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Intentó, sin éxito, refugiarse en los EE.UU.

NUEVA YORK.– El 30 de abril de 1941, sólo días después de recibir una nota de la Gestapo en que se lo amenazaba con denunciarlo a los nazis, el padre de Anna Frank escribió a su íntimo amigo de la universidad Nathan Straus Jr., para pedirle que, por favor, lo ayudara a sacar a su familia de Holanda para llevarla a EE.UU.

“No lo pediría si las condiciones acá no me forzaran a hacer todo lo que pueda a tiempo para evitar lo peor”, escribió Otto Frank en una dramática carta que forma parte de una pila de documentos inéditos difundidos ayer en esta ciudad.

El padre de Anna Frank fue el único de la familia que sobrevivió al Holocausto y fue el responsable de la publicación del diario de su hija, que revelaba los horrores del campo de concentración.

“Quizá recuerdes que tenemos dos hijas. Es por el bien de ellas, fundamentalmente, que tenemos que preocuparnos. Nuestro propio destino tiene menos importancia”, escribió Frank en una de sus cartas a su amigo Straus, que no sirvieron para que la familia pudiera refugiarse en los Estados Unidos.

Frank necesitaba un depósito de 5000 dólares para obtener la visa, y Straus, director de la Autoridad Federal de la Vivienda, amigo de Eleanor Roosevelt e hijo de uno de los dueños de Macy s, tenía dinero y conexiones. "Eres la única persona que conozco a la cual puedo recurrir. ¿Sería posible que hicieras un depósito a mi nombre?", escribió.

Esa carta es el comienzo de una serie de misivas personales y documentos oficiales que revelan, por primera vez, los crecientes y desesperados esfuerzos de la familia Frank, en 1941, para llegar a EE.UU. o a Cuba antes de que los nazis llegaran a ellos.

Los documentos, que pertenecían al Instituto para la Investigación Judía de Nueva York (YIVO), permanecieron casi 30 años en un depósito de Nueva Jersey antes de que un error administrativo condujera al inesperado descubrimiento. Dada la investigación histórica profunda y los extraordinarios esfuerzos por preservar el legado de Anna Frank, la aparición de estos archivos olvidados es sorprendente.

La historia parece desarrollarse en cámara lenta a medida que el cuidadoso intercambio de cartas iban de un continente a otro. Cada página agrega una capa de tristeza a medida que avanza el tortuoso proceso por lograr la entrada a EE.UU.

Laberinto desconcertante

Hasta el mismo secretario de Estado, Adolf A. Berle Jr., se desesperaba ante el desconcertante laberinto de regulaciones. Como lo señala Richard Breitman, historiador de la American University, Berle escribió en enero de 1941 que algunos consulados pedían fondos de garantía.

"Otros, declaraciones juradas. Un caso particularmente terrible establecía que no se aceptaría a nadie que no tuviera algún familiar en EE.UU. que asumiera la obligación legal de apoyar al solicitante", aseguró el funcionario. "Me parece que este Departamento podría impulsar el establecimiento de instrucciones generales que podrían ser lo suficientemente completas y simples para que el procedimiento pudiera ser regularizado."

Finalmente, las poderosas conexiones y el dinero no fueron suficientes para permitir a los Frank y a la mayoría de los judíos europeos pasar las duras restricciones del Departamento de Estado.

Para el verano de 1942, los Frank se vieron forzados a esconderse. Permanecieron en un escondite secreto durante dos años, antes de ser entregados, probablemente por el mismo que le enviaba anónimos. La trágica historia terminó con la muerte en los campos de concentración de Anna, de 15 años, su hermana Margot y su madre, Edith, y la publicación del diario de Anna, que hoy es un hito literario e histórico que personaliza a la inmensurable pérdida del Holocausto.

Luego de que Francia cayera frente a los alemanes en junio de 1940, explicó Breitman, creció el temor en EE.UU. a potenciales columnas de espías y saboteadores mezclados entre los refugiados. Ya en junio de 1941 nadie que tuviera familiares cercanos en Alemania era aceptado en EE.UU., por sospecharse que los nazis podían utilizarlos para chantajear a los refugiados y lograr, así, cooperación clandestina. Esto cerró la posibilidad de sacar a las niñas Frank a través de una agencia de rescate de niños y no permitió que Otto partiera primero con la esperanza de que el resto de la familia lo siguiera pronto.

En julio, Alemania cerró los consulados norteamericanos en todos sus territorios, en respuesta a una acción similar por parte de los norteamericanos. Como el intercambio de correspondencia lo muestra, Otto Frank habría tenido que obtener un permiso de salida desde los Países Bajos y tramitar visas para atravesar países ocupados por los nazis para poder pasar a una de las cuatro áreas neutrales donde EE.UU. todavía tenía consulados. En el verano, la huida ya parecía imposible. "Me temo, sin embargo, que las noticias no son buenas", le escribió Straus a Otto Frank el 1° de julio de 1941.

La ilusión de Cuba

Para llegar a un país neutral, Frank trató, entonces, de obtener una visa para ir a Cuba, un proceso arriesgado y costoso. En una carta del 8 de septiembre a Straus, escribió: "Sé que será imposible para nosotros partir, aun cuando la mayor parte del dinero es reembolsable, pero Edith me urge a partir solo o con las niñas". El 12 de octubre de 1941 escribió: "Es mucho más difícil de lo que uno se puede imaginar, y cada día es más complicado".

Debido a la incertidumbre, decidió primero intentar una sola visa para él. Le fue concedida y enviada el 1° de diciembre. Nadie sabe si alguna vez la recibió; diez días más tarde, Alemania e Italia declararon la guerra a EE.UU. y La Habana canceló la visa.

El archivo, que estaba en manos del Servicio Nacional de Refugiados, fue cedido al YIVO en 1974 junto con decenas de miles de otros archivos de agencias privadas de refugiados judíos. Hace dos años, el instituto recibió el apoyo para organizar y los 350 armarios con material valioso que tenía guardado en un centro de almacenamiento fuera de sus oficinas.

En el verano de 2005, mientras seleccionaba los archivos, la voluntaria Estelle Guzik vio que en la tapa de uno de ellos faltaba una fecha de nacimiento, afirmó Carl J. Rheins, director ejecutivo de YIVO. Agregó que ella lo abrió y vio que los nombres eran Anna y Margot Frank, y exclamó: "¡Oh, Dios! ¡Este es el archivo de Ana Frank!".

Por Patricia Cohen
De The New York Times

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