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El "Padre del aula" se encontraba dentro del grupo de "revoltosos" en el colegio. Además era un fanático de las orgías y las mujeres.



Con una panza de nueve lunas, Paula Zoila Albarracín había ido a visitar a una amiga que vivía en las afueras de la ciudad. Allí comenzaron las contracciones. Le avisaron a su marido, José Clemente Quiroga Sarmiento, que galopó a buscarla. Subió a su mujer en ancas y emprendió al paso el regreso a la ciudad. Tuvieron que detenerse muchas veces porque ella no aguantaba el dolor. Quiroga Sarmiento ordenó a sus hijas, Paula y Bienvenida, que se adelantaran para preparar la casa y convocar a la partera.

El hijo de Paula y José Clemente estuvo a punto de nacer en las ancas del caballo. Sin embargo, la madre aguantó como pudo y no bien entró a su cuarto, en la punta de la cama, dio a luz al varoncito. Su llanto se anticipó a la llegada de la partera. Era la tarde del 14 de febrero de 1811, nueve meses después de mayo de 1810.

Al día siguiente lo bautizaron. Por haber nacido el 14, día de San Valentín (patrono de los enamorados), y ser bautizado el 15, día de San Faustino (patrono de los solteros), recibió los nombres de Faustino Valentín. En su casa comenzaron a llamarlo Domingo. Por otra parte, el Quiroga nunca lo usó. De esta manera Faustino Valentín Quiroga Sarmiento terminó siendo Domingo Faustino Sarmiento.

Concurrió a la escuela desde los cinco años y su vida en las aulas fue mucho más normal de lo que siempre se divulgó. El Sarmiento montado en mula todo-terreno, lidiando con el viento Zonda para llegar a clase es una fantasía. Tampoco su conducta, según confesó, ere ejemplar. Pertenecía a una banda de revoltosos que siempre estaba dispuesta a pelearse con otra banda vecina. Confesó que le ponían notas de mala conducta. A doscientos años del Facebook, el Padre del Aula también era cultor de la “rateada”: “Me escabullía sin licencia, y [hacía] otras diabluras con que me desquitaba el aburrimiento”, aclaró en sus “Recuerdos de provincia”. Incluso reconoció que a veces le “soplaba” mal la información a sus compañeros para entretenerse con las reprimendas que luego recibían. Su capacidad en el estudio llevó a que sus padres le buscaran nuevos horizontes.

A pesar de sus aptitudes, le denegaron becas para estudiar en Córdoba, una vez, y en Buenos Aires, dos veces. Hasta que los sacudones de la política alejaron de San Juan a uno de sus tíos, Domingo de Oro. Sarmiento se fue con él a San Luis, donde, con sólo 15 años, fundó una escuelita (mixta) para darles clases a seis alumnos, entre ellos, uno de 23 años y otro de 22, a quien tuvo que echar porque estaba más preocupado por ganarse los favores de una compañerita de 13 que por aprender el alfabeto.

Un nuevo exilio lo llevó, junto a su padre, al pueblito andino de Pocuro, en Chile, donde retomó su vocación pedagógica. Tenía 19 años el maestro Sarmiento cuando dejó embarazada a la alumna María de Jesús “la Chepa” Avendaño, quien concurría a instruirse junto a seis hermanas mayores. La hija de la Chepa y Sarmiento se llamó Ana Faustina y fue criada por sus hermanas —Procesa, Francisca Paula, Bienvenida y Rosario— y su madre Paula.

El entusiasmo por las mujeres fue una constante en su vida. A los 31 años, cuando ya había pedido la mano a tres de sus primas, se presentaba como consejero matrimonial, asesorando en cartas un pariente: “Cuando riñan, guárdese por Dios de insultarla. Mire que he visto cosas horribles. Si en la primera riña le dice usted ‘bruta’, en la segunda le dirá ‘infame’, y en la quinta, ‘puta’. Tenga usted cuidado con las riñas y tiemble usted no por su mujer, sino por la felicidad de toda su vida”.