El mundo sigue andando y la República Argentina también.... La frase pertenece al discurso que la Presidenta dio anoche en la Casa Rosada para anunciar un aumento de jubilaciones y referirse a la situación económica del país que ayer volvió a derrumbar los bonos argentinos y a desvalorizar las empresas nacionales. Fue la metáfora que eligió Cristina para eludir la situación de default en la que caímos el miércoles al final de la tarde. Porque esa es la hipótesis de trabajo que cumplieron con obediencia el ministro Axel Kicilloff (no hay default), el jefe de gabinete, Jorge Capitanich (el default no existe), y un coro de varios funcionarios.
Decir que no hay default en la Argentina es equivalente a creer que hubo inflación mensual menor al 1% como se mintió durante siete años, y similar a afirmar que no hay recesión o a perjurar que no hay pobreza sólo porque no hay cifras confiables al respecto. El país se parece cada vez más a aquella saga de Hans Christian Andersen, en la que el emperador creía lucir un nuevo traje cuando en realidad andaba desnudo y nadie se animaba a decírselo. Hace tiempo que la ficción argentina que ensaya el kirchnerismo no tiene credibilidad alguna fronteras afuera y las encuestas privadas señalan que tampoco logra convencer a la opinión pública que le fue favorable hasta hace poco tiempo.
Sin embargo, Cristina sigue usando el mismo teatro y la misma escenografía. Los discursos extensos, los aplausos guionados, las cámaras high definition, la militancia rentada en los patios de la Casa Rosada. Toda la parafernalia K ha quedado muy desgastada y resultaba triste ayer ver la imagen despoblada del Cabildo abierto, convocado para manifestarse contra los fondos buitre en Plaza de Mayo. El gran ausente de la fiesta del default fue Juan Carlos Fábrega. El presidente del Banco Central, desairado por el tiro de gracia que la Presidenta le asestó a la oferta de los banqueros de Adeba para comprar la deuda de los holdouts, prefirió ubicarse a la sombra del ya desopilante Kicilloff y languidecer discreto al mismo ritmo que el final de ciclo.
Donde el horno no está para bollos es en el universo caliente del peronismo. El movimiento advierte que la revolución defaulteadora de Cristina puede expulsarlos del poder en 2015. Un semestre de escarnio financiero sumado a la recesión que se está desplomando sobre el país adolescente van a potenciar el mal humor de una sociedad agobiada por los apremios de la economía real. La amenaza sobrevuela al candidato Daniel Scioli, pero también al expectante Sergio Massa y a todos aquellos peronistas que buscan el refugio del poder en las gobernaciones, las intendencias y en las legislaturas. Habrá que ver si los muchachos permiten que el fuego de sus destinos se vaya consumiendo mientras suena el jolgorio autodestructivo del default.

Decir que no hay default en la Argentina es equivalente a creer que hubo inflación mensual menor al 1% como se mintió durante siete años, y similar a afirmar que no hay recesión o a perjurar que no hay pobreza sólo porque no hay cifras confiables al respecto. El país se parece cada vez más a aquella saga de Hans Christian Andersen, en la que el emperador creía lucir un nuevo traje cuando en realidad andaba desnudo y nadie se animaba a decírselo. Hace tiempo que la ficción argentina que ensaya el kirchnerismo no tiene credibilidad alguna fronteras afuera y las encuestas privadas señalan que tampoco logra convencer a la opinión pública que le fue favorable hasta hace poco tiempo.
Sin embargo, Cristina sigue usando el mismo teatro y la misma escenografía. Los discursos extensos, los aplausos guionados, las cámaras high definition, la militancia rentada en los patios de la Casa Rosada. Toda la parafernalia K ha quedado muy desgastada y resultaba triste ayer ver la imagen despoblada del Cabildo abierto, convocado para manifestarse contra los fondos buitre en Plaza de Mayo. El gran ausente de la fiesta del default fue Juan Carlos Fábrega. El presidente del Banco Central, desairado por el tiro de gracia que la Presidenta le asestó a la oferta de los banqueros de Adeba para comprar la deuda de los holdouts, prefirió ubicarse a la sombra del ya desopilante Kicilloff y languidecer discreto al mismo ritmo que el final de ciclo.
Donde el horno no está para bollos es en el universo caliente del peronismo. El movimiento advierte que la revolución defaulteadora de Cristina puede expulsarlos del poder en 2015. Un semestre de escarnio financiero sumado a la recesión que se está desplomando sobre el país adolescente van a potenciar el mal humor de una sociedad agobiada por los apremios de la economía real. La amenaza sobrevuela al candidato Daniel Scioli, pero también al expectante Sergio Massa y a todos aquellos peronistas que buscan el refugio del poder en las gobernaciones, las intendencias y en las legislaturas. Habrá que ver si los muchachos permiten que el fuego de sus destinos se vaya consumiendo mientras suena el jolgorio autodestructivo del default.