
El último domingo de julio, en el kilómetro 12,8 de la A-481, la carretera que une Chucena con Hinojos, un lince ibérico fue atropellado. Tuvo el triste honor de convertirse en el número 14 de este año que muere arrollado, la misma cifra que todos los linces muertos en el asfalto a lo largo de 2013. Han saldado todas las alarmas. Fomento y Medio Ambiente han acordado trabajar conjuntamente en las zonas donde se ha detectado una mayor concentración de atropellos.
Desde hace más de una década se lucha para conservar y reintroducir este felino —una de las especies más amenazadas de extinción— en los campos del sur de la Península, especialmente en Doñana y en Sierra Morena, cuya población ha pasado de apenas 60 ejemplares a más de 300. “Cuando iniciamos los trabajos de recuperación y basándonos en la experiencia que hay con la reintroducción de otros felinos en el ámbito mundial, preveíamos que la mitad de los linces que se reintrodujeran podrían morir en el intento”, reconoce Miguel Ángel Simón, responsable del proyecto Life que dirige la Consejería de Medio Ambiente con financiación de la UE. “El porcentaje de muertes por inadaptación no ha llegado al 50% y se mantiene en un 30%, pero no podemos justificar lo que está pasando porque la situación es ahora mismo crítica y tenemos que poner soluciones drásticas encima de la mesa”, reconoce.
¿Qué está pasando? ¿Por qué se producen ahora más atropellos que en años pasados? Porque no solo se están produciendo atropellos en las áreas de reintroducción, sino también en las áreas de presencia históricas de Doñana y Andújar. Parte de la explicación de lo que ocurre deriva de la nueva cepa de la enfermedad vírica que está diezmando las poblaciones de conejos, la dieta principal de los linces. “La falta de conejos hace que, por un lado, las poblaciones de felinos estén muy juntas pero, por otro lado, obliga a los individuos a recorrer mucho más terreno para encontrar alimento”, señala Simón.
El lince necesita unos tres conejos por hectárea. Con esa cifra, su área de influencia abarca entre 300 o 400 hectáreas. Pero en algunas zonas, con solo un conejo por hectárea, el felino necesita cubrir al menos 1.000 hectáreas de batidas. Al ampliar el área de campeo, se multiplican las posibilidades de acercarse a espacios habitados por humanos o a las carreteras que las unen, y con ello, se multiplica el riesgo de accidente. Por eso se ha ido incrementando el número de atropellos desde el año 2012, que crecieron en 2013 claramente y que se ha endurecido mucho este año.