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La vida más allá del porno




La conocí una noche de fiesta en casa de un amigo, hace unos años. Había sido una de las míticas actrices porno que ha dado este país, y la mayor parte de los asistentes a aquel sarao, que sabían que ella vendría, estaban ansiosos y expectantes. Curiosas ellas, babeantes ellos, aguardando entre risitas nerviosas la llegada de aquella diosa del sexo, como si en lugar de un ser humano de carne y hueso esperasen ver entrar a una Afrodita marmórea y ninfómana dispuesta a devorarlos a todos.

Al fin llegó, tímida, de la mano del que entonces era su novio, compañero de trabajo de mi amigo y anfitrión. Ya no era una veinteañera, era cierto, pero conservaba el atractivo y así vestida, de chica normal, costaba imaginarla en aquella su otra vida, esa que tanto se esforzaba en dejar atrás. Supongo que estaba acostumbrada a aquello, a las miradas catetas y curiosas, la mía incluida, pero tenía clase y lo disimulaba muy bien.

Varias horas después, unas cuantas chicas esperábamos en la puerta del baño y sin saber de qué manera, acabamos todas dentro, parloteando y contando no sé qué anécdotas mientras hacíamos pis una tras otra. Ella estaba allí, sonriendo y escuchando educada. Supongo que nadie esperaba que, cuando llegó su turno, nos pidiera a todas muy amablemente que abandonáramos el lugar porque prefería orinar en la intimidad. Teníais que haber visto las caras de algunas… ¿Cómo se atrevía semejante zorra? ¿Acaso se creía mejor que ellas? Pues cuando se las comía dobladas no ponía tantas pegas… Esos fueron algunos de los comentarios.

Meses después mi amigo me contó que ella y su compañero de trabajo lo habían dejado y que la chica lo estaba pasando mal. Al parecer, todo el asunto en torno al sexo se había convertido en un obstáculo insalvable para ellos. No por celos, no. A ella le podía la presión que le provocaba el miedo a decepcionarlo, a no cumplir las expectativas que él se hubiera creado. Se sentía un fraude. Él, por su parte, vivía acomplejado, pensando que hiciera lo que hiciera nunca estaría a la altura de su pasado, siempre creyendo que ella quería y esperaba más.

Lo que ella quería y esperaba nunca lo sabré, aunque entonces pensé que no era más que un ser humano cualquiera en busca de amor, a poder ser del bueno, del que acaricia el alma y no escuece. Hoy, bastante tiempo después, leo por ahí que según una investigación de la Universidad de Texas publicada hace días en la prestigiosa Journal of Sex Research, la única diferencia entre las protagonistas de las películas porno y el resto de mujeres es que las primeras disfrutan más de las relaciones sexuales. ¿Será cierto? Ni drogas, ni historial de abusos, ni problemas mentales… Tan solo un ego un tanto narcisista y un gusto por el sexo superior a la media, concluye la investigación, derrumbando mitos.

Para ello se basa en los datos aportados por las 200 actrices participantes en el estudio. Estos revelaron que su primera relación sexual se produce a los 16 años, mientras que las mujeres del grupo de control perdieron su virginidad, de media, un año más tarde. Otra diferencia notoria es que las actrices porno habían tenido relaciones sexuales con un promedio de 74 personas diferentes (sin incluir las de su trabajo). Las otras mujeres encuestadas, en cambio, registraron un 5,2. En cuanto al tema sentimental, las primeras reportaron una media de 9,6 parejas a lo largo de su vida, mientras que en el resto esta cantidad se reducía a 1,5.

Más allá de que el estudio me parezca o no una chorrada, que por cierto, me lo parece, al leer sobre él no puedo evitar acordarme de aquella mujer. ¿Se sentirá identificada? No he vuelto a saber de ella, salvo que persiste más que nunca en su intento por reinventarse y ser otra persona. Espero de corazón que le vaya bien, haga lo que haga. Y que pueda mear a gusto dónde y con quién quiera sin que ninguna señorita de bien se sienta insultada.