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¿Quiénes fueron consultados antes de llevar adelante una medida tan disparatada? ¿Cuándo se inició la discusión pública?



Los debates en la Argentina son, generalmente, berretas. Calcados entre sí. Nunca se profundizan las discusiones, sino que se trivializan, aún cuando en general se trata de cuestiones trascendentes para la sociedad.

La decisión del gobierno de Daniel Scioli de flexibilizar el rigor educativo —medida aplaudida por gran parte del arco político del oficialismo—, es una clara postal de esa situación.

¿Quiénes fueron consultados antes de llevar adelante una medida tan disparatada? ¿Cuándo se inició la discusión que llevó a concluir al gobierno bonaerense que debía hacer de la educación algo más laxo?

Propios y ajenos se sorprendieron al enterarse de la medida, no solo por lo cuestionable, sino también por lo sorpresiva.
Cuando se debate sobre educación, siempre se hace desde los mismos lugares: los salarios de los docentes —principalmente ocurre en épocas de paritarias— y la "contemplación" que merecen los alumnos.

Casi nunca se discute públicamente acerca de los contenidos que debe transferir el colegio ni la preparación de los maestros. Mucho menos del anacronismo de muchos de los programas de estudio que aún se sigue impartiendo a los docentes.

Pasan las décadas, avanzan las tecnologías, cambian las costumbres sociales y familiares. Sin embargo, la preparación de los que enseñan casi no se aggiorna.

Alumnos aprenden, a grandes rasgos, lo mismo que hace 40 o 50 años cuando no existía siquiera Internet o la tecnología de los teléfonos celulares. ¿Por qué no se habla sobre esto? ¿Por qué solo se posa la mirada sobre los alumnos, como si fueran víctimas de algo que jamás antes fue cuestionado?

Algún imbécil gubernamental aseguró en las últimas horas que no hay que “estigmatizar” a los alumnos, por lo cual jamás deben ser aplazados. ¿Cómo se puede ser tan irresponsable?

Lo que se vive en la escuela es lo que, luego —a otro nivel— se vivirá en la vida real, donde existen éxitos y fracasos; alegrías y decepciones. ¿Qué clase de ejemplo damos a nuestros hijos con un sistema que intenta reflejar una realidad que no es tal, sino más bien de cuentos de hadas?