
El neurólogo Mauricio Bosch despeja dudas respecto del diagnóstico y los tratamientos. Cómo lograr que los familiares lo sobrelleven ya que genera temor y angustia.
Genera temor y angustia. Cuando se habla de que el Alzheimer, una enfermedad degenerativa que afecta la memoria, ya es una epidemia mundial, la preocupación se extiende, mucho más si en la familia hay alguien con este diagnóstico. Lo cierto es que el mayor número de casos tiene que ver con una población que cada vez vive más y por eso se enfrenta a este y otros problemas vinculados al envejecimiento.
El primer paso para actuar y no desesperar es conocer, informarse, asesorarse. Por eso, se eligió el 21 de septiembre como el Día Mundial del Alzheimer con el objetivo de difundir las características de la patología, pedir más apoyo para investigación (aún no hay cura) y mejores tratamientos y contención para los familiares y cuidadores.
El neurólogo Mauricio Bosch, de Ineco Rosario, un centro integral de atención a personas con problemas cognitivos, dialogó con La Capital sobre el aumento de las consultas vinculadas al Alzheimer, los caminos para llegar al diagnóstico, los tratamientos disponibles y su efectividad y el impacto anímico en quienes conviven con una persona con esta enfermedad.
—Desde que existe un mayor conocimiento en la población sobre Alzheimer, ¿aumentaron las consultas a los neurólogos?
—Si. Uno percibe que las consultas son cada vez más frecuentes y el temor por padecer esta enfermedad es mayor. Principalmente en aquellos que tuvieron un familiar con esta problemática, ya que conocen muy bien cómo son las distintas etapas de progresión. A este grupo siempre les digo que el hecho de haber tenido un familiar directo con la enfermedad no los condena también a tenerla. Es cierto que hay una mayor susceptibilidad, por lo cual el alerta ante ciertos cambios cognitivos debe estar presente.
—¿Cuándo comienzan las primeras manifestaciones de la enfermedad?
—Hoy sabemos que los cambios que finalmente expresan la enfermedad se inician 20 años antes. Esos cambios consisten en la acumulación de unas proteínas anormalmente formadas que llevan, a largo plazo, a una alteración en el funcionamiento de las sinapsis (conexiones) neuronales. A los 65 años el 5 por ciento de la población padece la enfermedad y se estima que se duplica cada 5 años. Lo cual representa que a los 80 años, 4 de cada 10 personas padecerán la enfermedad. Por eso, en los últimos años hay una tendencia a recibir consultas a edades cada vez más tempranas. Hoy no es raro que una persona de 45, 50 años consulte porque percibe que su memoria ha cambiado o su rendimiento laboral ya no es el mismo. Muchas veces esto tiene relación con la sobrecarga laboral o con personalidades conocidas como multi task o multitareas, es decir aquellas que hacen distintas tareas a la vez. Recientes estudios indican en quienes lo padecen altos niveles de “distractividad” y fallas en el control de los impulsos. Con esto quiero dejar claro el concepto de que no todo olvido significa que uno tiene Alzheimer, pero tampoco debe ser interpretado como una declinación normal relacionado al paso de los años.
—Esos cambios, ¿son claros o pueden aparecer de manera solapada?
—Los síntomas más evidentes tienen que ver en realidad con cuánto impactan en la vida de la persona. Algunas presentan síntomas relacionados con la memoria y/o el lenguaje y/o la ubicación espacial y/o en la toma de decisiones pero de acuerdo a como afecte sus actividades diarias serán más o menos evidentes. Lo habitual es que comiencen con olvidos de información relevante. Muchas veces uno tiene un olvido y más tarde estando en otra actividad viene ese recuerdo como una lamparita que se prende. Eso es un fenómeno normal. Ahora, cuando esa lamparita no se enciende tan fácilmente debemos tomarlo como un signo de alarma. Otro síntoma puede ser la dificultad para expresar las palabras (la persona se refiere a los objetos como “cosa” en vez de por su nombre) o episodios de desorientación en la calle o pérdida de objetos delante de sus narices. Por último el sentir que a uno le cuesta tomar decisiones como también percibir cambios anímicos deben ser interpretados como posibles síntomas de inicio de la enfermedad y por lo tanto deben ser estudiados.
—¿Es posible llegar hoy a un diagnóstico certero?
—Actualmente el diagnóstico se realiza en primera instancia con una fuerte sospecha del neurólogo o médico de cabecera de acuerdo a los síntomas que se presentan. Luego se realizan tests neurocognitivos en colaboración con estudios de imágenes desde los más básicos como tomografía de cráneo hasta los más complejos como estudios de resonancia magnética estructurales o funcionales, en conjunto con análisis de sangre específicos que descarten otras enfermedades no neurológicas. Al día de hoy no podemos llegar a un diagnóstico de certeza, pero se puede acceder a niveles diagnósticos más elevados cuando se suman estudios de análisis de líquido cefalorraquídeo o estudios de metabolismo cerebral (PET) donde se determinan distintas sustancias que están presentes en la enfermedad. Estos estudios no están disponibles para la investigación de rutina ya que los costos son muy elevados y son pocos los lugares en nuestro país que disponen de aquéllos.
—¿Puede confundirse con otras enfermedades?
—Hay muchas patologías que pueden presentarse con estos síntomas, desde cuadros psiquiátricos hasta enfermedades del resto del organismo y que nada tienen que ver con el cerebro como pueden ser las enfermedades paraneoplásicas (manifestaciones de tumores en otro sitio del cuerpo). Por lo tanto es muy importante seguir una secuencia de estudios que nos permitan descartar desde las enfermedades más básicas hasta las más complejas en relación al cuadro que se nos presente. De todos modos me estoy refiriendo a enfermedades poco frecuentes pero que en casos muy específicos deben ser descartadas.
—Sabemos que no hay cura para el Azheimer, ¿cuáles son los tratamientos disponibles para controlarlo?; ¿qué efectividad tienen?
—Existen fármacos que tienen una efectividad comprobada en relación a estabilización de los síntomas. Lamentablemente es cierto que no tenemos aún una medicación que cure la enfermedad, pero hay muchos avances al respecto y los protocolos sobre distintas moléculas se multiplican. Sí tenemos la certeza de que cuando el tratamiento se comienza lo más temprano posible mayor va a ser el tiempo en que el paciente permanezca estable. El otro 50 por ciento lo aportan las terapias no farmacológicas que desde hace unos