
La noche en que Beatriz mató a su marido empezó como muchas otras. “Gastón puso una película de zoofilia, fue a buscar el bastón policial, le puso un preservativo hasta abajo y me lo metió. Horas así. Después agarró el arma: me la ponía en el ojo, en la oreja, ahí abajo, en todos los orificios. Como sabía que tengo asma, me asfixió con frazadas y me empezó a violar otra vez: yo ahí ya no respiraba”, dice. Al lado de su cama estaba la cuna: Gastón miró a Beatriz, se rió y le apuntó a la cabeza a la beba, que tenía 45 días. Ella le rogó y él accedió a dejarla a cambio de sexo oral. Cuando se cansó, le dijo: ‘vamos a dormir, pero mañana vamos a ir a matar al Cabezón (un vecino que le molestaba): bueno, lo vas a matar vos, sino te mato yo y después a esta conchudita”. Y en ese instante, cuando él se dio vuelta, Beatriz agarró el arma que había quedado entre las sábanas, le disparó en la sien, alzó a la beba y corrió.
Ahora esta a merced de una abogada por la libertad, o cadena perpetua.