Si no fuera por el peligro de que llegue a presidir nuestra República, podríamos decir que la candidatura de Luis Alberto Lacalle Pou es una farsa. En realidad es producto de una costosa operación de marketing cuyo modelo se compró o se copió del exterior y fue instalada con el objetivo de que una clase social, la alta oligarquía, retome el gobierno en Uruguay.

El candidato del Partido Nacional, Luis Alberto Lacalle Pou, es una persona con escasos méritos y con algunas vanidades de las que gusta presumir. Hijo de un político que fue presidente y cuyos amigos aún llaman “presidente”, bisnieto de uno de los fundadores del sistema tradicional de partidos políticos, él y sus amigos creen que nacieron para ser “number one”. Sus andanzas por los medios desconciertan. Tiene detrás una parafernalia de técnicos en comunicación que le preparan los escenarios y las frases hechas que dispara cada tanto, pero el disparo falla a veces por el azar, a veces por las circunstancias y a veces por él mismo. Así lo tenemos día a día a pie firme como en una tabla de surf, saltando con gran arrojo las olas o deambulando por las calles de Carrasco, tratando de dejar de lado la responsabilidad con el escudo de ocultar lo que piensa y dejar atrás su historia política, ideológica y personal.
Merece una mención especial Sancho Panza, su fiel escudero, quien oficia de ariete con su vozarrón y su trivialidad ya legendaria, reclamando su espacio cada vez más a la derecha de la derecha.
Para ser honesto, el “candidato” en ocasiones reconoce que de joven era un poquito “banana” pero que de pronto se avivó al asumir una banca de diputado en la que lo puso su mamá.
Lo cierto es que el muchacho nos somete a una sucesión de mensajes vacuos, propios de libros de autoayuda o de sectas hindúes, que encubren –no lo olvidemos nunca– las premisas de un gobierno autoritario, neoliberal, oligárquico y reaccionario, que apunta directamente a barrer todas las conquistas económicas, sociales y de derechos que en Uruguay se han obtenido en casi diez años de gobiernos progresistas.
Después de diez años en que el proyecto de la izquierda ha demostrado ser muy exitoso, mucha gente no quiere creer que estemos ante la restauración conservadora; como consecuencia no resulta ni curioso que algunos espectadores de la actual campaña no puedan creer que ese joven tan “positivo” sea tan de derecha.
Para qué reiterarlo si alcanza con observarlo un poco.
Veamos: el candidato, al que llaman “pompita”, no ha logrado aún coordinar un grupo de jóvenes afines a su ideología, vecinos de barrio, compañeros de escuela y de balneario y de clase social.
No ha podido domesticar a sus asesores que tienen la maldita costumbre de sincerarse ante los micrófonos; soporta sin mucha dignidad que un periodista lo trate de “sanatero”, que el mismo cronista se burle del programa del Partido Nacional y de su candidato en su cara, y lo que es peor que no esté de acuerdo ni consigo mismo. Siempre que escribo estas líneas tan militantes pienso que quizás algún lector crea que debo mantener una línea más equidistante. En verdad no voy a hacerlo porque de ganar Lacalle lo que nos espera no admite neutralidad.
Reitero la “alerta roja”: Luis Alberto Lacalle Pou no debería presidir la República aunque más no sea por el instinto de supervivencia de los uruguayos. Los que aún tienen dudas, frenteamplistas disgustados, wilsonistas, batllistas de don Pepe si aún queda alguno, e independientes deberían tenerlo bien presente.
“La positiva”: producto de marketing político internacional
Los últimos diez días han sido terribles para Cuquito, porque han caído varias máscaras a la vez. La primera caída se produjo luego de que el 24 de setiembre Caras y Caretas portal publicara imágenes de un afiche del Partido Laborista de Nueva Zelanda –que paradójicamente luego perdió con el derechista Partido Nacional (de Nueva Zelanda, por supuesto)–, donde se podía leer la consigna “Por la positiva”, el mismo eslogan de Lacalle Pou, incluyendo, of course, el mismo “tilde”.
Conocido esto, las redes sociales hicieron del tema un trendig topic. A los creativos de Lacalle se les había ocurrido la misma idea, tres años después que a los de la bella y joven candidata neozelandesa Jacinda Arnes. En 2009 ya había ocurrido un hecho similar en la campaña presidencial de Luis Alberto Lacalle Herrera: en un spot se veía a una mujer escuchando atentamente, y algo emocionada, un discurso del presidenciable blanco. Al poco tiempo se supo que la imagen provenía de América TV y había sido filmada para la campaña del millonario porteño Francisco de Narváez, que comparte ideologías y algunos foros con Lacalle, vinculados al anticomunismo cubano con sede en Miami. El episodio fue patético y terminó con los blancos retirando el spot después de una escandalete internacional que llegó a las páginas del diario Clarín. Los “extras” argentinos contratados para la campaña de De Narváez miraban extasiados a Lacalle hablando emocionado con palabras entrecortadas, casi llorando frente al público. Se supo entonces que el publicista argentino Ramiro Agulla vendió los spots a De Narváez y Lacalle. Cuando los hechos se conocieron, el comando de campaña del Partido Nacional retiró el aviso, pero en una entrevista televisiva, cuando un periodista ler preguntó si no era engañoso utilizar actores que en realidad no escuchaban ni conocían sus palabras, el entonces candidato, fiel a su economía de libre mercado, en la cual todo bien o servicio –y aun la condición humana– es un objeto que se compra y se vende, respondió con su características soltura y altivez: “Yo compro un producto. No sé de dónde salen las imágenes ni me ocupo de dónde las filmó el señor”.
Ahora el tema vuelve porque el recetario “La positiva”, que es una perfecta colección de instrumentos de marketing político utilizada en Nueva Zelanda y en Australia, es la base del discurso de Luis Alberto Lacalle Pou, que no ha contestado esta denuncia que apareció también en otros medios. En todo caso, según El Observador, habría contestado implícitamente el 26 de setiembre durante su gira por San José y Flores, donde “el candidato presidencial blanco no se apartó casi nada de su discurso tradicional e internacional, evitó la confrontación con sus rivales y lanzó frases y conceptos que, para quien sigue sus palabras, suenan a cosa repetida”. El periodista Leonardo Pereyra afirmó que “esto, que puede ser considerado como una falta de originalidad o de sustancia, es, para el líder blanco, una de sus virtudes”. “Soy muy previsible en las cosas que digo. Soy bastante aburrido; me van a escuchar decir las mismas cosas mil veces”, ha dicho. Muchas de las frases de Lacalle Pou ya se adivinan cuando toma el micrófono para hablar ante sus simpatizantes: “Por la positiva no es un eslogan, es una forma de ver la vida”. “Si nos van a votar por ser el menos malo, no nos voten”. “Vamos a elegir a los mejores hombres para gobernar”. “Vamos a gobernar bien”. “Analistas, políticos y periodistas se preguntan hasta cuándo va a llegar este ‘por la positiva’. Dicen que no puede durar mucho, que caduca antes de las elecciones”.
Sin embargo, insistió en sus cuestionamientos al oficialismo y pidió implícitamente la renuncia del ministro Eduardo Bonomi. Pompita alardeó esa tarde de cierto cinismo, criticando a “aquellos que gastan plata innecesariamente en el período electoral”. “En nuestro gobierno los que no expliquen debidamente sus gastos se van a tener que ir para sus casas”, amenazó. Realmente se necesita mucho rostro en tiempos en que la propaganda “lacallepompista” de carísima factura y financiada copiosamente desde la gusanera cubana de Miami o de empresarios paraguayos con plata de dudosísimo origen, a quienes manguean Julita y Abreu, atiborran los espacios radiales y televisivos a un costo que ha hecho suponer a más de un observador en una masiva inversión económica de poderosos grupos nativos o extranjeros. “Ya sobre el final de la gira –dice el cronista de El Observador–, Lacalle retomó su mensaje habitual. ‘Frente a las críticas, la mentira y la intolerancia ¿saben qué les vamos a contestar? Les vamos a contestar con eso… escuchen…’, dijo. En la soledad de Ismael Cortinas sólo se oía el silencio y algún tero lejano”, finaliza Pereyra.
El silencio de “Lacalle Pompita” no se altera ni siquiera cuando aparecen elementos que tocan la ética política. Buen seguidor de una tradición oligárquica más que centenaria que ha sabido estar en todas las coaliciones reaccionarias y colaborar con las dos dictaduras del siglo XX en Uruguay.
¿Usted sabe qué es ser Presidente de la República?
A mí me tocó visitar una vez un pequeño despacho presidencial que usaba Tabaré Vázquez en esas discretas oficinas casi amuralladas que se llaman Suárez Chico. En ese pequeño escritorio trabajaba Tabaré, acostumbrado a hacer, gerenciar y mandar. El escritorio no tenía ni un solo papel y Tabaré me mostró que tampoco había ningún expediente en los cajones porque él firmaba todos los papeles todos los días. Nada quedaba para el día siguiente. El presidente tiene que estar bien atento y nada debe quedar para el día siguiente, porque el cargo de presidente es de las 24 horas de todos los días del año. Una tarde, mientras trabajábamos, le conté a Carlos Luppi esta pequeña anécdota y él reflexionaba más o menos así: “Si mañana hubiera una matanza en Ucrania, o el ébola se sigue extendiendo en África, o un ómnibus carretero se desparrama en el arroyo Las Ceibas, o se escapan dos presos de la cárcel de Campanero en Minas o sube dos pesos el ‘blue’ o el precio de la soja sigue bajando, eso es –y es natural que sea– tema de preocupación para el Presidente de la República Oriental del Uruguay. Me río de los que dicen con mala intención que Tabaré dedica mucho tiempo a la pesca. Fue un día de pesca que recibió una llamada, efectuó tres comprobaciones y en una hora destituyó a un comandante del Ejército que había cometido un acto indebido. Otro día se bajó de un yate de la Armada en Punta del Este, se subió a un helicóptero, citó a los médicos en conflicto, se reunió con ellos en el Edificio Libertad, arregló el entuerto que tenía en jaque a la excelente ministra María Julia Muñoz, se subió al helicóptero, subió al yate, tiró lejos la plomada y terminó la tardecita sacándose una selfie con dos corvinas negras. El presidente de Uruguay recibe de mañana, a primera hora, los diarios y dos resúmenes de noticias: uno sobre la información corriente y otro elaborado por los servicios de inteligencia. Recibe decenas de llamadas importantes, algunas de colegas del exterior y a veces de los principales centros de poder políticos y económicos mundiales. Lo que pasa en cualquier lado no le puede ser ajeno. Por eso los presidentes, hasta los más desaliñados, como Pacheco Areco, que pasaba todas las noches de rumba, encanecen en el cargo. No lo veo a Cuquito sopesando el valor de la información que pudiera eventualmente recibir, y, lo que es peor, dándole adecuado uso. No lo veo agobiado por la carga de la responsabilidad del Estado, por la suerte de sus compatriotas y por el peso de la Historia. No lo veo leyendo expedientes hasta las cuatro de la madrugada o reflexionando horas sin decir una palabra o escuchando atentamente a sus colaboradores. En mis pesadillas lo veo haciendo fierros, ‘corriendo para tener siempre 19 años’, haciendo alguna llamada a Miami o a Texas, o reunido en el inmenso despacho con sus amiguitos del British y del campo, planeando parties y jornadas de caza o de surf”, terminó Luppi aquella tarde
ara continuar marcando la tendencia descendente que nos hace acordar a otros candidatos del Partido Nacional, Cuquito estuvo el jueves 25 en el programa televisivo En la mira que conduce Gabriel Pereyra, periodista de El Observador, y también jugó un muy deslucido papel. Pereyra enfrentó la nube de frases hechas de Lacalle Pou con preguntas muy precisas sobre inconsistencias del programa nacionalista (al que calificó de “sanata”, término que debería haber merecido alguna respuesta más firme del sonriente entrevistado), y de sus propias actitudes, como la eliminación de apoyo del “Sí a la baja” que le fue reprochado por Bordaberry. Más tarde, ante las quejas de Lacalle Pou sobre la inseguridad actual, le recordó los fracasos de la política de seguridad del gobierno de Lacalle Herrera, le señaló que algunas de las medidas propuestas ya están implementadas, y se burló de sus conocimientos del sistema carcelario de nuestro país. Las ironías de Pereyra siguieron con sus críticas al programa de salud, a los programas sociales y a la eventual conflictividad social que tendría su gobierno. Pompita buscó ganar tiempo sin replicar con dureza, tratando de aprovechar la cámara, aunque lo que debe de haber dejado en sus partidarios fue una gran desilusión.
Por más jocosa que pueda ser la situación, en ningún momento debemos olvidar que hay una crucial elección nacional por medio, que a Cuquito lo empuja la publicidad más cara y más estudiada de las últimas décadas para manipular electorados, que podría –Dios no lo permita– llegar al máximo sitial y ser el mascarón del proa del proyecto histórico reaccionario que representa el herrero-lacallismo, ahora nada menos que en sociedad con el bordaberrismo.
¡¡Agarrate Catalina!!
¡¡Aguante el Frente!!
Merece una mención especial Sancho Panza, su fiel escudero, quien oficia de ariete con su vozarrón y su trivialidad ya legendaria, reclamando su espacio cada vez más a la derecha de la derecha.
Para ser honesto, el “candidato” en ocasiones reconoce que de joven era un poquito “banana” pero que de pronto se avivó al asumir una banca de diputado en la que lo puso su mamá.
Lo cierto es que el muchacho nos somete a una sucesión de mensajes vacuos, propios de libros de autoayuda o de sectas hindúes, que encubren –no lo olvidemos nunca– las premisas de un gobierno autoritario, neoliberal, oligárquico y reaccionario, que apunta directamente a barrer todas las conquistas económicas, sociales y de derechos que en Uruguay se han obtenido en casi diez años de gobiernos progresistas.
Después de diez años en que el proyecto de la izquierda ha demostrado ser muy exitoso, mucha gente no quiere creer que estemos ante la restauración conservadora; como consecuencia no resulta ni curioso que algunos espectadores de la actual campaña no puedan creer que ese joven tan “positivo” sea tan de derecha.
Para qué reiterarlo si alcanza con observarlo un poco.
Veamos: el candidato, al que llaman “pompita”, no ha logrado aún coordinar un grupo de jóvenes afines a su ideología, vecinos de barrio, compañeros de escuela y de balneario y de clase social.
No ha podido domesticar a sus asesores que tienen la maldita costumbre de sincerarse ante los micrófonos; soporta sin mucha dignidad que un periodista lo trate de “sanatero”, que el mismo cronista se burle del programa del Partido Nacional y de su candidato en su cara, y lo que es peor que no esté de acuerdo ni consigo mismo. Siempre que escribo estas líneas tan militantes pienso que quizás algún lector crea que debo mantener una línea más equidistante. En verdad no voy a hacerlo porque de ganar Lacalle lo que nos espera no admite neutralidad.
Reitero la “alerta roja”: Luis Alberto Lacalle Pou no debería presidir la República aunque más no sea por el instinto de supervivencia de los uruguayos. Los que aún tienen dudas, frenteamplistas disgustados, wilsonistas, batllistas de don Pepe si aún queda alguno, e independientes deberían tenerlo bien presente.

“La positiva”: producto de marketing político internacional
Los últimos diez días han sido terribles para Cuquito, porque han caído varias máscaras a la vez. La primera caída se produjo luego de que el 24 de setiembre Caras y Caretas portal publicara imágenes de un afiche del Partido Laborista de Nueva Zelanda –que paradójicamente luego perdió con el derechista Partido Nacional (de Nueva Zelanda, por supuesto)–, donde se podía leer la consigna “Por la positiva”, el mismo eslogan de Lacalle Pou, incluyendo, of course, el mismo “tilde”.
Conocido esto, las redes sociales hicieron del tema un trendig topic. A los creativos de Lacalle se les había ocurrido la misma idea, tres años después que a los de la bella y joven candidata neozelandesa Jacinda Arnes. En 2009 ya había ocurrido un hecho similar en la campaña presidencial de Luis Alberto Lacalle Herrera: en un spot se veía a una mujer escuchando atentamente, y algo emocionada, un discurso del presidenciable blanco. Al poco tiempo se supo que la imagen provenía de América TV y había sido filmada para la campaña del millonario porteño Francisco de Narváez, que comparte ideologías y algunos foros con Lacalle, vinculados al anticomunismo cubano con sede en Miami. El episodio fue patético y terminó con los blancos retirando el spot después de una escandalete internacional que llegó a las páginas del diario Clarín. Los “extras” argentinos contratados para la campaña de De Narváez miraban extasiados a Lacalle hablando emocionado con palabras entrecortadas, casi llorando frente al público. Se supo entonces que el publicista argentino Ramiro Agulla vendió los spots a De Narváez y Lacalle. Cuando los hechos se conocieron, el comando de campaña del Partido Nacional retiró el aviso, pero en una entrevista televisiva, cuando un periodista ler preguntó si no era engañoso utilizar actores que en realidad no escuchaban ni conocían sus palabras, el entonces candidato, fiel a su economía de libre mercado, en la cual todo bien o servicio –y aun la condición humana– es un objeto que se compra y se vende, respondió con su características soltura y altivez: “Yo compro un producto. No sé de dónde salen las imágenes ni me ocupo de dónde las filmó el señor”.
Ahora el tema vuelve porque el recetario “La positiva”, que es una perfecta colección de instrumentos de marketing político utilizada en Nueva Zelanda y en Australia, es la base del discurso de Luis Alberto Lacalle Pou, que no ha contestado esta denuncia que apareció también en otros medios. En todo caso, según El Observador, habría contestado implícitamente el 26 de setiembre durante su gira por San José y Flores, donde “el candidato presidencial blanco no se apartó casi nada de su discurso tradicional e internacional, evitó la confrontación con sus rivales y lanzó frases y conceptos que, para quien sigue sus palabras, suenan a cosa repetida”. El periodista Leonardo Pereyra afirmó que “esto, que puede ser considerado como una falta de originalidad o de sustancia, es, para el líder blanco, una de sus virtudes”. “Soy muy previsible en las cosas que digo. Soy bastante aburrido; me van a escuchar decir las mismas cosas mil veces”, ha dicho. Muchas de las frases de Lacalle Pou ya se adivinan cuando toma el micrófono para hablar ante sus simpatizantes: “Por la positiva no es un eslogan, es una forma de ver la vida”. “Si nos van a votar por ser el menos malo, no nos voten”. “Vamos a elegir a los mejores hombres para gobernar”. “Vamos a gobernar bien”. “Analistas, políticos y periodistas se preguntan hasta cuándo va a llegar este ‘por la positiva’. Dicen que no puede durar mucho, que caduca antes de las elecciones”.
Sin embargo, insistió en sus cuestionamientos al oficialismo y pidió implícitamente la renuncia del ministro Eduardo Bonomi. Pompita alardeó esa tarde de cierto cinismo, criticando a “aquellos que gastan plata innecesariamente en el período electoral”. “En nuestro gobierno los que no expliquen debidamente sus gastos se van a tener que ir para sus casas”, amenazó. Realmente se necesita mucho rostro en tiempos en que la propaganda “lacallepompista” de carísima factura y financiada copiosamente desde la gusanera cubana de Miami o de empresarios paraguayos con plata de dudosísimo origen, a quienes manguean Julita y Abreu, atiborran los espacios radiales y televisivos a un costo que ha hecho suponer a más de un observador en una masiva inversión económica de poderosos grupos nativos o extranjeros. “Ya sobre el final de la gira –dice el cronista de El Observador–, Lacalle retomó su mensaje habitual. ‘Frente a las críticas, la mentira y la intolerancia ¿saben qué les vamos a contestar? Les vamos a contestar con eso… escuchen…’, dijo. En la soledad de Ismael Cortinas sólo se oía el silencio y algún tero lejano”, finaliza Pereyra.
El silencio de “Lacalle Pompita” no se altera ni siquiera cuando aparecen elementos que tocan la ética política. Buen seguidor de una tradición oligárquica más que centenaria que ha sabido estar en todas las coaliciones reaccionarias y colaborar con las dos dictaduras del siglo XX en Uruguay.

¿Usted sabe qué es ser Presidente de la República?
A mí me tocó visitar una vez un pequeño despacho presidencial que usaba Tabaré Vázquez en esas discretas oficinas casi amuralladas que se llaman Suárez Chico. En ese pequeño escritorio trabajaba Tabaré, acostumbrado a hacer, gerenciar y mandar. El escritorio no tenía ni un solo papel y Tabaré me mostró que tampoco había ningún expediente en los cajones porque él firmaba todos los papeles todos los días. Nada quedaba para el día siguiente. El presidente tiene que estar bien atento y nada debe quedar para el día siguiente, porque el cargo de presidente es de las 24 horas de todos los días del año. Una tarde, mientras trabajábamos, le conté a Carlos Luppi esta pequeña anécdota y él reflexionaba más o menos así: “Si mañana hubiera una matanza en Ucrania, o el ébola se sigue extendiendo en África, o un ómnibus carretero se desparrama en el arroyo Las Ceibas, o se escapan dos presos de la cárcel de Campanero en Minas o sube dos pesos el ‘blue’ o el precio de la soja sigue bajando, eso es –y es natural que sea– tema de preocupación para el Presidente de la República Oriental del Uruguay. Me río de los que dicen con mala intención que Tabaré dedica mucho tiempo a la pesca. Fue un día de pesca que recibió una llamada, efectuó tres comprobaciones y en una hora destituyó a un comandante del Ejército que había cometido un acto indebido. Otro día se bajó de un yate de la Armada en Punta del Este, se subió a un helicóptero, citó a los médicos en conflicto, se reunió con ellos en el Edificio Libertad, arregló el entuerto que tenía en jaque a la excelente ministra María Julia Muñoz, se subió al helicóptero, subió al yate, tiró lejos la plomada y terminó la tardecita sacándose una selfie con dos corvinas negras. El presidente de Uruguay recibe de mañana, a primera hora, los diarios y dos resúmenes de noticias: uno sobre la información corriente y otro elaborado por los servicios de inteligencia. Recibe decenas de llamadas importantes, algunas de colegas del exterior y a veces de los principales centros de poder políticos y económicos mundiales. Lo que pasa en cualquier lado no le puede ser ajeno. Por eso los presidentes, hasta los más desaliñados, como Pacheco Areco, que pasaba todas las noches de rumba, encanecen en el cargo. No lo veo a Cuquito sopesando el valor de la información que pudiera eventualmente recibir, y, lo que es peor, dándole adecuado uso. No lo veo agobiado por la carga de la responsabilidad del Estado, por la suerte de sus compatriotas y por el peso de la Historia. No lo veo leyendo expedientes hasta las cuatro de la madrugada o reflexionando horas sin decir una palabra o escuchando atentamente a sus colaboradores. En mis pesadillas lo veo haciendo fierros, ‘corriendo para tener siempre 19 años’, haciendo alguna llamada a Miami o a Texas, o reunido en el inmenso despacho con sus amiguitos del British y del campo, planeando parties y jornadas de caza o de surf”, terminó Luppi aquella tarde
ara continuar marcando la tendencia descendente que nos hace acordar a otros candidatos del Partido Nacional, Cuquito estuvo el jueves 25 en el programa televisivo En la mira que conduce Gabriel Pereyra, periodista de El Observador, y también jugó un muy deslucido papel. Pereyra enfrentó la nube de frases hechas de Lacalle Pou con preguntas muy precisas sobre inconsistencias del programa nacionalista (al que calificó de “sanata”, término que debería haber merecido alguna respuesta más firme del sonriente entrevistado), y de sus propias actitudes, como la eliminación de apoyo del “Sí a la baja” que le fue reprochado por Bordaberry. Más tarde, ante las quejas de Lacalle Pou sobre la inseguridad actual, le recordó los fracasos de la política de seguridad del gobierno de Lacalle Herrera, le señaló que algunas de las medidas propuestas ya están implementadas, y se burló de sus conocimientos del sistema carcelario de nuestro país. Las ironías de Pereyra siguieron con sus críticas al programa de salud, a los programas sociales y a la eventual conflictividad social que tendría su gobierno. Pompita buscó ganar tiempo sin replicar con dureza, tratando de aprovechar la cámara, aunque lo que debe de haber dejado en sus partidarios fue una gran desilusión.
Por más jocosa que pueda ser la situación, en ningún momento debemos olvidar que hay una crucial elección nacional por medio, que a Cuquito lo empuja la publicidad más cara y más estudiada de las últimas décadas para manipular electorados, que podría –Dios no lo permita– llegar al máximo sitial y ser el mascarón del proa del proyecto histórico reaccionario que representa el herrero-lacallismo, ahora nada menos que en sociedad con el bordaberrismo.
¡¡Agarrate Catalina!!
¡¡Aguante el Frente!!