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“El futuro gobierno que venga necesita el respaldo de toda la sociedad porque va a tener que producir ajustes muy duros, porque el entramado que deja este gobierno con los subsidios, con las miles de personas que se han incorporado al Estado y que pagamos entre todos, van a tener que hacer ajustes”. (Hugo Moyano)





Desde que sus intentos de ocupar un cargo político importante se vieron frustrados por el gobierno K, Moyano llegó a dividir la CGT y se ubicó como el único dirigente sindical de importancia dispuesto a corcovear un poco frente a algunas de las medidas antiobreras del gobierno.

Apoyándose en el gremio de Camioneros, al que –en el marco de la empobrecida clase obrera argentina– podríamos considerar “aristocracia obrera”, sus protestas, incluso al llamar a paros generales, siempre contemplaron más los reclamos de esos sectores, como la derogación del impuesto al salario, que las necesidades del conjunto de la clase trabajadora. Y desde ya, como todo peronista respetuoso de la propiedad privada, jamás puso en el centro la pelea contra los despidos, a pesar de que en el momento del último paro al que llamó, los despidos y suspensiones estaban a la orden del día.



Sin embargo, ante el cerrado apoyo de la CGT oficial al gobierno y su constante inmovilidad frente a una inflación que desbordó notoriamente lo conseguido en paritarias, los paros de Moyano terminaron canalizando la bronca obrera, que trató de expresarse como pudo a través de esas medidas “domingueras” y sin continuidad.(1)

Desde esta ubicación de sindicalista “que hace algo”, Moyano buscó en las fuerzas burguesas de derecha el puesto político que el kirchnerismo le había negado. Pero aquí le fue peor todavía: si el peronismo quiere mantener al “movimiento obrero” en su columna vertebral y alejado de su cabeza, los partidos de la burguesía gorila no lo quieren ni en las uñas de las patas. Los votantes de Macri o De Narváez no lo votan a Moyano ni agarrando la boleta electoral con guantes de látex. Para colmo, las veces que intentó hacer actos políticos de derecha camuflados de marchas de protesta sindical, le fue muy mal: en esas ocasiones, los trabajadores no acudieron.

El “estilo” gorila de las declaraciones con las que encabezamos esta nota reflejan sus coqueteos con la derecha política, y también demagogia con lo más atrasado de su base, la aristocracia obrera menos solidaria que no quiere “mantener vagos” con planes sociales. Pero su contenido presenta una novedad: se pronuncia franca y abiertamente a favor del ajuste. Y el hecho de que hable del “próximo gobierno” no tiene que llamarnos a engaño, se bajó del caballo hoy: en el plenario de dirigentes que debía decidir la continuación de las medidas de fuerza después del último y exitoso paro general, Moyano anunció un “plan de lucha” sin ninguna medida de fuerza, apenas un desvaído “estado de alerta y movilización” (y sin movilización).

“Queremos una CGT que no sea de aplaudidores ni que estemos en lucha permanente, algo que también agota a la sociedad”, aseguró en la misma entrevista. Más allá de lo gracioso de llamar “lucha permanente” a uno o dos paros domingueros por año, el hecho es que Moyano ha decidido bajar la (tibia) temperatura de sus luchas a cero absoluto. Y no con el próximo gobierno, sino con este.