1ªHistoria
Las agujas de las máquinas de coser Singer, armas letales en la Segunda Guerra Mundial
Todavía recuerdo a mi madre en su vieja máquina de coser Singer en la que pasaba horas y horas dándole al pedal para coser, coger el dobladillo de un pantalón, confeccionarse una falda… lo que hiciese menester, porque mi madre, como todas las de su edad, tenía alma de modista. Por eso, cuando descubrí esta historia, me pareció sorprendente que una simple aguja se pudiese convertir en un arma letal (cuando se pinchaba, mi madre no iba más allá de un simple ¡ay!).
El 23 de diciembre de 1941, se recibía un extraño pedido en la fábrica de las máquinas de coser Singer en Bristol (Inglaterra): el mayor pedido de agujas de coser de la historia pero no de agujas estándar, sino unas muy determinadas según las especificaciones que se adjuntaban. Al día siguiente, un ejecutivo de Singer contestó:
No estamos seguros exactamente de lo que quieren. Según sus especificaciones, parece que necesitan las agujas para algún propósito que nada tiene que ver con las máquinas de coser.
Se me olvidaba comentar un pequeño detalle: el pedido se hizo desde Porton Down en Wiltshire (Inglaterra), el Centro de Investigación del Ministerio de la Guerra donde se experimentaba con armas químicas y biológicas. Dejaremos a un lado las pruebas con animales e incluso con soldados que fueron engañados para servir de cobayas, y nos centraremos en las letales agujas.
Los investigadores de Porton Down, encabezados por el bacteriólogo británico Paul Fildes y con la asistencia de colegas canadienses y estadounidenses, trabajaban para desarrollar un arma letal, pero no destructiva, que podría ser más eficaz contra las tropas en terreno abierto o en las trincheras que las bombas convencionales o el gas mostaza: dardos con antrax o ricina. Cada dardo consistía en una aguja de acero hueca -las pedidas a Singer- con una cola de papel; la punta de la aguja tenía un pequeño depósito con la toxina (antrax o ricina) sellado con de algodón y cera, y sobre el depósito una especie de émbolo que al clavarse el dardo haría que por la inercia inyectase la toxina.
Aguja veneno
La idea era bombardear las tropas enemigas con una especie de bombas de racimo y en cada una de ellos 30.000 dardos envenenados. Se realizaron pruebas con animales para calcular los porcentajes de acierto sobre las tropas enemigas y los resultados iban desde un 90 % para un soldado en posición horizontal en un terreno abierto hasta un 17 % para los que estaban en las trincheras. Las consecuencias de que uno solo de estos dardos se clavase eran brutales: si no se arrancaba la aguja antes de 30 segundos, estabas muerto en menos de 30 minutos después de terribles convulsiones; y aún en el caso de arrancarla antes, sufriría un colapso en 5 minutos que lo dejaría incapaz de seguir luchando. Todas las pruebas realizadas fueron un éxito y su fabricación era muy barata, pero se desecharon porque el Ministerio de la Guerra las encontró ineficaces cuando las tropas enemigas se pusiesen a cubierto en edificios o vehículos, algo que no ocurría con las destructivas bombas convencionales.
2ª Historia
La única mujer soldado del ejército británico durante la Primera Guerra Mundial
Una nota manuscrita de Walter Kirke, jefe de los servicios secretos de la British Expeditionary Force (Fuerza Expedicionaria Británica) durante la Primera Guerra Mundial, despertó la curiosidad del historiador inglés Raphael Stipic…
[…] una joven se vistió como un hombre y se dirigió a la línea del frente con la esperanza de convertirse en corresponsal de guerra.
Era la historia de Dorothy Lawrence, la única mujer soldado del ejército británico.
Poco se sabe de la infancia de Dorothy, nos tenemos que trasladar a 1914 donde encontramos a una joven de 19 años tratando de abrirse paso como periodista en un mundo monopolizado por los hombres. Con el estallido de la guerra se ofreció voluntaria para viajar al continente y cubrir la guerra como corresponsal, pero ni los editores de los periódicos ni el Ministerio de la Guerra se lo permitieron. Así que, decidió viajar a Francia por su cuenta y allí unirse a la Fuerza Expedicionaria Británica. Consiguió atravesar el Canal de la Mancha y comenzó su aventura en suelo francés. En un pequeño café parisino contacto con dos soldados británicos a los que les contó su historia y su deseo de llegar al frente. Aunque trataron de convencerla de la imposibilidad de llevar a cabo su plan, su determinación pudo más y decidieron ayudarle. Pero como mujer era imposible… le cortaron el pelo, tiznaron su pálida cara, la vistieron con ropas militares -envolviendo sus pechos con tela- y le consiguieron papeles falsos con el nombre de Denis Smith. De camino al frente, conoció al que sería su ángel de la guarda, Tom Dunn, un ex minero alistado en la compañía de zapadores. La instaló en un cabaña cercana al campamento de la compañía, donde estuvo escondida varios días hasta que Tom logró mezclarla con el resto de los zapadores. Estuvo en primera línea colocando minas a 350 metros de las líneas enemigas, en tierra de nadie, y soportando los bombardeos alemanes durante 10 días. Los días que había estado escondida en la cabaña con apenas comida -la que Tom podía compartir con ella-, el frío, la humedad y, más tarde, el trabajo agotador entre trincheras, le pasaron factura. Sufrió un desvanecimiento y estuvo a punto de ser llevada al hospital de campaña donde se habría destapado su engaño. El agotamiento y, sobre todo, la preocupación no le dejaron dormir aquella noche. Sabía que si la descubrían todos los que la habían ayudado serían sometidos a un consejo de guerra. Así que a la mañana siguiente decidió presentarse ante el sargento de guardia y desvelar su verdadera identidad. El sargento la arrestó y lo puso en conocimiento de sus superiores. Dorothy fue sometida a un riguroso interrogatorio pensando que podría ser una espía pero de sus labios sólo salió su historia -en ningún momento desvelo el nombre de los que le había ayudado-. No sabían qué hacer con ella y decidieron ingresarla en un convento hasta poder repatriarla. Llegado el día de la vuelta a casa, le hicieron firmar un documento en el que juraba no desvelar cómo había logrado infiltrase en las líneas; en caso contrario, sería condenada a prisión.
Ya en Londres, y aún teniendo un historia que contar que le hubiese proporcionado el éxito y la fama como periodista, tuvo que buscarse la vida en otros menesteres. Terminada la guerra, pensó que ya estaba liberada de su juramento y publicó un libro con su historia “Sapper Dorothy Lawrence: the only English woman soldier”. El Ministerio de la Guerra no pensaba lo mismo y censuró su libro. En 1925, y tras denunciar una violación, fue ingresada en su psiquiátrico. Nada más se sabe de ella desde esta fecha, sólo que falleció en 1964.
3ªHistoria
El japonés que bombardeó EEUU y regresó para pedir perdón dispuesto a practicarse el harakiri
El 23 de febrero de 1942 el submarino I-17 de la Marina Imperial japonesa, que había participado en el ataque a Pearl Harbor, bombardeaba la costa americana causando daños en una refinería de petróleo en Santa Mónica (California). Antes de que el ejército pudiese reaccionar, el submarino se sumergió y desapareció. Los japoneses se habían atrevido a atacar la parte continental de EEUU, las muestras de pánico se sucedían y el temor a un ataque aéreo como Pearl Harbor se extendió entre la población. Pero nada más ocurrió… aquel día. El 9 de septiembre 1942, el submarino japonés I-25 emergía en aguas del Pacífico frente a la costa de Oregón… los EEUU iban a sufrir el primer y único bombardeo aéreo de la historia.
El I-25 era un submarino portaaviones que transportaba en su interior un hidroavión biplaza Yokosuka E14Y. La mañana del 9 de septiembre, el capitán del submarino ordenó sacar el hidroavión al exterior, se desplegaron las alas y la cola, se armó con bombas incendiarias y se colocó en la catapulta de lanzamiento. El piloto Nobuo Fujita y el tripulante Shoji Okuda tenían la misión de provocar devastadores incendios en los bosques para mantener el miedo entre la población civil y demostrar el poderío japonés -nadie se había atrevido a bombardear EEUU en suelo continental… hasta ahora-. La catapulta lanzó el hidroavión y Nobuo Fujita puso rumbo hacia los bosques de Oregón. Cuando llegaron a la zona elegida -los bosques alrededor del pueblo Brookings-, soltaron las bombas y tras comprobar que se había iniciado el fuego dieron un giro de 180° y regresaron. Amerizaron en el océano y llegaron hasta el submarino; tras volver a plegar las alas y la cola del avión, se sumergieron y desaparecieron. La ejecución de la misión había sido perfecta, pero no así el objetivo final: el bosque estaba muy húmedo por las últimas lluvias y, además, un forestal había divisado el hidroavión sobre los bosques y había podido dar la señal de aviso para extinguir el fuego a tiempo.
Aunque Nobuo Fujita lo único que hizo fue cumplir las órdenes recibidas en mitad de una guerra, aquel bombardeo le atormentó durante 20 años… hasta que en 1962, con motivo de una festividad local, las autoridades de Brookings le invitaron a visitar su pueblo como muestra de amistad entre el pueblo japonés y estadounidense. Nobuo Fujita iba a tener la oportunidad de pedir perdón y redimir su conciencia, pero también se sentía inquieto por no saber cómo lo iban a recibir. Siendo un hombre de honor y dispuesto a todo, se llevó la katana familiar de más de 400 años de antigüedad para, en caso de necesidad, apaciguar la furia de los estadounidenses practicándose el suicidio ritual -harakiri o seppuku-. Cuando llegó todas sus dudas se disiparon, fue recibido como una celebridad. Agradecido por las muestras de cariño, pidió perdón por lo ocurrido 20 años atrás, regaló su espada samurai al pueblo -hoy sigue expuesta en la biblioteca- y, además, donó un cheque de 1.000 dólares para comprar libros sobre Japón para que ambos pueblos se conociesen mejor y que nunca más hubiese otra guerra entre ellos. Entre las actividades que se programaron aquel día, Nobuo Fujita pudo volar sobre los bosques de Brookings e incluso pilotar él mismo el avión. El día de su marcha, prometió financiar un viaje de niños del pueblo para que visitasen Japón.
Lamentablemente las cosas se torcieron y la empresa de Nobuo Fujita fue a la quiebra. Aún así, el era un hombre de honor e iba a cumplir su palabra… durante más de 20 años estuvo ahorrando yen a yen hasta conseguir el dinero suficiente. En 1985, tres jóvenes del pueblo (Robyn Soifeth, Lisa Phelps y Sarah Cortell) viajaron a Japón. En 1997, a la edad de 85 años, Nobuo Fujita fallecía y las autoridades de Brookings lo nombraron “ciudadano de honor“.
4ªHistoria
Eva y Kitty, las niñas judías que con sus pinturas ganaron unos meses a la muerte
Son muchos los testimonios que nos han llegado de la barbarie nazi durante la Segunda Guerra Mundial, pero cuando los protagonistas son niños, como las hermanas Eva y Kitty, las historias se recrudecen y nos hacen dudar de la condición humana de sus verdugos.
En la conferencia de Munich de 1938, Alemania recuperaba los Sudetes (zona fronteriza con Checoslovaquia) con el consentimiento de Francia y Gran Bretaña. La incorporación de los territorios limítrofes checoslovacos a la Alemania nazi, dejaría al resto del país incapaz de resistir a la posterior ocupación. En la ciudad de Brno (Checoslovaquia), vivía el matrimonio Brunner con sus hijas Kitty y Eva, de 7 y 5 años respectivamente. La persecución de los judíos -los Brunner lo eran- les obligó a huir. Lamentablemente, y yo diría que incomprensiblemente, sólo consiguieron dos visados y los utilizaron los padres para huir a Palestina, bajo mandato británico en aquel momento. Las niñas quedaron al cuidado de un familiar… que las tuvo que dejar en un orfanato en Brno cuando le tocó huir a él.
El 19 de marzo de 1942, Kitty y Eva fueron llevadas al campo-ghetto de Theresienstadt (Checoslovaquia), hoy Terezín. Este campo se utilizó por la propaganda nazi para venderlo al exterior como una colonia donde los judíos eran reasentados (incluso se rodó en Theresienstadt una película/documental con el título de Der Führer schenkt den Juden eine Stadt, “El Führer regala una ciudad a los judíos”). En junio de 1944 se permitió que una delegación del Comité Internacional de la Cruz Roja visitase el campo… previamente adecentado y sus ocupantes aleccionados de lo que debían decir y hacer. El único consuelo de las niñas durante sus días en el campo fueron los lápices de color de los que nunca se separaban. Durante meses, estuvieron adornando los rincones del campo con sus pinturas llenas de color: flores, mariposas, árboles, nubes… En un principio, aquellas pinturas hicieron gracia a los responsables del campo y permitieron que Kitty y Eva evitasen su deportación a los campos de exterminio, hasta que el 18 de mayo de 1944 (un mes antes de la visita de la Cruz Roja) las niñas fueron enviadas a Auschwitz. Entraron en las cámaras de gas cogidas de la mano. Siempre he dicho que es un error juzgar la historia pero hay casos, como este, que es difícil no hacerlo.
5ºHistoria
Cuando EEUU planeó invadir Japón con perros en la II Guerra Mundial
Tras la declaración de guerra de EEUU contra Japón en 1941, el gobierno de Franklin D. Roosevelt decretó el traslado e internamiento de los japoneses residentes en los EEUU – incluso de segunda y tercera generación, nisei y sansei respectivamente, con la ciudadanía estadounidense – en campos de reasentamiento. La sospecha de que el ataque a Pearl Harbor había recibido la ayuda de japoneses residentes en EEUU y el miedo a que los ciudadanos de origen japonés actuasen como quinta columna, justificó la creación de estos campos. En 1942, la War Relocation Authority, el organismo responsable de la detención y el traslado, había construido diez campos en siete estados y transferido a ellos más de 100.000 personas. Paralelamente a la ley de internamiento, el Departamento de Guerra emitió una orden para que se licenciase a todos los soldados de ascendencia japonesa del servicio activo. Como en Hawai los ciudadanos de origen japonés suponían más de un tercio de la población total, la medida de internamiento no tuvo la misma rigurosidad que en el continente y unos cientos quedaron en la Guardia Nacional de Hawai. Este pequeño grupo fue trasladado a un campamento del continente y allí tuvo que superar cientos de pruebas, demostrar su valía y jurar morir por los EEUU. Veinticinco de ellos fueron traslados a Cat Island (Isla del Gato), en el Golfo de México, para cumplir una misión secreta.
En noviembre de 1942 se instaló en Cat Island un campo de entrenamiento para los perros del Corps K-9 (Cuerpo de perros de las Fuerzas Armadas estadounidenses creado en 1942). A diferencia de otros campos de entrenamiento donde se adiestraba a los perros para ser utilizados en labores de vigilancia, rastreo o como mensajeros, en Cat Island se entrenaron para ser perros de ataque contra los japoneses. Esta “brillante” idea la tuvo un refugiado suizo llamado William A. Prestre que aseguraba que podía adiestrar a los perros para que atacasen sólo a los japoneses -según el adiestrador los japoneses tenían un olor distinto que los perros podían reconocer- y parece ser que el Ejército le creyó. Además, la elección de Cat Island para establecer el campo de entrenamiento no fue una casualidad, en ella se recreaban las condiciones climatológicas y de vegetación de los cientos de islas japonesas del Pacífico.
El descabellado plan -la versión canina de Normandía- consistía en un desembarco en las playas japonesas en el que primero se lanzaría a los galgos que por su rapidez deberían acabar con los nidos de ametralladoras y morteros, después con perros tipo pastor alemán que provocarían el caos entre las filas niponas y, por último, una remesa de perros grandes como el gran danés o el alano que provocarían gran mortandad. Más tarde, los marines sólo tendrían que rematar la faena. Según William Preste, necesitaría entre 30.000 y 40.000 perros para poder completar su plan.
Cuando se preparó el campo y se envió la primera remesa de perros, Preste, ayudado por varios soldados, comenzó la primera etapa de su plan: aumentar su agresividad. Completada la primera etapa, comenzaba el reto más difícil… que distinguiesen a los japoneses y sólo les atacasen a ellos. Y aquí es donde toman protagonismo los 25 nisei que habíamos dejado a un lado en el primer párrafo. Como se hacían poco prisioneros de guerra nipones, se decidió tirar de los que tenían en sus propias filas; así que, vistieron a estos 25 soldados/cobayas con el uniforme de Ejército japonés y durante tres meses fueron la carnaza para los perros. Ray Nosaka, uno de los 25 “voluntarios”, cuenta que, aunque llevaban protecciones, muchas veces eran mordidos por los perros; en otras ocasiones, se escondían y los perros debían encontrarlos.
Tras varios meses de entrenamiento, los oficiales le pidieron a Preste que preparase una demostración para ver el resultado de su entrenamiento. Lógicamente, los perros se mostraron incapaces de distinguir a los solados de origen japonés del resto. Le dieron una segunda oportunidad y, tras otros estrepitoso fracaso, el 2 de febrero de 1943 despidieron a aquel farsante y cancelaron el proyecto de invasión canina. La 828 th Signal Pigeon Replacement Company (de palomas mensajeras) se trasladó a la isla y los 400 perros que habían sufrido aquel brutal entrenamiento/castigo fueron reeducados para servir como perros portadores de arneses en los que transportar a las palomas.
Habrá muchas mas.
Las agujas de las máquinas de coser Singer, armas letales en la Segunda Guerra Mundial
Todavía recuerdo a mi madre en su vieja máquina de coser Singer en la que pasaba horas y horas dándole al pedal para coser, coger el dobladillo de un pantalón, confeccionarse una falda… lo que hiciese menester, porque mi madre, como todas las de su edad, tenía alma de modista. Por eso, cuando descubrí esta historia, me pareció sorprendente que una simple aguja se pudiese convertir en un arma letal (cuando se pinchaba, mi madre no iba más allá de un simple ¡ay!).
El 23 de diciembre de 1941, se recibía un extraño pedido en la fábrica de las máquinas de coser Singer en Bristol (Inglaterra): el mayor pedido de agujas de coser de la historia pero no de agujas estándar, sino unas muy determinadas según las especificaciones que se adjuntaban. Al día siguiente, un ejecutivo de Singer contestó:
No estamos seguros exactamente de lo que quieren. Según sus especificaciones, parece que necesitan las agujas para algún propósito que nada tiene que ver con las máquinas de coser.
Se me olvidaba comentar un pequeño detalle: el pedido se hizo desde Porton Down en Wiltshire (Inglaterra), el Centro de Investigación del Ministerio de la Guerra donde se experimentaba con armas químicas y biológicas. Dejaremos a un lado las pruebas con animales e incluso con soldados que fueron engañados para servir de cobayas, y nos centraremos en las letales agujas.
Los investigadores de Porton Down, encabezados por el bacteriólogo británico Paul Fildes y con la asistencia de colegas canadienses y estadounidenses, trabajaban para desarrollar un arma letal, pero no destructiva, que podría ser más eficaz contra las tropas en terreno abierto o en las trincheras que las bombas convencionales o el gas mostaza: dardos con antrax o ricina. Cada dardo consistía en una aguja de acero hueca -las pedidas a Singer- con una cola de papel; la punta de la aguja tenía un pequeño depósito con la toxina (antrax o ricina) sellado con de algodón y cera, y sobre el depósito una especie de émbolo que al clavarse el dardo haría que por la inercia inyectase la toxina.
Aguja veneno

La idea era bombardear las tropas enemigas con una especie de bombas de racimo y en cada una de ellos 30.000 dardos envenenados. Se realizaron pruebas con animales para calcular los porcentajes de acierto sobre las tropas enemigas y los resultados iban desde un 90 % para un soldado en posición horizontal en un terreno abierto hasta un 17 % para los que estaban en las trincheras. Las consecuencias de que uno solo de estos dardos se clavase eran brutales: si no se arrancaba la aguja antes de 30 segundos, estabas muerto en menos de 30 minutos después de terribles convulsiones; y aún en el caso de arrancarla antes, sufriría un colapso en 5 minutos que lo dejaría incapaz de seguir luchando. Todas las pruebas realizadas fueron un éxito y su fabricación era muy barata, pero se desecharon porque el Ministerio de la Guerra las encontró ineficaces cuando las tropas enemigas se pusiesen a cubierto en edificios o vehículos, algo que no ocurría con las destructivas bombas convencionales.
2ª Historia
La única mujer soldado del ejército británico durante la Primera Guerra Mundial
Una nota manuscrita de Walter Kirke, jefe de los servicios secretos de la British Expeditionary Force (Fuerza Expedicionaria Británica) durante la Primera Guerra Mundial, despertó la curiosidad del historiador inglés Raphael Stipic…
[…] una joven se vistió como un hombre y se dirigió a la línea del frente con la esperanza de convertirse en corresponsal de guerra.

Era la historia de Dorothy Lawrence, la única mujer soldado del ejército británico.
Poco se sabe de la infancia de Dorothy, nos tenemos que trasladar a 1914 donde encontramos a una joven de 19 años tratando de abrirse paso como periodista en un mundo monopolizado por los hombres. Con el estallido de la guerra se ofreció voluntaria para viajar al continente y cubrir la guerra como corresponsal, pero ni los editores de los periódicos ni el Ministerio de la Guerra se lo permitieron. Así que, decidió viajar a Francia por su cuenta y allí unirse a la Fuerza Expedicionaria Británica. Consiguió atravesar el Canal de la Mancha y comenzó su aventura en suelo francés. En un pequeño café parisino contacto con dos soldados británicos a los que les contó su historia y su deseo de llegar al frente. Aunque trataron de convencerla de la imposibilidad de llevar a cabo su plan, su determinación pudo más y decidieron ayudarle. Pero como mujer era imposible… le cortaron el pelo, tiznaron su pálida cara, la vistieron con ropas militares -envolviendo sus pechos con tela- y le consiguieron papeles falsos con el nombre de Denis Smith. De camino al frente, conoció al que sería su ángel de la guarda, Tom Dunn, un ex minero alistado en la compañía de zapadores. La instaló en un cabaña cercana al campamento de la compañía, donde estuvo escondida varios días hasta que Tom logró mezclarla con el resto de los zapadores. Estuvo en primera línea colocando minas a 350 metros de las líneas enemigas, en tierra de nadie, y soportando los bombardeos alemanes durante 10 días. Los días que había estado escondida en la cabaña con apenas comida -la que Tom podía compartir con ella-, el frío, la humedad y, más tarde, el trabajo agotador entre trincheras, le pasaron factura. Sufrió un desvanecimiento y estuvo a punto de ser llevada al hospital de campaña donde se habría destapado su engaño. El agotamiento y, sobre todo, la preocupación no le dejaron dormir aquella noche. Sabía que si la descubrían todos los que la habían ayudado serían sometidos a un consejo de guerra. Así que a la mañana siguiente decidió presentarse ante el sargento de guardia y desvelar su verdadera identidad. El sargento la arrestó y lo puso en conocimiento de sus superiores. Dorothy fue sometida a un riguroso interrogatorio pensando que podría ser una espía pero de sus labios sólo salió su historia -en ningún momento desvelo el nombre de los que le había ayudado-. No sabían qué hacer con ella y decidieron ingresarla en un convento hasta poder repatriarla. Llegado el día de la vuelta a casa, le hicieron firmar un documento en el que juraba no desvelar cómo había logrado infiltrase en las líneas; en caso contrario, sería condenada a prisión.
Ya en Londres, y aún teniendo un historia que contar que le hubiese proporcionado el éxito y la fama como periodista, tuvo que buscarse la vida en otros menesteres. Terminada la guerra, pensó que ya estaba liberada de su juramento y publicó un libro con su historia “Sapper Dorothy Lawrence: the only English woman soldier”. El Ministerio de la Guerra no pensaba lo mismo y censuró su libro. En 1925, y tras denunciar una violación, fue ingresada en su psiquiátrico. Nada más se sabe de ella desde esta fecha, sólo que falleció en 1964.
3ªHistoria
El japonés que bombardeó EEUU y regresó para pedir perdón dispuesto a practicarse el harakiri
El 23 de febrero de 1942 el submarino I-17 de la Marina Imperial japonesa, que había participado en el ataque a Pearl Harbor, bombardeaba la costa americana causando daños en una refinería de petróleo en Santa Mónica (California). Antes de que el ejército pudiese reaccionar, el submarino se sumergió y desapareció. Los japoneses se habían atrevido a atacar la parte continental de EEUU, las muestras de pánico se sucedían y el temor a un ataque aéreo como Pearl Harbor se extendió entre la población. Pero nada más ocurrió… aquel día. El 9 de septiembre 1942, el submarino japonés I-25 emergía en aguas del Pacífico frente a la costa de Oregón… los EEUU iban a sufrir el primer y único bombardeo aéreo de la historia.
El I-25 era un submarino portaaviones que transportaba en su interior un hidroavión biplaza Yokosuka E14Y. La mañana del 9 de septiembre, el capitán del submarino ordenó sacar el hidroavión al exterior, se desplegaron las alas y la cola, se armó con bombas incendiarias y se colocó en la catapulta de lanzamiento. El piloto Nobuo Fujita y el tripulante Shoji Okuda tenían la misión de provocar devastadores incendios en los bosques para mantener el miedo entre la población civil y demostrar el poderío japonés -nadie se había atrevido a bombardear EEUU en suelo continental… hasta ahora-. La catapulta lanzó el hidroavión y Nobuo Fujita puso rumbo hacia los bosques de Oregón. Cuando llegaron a la zona elegida -los bosques alrededor del pueblo Brookings-, soltaron las bombas y tras comprobar que se había iniciado el fuego dieron un giro de 180° y regresaron. Amerizaron en el océano y llegaron hasta el submarino; tras volver a plegar las alas y la cola del avión, se sumergieron y desaparecieron. La ejecución de la misión había sido perfecta, pero no así el objetivo final: el bosque estaba muy húmedo por las últimas lluvias y, además, un forestal había divisado el hidroavión sobre los bosques y había podido dar la señal de aviso para extinguir el fuego a tiempo.

Aunque Nobuo Fujita lo único que hizo fue cumplir las órdenes recibidas en mitad de una guerra, aquel bombardeo le atormentó durante 20 años… hasta que en 1962, con motivo de una festividad local, las autoridades de Brookings le invitaron a visitar su pueblo como muestra de amistad entre el pueblo japonés y estadounidense. Nobuo Fujita iba a tener la oportunidad de pedir perdón y redimir su conciencia, pero también se sentía inquieto por no saber cómo lo iban a recibir. Siendo un hombre de honor y dispuesto a todo, se llevó la katana familiar de más de 400 años de antigüedad para, en caso de necesidad, apaciguar la furia de los estadounidenses practicándose el suicidio ritual -harakiri o seppuku-. Cuando llegó todas sus dudas se disiparon, fue recibido como una celebridad. Agradecido por las muestras de cariño, pidió perdón por lo ocurrido 20 años atrás, regaló su espada samurai al pueblo -hoy sigue expuesta en la biblioteca- y, además, donó un cheque de 1.000 dólares para comprar libros sobre Japón para que ambos pueblos se conociesen mejor y que nunca más hubiese otra guerra entre ellos. Entre las actividades que se programaron aquel día, Nobuo Fujita pudo volar sobre los bosques de Brookings e incluso pilotar él mismo el avión. El día de su marcha, prometió financiar un viaje de niños del pueblo para que visitasen Japón.


Lamentablemente las cosas se torcieron y la empresa de Nobuo Fujita fue a la quiebra. Aún así, el era un hombre de honor e iba a cumplir su palabra… durante más de 20 años estuvo ahorrando yen a yen hasta conseguir el dinero suficiente. En 1985, tres jóvenes del pueblo (Robyn Soifeth, Lisa Phelps y Sarah Cortell) viajaron a Japón. En 1997, a la edad de 85 años, Nobuo Fujita fallecía y las autoridades de Brookings lo nombraron “ciudadano de honor“.
4ªHistoria
Eva y Kitty, las niñas judías que con sus pinturas ganaron unos meses a la muerte


Son muchos los testimonios que nos han llegado de la barbarie nazi durante la Segunda Guerra Mundial, pero cuando los protagonistas son niños, como las hermanas Eva y Kitty, las historias se recrudecen y nos hacen dudar de la condición humana de sus verdugos.
En la conferencia de Munich de 1938, Alemania recuperaba los Sudetes (zona fronteriza con Checoslovaquia) con el consentimiento de Francia y Gran Bretaña. La incorporación de los territorios limítrofes checoslovacos a la Alemania nazi, dejaría al resto del país incapaz de resistir a la posterior ocupación. En la ciudad de Brno (Checoslovaquia), vivía el matrimonio Brunner con sus hijas Kitty y Eva, de 7 y 5 años respectivamente. La persecución de los judíos -los Brunner lo eran- les obligó a huir. Lamentablemente, y yo diría que incomprensiblemente, sólo consiguieron dos visados y los utilizaron los padres para huir a Palestina, bajo mandato británico en aquel momento. Las niñas quedaron al cuidado de un familiar… que las tuvo que dejar en un orfanato en Brno cuando le tocó huir a él.
El 19 de marzo de 1942, Kitty y Eva fueron llevadas al campo-ghetto de Theresienstadt (Checoslovaquia), hoy Terezín. Este campo se utilizó por la propaganda nazi para venderlo al exterior como una colonia donde los judíos eran reasentados (incluso se rodó en Theresienstadt una película/documental con el título de Der Führer schenkt den Juden eine Stadt, “El Führer regala una ciudad a los judíos”). En junio de 1944 se permitió que una delegación del Comité Internacional de la Cruz Roja visitase el campo… previamente adecentado y sus ocupantes aleccionados de lo que debían decir y hacer. El único consuelo de las niñas durante sus días en el campo fueron los lápices de color de los que nunca se separaban. Durante meses, estuvieron adornando los rincones del campo con sus pinturas llenas de color: flores, mariposas, árboles, nubes… En un principio, aquellas pinturas hicieron gracia a los responsables del campo y permitieron que Kitty y Eva evitasen su deportación a los campos de exterminio, hasta que el 18 de mayo de 1944 (un mes antes de la visita de la Cruz Roja) las niñas fueron enviadas a Auschwitz. Entraron en las cámaras de gas cogidas de la mano. Siempre he dicho que es un error juzgar la historia pero hay casos, como este, que es difícil no hacerlo.
5ºHistoria
Cuando EEUU planeó invadir Japón con perros en la II Guerra Mundial
Tras la declaración de guerra de EEUU contra Japón en 1941, el gobierno de Franklin D. Roosevelt decretó el traslado e internamiento de los japoneses residentes en los EEUU – incluso de segunda y tercera generación, nisei y sansei respectivamente, con la ciudadanía estadounidense – en campos de reasentamiento. La sospecha de que el ataque a Pearl Harbor había recibido la ayuda de japoneses residentes en EEUU y el miedo a que los ciudadanos de origen japonés actuasen como quinta columna, justificó la creación de estos campos. En 1942, la War Relocation Authority, el organismo responsable de la detención y el traslado, había construido diez campos en siete estados y transferido a ellos más de 100.000 personas. Paralelamente a la ley de internamiento, el Departamento de Guerra emitió una orden para que se licenciase a todos los soldados de ascendencia japonesa del servicio activo. Como en Hawai los ciudadanos de origen japonés suponían más de un tercio de la población total, la medida de internamiento no tuvo la misma rigurosidad que en el continente y unos cientos quedaron en la Guardia Nacional de Hawai. Este pequeño grupo fue trasladado a un campamento del continente y allí tuvo que superar cientos de pruebas, demostrar su valía y jurar morir por los EEUU. Veinticinco de ellos fueron traslados a Cat Island (Isla del Gato), en el Golfo de México, para cumplir una misión secreta.

En noviembre de 1942 se instaló en Cat Island un campo de entrenamiento para los perros del Corps K-9 (Cuerpo de perros de las Fuerzas Armadas estadounidenses creado en 1942). A diferencia de otros campos de entrenamiento donde se adiestraba a los perros para ser utilizados en labores de vigilancia, rastreo o como mensajeros, en Cat Island se entrenaron para ser perros de ataque contra los japoneses. Esta “brillante” idea la tuvo un refugiado suizo llamado William A. Prestre que aseguraba que podía adiestrar a los perros para que atacasen sólo a los japoneses -según el adiestrador los japoneses tenían un olor distinto que los perros podían reconocer- y parece ser que el Ejército le creyó. Además, la elección de Cat Island para establecer el campo de entrenamiento no fue una casualidad, en ella se recreaban las condiciones climatológicas y de vegetación de los cientos de islas japonesas del Pacífico.
El descabellado plan -la versión canina de Normandía- consistía en un desembarco en las playas japonesas en el que primero se lanzaría a los galgos que por su rapidez deberían acabar con los nidos de ametralladoras y morteros, después con perros tipo pastor alemán que provocarían el caos entre las filas niponas y, por último, una remesa de perros grandes como el gran danés o el alano que provocarían gran mortandad. Más tarde, los marines sólo tendrían que rematar la faena. Según William Preste, necesitaría entre 30.000 y 40.000 perros para poder completar su plan.
Cuando se preparó el campo y se envió la primera remesa de perros, Preste, ayudado por varios soldados, comenzó la primera etapa de su plan: aumentar su agresividad. Completada la primera etapa, comenzaba el reto más difícil… que distinguiesen a los japoneses y sólo les atacasen a ellos. Y aquí es donde toman protagonismo los 25 nisei que habíamos dejado a un lado en el primer párrafo. Como se hacían poco prisioneros de guerra nipones, se decidió tirar de los que tenían en sus propias filas; así que, vistieron a estos 25 soldados/cobayas con el uniforme de Ejército japonés y durante tres meses fueron la carnaza para los perros. Ray Nosaka, uno de los 25 “voluntarios”, cuenta que, aunque llevaban protecciones, muchas veces eran mordidos por los perros; en otras ocasiones, se escondían y los perros debían encontrarlos.


Tras varios meses de entrenamiento, los oficiales le pidieron a Preste que preparase una demostración para ver el resultado de su entrenamiento. Lógicamente, los perros se mostraron incapaces de distinguir a los solados de origen japonés del resto. Le dieron una segunda oportunidad y, tras otros estrepitoso fracaso, el 2 de febrero de 1943 despidieron a aquel farsante y cancelaron el proyecto de invasión canina. La 828 th Signal Pigeon Replacement Company (de palomas mensajeras) se trasladó a la isla y los 400 perros que habían sufrido aquel brutal entrenamiento/castigo fueron reeducados para servir como perros portadores de arneses en los que transportar a las palomas.

Habrá muchas mas.