconceptos sobre uno y a veces eso brinda la oportunidad de conmocionar más al público.” Traducción: Joaquín Ibarburu

En El cazador, el western futurista de David Michod, que transcurre en la zona rural de Australia, hay un momento en que el personaje de Robert Pattinson se sienta por la noche en la cabina de un camión y escucha por radio el éxito de Keri Hilson Pretty Girl Rock. Es una noche oscura, la radio es mala, y Pattinson empieza a acompañar el tema. “No me odies por mi belleza”, canta con voz aguda y quejumbrosa, con palabras envueltas en labios que cubren dientes sucios.
Es un momento clave para Rey, el joven confundido, torpe y necesitado que interpreta Pattinson, pero también suena como un punto de referencia en la carrera del actor, un recordatorio para el público de cuánto ha avanzado en relación con sus días como el chico lindo de Hollywood.
El Pattinson que llega a nuestra entrevista esta mañana parece apelar a un truco similar, ya que en cuanto entra señala la alfombra del hotel. El comentario que hace Pattinson desvía la atención de sí, como si estuviera cansado de ser el centro, el rostro que todos miran.
Pattinson tenía 22 años cuando se lo eligió para el papel del vampiro Edward Cullen en la saga Crepúsculo. De la noche a la mañana se convirtió en una de las estrellas jóvenes más adoradas de Hollywood. Donde fuera, lo perseguía una nube de fotógrafos y fans.
Vanity Fair lo proclamó “el hombre más atractivo del mundo”, y Time lo incluyó entre las cien personas más influyentes. En medio, se embarcó en una tortuosa relación con la coprotagonista, Kristen Stewart, lo que significó que rara vez desaparecía de las páginas de chismes.
Ahora tiene 28 años, Crepúsculo llegó a su fin, al igual que el romance con Stewart, y Pattinson se desarrolla como actor serio. Pronto se lo verá en Maps to the Stars, de David Cronenberg, así como en Queen of the Desert, la película biográfica de Gertrude Bell, junto a Nicole Kidman.
Pero por ahora está dedicado a El cazador, de Michod, una brillante historia negra sobre un solitario (Guy Pearce) que persigue a una banda que le robó el auto. En el proceso conoce a Rey (Pattinson), el hermano de uno de los ladrones, al que habían abandonado por creerlo muerto en un robo frustrado, y juntos recorren el desierto australiano, que diez años después de un derrumbe económico global es una tierra amenazante y sin ley.
“David tiene una forma muy específica de escribir diálogo. Es muy funcional. La escritura es muy rigurosa, es salvaje, pero no parecía sólo una escritura con estilo, sino que también era muy emotiva. Parecía muy natural en comparación con algo como Sin lugar para los débiles.” Pattinson tiene una forma muy particular de hablar: habla con suavidad y de manera reflexiva sobre temas que todo indica que significan mucho para él -la escritura de Michod, por ejemplo, o la actuación-, pero luego derrapa hacia un “¡Qué locura!” o estalla en carcajadas. Da la impresión de alguien que todavía está en formación.
Pattinson nació y creció en Londres, pero muchos de sus papeles en cines le han exigido un acento estadounidense. En El cazador, Rey es del sur de los Estados Unidos y, como muchos, se ha trasladado a Australia en busca de trabajo en las minas. Fue la voz, dice, lo que lo llevó al personaje.
Recuerda la pesadilla de su primer día en el set. “Nada salía bien”, cuenta. “Y tenía un problemita con el maquillaje dental. Se corría permanentemente. Era todo un problema, debía repetir las escenas una y otra vez. Fue por eso que empecé a tratar de esconder los dientes tras los labios. Eso cambia un poco la voz, pero me gustó. Empecé a hablar haciendo cosas como ‘ouhhggghhh…’” Imita el estilo y se ríe. “¡Es tan tonto, tan estúpido!” Para Pattinson, sin embargo, tener la oportunidad de interpretar a un farfullador de dientes sucios de un rincón no identificado del sur estadounidense resultó liberador, como el hecho de que su personaje es secundario respecto del de Pearce. “Rey tiene algo especial, y lo mismo pasa con el hecho de no tener que ser el motor de la historia”, explica. “Se puede ser el condimento. Es liberador ser el compinche raro.” En ocasiones trata de escribir. “El otro día trataba de escribir una obra de teatro. Se la mostré a mi asistente y no me daba cuenta de lo mala que era.” Se ríe con ganas. “La escribía en medio de la noche y pensaba: ‘¡Así se hace! ¡Uno se queda toda la noche despierto y escribe!” Cuando llegó mi asistente a la mañana siguiente, le dije: “¡Tenés que leer esto! ¡Es asombroso!” Advirtió que tal vez no lo fuera por la expresión de la mujer mientras leía. “Luego me dijo: ‘Esto no es inglés (...) y la mitad del tiempo ni siquiera pusiste los nombres de los personajes, de modo que es algo así como el flujo de la conciencia.” Pero le gustaría hacer teatro, dice. “Algo en un teatro chico. No creo que pudiera hacer algo en Broadway. Pero me gustaría mucho hacer algo que generara conmoción.” Le gusta escandalizar, asegura, y su próximo papel lo satisface en ese sentido. Protagoniza junto con Robert De Niro Idol’s Eye, de Oliver Assayas. Interpreta a un delincuente menor que queda atrapado en la mafia de Chicago. “Mi personaje es un chico descarriado que se autoengaña”, dice. “Todos siempre cubren a los delincuentes de glamour. Parece inevitable en las películas, pero no es lo que pasa en ésta. Es muy densa, muy seria, muy política.” Pienso en algo que dijo antes, sobre la forma en que cree que Crepúsculo ejerció influencia en su carrera y cómo considera que la mayor parte del público ya lo ha juzgado antes de que haya dicho la primera frase en la pantalla. Imaginé su frustración, el esfuerzo por tratar de sacudirse ese famoso papel.
“Es divertido -dice-, porque la gente tiene preconceptos sobre uno y a veces eso brinda la oportunidad de conmocionar más al público.” Traducción: Joaquín Ibarburu