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Desde la perspectiva actual resulta difícil pensar en un medio de transporte más cómodo y seguro que el tren. La práctica totalidad de personas que lean esto habrán viajado varias veces usando este sistema, sin sufrir mayor trauma que los retrasos de Renfe. Sin embargo, hubo un tiempo en que amplios sectores de la sociedad concedieron credibilidad a mitos sobre el tren que aseguraban que sería causante de la muerte por asfixia (“el cuerpo humano no puede viajar a más de 32 kilómetros/hora”) de los viajeros, o bien de la degradación de su salud mental. Episodios similares se darían en los años siguientes con la instalación de la electricidad en las casas, o con la aparición de la bombilla o las televisiones. Y es que los early adopters siempre son una minoría frente a un mucho más extendido miedo al cambio.

Algo así vivimos en los último años en lo que respecta al wifi. En el año 2007, un documental de la prestigiosa cadena BBC titulado “Wifi: señal de alarma” dio pie a una profunda polémica por la vinculación que establecía entre conexiones inalámbricas en los colegios y la aparición de casos de hipersensibilidad electromagnética (casos de gente que dice sufrir toda clase de problemas, desde dolores de cabeza hasta afecciones dérmicas y coronarias, por su exposición a redes wifi o teléfonos móviles). La cuestión es que tal enfermedad no existe: la OMS publicó dos estudios en 2004 y 2005 en los que se indicaba una inexistencia de correlación entre esos síntomas y la exposición a campos electromagnéticos: “Es más probable que estos síntomas se deban a afecciones psiquiátricas preexistentes o reacciones de estrés resultado de la preocupación por la creencia en efectos de los campos electromagnéticos sobre la salud que la propia exposición a campos electromagnéticos” y “no hay base científica para relacionar los síntomas de la hipersensibilidad electromagnética a la exposición a campos electromagnéticos. Por otra parte, la hipersensibilidad electromagnética no es un diagnóstico médico, ni tampoco está claro que represente un problema médico individual“.

La BBC, aunque amparada en una supuesta “división de la comunidad científica” terminó reconociendo -tras una campaña liderada por el editor de la web Bad Science- que no había pruebas sobre los efectos de la exposición a largo plazo a las conexiones wifi. La revista británica PC Advisor publicó en aquellas fechas que “la radiación wifi es 100.000 veces menor que la de un microondas doméstico”.

En España, sin embargo, la desinformación ha sido azuzada por colectivos con cierta repercusión mediática, como Escuela Sin wifi, tras la que se encuentran entidades de negacionistas del VIH/SIDA y defensores de la “superación sin medicamentos” del cáncer. Para informarse al respecto es bastante más recomendable el reputado monográfico “Antenas y salud“, publicado por la red de Museos Científicos Coruñeses.

Para comprender mejor la naturaleza de las diferentes clases de ondas electromagnéticas, podemos recurrir a este sencillo gráfico:



En lo que respecta a la salud humana, los tipos más importantes de radiaciones son las ionizantes (alfa, beta, gamma, rayos X y neutrones). Si una radiación ionizante penetra en un tejido vivo, los iones producidos pueden afectar a los procesos biológicos normales. Por contra, la radiación no ionizante no es capaz de romper moléculas, por lo que resulta inofensiva. Las ondas de nuestro router wifi se encuentran aún más lejos de la radiación ionizante que la misma luz solar que nos inunda durante el 50% de nuestras vidas. Así que tranquilos: viajad en tren y seguid leyendo TICbeat con el wifi de vuestro smartphone.