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“Mamá sabe bien, perdí una batalla, quiero regresar sólo a besarla”.



Es cierto, cualquier madre hubiera hecho lo de Lilian Clark, aún así cuesta encontrar las palabras justas para referirse a ella. Nunca se despegó de Gustavo. Durante los cuatro años que estuvo internado metódicamente salí de su casa pasado el mediodía para estar junto a su hijo, siempre con la fe intacta y un mensaje esperanzador. Para ella, pero también como si nos estuviera conteniendo a todos los que nos preocupábamos por la salud de su hijo.

"Es un momento muy especial. No saben lo que es perder un hijo, el dolor que siento es muy grande", dijo ayer la mujer antes de subirse al automóvil y partir rumbo a la Legislatura porteña. Hoy, a pocos minutos de finalizar el velatorio, salió al balcón del primer piso del edificio a agradecerle a cada uno de los que se agolparon bajo la lluvia para despedir a Gustavo. Ella, emocionada, triste, pero entera. Lúcida, cariñosa, luminosa y con una fuerza envidiable a sus 84 años.

En varios reportajes describió cómo eran sus días en la clínica acompañando y cuidando de su hijo: "Cuando yo llego, me aprieta fuerte la mano. Miro los monitores y veo que se emociona. Yo sé que está. Yo le cuento cómo está el día, le canto, le hablo mucho. Hay algo en él que está vivo, presente, entonces, ¿cómo no vamos a seguir?”, relataba esperanzada
Sabíamos que la canción que más la emocionaba era Té para tres, en la que Gustavo cuenta cómo su papá –marido de Lilian- se enteraba que padecía una enfermedad terminal. También contaba con profundo amor cómo su hijo se refugiaba en su casa cada vez que sufría una ruptura amorosa, con su habitación de la adolescencia intacta y ella mimándolo con su plato favorito: las albóndigas.
Hoy le toca despedir a su hijo. Ella sabía que ésta era una posibilidad, aún así no se resignó ni bajó los brazos. Ojalá que para Lilian su partida sea liberadora. Triste, pero a la vez tranquila de haber hecho todo por su hijo y saber que ahora sí, Gustavo descansa en paz.